"Voces de
Chernóbil", la gran investigación de la premio Nobel
bielorrusa sobre el accidente nuclear.
La bielorrusa
Svetlana Aleksiévich (ex-URSS, 1948) enlaza sus temas en una crítica
continua al régimen soviético. Entre sus libros destaca Voces de
Chernóbil, en el que la ganadora del Nobel de Literatura 2015
desaparece para que sólo hablen los afectados por el accidente del
reactor nuclear. Sólo hay un capítulo con declaraciones suyas; ahí
dice: "...la historia está formada por la vida de todos
nosotros. Yo quiero contar la historia de manera que no se pierdan
los destinos de los hombres... ni de un solo hombre".
"¿Quiere
usted hechos, detalles de aquellos días? ¿O mi historia?",
pregunta un entrevistado y así señala los dos pilares del libro: la
crónica fragmentada, con datos sobre la situación general; y la
subjetividad de los que padecieron el accidente y sus consecuencias.
El resultado es
tan necesario como estremecedor de leer. El "pacto de lectura"
es el de la crónica periodística: si Voces de Chernóbil fuera
ficción, la desecharíamos por encontrar demasiados golpes bajos en
el relato imaginado por el autor. Al asumir que los casos son reales,
el verosímil queda allanado, y nuestro ánimo, predispuesto a la
compasión.
Aleksiévich
conserva el registro oral: "escuchamos" hablar a hombres y
mujeres que nos cuentan de los sacrificios impulsados por el amor -a
la tierra, a la pareja o los hijos, al prójimo, a los animales- y de
los crímenes contra las mismas víctimas. De agonías insoportables,
de los mil modos en que la muerte fermenta en los cuerpos irradiados.
Nos hablan de la
mala prevención, de los errores ante la premura por controlar el
accidente, de nuestro desconocimiento de la Física. De la
desinformación y las amenazas promovidas por el Partido (cuando no
de su propia "combinación letal de ignorancia y
corporativismo"). Del secretismo de un Estado que, por no
sembrar el pánico, engaña a pobladores y soldados sin brindarles
medios de protección, que sus propios mandos altos sí usan. Un
Estado que luego difunde la mentira de una "situación
controlada" y borra documentos comprometedores.
Los castigos no
alcanzan, pero muerte sobra. El hombre incluso provoca un exterminio
animal. Se reivindica con actos de heroísmo al lidiar con el
desastre, pero -como pide uno de los involucrados- "primero hay
que hablar de la chapuza general y del caos, y luego de las proezas".
Sólo son inocentes los niños, mal cobijados por la soberbia y la
necedad adulta.
Miseria,
evacuados, pueblos fantasmas. Secuelas, estigmas, reacciones. Y
morbo: el de turistas, artistas y escritores. "Los periódicos y
las revistas compiten entre sí para ver quién escribe algo más
terrible, y estos horrores les gustan sobre todo a aquellos que no
los han vivido".
En suma, este
coro canta sobre un cambio de época y sobre una nueva forma del mal,
que se parece a la guerra, pero cuya fuente es invisible e
implacable. En su canto hay ritornellos agobiantes, pero esas
recurrencias catalizan una experiencia en común.
Tras la última
página, queda expuesta la precariedad de la vida. Pero también, por
contraste, podemos vislumbrar por un instante nuestra propia
felicidad, esa que (mientras no prevemos la próxima catástrofe) nos
rodea sin que la reconozcamos.
Fuente:
Martín Cristal, Chernóbil monamour, reseña del libro de Svetlana Aleksiévich, 26/09/16, La Voz del Interior. Consultado 28/09/16.
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