La lista de
agresiones ambientales de los últimos tiempos es interminable. Sin
duda la peor es la negligencia criminal de quienes deberían
ocuparse del saneamiento de uno de las peores situaciones ambientales
del mundo, la contaminación del Riachuelo. No se entiende por qué
siguen en libertad funcionarios y empresarios responsables de dañar
la salud de miles de personas.
Pero hay otras
muchas: las trampas a la Ley de Bosques en Córdoba y a la Ley de
Glaciares en San Juan, los loteos en una reserva ecológica en El
Bolsón, la falta de prevención de incendios forestales, la
continuación de la construcción de centrales nucleares, el
enorme poder político de las petroleras, que tienen su propio
Ministro en Argentina y dentro de unos días, lo tendrán en
Estados Unidos.
Por detrás de
todo, la sombra ominosa de un Presidente norteamericano que considera
al ambiente como un obstáculo para la realización de sus
negocios.
Esta impunidad
criminal tiene un punto de apoyo en la cultura: millones de personas
están convencidas de que las tecnologías que desarrollan las
grandes empresas pueden solucionar los problemas que ellas mismas
generan.
Esta ilusión
se vincula con la creciente artificialización del entorno y el
distanciamiento del medio natural al que pertenecemos y nos soporta.
Por eso mi
insistencia en recordar los ritmos de la naturaleza.
En esta entrega
ustedes reciben:
Un texto del escritor libanés contemporáneo Amin Maalouf, tomado de su novela "Las escalas de Levante", en el que describe los recuerdos infantiles asociados con este momento del año.
El recordatorio de mi obra "La ecología en la Biblia,y en otras creencias religiosas" y el contacto con el editor, para quienes tengan interés en el libro.
La obra de arte que acompaña esta entrega es: "Remero con sombrero de copa", del artista francés Gustave Caillebotte, (1848-1894) pintor y jardinero, una de las figuras menos conocidas y a la vez más originales del movimiento impresionista.
Quiero saludarlos
en el comienzo del verano (y del invierno para los amigos del
Hemisferio Norte).
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
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Las alegrías
de mi infancia las hallé fuera, en mis escasas, demasiado escasas,
escapadas lejos de la casa familiar.
¿Los mejores
recuerdos que conservo de aquella época? Tres años seguidos,
durante las vacaciones de verano, fui con mis abuelos maternos a un
pueblo de alta montaña, no lejos de aquel lugar encantador
que llamamos allá Canat-Bakich, el Canal de Baco. Cada día,
nada más despertarnos, mi abuelo y yo subíamos a pie hasta
la cumbre, llevando sólo bastones y algo con lo que apaciguar el
hambre: fruta y bocadillos.
Después de dos
horas de escalada, llegábamos a una cabaña de cabreros,
construida en tiempo de los romanos, según decían, pero que
carecía de esplendor antiguo alguno; era sólo un refugio de
piedra sin labrar, con una puerta tan baja que hasta yo, a los diez
años, tenía que agacharme para entrar. En el interior, una
silla de patas tambaleantes con la rejilla destrozada, y olor a
cabra. Pero, para mí, era un palacio, un reino. No bien
llegábamos, me instalaba allá; mi abuelo se sentaba fuera,
en una piedra alta, apoyándose con las dos manos en el bastón.
Me dejaba entregado a mis ensueños.
¡Dios mío,
qué ebriedad! Navegaba entre las nubes, era el amo del mundo,
sentÃía en mi vientre los cálidos júbilos del universo.
Y cuando el
verano terminaba y yo volvía a bajar a tierra, mi dicha se
quedaba allá en lo alto, en la cabaña. Me acostaba cada noche
en nuestra amplia casa, bajo los cobertores bordados, rodeado de
tapices, de sables cincelados y de aguamaniles otomanos, pero sólo
soñaba con la choza de los pastores. Por cierto, aún hoy, en la
otra vertiente de la vida, cuando vuelvo a ver en sueños el
territorio de mi infancia, lo que se me aparece es aquella cabaña.
Fui allá
tres años seguidos, a los diez, a los once y a los doce. Después,
el encantamiento se rompió. Mi abuelo tuvo algunos problemas de
salud y le desaconsejaron aquellas largas escaladas. A mí, sin
embargo, me seguía pareciendo vigoroso, con el pelo tan negro y
el hirsuto mostacho más negro todavía, sin la menor hebra de
plata. Pero se trataba de un abuelo, y nuestras chiquilladas no le
hacían ningún bien. Tuvimos que cambiar nuestro lugar de
veraneo. Fuimos a hermosos hoteles con piscinas, casinos y veladas de
baile, pero yo había perdido mi reino infantil.
Amin Maalouf: "Las escalas de Levante". Alianza Editorial, Biblioteca
Maalouf. 2010
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ISBN 978-987-9493-99-1 - promocion@maipue.com.ar ventas@maipue.com.ar
Fuente:
Antonio Elio Brailovsky, Los ritmos de la naturaleza: el verano, 21/12/16, Defensoría Ecológica. Consultado 21/12/16.
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