La detención del
mapuche Facundo Jones Huala. Desde su celda,
la máxima autoridad del pueblo mapuche dice que su detención fue
acordada por el presidente Macri y su par chilena, Bachelet. Cómo se
transformó en el líder de su comunidad el hombre que desafía a dos
Estados y que dice luchar por la liberación de su pueblo después de
130 años.
por Santiago Rey
La máxima
autoridad de una comunidad para el pueblo mapuche es el lonko. Debe
reunir condiciones espirituales, de sabiduría y liderazgo. No son
tan habituales los lonko jóvenes como Facundo Jones Huala. Pero él,
ya traía un mandato de lonko, que de no canalizarse le enfermaría
el espíritu y también su cuerpo. En un extenso proceso de consulta
a las machi -figura médica y religiosa del pueblo mapuche-, y con la
propia comunidad, y de elección del lawen o medicina ancestral,
Facundo canalizó ese mandato, y se convirtió en el referente del
lof o comunidad Cushamen, en el noroeste de Chubut. Hoy, el líder de
esa comunidad, está encerrado, a la espera de que la Justicia
resuelva un pedido de extradición de Chile que, en realidad, ya
declaró nulo en 2016.
En la celda con
el número cuatro de un metro ochenta por un metro ochenta del
Escuadrón 34 de Gendarmería de Bariloche suena “A redoblar”, la
murga-canción que se convirtió en uno de los pilares musicales de
la denuncia contra la dictadura en Uruguay. Suena rara esa canción
en ese contexto de encierro. “Nosotros les pedimos que pongan Gente
de Radio”, explica Facundo, y los gendarmes sintonizan la emisora
en la radio que está al fondo del pasillo.
Desde su celda,
la máxima autoridad del pueblo mapuche dice que su detención fue
acordada por el presidente Macri y su par chilena, Bachelet. Cómo se
transformó en el líder de su comunidad el hombre que desafía a dos
Estados y que dice luchar por la liberación de su pueblo después de
130 años. Fotos: Alejandra Bartoliche La máxima autoridad de una
comunidad para el pueblo mapuche es el lonko. Debe reunir condiciones
espirituales, de sabiduría y liderazgo. No son tan habituales los
lonko jóvenes como Facundo Jones Huala. Pero él, ya traía un
mandato de lonko, que de no canalizarse le enfermaría el espíritu y
también su cuerpo. En un extenso proceso de consulta a las machi
-figura médica y religiosa del pueblo mapuche-, y con la propia
comunidad, y de elección del lawen o medicina ancestral, Facundo
canalizó ese mandato, y se convirtió en el referente del lof o
comunidad Cushamen, en el noroeste de Chubut. Hoy, el líder de esa
comunidad, está encerrado, a la espera de que la Justicia resuelva
un pedido de extradición de Chile que, en realidad, ya declaró nulo
en 2016. En la celda con el número cuatro de un metro ochenta por un
metro ochenta del Escuadrón 34 de Gendarmería de Bariloche suena “A
redoblar”, la murga-canción que se convirtió en uno de los
pilares musicales de la denuncia contra la dictadura en Uruguay.
Suena rara esa canción en ese contexto de encierro. “Nosotros les
pedimos que pongan Gente de Radio”, explica Facundo, y los
gendarmes sintonizan la emisora en la radio que está al fondo del
pasillo.
Gente de Radio es
una FM cooperativa histórica de Bariloche. En su sede, durante la
gran nevada del ’96 o el ’97, se recibieron donaciones para los
afectados. Hasta allí fue Facundo a los 10 o 11 años a llevar
alguna ropa. En ese lugar, y en ese contexto, “empieza a saber su
verdadera historia, a saber que forma parte del pueblo mapuche”,
cuenta María Isabel, su madre.
A María Isabel
los años le trajeron un problema: confunde algunas fechas y mezcla
las edades de las anécdotas de Facundo. Su vida itinerante, de madre
de seis hijos, trabajadora, la vio vivir en Bariloche, Comodoro
Rivadavia, Buenos Aires, Chile, y de vuelta Bariloche. Apechugó sola
gran parte de la crianza y lo acompañó en el proceso que terminó
por convertilo en el lonko de su comunidad. “Ahí, en la radio,
con esa nevada, empezó. Ahí se encuentra con varios chicos mapuche,
y empieza a saber su verdadera historia, a los 10 o 11 años más o
menos”, dice.
