por Fabiana
Frayssinet
Moreno,
Argentina, 22 jul 2016 (IPS). Ahora que el viento no se lleva más
el techo y la vivienda es suya, la argentina Cristina López se
siente a resguardo en el asentamiento informal donde vive. Pero para
pisar firme el suelo que ocupa, ella y sus vecinos tendrán que
conquistar muchos otros derechos.
No se queja
porque antes de mudarse hace cuatro años con su hijo adolescente al
nuevo barrio de Hornos, en el municipio de Moreno, en el oeste del
Gran Buenos Aires, su situación era mucho peor.
Vivía de
alquiler hasta que el municipio le aportó un terreno, donde se
construyó una precaria casita. “Como la construí yo sola no tenía
estabilidad y una de las tormentas me llevó el techo”, contó
López a IPS, lo que la obligó a vivir acogida con su hijo en casas
de amigos o vecinos.
La nueva casa fue
edificada con ayuda de Techo, una organización no gubernamental que
promueve la vivienda digna en los asentamientos informales de las
urbes de América Latina y el Caribe, mediante la acción conjunta de
pobladores y voluntarios.
En Los Hornos,
con 200 familias, y en el vecino barrio de Los Cedros, que acoge a
1.200 familias, Techo construyó 225 pequeñas viviendas
unifamiliares, llamadas “casillas”. Son sencillas y de bajo
costo, erigidas en apenas dos días y destinadas a resolver
“emergencias habitacionales”.
Pero para López,
de 59 años y quien realiza diferentes trabajos para sostenerse a
ella y su hijo de 15 años, supuso la diferencia entre la indigencia
y la dignidad.
“Fue el cambio
total. No hay nada que se compara con esto. Una se da cuenta que a
partir de una casa, una empieza a cambiar su forma de vida, porque
una sabe que eso es propio y que aunque todavía no tenga ‘los
papeles’ del terreno, el techo es mío. Este techo no me lo saca
nadie”, describió.
Los papeles son
el título de propiedad que debe entregarle la municipalidad que les
cedió los terrenos, y no tenerlos la intranquiliza.
“Siempre hay un
‘vivo’ (listo) para reclamar que el terreno es suyo. Hasta que el
municipio no diga esto es de ustedes, no podremos tener seguridad”,
explicó.
Para dejar de ser
“una ciudadana de segunda”, dice, también le falta contar con
servicios como agua corriente, cloacas o electricidad con medidor
(contador), para que “no se corte a cada rato”.
Además, Los
Hornos está a 42 kilómetros de la capital y a más de 20 del centro
de la cabecera municipal, y todo queda lejos. “No tenemos una
escuela cercana, un centro de salud cercano, no entran ambulancias,
no tenemos calles, nos falta todo”, resumió.
Suelo y
desigualdad
“Los derechos
vulnerados se reconocen en muchas cosas y el asentamiento es la mayor
expresión de desigualdad y derechos vulnerados”, señaló a IPS el
director de Regiones de Techo Argentina, Francisco Susmel.
“El no tener
seguridad de tenencia no les permite tampoco garantizar que no va a
haber un desalojo, que pueden mejorar su vivienda y su entorno”, e
igualmente coarta su derecho a acceder a algunos servicios,
ejemplificó.
Un relevamiento
realizado en el 2013 por Techo en 1.834 asentamientos de las mayores
ciudades de Argentina, donde viven 432.800 familias, mostró entre
otras muchas vulnerabilidades, aquellas conectadas con el suelo, en
una situación que se repite en los asentamientos pobres y hacinados
de las urbes latinoamericanas.
El informe reveló
que 64 por ciento de los suelos de esos conglomerados urbanos se
inunda, mientras 41 por ciento se sitúa a menos de 10 metros de un
río o un canal y 25 por ciento de un vertedero de basura.
“El suelo
condiciona la desigualdad porque hoy está apropiado por un grupo
selecto de personas y no está a disposición del resto de la
población”, contextualizó a IPS el sociólogo Juan Pablo Duhalde,
director del Centro de Investigación Social de Techo Internacional.
