por Sebastián Gómez Lende
El proceso de constitución de las redes -entre ellas las energéticas- impone una racionalización del espacio y, a la vez, determina la fragmentación de éste. Devenido savia vital del sistema capitalista, el macro-sistema eléctrico emerge así como un rasgo medular y, en cierto modo, transversal a las distintas oleadas modernizadoras transcurridas desde la Segunda Revolución Industrial hasta nuestros días: su materialidad permite la producción y circulación de la energía, más al mismo tiempo impide el almacenamiento y la acumulación de ésta, exigiendo su inmediato consumo. Obsoletas ante el imperio de esa realidad ontológica, las fuentes basadas en la fuerza del hombre y los elementos de la naturaleza son sustituidas por el funcionamiento de objetos modernos alimentados por la electricidad, a un punto tal que la gigantesca maquinaria contemporánea de producción se tornaría inerte, inanimada si fuera despojada de su motor. Supliendo las fallas de otros subsistemas, usinas y reactores atómicos revelan una unicidad de la técnica consumada a partir de su eficacia funcional y su continuo ritmo de trabajo, explicando no menos del 16 % de la electricidad consumida en el planeta.
Empirizada en nuestro país a partir de los años setenta, la llegada de la energía atómica en tanto técnica fue relativamente prematura, esbozando cierta sincronía temporal respecto de las tendencias dominantes en los centros de riqueza y poder del sistema capitalista mundial: en 1958, apenas Inglaterra, Francia y Estados Unidos poseían centrales nucleares; seis años más tarde, sólo seis naciones componían ese selecto grupo (Silveira, 1999). Como resultado de los acuerdos de transferencia tecnológica rubricados por el Estado nacional con algunas corporaciones transnacionales -Siemens, Atomic Energy of Canada, Italimpianti-, las usinas argentinas fueron construidas en 1974 y 1983, respectivamente: localizada en Zárate (Buenos Aires), en las márgenes del río Paraná de las Palmas, la planta de Atucha I cuenta con 357 MW (e) de potencia, en tanto Embalse -situada en Tercero Arriba (Córdoba) (N de la R: la Central Nuclear de Embalse está en el departamento Calamuchita), a orillas del lago homónimo casi duplica esa capacidad teórica de producción -648 MW (e)-, revelando una jerarquía funcional superior a la de su predecesora (29). Superior a los 20 años, la antigüedad de ambas centrales da cuenta de su pertenencia a una generación mundializada de objetos, toda vez que ese rango comprende al 65,5 % de las usinas hoy día en actividad a nivel internacional (30).
Incorporado a la preexistente constelación de nodos de la red de generación, el parque nucleo- eléctrico fue llamado a colaborar con la satisfacción de las demandas de un macrosistema que, durante los decenios de 1970 y 1980, operaba al límite de su capacidad. En respuesta a tales limitaciones técnicas, la producción de esas usinas se incrementó un 46,3 % entre 1983 y 1994, más tal eficacia funcional no impidió que, hacia los albores de la siguiente década, se desatara una fuerte crisis energética, derivada de la conjunción de un largo período de sequía y el sensible envejecimiento de las plantas térmicas (Pistonesi, 2001). En ese contexto -y so pretexto de ‘ineficiencia’ estatal, magra calidad del servicio y endeudamiento de las empresas públicas-, una comunión de fuerzas verticales concretada a partir de la convergencia gestada entre los intereses de algunos capitales hegemónicos y la entronización del sistema de poder neoliberal acabó decretando la enajenación de la red eléctrica nacional (31).
Ya en 1989 el Estado nacional había declarado a las centrales nucleares sujetas a privatización, luego de despojarlas de su rango jurídico de firmas públicas y convertirlas en sociedades anónimas aglutinadas bajo el control de Nucleoeléctrica Argentina (NASA) (32). El mercado eléctrico doméstico fue posteriormente segmentado en tres instancias: producción, transporte y distribución; paralelamente, las usinas térmicas y los complejos hidráulicos resultaron adquiridos por grupos económicos diversificados de origen nacional y algunas firmas extranjeras -norteamericanas, francesas, británicas, italianas, españolas- del sector energético y, sobre todo, petrolero. No obstante, el proyecto de enajenación de las centrales nucleares fracasó rotunda y estrepitosamente merced a la persistencia de una lógica compensadora (33) que determinó la continuidad de las usinas atómicas bajo el control de la todavía estatal NASA.
