por Ismael Arana
Cinco años
después del tsunami de Japón y el accidente nuclear de Fukushima,
el peor de la historia junto al de Chernóbil, en los alrededores de
la central siniestrada no mora persona alguna debido a los riesgos
que la radiación implica. Sin embargo, esas mismas tierras
deshabitadas por humanos son hogar de decenas de vacas salvadas del
sacrificio por sus dueños hace años. Animales que se han convertido
en los protagonistas inesperados de un estudio científico que
pretende conocer los efectos que tiene sobre los animales vivir un
tiempo prolongado expuestos a bajos niveles de radiación.
Hace años, este
área era un edén para la agricultura y la ganadería, con más de
3.500 reses y otros animales pastando en sus prados. Tras el fatídico
11 de marzo de 2011, día del accidente, los habitantes que residían
en 20 kilómetros a la redonda de la central fueron forzados a
evacuar sus hogares, momento en el que muchos liberaron a sus vacas
para que pudieran sobrevivir por su cuenta en el área afectada.
Pasado un tiempo
se estimó que unas 1.400 habían muerto de hambre, y posteriormente
el Gobierno ordenó sacrificar a las que quedaban por temor a que
causaran accidentes y porque su carne no podía ser consumida. Aunque
otras 1.500 perecieron en esa campaña, varios de los ganaderos
decidieron mantener con vida a sus animales por el cariño que les
profesaban. Ahora, la investigación en la que participan los bóvidos
supone un motivo extra para seguir cuidando de ellos.
Unos 200
ejemplares son a día de hoy alimentados y atendidos por los antiguos
rancheros, según AP. Uno de ellos, Fumikazu Watanabe, va cada día
hasta el pueblo fantasma de Namie, a 11 kilómetros al noroeste de la
central, en donde mantiene y alimenta a entre 30 y 40 vacas en
colaboración con otros siete granjeros.
"¿Cuál es el
sentido de sacrificar las vacas?", declaró a la agencia en un
granero. "Mantenerlas vivas con fines científicos significa que
podremos pasar los frutos del estudio a la siguiente generación en
vez de dejar simplemente un legado negativo", asegura. Ahora, los
investigadores visitan cada tres meses a estos animales para tomar
muestras de sangre, orina y comprobar que no tienen bultos o nódulos
linfáticos inflamados, un proceso que requiere unos cinco minutos.
Este equipo
científico está integrado por expertos veterinarios y en radiación
de las universidades de Iwate, Tokai y Kitasato, y fue formado un año
después de la catástrofe bajo el nombre de Sociedad para los
Animales Refugiados y la Protección del Medio Ambiente tras el
Desastre Nuclear.
Keiji Okada,
profesor asociado de medicina veterinaria y agricultura de la
Universidad Iwate, declaró a AP que el Gobierno nipón consideraba
inútil el estudio de estos animales, ya que no podían determinar a
cuánta radiación habían sido expuestos inmediatamente después del
desastre. Pero él no está de acuerdo, y considera que los datos que
extraigan pueden ayudar a los investigadores a saber si los
agricultores pueden llegar a trabajar en el futuro en las zonas
afectadas. "No hay estudios precedentes de animales expuestos a
dosis bajas de radiación, y no tenemos ni idea de los resultados que
vamos a conseguir. Por eso mismo este estudio es necesario", añadió. "Necesitamos saber qué niveles de radiación tienen un efecto
peligroso en grandes mamíferos y qué niveles no lo hacen".
Por ahora, el
científico reconoce que los órganos internos de las reses y las
funciones reproductivas no han mostrado ninguna anomalía
significativa en lo relacionado con la exposición a la radiación,
pero que todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones sobre
el cáncer o la leucemia bovina, que también puede ser producida por
mosquitos infectados con un virus que causa esta enfermedad.
"Incluso si
detectamos leucemia en las vacas, no sabemos si es causada por la
radiación o si se trata de la producida por el virus", apuntó
Okada. "El objetivo de este año es saber diferenciar entre las
dos".
Desde que empezó
el estudio, muchas vacas han muerto, aunque la escasez de alimentos
ha jugado un papel importante y hace que sea más difícil determinar
las causas de la muerte. A la pregunta de si la radiación está
matando a las vacas o enfermándolas, Okada aclara que su equipo está
trabajando para llegar a una conclusión antes de marzo.
Aunque teme que
los resultados desaten el temor a que la zona no pueda volver a ser
habitada o apta para la agricultura, Okada cree que el estudio
mostrará en qué condiciones es seguro criar ganado expuesto a la
radiación de bajo nivel y la mejor manera de hacer frente a una fuga
de este tipo en caso de que se volviera a repetir. "Tenemos que
saber qué niveles de radiación son seguros y cuáles peligrosos
para los grandes mamíferos, y tener esos datos preparados para que
la eutanasia de los animales (en caso de accidente) se pueda mantener
al mínimo", agregó Okada.
Fuentes:
Ismael Arana, Las vacas de Fukushima, 'conejillos de indias de la radiactividad', 30/09/16, El Mundo. Consultado 30/09/16.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Fuku 1" del artista Michael Proepper.
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