Gente de Radio es
una FM cooperativa histórica de Bariloche. En su sede, durante la
gran nevada del ’96 o el ’97, se recibieron donaciones para los
afectados. Hasta allí fue Facundo a los 10 o 11 años a llevar
alguna ropa. En ese lugar, y en ese contexto, “empieza a saber su
verdadera historia, a saber que forma parte del pueblo mapuche”,
cuenta María Isabel, su madre. A María Isabel los años le trajeron
un problema: confunde algunas fechas y mezcla las edades de las
anécdotas de Facundo. Su vida itinerante, de madre de seis hijos,
trabajadora, la vio vivir en Bariloche, Comodoro Rivadavia, Buenos
Aires, Chile, y de vuelta Bariloche. Apechugó sola gran parte de la
crianza y lo acompañó en el proceso que terminó por convertilo en
el lonko de su comunidad. “Ahí, en la radio, con esa nevada,
empezó. Ahí se encuentra con varios chicos mapuche, y empieza a
saber su verdadera historia, a los 10 o 11 años más o menos”,
dice.
El camino de
Facundo para convertirse en lonko y en duro activista mapuche no fue
sencillo ni lo recorrió solo. “Nosotros aprendimos como familia, y
en conjunto fuimos aprendiendo un montón de cosas, al lado de él”,
explica María Isabel.
En la celda
número cuatro, Facundo susurra para que los gendarmes, a un lado y
otro del pasillo, no escuchen que está grabando una nota. La música
de la radio ayuda a disimular la charla, en la que denuncia su
detención ilegal.
El camino de
Facundo para convertirse en lonko y en duro activista mapuche no fue
sencillo ni lo recorrió solo. “Nosotros aprendimos como familia, y
en conjunto fuimos aprendiendo un montón de cosas, al lado de él”,
explica María Isabel. En la celda número cuatro, Facundo susurra
para que los gendarmes, a un lado y otro del pasillo, no escuchen que
está grabando una nota. La música de la radio ayuda a disimular la
charla, en la que denuncia su detención ilegal.
Con un artilugio
aún no conocido, el Poder Judicial pretende mantenerlo detenido 30
días. En ese período deberá definir si vuelve a analizar el pedido
de extradición realizado por Chile. El 1 de septiembre de 2016, el
juez Guido Otranto de Chubut declaró “nula” esa solicitud. El
fallo fue apelado por la fiscalía y espera una resolución de la
Corte Suprema de Justicia. Desde principio de ese septiembre, Facundo
se movía con libertad. Fue hasta el 27 de junio pasado. Algunas
horas después de finalizada una reunión entre el presidente
argentino Mauricio Macri y su par chilena Michelle Bachelet, el lonko
fue detenido en el control de Gendarmería de Villegas, entre
Bariloche y El Bolsón.
“Mi detención
la acordaron Macri y Bachelet”, dice Facundo emponchado en la celda
de un metro ochenta por un metro ochenta. Tiene 31 años y está
sentado junto a uno de los “sargentos” designados por la
comunidad para que lo cuiden. Bajo el poncho y con su lawen -la
medicina mapuche-, Facundo desafía a los presidentes de dos Estados.
“Ellos me querían preso”, dice. Susurrando, explica que lo van a
juzgar dos veces por la misma causa; y que el suyo fue un tema de
debate entre Macri y Bachelet; que la ministra de Seguridad, Patricia
Bullrich, lo tiene en agenda; que los grandes medios de Buenos Aires
dicen que le declaró la guerra a dos Estados pero que la guerra la
empezaron los Estado hace 130 años “contra nosotros porque son dos
Estados capitalistas que nos oprimen, junto a los terratenientes y
las empresas transnacionales”.