Comandando ese eslabón de la división territorial del trabajo, las características técnicas de ese sistema de objetos -combustión de uranio y refrigeración con agua pesada- revelan la lógica que subyace a la peculiar configuración del circuito espacial de producción: luego de ser levemente enriquecido en el Centro Atómico Ezeiza, el mineral finaliza su procesamiento (34) en los complejos minero-fabriles de Córdoba y, en menor medida, San Rafael; cada año son allí elaboradas 150 tn de dióxido de uranio, las cuales retornan a Ezeiza para ser transformadas en combustible. No obstante, esas actividades son inestables, resultando perturbadas en su localización y funcionamiento por conflictos sociales y territoriales. Frente a las nefastas implicancias ambientales derivadas de dicho proceso de industrialización -fugas de polvo de uranio y amoníaco gaseoso-, algunos lugares involucrados ensayan una revuelta contra Dioxitek, firma que, empero, pugna por permanecer en ellos merced a su aptitud en cuanto al desenvolvimiento de dicha actividad. Expulsada del ejido urbano de Córdoba, tal empresa ha procurado concentrar en San Rafael la totalidad de su producción, más la pertinaz resistencia de los habitantes de dicha localidad obligó a la CNEA a decidir el inminente desplazamiento de la firma a Zárate, en las adyacencias de Atucha I. Oponiéndose a una intervención vertical -las funciones planificadas y asignadas a los lugares-, la insurrección iniciada y protagonizada por éstos podría forjar, pues, una impensada reorganización espacial de la producción nuclear.
El mapa de flujos resultante de las demandas de consumo de las centrales atómicas experimentó dos decenios atrás una ampliación de sus contextos territoriales. Así pues, las necesidades de abastecimiento de agua pesada completan el proceso de reticulación del territorio mediante la incorporación de un nuevo nodo a la constelación de lugares tributarios de esa compleja división del trabajo. Otrora importado desde Canadá, ese insumo comenzó a ser elaborado, hacia las postrimerías del Siglo XX, en la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP), construida entre 1983 y 1993 por la corporación suiza Sulzer Brothers (35) y desde entonces explotada por la -también estatal- Empresa Neuquina de Servicios de Ingeniería (ENSI). Implantada en Arroyito -Confluencia, Neuquén-, la presencia de esa fábrica obedece, sobre todo, a un factor estrictamente técnico de localización: el acceso a grandes volúmenes de agua de raras propiedades químicas, provenientes del río Limay (Silveira, 1999) (36). Satisfaciendo el consumo de las usinas nucleo-eléctricas, esa planta de alta tecnología drena gran parte (82,5 %) de su producción hacia países tales como Corea del Sur, Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Suiza, Australia y Noruega. No obstante, su jerarquía territorial es atenuada por la recurrente parálisis de sus actividades, que obliga a los segmentos nacionales y provinciales de los sistemas de acciones públicas a implementar una métrica burocrática fundada en generosos subsidios y sendos acuerdos rubricados con firmas petroleras orientados a garantizar el regular abastecimiento de gas y la remuneración de la plantilla laboral de PIAP (37). Sobre la base de las actividades desarrolladas en Ezeiza y Arroyito, el ritmo continuo de trabajo de los equipamientos nucleo-eléctricos les permite suministrar energía durante la manutención de otros engranajes de la red; en 1994, por ejemplo, las centrales atómicas argentinas fueron compelidas a duplicar su producción frente a la manifiesta incapacidad de las centrales térmicas y los complejos hidráulicos en cuanto a la satisfacción de las demandas del Sistema Interconectado Nacional (SIN) (Silveira, 1999). NASA comenzaría entonces a desplegar una marcada supremacía en el mercado doméstico, fundada en los guarismos de su generación brutal anual -7.100 GW (e), sólo superados por la represa binacional Yacyretá-. Sin embargo, su participación relativa en el Mercado Eléctrico Mayorista (MEM) comenzaría a declinar paulatina y sensiblemente: si en 1991 su generación representaba el 15,3 %, en 2006 apenas daba cuenta del 6,8 %, merma que no obedecería a un retroceso de la potencia instalada o la producción, sino más bien a la expansión de la capacidad de Yacyretá y la multiplicación de las modernas centrales térmicas, basadas en la combustión de gas a ciclo combinado (38). La obsolescencia relativa, en el plano interno, de ese eslabón del circuito, no conseguiría, empero, apagar o atenuar su jerarquía global: a comienzos del Siglo XXI, la incidencia de la energía atómica en el SIN erigía a nuestro país en la segunda nación electro-nuclear americana, otorgándole, a escala mundial, el vigésimo tercer escalón (39). Es la productividad espacial de un territorio nacional todavía apto para albergar a esa función de la división del trabajo.
