Teresa Saenger, en su casa de calle Avellaneda. La vivienda quedó inhabitable y convertida en un corralón. Foto: Facundo Luque/ La Voz |
Hay materiales de construcción en 80 de las 750 casas dañadas. Decenas de personas con tratamiento y una ausencia irreparable.
por Javier Cámara
A un mes de la trágica explosión de la Química Raponi, que hizo temblar a toda la ciudad de Córdoba, recorrer la zona más afectada de barrio Alta Córdoba deja una doble impresión. Por un lado, la del luto, la soledad y el silencio que se escapa por las persianas rotas; por el otro, la de un grupo de personas que se está reconstruyendo por fuera, en el aspecto de sus viviendas, y por dentro, para salir del shock.
Esta dicotomía se percibe también en el modo con el que los damnificados se paran ante la evolución de los trabajos de reparación que hacen, en conjunto, Provincia y Municipalidad: reclaman por las demoras y por los incumplimientos; pero reconocen, a la vez, que “algo se está haciendo”.
La casa de Teresa Saenger, en calle Avellaneda, al lado del ingreso a la Química que explotó, es una de las 10 que deben ser demolidas. Con su dueña alquilando una vivienda en barrio San Martín, las paredes rajadas y temblorosas albergan los materiales de construcción para todas las reparaciones de esa cuadra: “¿Qué quiere que le diga? Dentro de todo esto que nos pasó, yo le doy gracias a Dios porque mi hija, mi nietita y yo estamos vivas. Es como un milagro porque mire usted cómo están estas paredes... y esta gente está trabajando”.
Claudio Utrera tiene su casa en frente de la Química, y también está en obra. Por seguridad, durante la noche siempre se queda un miembro de la familia para cuidar; los demás se trasladan a la casa que están alquilando, a tres cuadras de allí. “Yo soy abogado y sé muy bien qué es el daño moral, pero ahora que lo estoy viviendo en carne propia lo entiendo: mi hija mayor no pudo rendir ninguna de sus materias de Medicina; mi hijo más chico duerme con la luz prendida; todos estamos con tratamiento psicológico porque de la euforia pasamos al bajón en un instante, y cada vez que se escucha un ruido fuerte, temblamos. Ni qué decir cuando se escucha un trueno”.
Lo de los truenos es general. Todos se acuerdan de cómo padecieron la tormenta que se desató sobre Alta Córdoba, durante una noche, tres días después de la explosión.
Gustavo Quatrocchi tiene una verdulería en Góngora, a unos metros de donde una cortina metálica desprendida de su sostén le provocó lesiones mortales a María Angélica Cueto, quien falleció el 15 de noviembre. Quatrocchi recuerda el momento de la explosión cada vez que mirá hacia atrás; su reloj de pared, todo magullado, tiene las agujas tiesas marcando las 20:40, la hora en la que el mundo tembló a su alrededor. “Estamos saliendo de a poco -dice-; pero el problema son las tormentas eléctricas: los truenos nos hacen saltar hasta el techo”.
En calle Avellaneda 2955 vive don Eduardo Zignago, quien alquiló esa casa, a 30 metros de donde quedó el crater de la explosión, hace poco más de tres meses. “Por esas cosas, al momento de la explosión yo me había tirado en el piso de mi dormitorio porque hacía mucho calor. Si hubiera estado en la cama me hubieran perforado todos los vidrios de la ventana”. Zignago dice que está conforme con los trabajos que le están haciendo, “aunque van un poco lentos”. Y se queja porque no le quieren pagar el arreglo de los cristales del auto, que también se destruyeron.
Increíblemente, Diego Carrizo está conforme. La explosión le destruyó el departamento que tiene al fondo de su casa. “Es cierto que no me han traído las aberturas, pero me levantaron las tres paredes que destruyó la explosión. No me puedo quejar”. Y agrega: “Podría haber sido peor. Estamos para contarlo”.
Relevamiento
Daños. Según Pablo Romero, de Desarrollo Social de la Municipalidad de Córdoba, se relevaron 750 viviendas con diversos daños (desde leves a muy graves) a raíz de la explosión. Diez de esas casas deben ser demolidas. En la actualidad están trabajando en 80 viviendas, reconstruyendo paredes y grietas.
Herido. Pablo Amaya, el joven de 15 años que resultó herido, permanece internado en una sala común del Hospital de Urgencias.
Opiniones
Claudio Utrera (Vecino de calle Avellaneda). “Me están arreglando la casa, pero a pesar de que estoy alquilando no consigo que me paguen para ese alquiler. El daño moral es tremendo”.
Eduardo Zignago (Vecino de calle Avellaneda). “Todos los trabajos vienen un poco lentos, pero los están haciendo. Lo que no me quieren pagar son los vidrios del auto y el arreglo del lavarropas”.
Gustavo Quatrocchi (Comerciante). “Vamos saliendo de a poco, pero hay mucha gente que está con psicólogo. Cada vez que se escucha un trueno salto hasta el techo como con la explosión”.
Diego Carrizo (Taxista, vecino de calle Avellaneda). “Aquí tuvieron que hacer tres paredes enteras, así que no me puedo quejar. Me pagaron todos los vidrios, pero no me han traído las aberturas”.
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Javier Cámara, A un mes, vecinos reparan paredes, heridas e historias, 06/12/14, La Voz del Interior. Consultado 06/12/14.
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