Aún en voz baja
sus palabras suenan con fuerza. Toma el mate que le ceba “su”
sargento, que no tiene más de 25 años y advierte que “hay
sectores del pueblo mapuche que empezaron a tomar conciencia, a
recuperar conciencia y las tierras, y a reconstruir nuestro mundo”.
Con un artilugio
aún no conocido, el Poder Judicial pretende mantenerlo detenido 30
días. En ese período deberá definir si vuelve a analizar el pedido
de extradición realizado por Chile. El 1 de septiembre de 2016, el
juez Guido Otranto de Chubut declaró “nula” esa solicitud. El
fallo fue apelado por la fiscalía y espera una resolución de la
Corte Suprema de Justicia. Desde principio de ese septiembre, Facundo
se movía con libertad. Fue hasta el 27 de junio pasado. Algunas
horas después de finalizada una reunión entre el presidente
argentino Mauricio Macri y su par chilena Michelle Bachelet, el lonko
fue detenido en el control de Gendarmería de Villegas, entre
Bariloche y El Bolsón. “Mi detención la acordaron Macri y
Bachelet”, dice Facundo emponchado en la celda de un metro ochenta
por un metro ochenta. Tiene 31 años y está sentado junto a uno de
los “sargentos” designados por la comunidad para que lo cuiden.
Bajo el poncho y con su lawen -la medicina mapuche-, Facundo desafía
a los presidentes de dos Estados. “Ellos me querían preso”,
dice. Susurrando, explica que lo van a juzgar dos veces por la misma
causa; y que el suyo fue un tema de debate entre Macri y Bachelet;
que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, lo tiene en agenda;
que los grandes medios de Buenos Aires dicen que le declaró la
guerra a dos Estados pero que la guerra la empezaron los Estado hace
130 años “contra nosotros porque son dos Estados capitalistas que
nos oprimen, junto a los terratenientes y las empresas
transnacionales”. Aún en voz baja sus palabras suenan con fuerza.
Toma el mate que le ceba “su” sargento, que no tiene más de 25
años y advierte que “hay sectores del pueblo mapuche que empezaron
a tomar conciencia, a recuperar conciencia y las tierras, y a
reconstruir nuestro mundo”.
“Dicen que mi
viejo era inglés, cualquier cosa dicen” mientras se ríe. El
“Jones” llegó de algún mestizaje pasado, pero la familia
paterna de Facundo nació y vivió en Cushamen, un paraje cercano a
la localidad chubutense de Esquel. Una zona luego comprada por
Benetton. Los capataces de esa estancia fueron corriendo alambrados,
expulsando a los pobladores originarios de la tierra y conformaron un
territorio de 800 mil hectáreas.
Allí fue donde
el lonko Facundo Jones Huala, junto a su comunidad, recuperó las
tierras y conformó el lof Resistencia Cushamen. Ese proceso no fue
acompañado físicamente por María Isabel, se trataba de la
recuperación de un territorio del linaje paterno. Pero sí estuvo
presente y activa en la complejo formación de la identidad de
Facundo como lonko.
Facundo es el más
grande los hermanos. Le siguen Fernando, Fiorella, Fausto, Nicolás y
Pirén, de 9 años. Es hijo de María Isabel y Ramón Eloy Jones
Huala, con quien la mujer estuvo casada “por las leyes huinca”.
Los cuatro primeros hermanos son del mismo padre, de quien María
Isabel se separó cuando el ahora lonko tenía 11 años. La
separación, el regreso a Bariloche, complicó las cosas. “Facundo
me ayudó muchísimo, fue mi mano derecha en el tiempo en que me
separé, por ser el mayor muchas veces se tomaba atribuciones como
papá”, cuenta María Isabel y se ríe. “Aunque tuvimos que
trabajar muchísimo para que él ocupe el puesto de hermano mayor y
no de papá, peleábamos mucho por eso”.
Facundo tenía de
chico una salud endeble. “Lo podían hacer pasar por loco, le
podían llegar a decir que era esquizofrenia, falta de vitaminas, de
minerales, andá a saber que más. Pero en realidad, tenía que
conocer y asumir su condición de lonko”, explica María Isabel.