Obedientes o, cuanto menos, permeables a las exigencias de fluidez del período contemporáneo -derivadas de su pertenencia a la red energética y el funcionamiento de ésta-, los sistemas de ingeniería nuclear manifiestan plena disposición para desempeñar, presurosos y sin pausa alguna, las tareas para las cuales han sido pensados y fabricados; en conjunto componen una configuración reticular, esto es, una constelación sistémica de nodos propensa a permitir la introducción de un comando externo. Independizándose de las fuerzas naturales, sus formas se revelan perfectas, es decir, dotadas de una eficacia funcional superior; así pues, la relación existente entre la capacidad teórica de producción y la generación de energía expresa una concretud territorial derivada de la comunión de las posibilidades de la técnica y la exactitud del trabajo desempeñado por dichos objetos: se trata de un dato de la historia empírica del sistema, resultante de la actividad desarrollada durante un período dado (Silveira, 1999). Los subsistemas atómicos argentinos adquieren así una doble jerarquía: por un lado, la regularidad de su trabajo -mensurada a partir de su factor de carga (75 %) y disponibilidad (88 %)- rebasa ostensiblemente el desempeño de las centrales térmicas e hidráulicas domésticas; por otro lado, su eficacia -emergente de la correlación (89 %) entre su potencia nominal y la energía producida (40)- supera la media internacional (83 %). Las racionalidades propias de la modernidad actual se condensan así en algunos engranajes de la red energética doméstica y mundial.
Implantando solidaridades verticales entre distintos fragmentos de la red, algunos puntos neurálgicos del sistema son llamados a incrementar la eficacia de su trabajo para abastecer a ambos segmentos del SIN y así atenuar los problemas estructurales del parque de generación, derivados tanto del bajo caudal hídrico como del paulatino agotamiento de las reservas de gas natural. Fue por eso, tal vez, que el coeficiente de utilización de ambas centrales atómicas se incrementó significativamente entre las postrimerías de los años noventa y los albores del Siglo XX, aunque con mayor ímpetu en el caso de Embalse (41). Internamente, la funcionalidad y eficacia del subsistema nucleo-eléctrico es diferenciada, permitiendo identificar centralidades y complementariedades. Embalse despunta como sede del comando técnico de esa parcela de la red eléctrica; su participación en la producción de energía nuclear no sólo es hegemónica, sino que se encuentra en expansión: en apenas dieciséis años (1990-2006), su incidencia pasó del 74,4 % al 81,3 %, aportando el 5,3 % de la electricidad consumida por el SIN (42) (Argentina, 2001, 2002, 2005, 2008; IAEA, 2006). La productividad espacial del lugar es reforzada por la configuración territorial preexistente, pues esa usina se halla directamente articulada a la red de transporte en alta tensión (500 Kv); son las formas del espacio, integrando a mediante regulaciones materiales y organizacionales a los puntos más valorizados de la división territorial del trabajo energético en general y nuclear en particular.
Harto eficaz para suministrar flujos eléctricos al MEM de manera continua, ese sistema de objetos se halla dotado de una vida útil -94.220.043 GW (e) hora- un 55 % superior respecto de la planta nuclear más antigua del país, contando además con factores de disponibilidad y operatividad más constantes que esta última (43). Sus reducidos costos marginales de explotación le permiten competir con las plantas de ciclo combinado y desarrollar una generación masiva de energía que le confiere una jerarquía global, convirtiéndola en el noveno reactor del mundo. El papel de comando de Embalse se exacerba, asimismo, merced a la diversificación de su trabajo, concretada a partir de la producción y aplicación de innovaciones en el campo de la industria y, sobre todo, la medicina: se trata de la fabricación del radioisótopo Cobalto-60 (44), insumo que, durante los breves períodos de manutención que obligan a la usina a cesar en sus funciones energéticas, permite la elaboración de 160.000 fuentes de cobalto-terapia, en su mayoría drenadas hacia el exterior (Inglaterra). Empirizado en modernos objetos, el trabajo intelectual se anticipa al trabajo material y rebasa los límites de la hipertelia o el exceso de especialización con la que el sistema fuera engendrado en tiempos pretéritos para imprimirle, en la actualidad, una vocación fuertemente extrovertida, distinta de la función originalmente concebida.