Según Paola
Bagnera, autora del libro “El derecho a la ciudad en la producción del suelo urbano”, publicado por el Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (Clacso), el suelo urbano se constituye en uno de
los elementos que condicionan la desigualdad en el ejercicio del
derecho a la ciudad.
“Cuando
hablamos de suelo urbano, nos referimos a la tierra, al territorio, a
ese soporte básico que conforma la ciudad…que es el soporte donde
se trazan las calles, las manzanas, que requiere la presencia de
redes (de agua, electricidad, cloacas y otros)”, puntualizó a IPS
esta arquitecta y especialista en hábitat, urbanismo y pobreza
urbana de la argentina Universidad Nacional deLitoral.
“En un esquema
de mercado, el valor que el suelo adquiere, tiene directa relación
con la localización (cercanía o lejanía), la provisión (o
ausencia) de servicios y equipamientos y las características
ambientales (que derivan en diversas condiciones de exposición al
riesgo)”, agregó.
Por ejemplo, en
los años 90 la construcción en Argentina de emprendimientos
inmobiliarios como barrios cerrados en áreas suburbanas, encareció
terrenos hasta entonces de poco valor, que ocupaban los sectores
populares.
“Este hecho,
se convierte en uno de los elementos determinantes de la
configuración del hábitat de los sectores populares en las grandes
ciudades: desplazarse hacia zonas cada vez más periféricas o
acrecentar densidades en espacios ya configurados como asentamientos
o ‘villas’ en las propias centralidades urbanas”, señaló
Bagnera.
Como
consecuencia, la experta citó ejemplos como la “construcción en
altura” en los asentamientos pobres y hacinados -denominados
“villas miseria” en Argentina- en capitales como Buenos Aires, y
el encarecimiento desmedido del precio de venta y alquiler de esos
inmuebles.
“Pensando en
América Latina, en la realidad de los asentamientos…, cuando el
mercado toma decisiones sobre la distribución del suelo es cuando
estamos haciendo referencia a que nos estamos gobernando de una
forma poco eficiente y poco proyectada en el tiempo”, complementó Duhalde.
Para este
experto, el derecho al acceso al suelo urbano debe ser uno de los
temas centrales de discusión en la Tercera Conferencia de Naciones Unidas sobre vivienda y desarrollo urbano sostenible (Hábitat III),
que se celebrará en la capital de Ecuador en octubre y de la que
debe salir una Nueva Agenda Urbana mundial.
“El mercado del
suelo es un mercado imperfecto que hoy reproduce las desigualdades en
el acceso al suelo, porque está en manos de un grupo minoritario,
orientado a generar rentabilidad, no para el colectivo”, explicó
el especialista.
Para Duhalde, “se
necesita de una serie de instituciones del Estado, del sector social,
de la academia, distintos grupos de interés, que sean parte de esa
distribución equitativa de los recursos, que en este caso es el
suelo, que recordemos que tienen una función social. No es una
mercancía”.
Bagnera propone
la valorización del suelo urbano a partir de la incorporación de
infraestructuras y equipamientos de la tierra.
“Esto es, a
partir de la generación de procesos de organización colectiva a
través de cooperativas de vivienda, grupos u organizaciones sociales
que emprenden sus propios procesos de urbanización y dotación de
infraestructuras a macizos que adquieren en forma colectiva”,
explicitó.
“Y
fundamentalmente con la participación del Estado, promoviendo
políticas inclusivas de acceso a los servicios, contribuyendo a la
generación de convenios urbanísticos de articulación
público-privada”, argumentó.
Esas políticas,
“tienden a reducir los costos de las infraestructuras, aportando
tierras de dominio fiscal, o a partir de la producción de suelo
urbano ejecutado como una acción directa de responsabilidad
estatal”, concluyó.
Editado por
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Fabiana Frayssinet, Derecho al suelo urbano, lo que el viento no se lleva, 22/07/16, Inter Press Service.
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