“Lo que tenía era una enfermedad espiritual y que si no se trata
enferma al cuerpo”, dice mientras explica que una machi lo empezó
a curar y encontró que él tenía que ser lonko, que su enfermedad
no era física si no espiritual.
“Dicen que mi
viejo era inglés, cualquier cosa dicen” mientras se ríe. El
“Jones” llegó de algún mestizaje pasado, pero la familia
paterna de Facundo nació y vivió en Cushamen, un paraje cercano a
la localidad chubutense de Esquel. Una zona luego comprada por
Benetton. Los capataces de esa estancia fueron corriendo alambrados,
expulsando a los pobladores originarios de la tierra y conformaron un
territorio de 800 mil hectáreas. Allí fue donde el lonko Facundo
Jones Huala, junto a su comunidad, recuperó las tierras y conformó
el lof Resistencia Cushamen. Ese proceso no fue acompañado
físicamente por María Isabel, se trataba de la recuperación de un
territorio del linaje paterno. Pero sí estuvo presente y activa en
la complejo formación de la identidad de Facundo como lonko. Facundo
es el más grande los hermanos. Le siguen Fernando, Fiorella, Fausto,
Nicolás y Pirén, de 9 años. Es hijo de María Isabel y Ramón Eloy
Jones Huala, con quien la mujer estuvo casada “por las leyes
huinca”. Los cuatro primeros hermanos son del mismo padre, de quien
María Isabel se separó cuando el ahora lonko tenía 11 años. La
separación, el regreso a Bariloche, complicó las cosas. “Facundo
me ayudó muchísimo, fue mi mano derecha en el tiempo en que me
separé, por ser el mayor muchas veces se tomaba atribuciones como
papá”, cuenta María Isabel y se ríe. “Aunque tuvimos que
trabajar muchísimo para que él ocupe el puesto de hermano mayor y
no de papá, peleábamos mucho por eso”. Facundo tenía de chico
una salud endeble. “Lo podían hacer pasar por loco, le podían
llegar a decir que era esquizofrenia, falta de vitaminas, de
minerales, andá a saber que más. Pero en realidad, tenía que
conocer y asumir su condición de lonko”, explica María Isabel.
“Lo que tenía era una enfermedad espiritual y que si no se trata
enferma al cuerpo”, dice mientras explica que una machi lo empezó
a curar y encontró que él tenía que ser lonko, que su enfermedad
no era física si no espiritual.
La machi
determinó que Facundo debía transformarse en lonko con algunas
ceremonias. Tenía todas las virtudes y características. Le faltaba
realizar determinadas ceremonias para no estar tan enfermo. “Con la
recuperación de Cushamen es justo cuando le dicen que tiene que
levantarse como lonko, que ya no hay tiempo. Ese espíritu estaba
apurando y él cada vez más enfermo y es ahí donde habla con la
abuela y la familia paterna y deciden recuperar esas tierras”,
recuerda su madre.
“Para los
mapuches, la machi es psicóloga, enfermera, doctora, es todo para
nosotros. Otras machi más lo vieron a Facundo. Así como dijeron que
se estaban levantando lonkos en Puel Mapu (tierras al este de la
cordillera), también se están levantando machis”, explica María
Isabel.
A pesar del
recuerdo y la risa del momento, “no es que todo sea ‘mire qué
bonito lo que está pasando’. Lo que pasa es que esas son como
enfermedades, hay que hacer ceremonias, tomar lawen, varias cosas”,
dice la mujer.
El 3 de julio,
unas cien personas -la mayoría mapuche de distintas comunidades-
caminaron por las calles de Bariloche para reclamar la liberación
del lonko. “Marichiweu -gritaban-. Diez veces venceremos”.
Dos días antes,
Facundo había sido trasladado desde Bariloche hasta Esquel. Con
casco, chaleco antibalas, esposado, entre gendarmes. “El Chapo
Guzmán parecía”, dicen en la marcha dos días después.
En la celda
número cuatro del Escuadrón de Gendarmería, antes del traslado,
Facundo susurra que el pueblo mapuche “fue históricamente
oprimido, pero que siempre tuvo conciencia de su historia, cultura, y
de su tradición guerrera y libertaria” y que por eso se da en los
últimos años este “renacer de la lucha, con gran contenido
espiritual”.