Caracterizada por su marcada antigüedad, el agotamiento de buena parte de su vida útil y su rigidez funcional, Atucha I, en cambio, revela una productividad espacial sensiblemente inferior. Suspendidos los programas de enriquecimiento que durante la primera mitad de los años noventa le habían permitido reducir un 40 % sus costos de producción y situarse entre las diez plantas eléctricas más eficientes del país, la planta bonaerense acabó convirtiéndose en la única central comercial de agua pesada del mundo en operar con uranio levemente enriquecido. En consecuencia, las normas técnicas impuestas por el nuevo orden global han alterado -una vez más- el valor de algunos nodos del circuito espacial de producción, toda vez que el sometimiento de nuestro país ante ciertas exigencias externas -la subordinación a las demandas de racionalidad emanadas del acontecer jerárquico- ha redundado en la ostensible reducción de la eficacia de las funciones tradicionalmente desempeñadas por ese sistema de ingeniería.
La complementariedad y relativa marginalidad de Atucha I en el mapa eléctrico nacional no es revelada apenas por su articulación subordinada al espacio de flujos hegemónicos configurado por el sistema de alta tensión, sino también por la inconstancia de su trabajo: si las interrupciones aisladas de las actividades de Embalse han representado -a lo largo de su vida funcional- 3,2 años de desconexión al SIN, en el caso de Atucha I esas parálisis han implicado 8,3 años sin operar, lo cual equivale a más de la cuarta parte (27,5 %) de su existencia (45). Como resultado estructural de ese proceso de diferenciación, algunos lugares ganan concretud, en tanto otros son incompletamente despojados de ella: si la provincia de Córdoba se caracteriza por su exceso de especialización en cuanto a la energía nuclear, Buenos Aires manifiesta, en cambio, una sensible merma de tal condición (46). Nacida del funcionamiento más o menos perfecto de los objetos, la hipertelia de determinados recortes del espacio nacional impone entonces diferenciaciones y segmentaciones cuya raigambre es, a un tiempo, intra-sectorial y territorial.
Obedeciendo a temporalidades disímiles, las plantas nucleares argentinas emergen en tanto puntos que, adecuados respecto del ejercicio y reproducción de una racionalidad instrumental, resultan cadenciados por ritmos fragmentados de funcionamiento, uno siendo obligado a desempeñar un trabajo continuo (47) destinado a suplir las fallas y limitaciones de Atucha I, otro desarrollando sus funciones de modo más entrecortado, esto es, despojado de fluidez. Sin embargo, la usina atómica más antigua del país deviene todavía estratégica respecto de la configuración del circuito espacial de producción: nexo obligado entre el mercado mundial y el territorio, la terminal portuaria controlada por esa central eléctrica constituye el único punto neurálgico a partir del cual se irradian hacia el resto del país los flujos del sofisticado equipamiento tecnológico, de origen importado, utilizado por el sector atómico argentino.
Los sistemas de ingeniería nucleares no sólo son permeables a rasgos del período contemporáneo como la fluidez y la productividad, sino también a la superposición de vectores externos de regulación funcionales a las actuales tendencias de mecanización, robotización y automatización del trabajo. La generación eléctrica derivada de la explotación de la energía atómica constituye, según la racionalidad dominante, la suprema manifestación de la seguridad; las centrales domésticas son llamadas, pues, a someterse a un comando externo que, plasmado en las inspecciones de la OIEA y rígidas normas técnicas -los análisis probabilísticos de seguridad (CAN/CSA 285/1994), por ejemplo-, revela la condición material e inmaterial, global y local, normatizada y normatizadora de esos objetos. Son las verticalidades del acontecer jerárquico, procurando imprimir una racionalización a las actividades de ese segmento del circuito mediante la homogeneización de un trabajo desarrollado, empero, en lugares diversos.
Hegemónico, ese proceso es asimismo reforzado y exacerbado por la calificación de la fuerza de trabajo de las usinas atómicas según normas globales -ISO 9712 IRAM-CNEA- y, también, por su capacitación en el exterior: así, los operarios de Atucha I realizan anualmente tareas de entrenamiento en simuladores de Eletronuclear SA -Angra dos Reis, Brasil-, en tanto la plantilla laboral de Embalse hace lo propio en Hydro-Quebec -Gentily, Canadá-. Es la otra cara de la internacionalización de la industria nuclear argentina, concretada en densidades normativas e informacionales estrictamente obedientes a pautas externas de acción y comportamiento y, al mismo tiempo, funcionales respecto de sus necesidades de vinculación con otros puntos del mapa mundial inherente a esa producción hegemónica globalizada.
