por Sergio
Federovisky
Si lo hubiese
pensado un guionista no se habría atrevido a ser tan sádico: justo
cuando se escribía acerca del cumplimiento del primer año de
impunidad del accidente que derramó en Veladero más de un millón
de litros de agua con cianuro, Barrick Gold produjo un nuevo
incidente, tan opaco como el anterior. Y, poco más tarde, un
tercero.
En todos los
casos, el gobierno sanjuanino se enteró varios días después de
ocurrido cada incidente y solo salió a la luz pública porque los
vecinos de Jáchal, el pueblo que está aguas abajo de Veladero, lo
difundió, atemorizado. ¿Será, como sugieren los habitantes de
Jáchal, el pueblo que aguanta la respiración a los pies del río
homónimo que baja de la mina de Barrick, que el emprendimiento que
explota Barrick tiene estatus extraterritorial, como una especie de
principado minero?
Las nuevas
autoridades de la Cámara Argentina de Empresas Mineras asumieron
tras el primer derrame de Barrick con la misión de cambiar la
percepción social acerca de la minería a cielo abierto (lo que
ellos llaman "la" minería, como si fuese equivalente
-ambientalmente hablando- a la obtención de granito para mesadas de
cocina). El presidente Marcelo Alvarez, no procedente de la criticada
industria minera, dijo públicamente que la actividad debe cambiar
sus estándares y avanzar hacia la transparencia.
Barrick
evidentemente no lo ayuda. Transparencia es justamente lo que falta.
Esto sirve para entender a qué se expone la sociedad cuando "elige"
-el verbo es un modo de decir- este tipo de actividades para generar
riqueza. La minería a cielo abierto funciona como un gran
chantajista que, como jura traer inversiones, desarrollo y trabajo,
exige que todo le sea permitido.
Por caso, como
dice Antonio Brailovsky, lo que ocurre con sus residuos peligrosos.
El cianuro, aclara, es un veneno tremendo pero se degrada en el
contacto con el aire en pocos meses: "El problema mayor -dice-
son los tóxicos que no se degradan, como algunos químicos y metales
pesados. Un emprendimiento como Veladero (y varios más) está
autorizado a no tratar sus residuos peligrosos sino que los pueden
acumular en un enorme lago de barros tóxicos, llamado dique de
colas. Estamos hablando de un volumen de decenas de hectómetros
cúbicos. Es decir, que equivale al volumen de muchos cubos de 100
metros de lado". O sea que a la amenaza permanente de un derrame
que inutilice el agua de un río con cianuro, se le debe agregar el
pasivo que supone un estanque repleto de sustancias tóxicas que
Barrick dejará cuando haya extraído todo el oro posible de las
montañas.
Cabría agregar
otra pequeña licencia del Estado a favor de la minera. Al aprobarse
la ley de glaciares, cuya primera versión la ex presidenta Cristina
Fernández de Kirchner vetó con entusiasmo explícito a pedido de la
ideología nacional y popular de Barrick Gold, se determinó la
prohibición de toda actividad extractiva sobre área glaciar y
periglaciar. Esa porción de la ley está vigente, independientemente
del inventario de glaciares que se ordena confeccionar al IANIGLA, un
instituto del Conicet especializado en la temática. A confesión de
partes relevo de pruebas, recuerdan las organizaciones
ambientalistas: en un folleto distribuido por la propia Barrick con
la finalidad de congraciarse con los sanjuaninos antes de iniciar su
emprendimiento de Veladero explicaba didácticamente cómo
trasladaría el glaciar sobre el cual desarrolla la explotación
aurífera. Conclusión: Barrick está sobre un glaciar y la ley que
reglamenta sobre la conservación de esos cuerpos de agua
permanentemente congelada lo prohíbe.
Además de
Veladero, Barrick encabeza la extracción de oro binacional de
Pascua-Lama, que sí se ha convertido, por gestión de los
gobernantes de la Argentina (Cristina Kirchner) y Chile (Sebastián
Piñera) en una suerte de emplazamiento suprajurisdiccional al que
los Estados democráticos no pueden acceder. Sin embargo, debido a la
mala praxis que derivó en impactos ambientales negativos sobre los
glaciares, la Corte Suprema de Chile detuvo la explotación de aquel
lado de la cordillera. De modo notable, la uniformidad del
emprendimiento -se supone que la montaña es la misma más allá de
la existencia formal de una frontera- quedó desarticulada para la
dirigencia política argentina: jamás se investigó si dicho impacto
se producía también del otro costado de Los Andes y el entonces
gobernador de San Juan, tan medido como equilibrado y dispuesto a
proteger el ambiente, afirmó sin dubitar que "en la Argentina
Pascua Lama goza de buena salud". El gran interrogante es en qué
momento la sociedad argentina decidió convivir con una actividad de
semejante peligrosidad. La primera pregunta asociada es: ¿a qué
costo? La segunda: ¿no hay alternativa?
Fuente:
Sergio Federovisky, ¿Cuándo fue que aceptamos convivir con la minería a cielo abierto?, 18/05/17, Infobae.
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