La resistencia,
la violencia, la muerte, rondan su discurso. “Fuimos un pueblo a
punto de morir; nuestra generación es la última esperanza”,
plantea y cuela términos occidentales que matizan su palabra
ancestral: habla de cultura libertaria y de proceso dialéctico.
“Debemos impedir que destruyan nuestro territorio, peleamos contra
la contaminación de las mineras, las petroleras, que destruyen los
espacios sagrados”, dice. En esa defensa “se profundiza un
proceso dialéctico: estamos los oprimidos y hay un opresor”,
sintetiza bajo su poncho.
Desde la celda de
un metro ochenta por un metro ochenta advierte: “Eso lleva a la
radicalización. Hemos agotado todas las vías pacíficas, legales e
institucionales. Están agotadas. Si no resistimos, nos morimos”.
La machi
determinó que Facundo debía transformarse en lonko con algunas
ceremonias. Tenía todas las virtudes y características. Le faltaba
realizar determinadas ceremonias para no estar tan enfermo. “Con la
recuperación de Cushamen es justo cuando le dicen que tiene que
levantarse como lonko, que ya no hay tiempo. Ese espíritu estaba
apurando y él cada vez más enfermo y es ahí donde habla con la
abuela y la familia paterna y deciden recuperar esas tierras”,
recuerda su madre. “Para los mapuches, la machi es psicóloga,
enfermera, doctora, es todo para nosotros. Otras machi más lo vieron
a Facundo. Así como dijeron que se estaban levantando lonkos en Puel
Mapu (tierras al este de la cordillera), también se están
levantando machis”, explica María Isabel. A pesar del recuerdo y
la risa del momento, “no es que todo sea ‘mire qué bonito lo que
está pasando’. Lo que pasa es que esas son como enfermedades, hay
que hacer ceremonias, tomar lawen, varias cosas”, dice la mujer. El
3 de julio, unas cien personas -la mayoría mapuche de distintas
comunidades- caminaron por las calles de Bariloche para reclamar la
liberación del lonko. “Marichiweu -gritaban-. Diez veces
venceremos”. Dos días antes, Facundo había sido trasladado desde
Bariloche hasta Esquel. Con casco, chaleco antibalas, esposado, entre
gendarmes. “El Chapo Guzmán parecía”, dicen en la marcha dos
días después. En la celda número cuatro del Escuadrón de
Gendarmería, antes del traslado, Facundo susurra que el pueblo
mapuche “fue históricamente oprimido, pero que siempre tuvo
conciencia de su historia, cultura, y de su tradición guerrera y
libertaria” y que por eso se da en los últimos años este “renacer
de la lucha, con gran contenido espiritual”. La resistencia, la
violencia, la muerte, rondan su discurso. “Fuimos un pueblo a punto
de morir; nuestra generación es la última esperanza”, plantea y
cuela términos occidentales que matizan su palabra ancestral: habla
de cultura libertaria y de proceso dialéctico. “Debemos impedir
que destruyan nuestro territorio, peleamos contra la contaminación
de las mineras, las petroleras, que destruyen los espacios sagrados”,
dice. En esa defensa “se profundiza un proceso dialéctico: estamos
los oprimidos y hay un opresor”, sintetiza bajo su poncho. Desde la
celda de un metro ochenta por un metro ochenta advierte: “Eso lleva
a la radicalización. Hemos agotado todas las vías pacíficas,
legales e institucionales. Están agotadas. Si no resistimos, nos
morimos”.
A Facundo siempre
le gustó leer. “Viene del lado de su abuelo materno, que le
inculcó el gusto por la lectura, por informarse, debatir, leer
historia con contenido, con conciencia”, reconstruye María Isabel.