Normas y equipamiento confluyen entonces, aglutinándose en formas prototípicas de la época actual que portan dentro de sí el velado propósito de concretar empíricamente un discurso simbólico: la seguridad absoluta de la que siempre alardea el sector nuclear. Como resultado, la automatización e informatización de las tareas resulta total, lo cual se expresa en la reparación y sustitución de componentes en áreas de alta radioactividad vía robótica y telemanipulación remota, la instalación de circuitos de TV, sistemas de video y audio subacuáticos especiales, la operación de unidades de captura remota de datos, el establecimiento de laboratorios móviles y estaciones de trabajo para análisis de datos, la utilización de equipos ultrasónicos y la adopción de modernos softwares que comandan esas operaciones en tiempo real. Las centrales nucleares plasman así el imperio, en el sector energético, de los contenidos del período histórico coetáneo.
Orientada a legitimar ideológica, científica y técnicamente la fábula de la inexpugnable seguridad que ciegamente es atribuida al sector atómico, esa materialidad -perfecta y especializada- no ha conseguido evitar, sin embargo, una marcada desmitificación de la actividad (48). En poco más de veinte años, ambas centrales han sido escenario de no menos de seis accidentes, los cuales han incluido emisiones de gas tritio y derrames de agua pesada (49) (PARDO, 2006). Innegable, esa emergente contradicción entre semiología y empirismo no supone, empero, una negación de la situación mundial de la industria nuclear, sino más bien su exacerbada reproducción en el plano interno, concretada en lo local (50).
Otros aspectos de la actividad nuclear: centros atómicos y nanotecnología
Constituidos, sobre todo, a raíz de la difusión, en algunas naciones y lugares, de innovaciones externas territorialmente propagadas, los sistemas de ingeniería térmicos e hidroeléctricos se diferencian notablemente de los objetos y acciones que componen la red nuclear, tanto en sus aspectos materiales como en sus rasgos organizacionales. Ejercido por el carácter estratégico del sector y su especificidad técnica, un poderoso y deliberado influjo convierte a los saberes derivados de la explotación de esa configuración reticular en un exclusivo patrimonio del país donde éstos fueron pergeñados, verdaderos secretos que, privilegiando a aquellos agentes que comandaron su producción a partir de investigaciones localmente desarrolladas (Silveira, 1999), procuran a menudo sustraerse a los mecanismos externos de control ensayados por el orden global. Compuesta por algunos centros atómicos -Ezeiza, Constituyentes, Bariloche-, un polo tecnológico especializado -Pilcaniyeu-, numerosos nodos ‘regionales’ de la CNEA y ciertos institutos de enseñanza -Balseiro, determinadas universidades nacionales- , una constelación de puntos concretos deviene en tanto plasmación empírica y genuino acto de imperio, en Argentina, de esa racionalidad hegemónica.
Nodo jerarquizado de la red, el Centro Atómico Ezeiza se encuentra localizado en el partido bonaerense de Esteban Echeverría, lindante a la localidad homónima. Originando, desarrollando y perfeccionando solidaridades científicotécnicas y organizacionales -esto es, complementariedades funcionales- no sólo con la generación de energía eléctrica, sino también respecto de otras fuerzas motrices de la economía, como los modernos procesos de cientifización de la agricultura y la ganadería -tecnología de control de plagas agrícolas, estudios de erosión del suelo-, renovación de la industria -nuevas técnicas de conservación de alimentos- y expansión de la medicina nuclear (Silveira, 1999) -elaboración del Tc-99m (51) a partir del decaimiento del Mo-99-, el trabajo desempeñado por ese eslabón del circuito revela una notable especialización en cuanto a la obtención de radioisótopos por reacción controlada.
Obedientes a tal finalidad, algunas instalaciones -Planta Semi-Industrial de Irradiación, Área de Materiales y Combustibles Nucleares, Instituto de Estudios Nucleares, etc- son alojadas en ese centro, que así alberga y desenvuelve diversas funciones de investigación y producción, al tiempo que satisface el 100 % de la demanda doméstica de tales insumos-clave; cuatro aceleradores de partículas, cinco plantas de producción de radioisótopos, 108 centros de teleterapia, 81 institutos de braqui-terapia y 605 centros de medicina nuclear completan, asimismo, una constelación de nodos que, repartida entre Buenos Aires, Córdoba, Río Negro, Mendoza y Santa Fe, es articulada y comandada desde el Centro Atómico Ezeiza para garantizar la reproducción y expansión de esa suerte de subsistema técnico-científico-informacional.
