por Salvatore
Settis
Pisa, Italia.
Una plaga mortal acecha Venecia, y no se trata del cólera ante el
que el personaje de Thomas Mann, Gustav von Aschenbach, sucumbió en
la novela corta que el premio nobel publicó en 1912, Muerte en
Venecia. Una monocultura de turistas rapaces amenaza la existencia de
Venecia; diezma a esta ciudad histórica y convierte a la reina del
Adriático en una plaza comercial “disneyficada”.
Millones de
turistas llegan a las calles y canales de Venecia cada año y alteran
drásticamente la población y la economía, lo que provoca que
muchos de sus ciudadanos desaparecen de la ciudad isleña y que
quienes se quedan no tengan otra opción más que trabajar en
hoteles, restaurantes y tiendas vendiendo recuerdos de cristal y
máscaras de carnaval.
El turismo está
destrozando la estructura social, la cohesión y la cultura cívica
venecianas, pues se hace cada vez más predatorio. El número de
visitantes en la ciudad podría elevarse aún más ahora que los
viajeros internacionales están evitando destinos como Turquía y
Túnez a causa del miedo al terrorismo y los problemas políticos.
Esto significa que los 2400 hoteles y otros lugares de alojamiento
con los que la ciudad cuenta ya no satisfacen el apetito de la
industria turística. El número total de alojamientos en el centro
histórico de Venecia podría llegar a 50.000 e invadirlo por
completo.
Justo a lo largo del Gran Canal, cauce principal de Venecia, en los últimos 15 años se ha visto el cierre de instituciones estatales, oficinas judiciales, bancos, el Consulado Alemán, consultorios médicos y tiendas, para dar lugar a 16 hoteles nuevos.
La alarma que
provocó el estado de la ciudad condujo a que el mes pasado la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y
la Cultura (Unesco) decidiera poner a Venecia en su lista de
Patrimonios de la Humanidad en Peligro a menos que se alcance un
progreso sustancial para detener la degradación de la ciudad y su
ecosistema para cuando llegue febrero próximo.
Hasta ahora, la
Unesco solo le ha quitado a una ciudad el título de Patrimonio de la
Humanidad, en la que hay más de mil: Dresde, después de que las
autoridades alemanas ignoraron las recomendaciones de la Unesco, que
en 2009 aconsejaba no construir un puente sobre el río Elba, pues
estropearía el conjunto urbano y barroco. ¿Acaso Venecia será la
siguiente en alcanzar ese deshonroso estatus?
En su informe de
julio, el comité de la Unesco para el Patrimonio de la Humanidad
expresó “una gran preocupación” acerca de “la combinación de
transformaciones continuas y proyectos propuestos que amenazan con
hacer cambios irreversibles a la relación general entre la ciudad y
su laguna”, los cuales, según ellos, erosionarían la integridad
de Venecia.
El ultimátum de
la Unesco nace de varios problemas antiguos. Primero, el creciente
desequilibrio entre el número de habitantes de la ciudad (que se
desplomó de 174.808 en 1951 a 56.311 en 2014, el último año que
esas cifras estuvieron disponibles) y los turistas. El desarrollo
propuesto a gran escala, que incluye nuevos canales de navegación en
aguas profundas y un tren subterráneo que pasaría debajo de la
laguna, acelerarían la erosión y causarían estragos en el frágil
sistema ecológico y urbano que ha crecido en toda Venecia.
Por ahora,
cruceros gigantescos desfilan con regularidad frente a la Plaza de
San Marcos, la plaza pública principal de la ciudad, mofándose de
los logros de los últimos 1500 años. Para mencionar solo uno, el
MSC Divina tiene 67 metros de altura, dos veces más que el Palacio
Ducal de Venecia, un hito de la ciudad, que se construyó en el siglo
XIV. A veces, en un solo día entran a la laguna una decena de
cruceros.
La respuesta de
las autoridades italianas a los problemas reales que Venecia enfrenta
brinda pocas esperanzas de que esta situación cambie pronto. Después
del naufragio del Costa Concordia en enero de 2012 frente a las
costas de Toscana, que provocó la muerte de 32 personas, el gobierno
italiano detcidió que los megabuques deben quedarse por lo menos a
dos kilómetros y medio de la costa para prevenir accidentes
similares en el futuro. Sin embargo, el gobierno italiano, como era
de esperar, fracasó al resistirse a las grandes cantidades de dinero
que las empresas turísticas prometen: se creó un vacío legal solo
para Venecia. Un crucero que llegara a tocar tierra en la Plaza de
San Marcos destruiría siglos de historia irremplazable.
Además, después
del escándalo de corrupción en torno al proyecto de una barrera
para la laguna con un costo de miles de millones de dólares, el
alcalde Giorgio Orsoni se vio obligado a renunciar en junio de 2014;
un año más tarde fue Luigi Brugnaro quien lo remplazó e impulsó
el turismo veneciano. Brugnaro no solo da la bienvenida a barcos
colosales, sino que incluso ha propuesto la venta de millones de
dólares de arte de los museos de la ciudad para ayudar a controlar
la exorbitante deuda de Venecia.
La destrucción
de Venecia no le conviene a Italia; sin embargo, las autoridades
siguen sin hacer nada. Las autoridades locales -de la ciudad y de
la región- tienen un conflicto con el gobierno en Roma. A pesar de
eso, no han logrado diversificar la economía de la ciudad, lo cual
significa que cualquier cambio dejaría sin trabajo a los pocos
venecianos que quedan. Para renovar la vida económica de Venecia, se
necesitan nuevas políticas cuyo objetivo sea animar a los jóvenes a
que permanezcan en la ciudad histórica, con lo que alentarían la
manufactura y generarían oportunidades para empleos creativos -desde
la investigación hasta universidades y el mundo del arte- mientras
vuelven a hacer útiles los edificios vacíos.
El Ministerio de
Patrimonio Cultural no ha hecho nada a favor de Venecia, aunque la
protección del ambiente y el patrimonio cultural están entre los
principios fundamentales de la constitución italiana. Las
autoridades tampoco están desarrollando proyecto alguno para
preservar los monumentos de Venecia y asegurar a sus ciudadanos un
futuro digno.
Si Italia quiere
evitar que Venecia sufra más destrucción por parte de la nueva
plaga que está devorando su belleza y memoria colectiva, primero
debe revisar sus prioridades generales y, cumpliendo con su propia
constitución, debe poner el patrimonio cultural, la educación y la
investigación por delante de cualquier negocio.
Salvatore Settis
es el presidente del consejo consultivo científico del Museo de
Louvre y autor del libro de próxima publicación "If Venice
Dies".
Fuente:
Salvatore Settis, ¿Podemos salvar Venecia antes de que sea demasiado tarde?, 05/09/16, The New York Times. Consultado 06/09/16.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Acqua alta", apunte a la acuarela" de la artista Laura Climent.
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