Los recuerdos se
le entremezclan. Quienes lo conocieron dicen que de chico era bravo,
inquieto. Pero para la madre, el rol que cumplió ayudando a cuidar a
sus hermanos, jugueteando con ocupar el lugar del padre de familia,
pueden más. “No era revoltoso, era muy ordenado, me ayudaba mucho
con sus hermanos. Era muy curioso, le gustaba aprender”. A la madre
de Facundo no le gusta la palabra “rebeldía” para describir a su
hijo. “¿Cómo, cuál rebeldía?”, repregunta y aclara: “Es una
lucha de pueblo. A nosotros nos negaron, nos ningunearon, nos
escondieron debajo de la alfombra. Hoy ya no nos pueden seguir
manteniendo debajo de la alfombra”.
Facundo fue
salteado a la escuela primaria y a la secundaria. Donde más aprendió
fue yendo a las bibliotecas. Esos espacios fueron refugios cuando se
escapaba de la casa cuando se peleaba con su madre. “Las primeras
veces que se enojó conmigo y se fue de la casa, se me escapó un par
de veces”, reconoce María Isabel. “Yo estaba asustada porque no
sabía adónde estaba, y estaba allá”, dice y cabecea hacia la
Biblioteca Sarmiento, en el Centro Cívico de Bariloche, hasta donde
llegó la marcha pidiendo la liberación de su hijo. “Allá, en la
Biblioteca Sarmiento, una noche casi lo dejan encerrado leyendo
libros. Eso puede ser que sea rebeldía”, y finalmente se ríe.
Facundo, desde su
celda, niega que esa rebeldía lo haya llevado a estar involucrado en
hechos de terrorismo o de sangre en Chile, cuyo Estado pide la
extradición. “Esto es totalmente político”, insiste, y apunta
contra el pretendido progresismo de la coalición socialdemocráta
chilena: “Macri y Bachelet, un gobierno de derecha y otro que se
dice de izquierda, y que a la hora de las políticas neoliberales son
solo uno”.
Bajo el poncho,
en la celda, dice que le adjudican “delitos comunes con fines
políticos en un contexto de conflictividad social, y que la prensa
habla de terrorismo, aunque nunca se lo acusó de eso, y que la causa
por el incendio de una propiedad, la tenencia de armas de fabricación
artesanal, y transgredir ley de Extranjería, se da el contexto de la
lucha contra los terratenientes y las empresas transnacionales”.
De corrido,
repite que “nosotros nos defendemos, y a esa autodefensa la llaman
violencia. El monopolio de la violencia la tiene el Estado; a mi
primo le sacaron la carretilla en Leleque, a mi hermano le hicieron
perder un oído. ¿Eso no es violencia? A nosotros no nos pagan por
defendernos, a ellos sí por atacarnos”.
A Facundo siempre
le gustó leer. “Viene del lado de su abuelo materno, que le
inculcó el gusto por la lectura, por informarse, debatir, leer
historia con contenido, con conciencia”, reconstruye María Isabel.
Los recuerdos se le entremezclan. Quienes lo conocieron dicen que de
chico era bravo, inquieto. Pero para la madre, el rol que cumplió
ayudando a cuidar a sus hermanos, jugueteando con ocupar el lugar del
padre de familia, pueden más. “No era revoltoso, era muy ordenado,
me ayudaba mucho con sus hermanos. Era muy curioso, le gustaba
aprender”. A la madre de Facundo no le gusta la palabra “rebeldía”
para describir a su hijo. “¿Cómo, cuál rebeldía?”, repregunta
y aclara: “Es una lucha de pueblo. A nosotros nos negaron, nos
ningunearon, nos escondieron debajo de la alfombra. Hoy ya no nos
pueden seguir manteniendo debajo de la alfombra”. Facundo fue
salteado a la escuela primaria y a la secundaria. Donde más aprendió
fue yendo a las bibliotecas. Esos espacios fueron refugios cuando se
escapaba de la casa cuando se peleaba con su madre. “Las primeras
veces que se enojó conmigo y se fue de la casa, se me escapó un par
de veces”, reconoce María Isabel. “Yo estaba asustada porque no
sabía adónde estaba, y estaba allá”, dice y cabecea hacia la
Biblioteca Sarmiento, en el Centro Cívico de Bariloche, hasta donde
llegó la marcha pidiendo la liberación de su hijo. “Allá, en la
Biblioteca Sarmiento, una noche casi lo dejan encerrado leyendo
libros. Eso puede ser que sea rebeldía”, y finalmente se ríe.