No obstante, es en el sector eléctrico donde dicho centro atómico exhibe con absoluta nitidez su condición de punto estratégico de la división territorial del trabajo nuclear. Creada a comienzos de los años ochenta para permitir la incursión del grupo económico nacional Pérez Companc en la actividad, la firma CONUAR SA regula desde allí un engranaje esencial de la cadena: la metamorfosis en barras de combustible del dióxido de uranio suministrado por Dioxitek. Se produce así un concomitante proceso de diversificación empresarial, especialización del trabajo y privatización ‘periférica’ de algunos segmentos de la CNEA, lo cual permite la conformación, en el propio seno de la industria nuclear argentina, de una neoburocracia mixta de sistemas de acciones públicas y sistemas de acciones de mercado, resultante de la aglutinación de la racionalidad burocrática y la lógica de la empresa privada. La petrolera estatal brasileña Petrobras, al comprar buena parte de los activos del grupo Pérez Companc, pretendió apoderarse también de sus negocios nucleares, más la oposición de la CNEA truncó esas aspiraciones (52). Explotada también por esa facción de la burguesía ‘nacional’, la Fábrica de Aleaciones Especiales (FAESA) produce zircaloy -insumo necesario para la fabricación de combustible- y provee de sofisticado instrumental a usinas y centros atómicos. Tejidas en el corazón de la red nuclear, las nuevas complementariedades resultan transversales a todos los segmentos y subespacios que participan del circuito productivo de la actividad. Ejerciendo un acto de imperio, la lógica hegemónica genera, pues, acciones que, orientadas a consumar la enajenación del patrimonio público, superponen vectores y funciones en un mismo lugar, acentuando la hibridación públicomercantil ya cristalizada en el seno de esa industria (53).
Esquemáticamente, si la minería y la generación eléctrica se revelaron como nodos de producción material de los sistemas de ingeniería nuclear, podría decirse que algunos centros e institutos -Constituyentes, Bariloche, Balseiro- constituyen, en cierto modo, vectores especializados en el desarrollo y perfeccionamiento de un trabajo inmaterial cuya raigambre propiamente organizacional es, sobre todo, científica, técnica e informacional. Localizado en el también bonaerense partido de San Martín, el Centro Atómico Constituyentes concentra entonces buena parte de las tareas de investigación, formación y desarrollo técnico-profesional de la red nuclear argentina; contando con un instituto tecnológico constituido en derredor del Laboratorio Tandar -el mayor acelerador de partículas del hemisferio sur, fabricado por INVAP (Kozulj et al., 2005)-, ese punto del sistema se revela, pues, harto permeable a las contemporáneas exigencias de producción de conocimiento especializado, valioso y estratégico.
Tempranamente difundida en el Centro Atómico Bariloche y en el Instituto Balseiro, esa misma racionalidad permite la formación de recursos humanos, la acumulación de proyectos de investigación y la multiplicación de las aplicaciones nucleares, fenómenos originados en el ininterrumpido funcionamiento del reactor experimental RA-6; concomitantemente, la división territorial del trabajo se extiende y los círculos de cooperación del circuito productivo son ampliados por el desarrollo de la llamada ‘tecnología de esponja de zirconio’, vital para el desenvolvimiento de la generación nucleoeléctrica de las usinas argentinas. Comandadas desde el Instituto Balseiro, en el país existen 433 carreras de investigación y enseñanza dictadas en institutos especializados; contando en sus instalaciones con los reactores experimentales RA-0 y RA-4, las universidades nacionales de Córdoba y Rosario recrean, asimismo, nexos de horizontalidad o solidaridad orgánica en el espacio contiguo, toda vez que sus actividades procuran garantizar la eficaz capacitación de la nueva fuerza laboral reclutada para Embalse.
Dependiente de INVAP, el Centro Tecnológico Pilcaniyeu complementa en Río Negro la reproducción de un cotidiano cimentado en un cúmulo de solidaridades y complementariedades, más su productividad espacial ha sido erosionada por la fuerza de un mandar externo. Nuestro país, que hacia finales del Siglo XX era una de las pocas naciones en el mundo que contaba con la tecnología necesaria para producir uranio altamente enriquecido (90 %) por fisión del Mo-99, debió renunciar a tal ‘privilegio’ para someterse a las preocupaciones internacionales reinantes en cuanto a la potencial utilización de ese insumo para programas bélicos y, también, para morigerar su dependencia respecto del mineral comercializado por Estados Unidos; en consecuencia, la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu desapareció sin dejar rastros, toda vez que fue rápidamente suprimida por la apertura de la burocracia nacional al imperio de un acontecer jerárquico que impuso pautas mundializadas de acción y comportamiento.
