por
Emilio Godoy
México,
5 may 2016 (IPS). La explosión de una planta petroquímica en el sudeste de
México puso de relieve la necesidad de reforzar en el país el monitoreo de
sustancias peligrosas, fortalecer la inspección de esas instalaciones y
actualizar las regulaciones.
El
estallido el 20 de abril de la planta Clorados III, del Complejo Petroquímico
de Pajaritos, en la ciudad portuaria de Coatzacoalcos, en el estado de
Veracruz, ocasionó la muerte de 32 personas y dejó 136 heridas.
“Un
problema fundamental es el manejo de químicos tóxicos. Es un país con pocas
regulaciones y la lista de sustancias reguladas y bajo supervisión es pequeña.
Hay una falta de regulaciones y de inspecciones y revisiones”, dijo a IPS el
director del programa de Tóxicos de la no gubernamental Greenpeace, Robin
Perkins.
La
planta, de la empresa mixta Petroquímica Mexicana de Vinilo (PMC), produce
170.000 toneladas anuales de policloruro de vinilo (PVC), que genera dioxinas y
furanos y para cuya destrucción operan dos incineradores.
Esos
compuestos, provenientes de la combustión del cloruro de etilo, son nocivos
para la salud humana y el ambiente, según ha determinado la Organización
Mundial de la Salud (OMS).
El
cloruro de vinilo, considerado altamente cancerígeno, se encuentra en forma de
gas y líquido, por lo que al inhalarlo o estar en contacto con la piel puede
causar irritación, mareo, dolor de cabeza y sensación de desmayo, mientras que
la exposición duradera puede ocasionar graves lesiones en la piel y alteración
hepática.
Las
dioxinas pueden provocar problemas de reproducción y desarrollo, afectar el
sistema inmunitario e interferir con hormonas. Son compuestos que integran la
lista de los peligrosos contaminantes ambientales persistentes (COP) y que
pueden entrar a la biota (conjunto de organismos vivos en un área) y a la
cadena alimenticia.
“Es
importante que monitoreen este tipo de químicos, no solamente mediante muestras
ambientales sino también en la biota, inclusive en población humana expuesta,
como trabajadores o vecinos”, explicó Fernando Díaz-Barriga, investigador de la
Coordinación para la Innovación y Aplicación de la Ciencia y la Tecnología de
la pública Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Para
ello, puntualizó en diálogo con IPS, “habría que buscarlos en sedimentos y
suelos”.
Desde
hace tres décadas, Díaz-Barriga estudia el impacto de estas sustancias sobre la
salud humana y el ambiente, incluyendo el área de Pajaritos, y el resultado ha
sido siempre el mismo: niveles altos de compuestos y elementos tóxicos.
Luego
del desastre, uno de los peores en la historia de México por la posible emisión
de dioxinas, expertos de Greenpeace tomaron cuatro muestras en agua, tierra y
polvo en comunidades próximas al complejo para detectar contaminantes.
El
material es ahora analizado en la británica Universidad de Exeter y
laboratorios independientes sus resultados se conocerán en unas semanas.
Mientras,
Díaz-Barriga recopiló dos semanas antes de la explosión muestras de biota,
suelo y sedimento en las inmediaciones del Complejo de Pajaritos para
identificar los COP en el área, cercana al puerto sobre el Golfo de México y a
la desembocadura de un río.
La
empresa PVM surgió en 2013 de una alianza entre la firma privada Mexichem, con
54 por ciento de sus acciones y que opera la planta, y la estatal Petróleos Mexicanos, con 46 por ciento.
El
accidente no es un suceso aislado de la realidad mexicana de los químicos
nocivos.
En
Pajaritos se registraron al menos tres accidentes desde 1991, y en general las
emergencias vinculadas con materiales peligrosos rondan los 600 incidentes
anuales y al menos ocurre uno importante cada 12 meses, según el programa a favor de la justicia ambiental de la Procuraduría (fiscalía) Federal de Protección Ambiental.
Compromiso
internacional
La
explosión en la planta resaltó la trascendencia de que el país cumpla
integralmente el Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes, rubricado en 2001 y vigente desde 2004.