Facundo, desde su celda, niega que esa rebeldía lo haya llevado a
estar involucrado en hechos de terrorismo o de sangre en Chile, cuyo
Estado pide la extradición. “Esto es totalmente político”,
insiste, y apunta contra el pretendido progresismo de la coalición
socialdemocráta chilena: “Macri y Bachelet, un gobierno de derecha
y otro que se dice de izquierda, y que a la hora de las políticas
neoliberales son solo uno”. Bajo el poncho, en la celda, dice que
le adjudican “delitos comunes con fines políticos en un contexto
de conflictividad social, y que la prensa habla de terrorismo, aunque
nunca se lo acusó de eso, y que la causa por el incendio de una
propiedad, la tenencia de armas de fabricación artesanal, y
transgredir ley de Extranjería, se da el contexto de la lucha contra
los terratenientes y las empresas transnacionales”. De corrido,
repite que “nosotros nos defendemos, y a esa autodefensa la llaman
violencia. El monopolio de la violencia la tiene el Estado; a mi
primo le sacaron la carretilla en Leleque, a mi hermano le hicieron
perder un oído. ¿Eso no es violencia? A nosotros no nos pagan por
defendernos, a ellos sí por atacarnos”.
Desde que tomó
conciencia de su condición de lonko, mezcla sus lecturas con los
rituales ancestrales y la profundización del conocimiento de su
historia. Desde la puerta de la celda, asegura que no teme que la
prisión se prolongue también dice no temer a la muerte. “A
nosotros no nos importa morir, si morimos combatiendo de manera
heroica”, explica el lonko y weichafe (guerrero). “Nos vamos con
nuestros antepasados si morimos luchando, es algo honorable morir
combatiendo como un waichafe”, repite y promete que si llega la
muerte “será por algo digno, por un futuro mejor para nuestros
hijos y nietos. Ningún burgués va a ceder sus privilegios por las
buenas. La lucha es para volver a conseguir la felicidad del pueblo
mapuche, después de 130 años. Vivir con este sistema es estar
muerto en vida”.
Dos días después
de esa charla, mientras marcha por el centro de Bariloche, María
Isabel se comunica por teléfono con Facundo, encerrado en Esquel.
Levantó la huelga de hambre porque le permitieron acceder a una
celda donde se respeten sus costumbres, el acceso a la medicina
mapuche, sus rituales. Es la única vez en toda la movilización, que
María Isabel se emociona, hunde el teléfono en el costado de la
cara para que los gritos de “marichiweu” no le impidan escuchar
la voz de su hijo.
En ese estado de
emoción, no disimula contar que “aprendió todo de él. Yo digo él
es mi hijo, lo amo como hijo, es mi vida, yo el día que decidí
tenerlo asumí una responsabilidad de madre, por eso lo acompaño y
estoy con él, porque sé que es una lucha digna; pero también es mi
lamien, mi hermano mapuche, pero también es mi autoridad, mi lonko”,
e insiste: “Yo sé que muchas veces es difícil entenderlo, muchas
madres que han sufrido cosas con sus hijos a veces no lo pueden
entender. Yo lo asumo desde esa lado, lo veo como mi hermano mapuche
que está luchando por mi pueblo, no solamente por él o por mí como
mamá. Está luchando por un pueblo, que se tiene que levantar, que
despertar, que dejar de ser oprimido, pisoteado, ninguneado,
insultado”.