Inserto en una región escasamente industrializada y desde siempre orientada hacia una agricultura de exportación y la producción de energía, apenas un punto del norte patagónico resulta, pues, favorecido por la división territorial del trabajo nuclear; es la ciudad de San Carlos de Bariloche -explica Silveira (1999)-, que así despunta como sede de los eventos de la globalización. Obstando su actual situación de crisis -véase el siguiente acápite-, la empresa rionegrina INVAP emerge como un vector en el aumento de la densidad técnica e informacional del lugar, pues su adaptativa permeabilidad a la incorporación de las lógicas hegemónicas, su consumada aptitud para la producción de objetos funcionalmente precisos y su clara vocación exportadora la consolidan en tanto condición de oportunidad para la empirización de las nuevas formas globalizadas del trabajo nuclear (Silveira, 2003b) -joint venture, llave en mano, series limitadas, royalties, construcción de reactores para Egipto, exportación de equipos de medicina nuclear (TERADI) hacia Venezuela, Siria, India, Brasil y Cuba, desempeño como principal proveedor de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, brazo importador de firmas extranjeras para la distribución de equipos médicos, construcción de plantas de almacenamiento de residuos industriales, servicios a firmas petroleras, etc-; paralelamente, la potencial reactivación del proyecto de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu -esbozada por el Estado nacional en el marco de la inminente resurrección de la minería del uranio- contribuye a rediseñar ese esquema de diversificación, restituyéndole a ese nodo la jerarquía de antaño.
Lejos de preservarse cristalizado en el tiempo, el mapa de la actividad nuclear de I+D muta constantemente, incorporando nuevos lugares al retrato configurado por las demandas científico-técnicas del período actual. Es el caso de Malargüe y San Rafael que, más allá de su estratégico papel desempeñado en la minería del uranio, son ahora objeto de una nueva internacionalización de los proyectos de cooperación nuclear. Se trata del proyecto global Pierre Auger, caracterizado por la construcción de un observatorio hemisférico gigante destinado al estudio de los rayos cósmicos ultra-energéticos, de vital importancia para la actividad atómica. Desarrollado desde finales del Siglo XX, ese programa de investigación está integrado, en el ámbito nacional, por el Centro Atómico Constituyentes, el Instituto Balseiro, la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Tecnológica Nacional, los complejos mineros Malargüe y San Rafael, el Instituto de Astronomía y Física del Espacio y la Universidad Nacional de Buenos Aires. Son los nuevos círculos de cooperación en el espacio, que entrelazan a distintos nodos de un sub-circuito productivo constituido por los segmentos informacionales del sector.
Obstando su papel de centros domésticos de comando y complementariedad de la red nuclear argentina, los centros atómicos y los institutos de investigación aplicada son, asimismo, reestructurados por el advenimiento y la todavía embrionaria implantación de una de las nuevas variables-clave del período; es la nanotecnología, surgida al calor de las renovadas exigencias de intelectualización del trabajo concreto, y necesaria para la elaboración de los modernos sistemas de objetos.
Tal rama de la mecánica cuántica se especializa en el estudio de los nanómetros, partículas cuyo tamaño oscila entre una y diez millonésimas partes por milímetro; comprendida en tanto la habilidad de controlar y manipular la materia a nivel sub-atómico, la nanotecnología es, en la actualidad, concebida como la panacea de una industria nuclear global en crisis, erigiéndose, además, en una flamante norma técnica que, regulando ciertos aspectos de la producción material, constituye un formidable acicate para la introducción, en diversas actividades económicas, de los contenidos técnicos, científicos e informacionales de la modernidad actual.
Sus posibilidades son prácticamente infinitas; citamos, entre otras, las más diversas aplicaciones farmacológicas, médicas -técnicas de diagnóstico y terapia-, químicas -cosmética, cemento, pintura-, ingenieriles -construcción miniaturizada de máquinas- y estratégicas -reproducción de sistemas de purificación y desalinización del agua, por ejemplo-.
Obediente a los intereses de la industria electrónica global, su acelerada expansión responde a la necesidad de rebasar las barreras de una micro-electrónica limitada por las escalas técnicas de los circuitos integrados de silicio; de ahí la modernización de las técnicas de imagen y, sobre todo, de los métodos de almacenamiento y manipulación de la información -optoelectrónica, ordenadores cuánticos y moleculares, sistemas de magnetorresistencia gigante, dispositivos nanoelectrónicos, catalizadores nanoestructurados-. Susceptible a la multiplicación de los armamentos, el diseño de una vastedad de aplicaciones bélicas y el perfeccionamiento del campo de la ingeniería, la robótica y la biología, la nanotecnología ha despertado, asimismo, la codiciosa avidez de las grandes potencias hegemónicas que, encabezadas por la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y China, destinan parte de su erario público al financiamiento de programas de investigación vincula vinculados al nuevo motor de la economía internacional (54).