Ese
tratado internacional estipula la desaparición de nueve plaguicidas
organoclorados, dioxinas, furanos y bifenilos policlorados, componentes
envueltos en el estallido en Coatzacoalcos.
Cada
dos años, la próxima ocasión en 2017, la Conferencia de las Partes evalúa la
inclusión de nuevos COP a sus listas.
En
México, la Actualización del Plan Nacional de Implementación para Cumplir con el Convenio de Estocolmo, establecida en 2015 y que revisa el primer programa,
de 2007, evidencia lo mucho que le queda al país para ponerse al día respecto a
los materiales peligrosos.
La
evaluación para modernizar el plan destaca la carencia de una red nacional de
laboratorios para el análisis de los COP, de un programa formal para su
monitoreo o de un proyecto de estudios básicos para determinar la situación y
tendencias de esos compuestos.
Otro
problema es que no se estudian los nuevos COP industriales que surgen, por lo
cual los compromisos del Convenio se atienden parcialmente.
Ante
ello, Greenpeace propone la ampliación de la lista de sustancias normadas, un
registro de emisiones obligatorio y no voluntario y sanciones más estrictas si
hay contaminación.
“Queremos
que el gobierno monitoree para decirnos qué había y qué se liberó, debe haber
un monitoreo de corto, mediano y largo plazo, saber el impacto a trabajadores,
bomberos y comunidades en los alrededores, hablamos de un impacto a todo el
ecosistema. Es casi imposible que no haya impacto ambiental”, demandó Perkins.
El
28 de abril la Procuraduría Ambiental suspendió la actividad de la planta
Clorados III por un periodo indeterminado, impuso que la empresa retire y envíe
a confinamiento seguro sustancias como ácido clorhídrico, etano y etileno y la
obligó a realizar un estudio de impacto y un programa de remediación de los
daños.
En
2013, el gubernamental Registro de Emisiones y Transferencias de Contaminantes
abarcó a 3.523 establecimientos que reportaron 73 sustancias lanzadas al aire,
agua, suelo o transferidas en residuos o descargas de agua.
Una
procesadora de alimentos, una automotora, el complejo de Pajaritos, dos
refinerías de petróleo, dos metalúrgicas, tres plantas de papel, siete
instalaciones químicas, 10 tratadoras de desechos peligrosos y al menos 35
cementeras reportaron dioxinas y furanos.
De
135 sustancias identificadas como peligrosas por diversos organismos
internacionales, 43 se incluyeron ya en 13 marcos jurídicos mexicanos.
“Lo
difícil es establecer nuevas sustancias según la actualización del convenio. La
desgracia de Pajaritos nos dio la razón, el programa de monitoreo es relevante.
El problema es de prioridad nacional”, planteó Díaz-Barriga.
“Pero
la parte ambiental ha sido relegada, porque no es prioridad para el país, sólo
cuando ocurren estos accidentes”, lamentó.
Dentro
del Plan Nacional sobre el Convenio, México se plantea actualizar y modificarlas regulaciones sobre características, procedimiento e identificación,
clasificación de los residuos peligrosos.
También
se propone ampliar los listados sobre estas sustancias y establecer normas más
rigurosas sobre los niveles máximos permisibles de emisión a la atmósfera de
partículas sólidas provenientes de instalaciones fijas.
Se
trata de un proceso que tomará al menos dos años.
El
plan también establece la modificación a la Ley General de Equilibrio Ecológico
y la Protección al Ambiente, vigente desde 1988, con un apartado especial de
los COP y sustancias químicas.
Además
se propone vigilar la presencia de plaguicidas y los otros COP en alimentos,
suelo, agua, aire y evaluar la eficacia de la aplicación de las medidas, así
como un programa de rendición de cuentas de este tipo de contaminantes.
Entre
2018 y 2024 el país se ha propuesto contar con un programa de monitoreo de los
COP en la atmósfera y en la leche materna y la estimación económica de costos
de estos contaminantes al ambiente y a la salud.
Editado
por Estrella Gutiérrez
Fuente:
Fuente:
Emilio Godoy, México se enreda en combate a químicos tóxicos, 05/05/16, Inter Press Service.
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