Desde que tomó
conciencia de su condición de lonko, mezcla sus lecturas con los
rituales ancestrales y la profundización del conocimiento de su
historia. Desde la puerta de la celda, asegura que no teme que la
prisión se prolongue también dice no temer a la muerte. “A
nosotros no nos importa morir, si morimos combatiendo de manera
heroica”, explica el lonko y weichafe (guerrero). “Nos vamos con
nuestros antepasados si morimos luchando, es algo honorable morir
combatiendo como un waichafe”, repite y promete que si llega la
muerte “será por algo digno, por un futuro mejor para nuestros
hijos y nietos. Ningún burgués va a ceder sus privilegios por las
buenas. La lucha es para volver a conseguir la felicidad del pueblo
mapuche, después de 130 años. Vivir con este sistema es estar
muerto en vida”. Dos días después de esa charla, mientras marcha
por el centro de Bariloche, María Isabel se comunica por teléfono
con Facundo, encerrado en Esquel. Levantó la huelga de hambre porque
le permitieron acceder a una celda donde se respeten sus costumbres,
el acceso a la medicina mapuche, sus rituales. Es la única vez en
toda la movilización, que María Isabel se emociona, hunde el
teléfono en el costado de la cara para que los gritos de
“marichiweu” no le impidan escuchar la voz de su hijo. En ese
estado de emoción, no disimula contar que “aprendió todo de él.
Yo digo él es mi hijo, lo amo como hijo, es mi vida, yo el día que
decidí tenerlo asumí una responsabilidad de madre, por eso lo
acompaño y estoy con él, porque sé que es una lucha digna; pero
también es mi lamien, mi hermano mapuche, pero también es mi
autoridad, mi lonko”, e insiste: “Yo sé que muchas veces es
difícil entenderlo, muchas madres que han sufrido cosas con sus
hijos a veces no lo pueden entender. Yo lo asumo desde esa lado, lo
veo como mi hermano mapuche que está luchando por mi pueblo, no
solamente por él o por mí como mamá. Está luchando por un pueblo,
que se tiene que levantar, que despertar, que dejar de ser oprimido,
pisoteado, ninguneado, insultado”.
Santiago Rey
Periodista
Santiago Rey no
recuerda haber querido dedicarse a otra cosa que no sea al
periodismo, salvo cuando -como todos los argentinos-, soñaba ser
jugador de fútbol, y -como casi todo el mundo, asegura él-, en
Independiente.
Por eso
tempranamente pisó una redacción. Fue a los 15 cuando hizo un
taller de periodismo para “chicos y jóvenes”, así se ofrecía,
en el recién creado Página/12. Era la redacción de avenida
Belgrano, y recuerda que se sintió tan cómodo que creyó entender
para dónde iba su vida. Párvulo escuchador de radio y lector de
diarios, al llegar el momento de decidir qué estudiar no concibió
otra opción.
Comenzó a hacer
radio a los 17, con la secuencia oyente-ayudador-productor-algo de
aire, en el programa “La Linterna”, de la vieja FM Municipal
(último piso del Centro Cultural San Martín). Desde entonces no
hubo año que no condujera un programa. Fueron unos 25 distintos a lo
largo de estos 27 años.
Luego de un paso
no concluido por una facultad, elegió el sur para vivir. Al igual
que en otras ciudades pequeñas, la complejidad extra que supone el
ejercicio del periodismo en Bariloche es que a las personas
mencionadas, investigadas, denunciadas, o mimadas en una nota, se las
encuentra en la cola del supermercado, en el colectivo o en la
escuela de los chicos. No es un problema menor si alguien desconfía
tanto de las amenazas como de las palmadas en la espalda.
Trabajó en
diarios, radio y TV, cofundó y dirigió la revista “Zona
rionegrina”, y el diario online Agencia de Noticias Bariloche, que
lo tuvo como su director periodístico durante ocho años.
Actualmente conduce el programa radial “En estos días” y escribe
en la Revista CIC -Periodismo Con Intervención del Cronista
-www.revistacic.com.ar-.
¡¿Que si tengo
mascota, eh?!, pregunta y describe a un gato itinerante, que va a
comer y dormir cada tanto a su casa. Y al que le sospecha otro hogar.
Por su carácter enjuto y las posiciones extrañas que adopta cuando
escucha a Fernando Cabrera, Santiago afirma que es uruguayo. Por eso
lo bautizó como Óscar Washington mientras asegura que lo mejor que
le pasó ayer fue volver a saber que sus hijos son personas nobles y
buenas.
Fuente:
Santiago Rey, “Si no resistimos, morimos”, 07/07/17, Revista Anfibia. Consultado 08/07/17.
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