Como resultado de ese sistema de eventos, la llamada ‘nueva Revolución Industrial’ posee un gigantesco mercado mundial, por el cual fluyen anualmente más de 45.000 millones de dólares; paralelamente, los países centrales se han asegurado el oligopolio regulatorio y corporativo de la actividad, desarrollando una suerte de gobierno mundial empirizado en la Nano Business Alliance (NBA) y la Nanosciencie and Nanotechnology Initiative (NNI). En consecuencia, las nuevas patentes tecnológicas se concentran en manos de un puñado de firmas globales, entre las que se destacan IBM, Samsung, L’Oreal, Mitsubishi, LG y Hewlett-Packard.
Incorporando a la red vectores de esa racionalidad, nuestro país ingresó a esa flamante oleada modernizadora mediante la génesis de la Fundación Argentina de Nanotecnología (FAN), de propiedad estatal (55); concomitantemente, la creación del Centro Brasileño-Argentino de Nanotecnología (CBAN) -especializado en microscopía electrónica, nanopartículas, nanotubos, química supra-molecular, nanomagnetismo, micro y nano-fabricación, nanocatalizadores, cosmética y farmacología- no hizo sino ampliar los círculos de cooperación del circuito espacial de producción. Apenas fijado territorialmente, el nuevo eslabón o segmento fue, en efecto, sometido a una temprana internacionalización de sus formas y funciones.
Novísimo, otro mapa de productividades espaciales se dibuja en el territorio, despuntando para superponerse a los retratos pretéritos originados por esa peculiar división del trabajo y, paralelamente, privilegiar a determinados nodos de la red; los laboratorios de electro-química molecular de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto de Nanoscopía (INIFTA) de La Plata y las redes de investigación coordinadas desde Córdoba por la CNEA constituyen vívidos testimonios de la producción de esa centralidad. No obstante, son el Centro Atómico Bariloche y el Instituto Balseiro los nodos que verdaderamente sobresalen en el conjunto, toda vez que sus avances en física en nanoescala han atraído a la firma estadounidense Bell Labs, una subsidiaria de la corporación Lucent; reservando para sí la fabricación directa de prototipos -concentrada en sus plantas de New Jersey-, esa empresa externaliza las tareas de diseño para incorporar a la localidad rionegrina de Bariloche a sus circuitos globales de producción. Tal ciudad se constituye, pues, en un centro que, regulando parcialmente los asuntos nucleares domésticos, comanda casi monopólicamente la difusión, a escala nacional, de esa variable hegemónica en tanto nueva y moderna plasmación de las verticalidades del sector atómico mundializado.
Una globalización perversa: exportaciones tecnológicas y basureros atómicos
Obstando el prisma a partir del cual se examinen los rasgos del período actual, la llamada globalización se consolida como una auténtica fábrica de perversidades para la vasta mayoría de la humanidad (Santos, 2000).
La industria nuclear no constituye en modo alguno una excepción a tal regla. Imponiendo su propio orden espacial, ese trabajo hegemónico se reparte en el territorio conforme a requerimientos específicos que, demasiado a menudo, obligan a los lugares a desempeñar una función no deseada. Exceptuando, quizás, a la minería del uranio, no existe otro eslabón tan conflictivo -y asimismo imprescindible para la reproducción del sistema y sus actividades derivadas- como el almacenamiento y la gestión de los residuos atómicos.
Originariamente, la energía nuclear fue presentada como la panacea para todos los problemas imaginables -electricidad barata y renovable, conservación de alimentos y una gama infinita de usos médicos e industriales-, lo cual condujo a la población de numerosas naciones a reverenciarla con actitud casi religiosa (Brailovsky; Foguelman, 1993) (56). Procurando justificar su utilización, ciertos sistemas ideológicos subrayarían un rasgo técnico propio de esa tecnología: la supuesta no emisión de dióxido de carbono (57); asimismo, la presencia de la energía atómica en los países periféricos sería afianzada por el Protocolo de Kyoto, una regulación global que, decretando la presunta inviabilidad de otras fuentes de abastecimiento de electricidad, deviene funcional a los intereses y las estrategias de las corporaciones transnacionales proveedoras de equipamiento nuclear. Uno de los argumentos más explotado por dicho proceso de legitimación refiere a un rasgo considerado arquetípico y exclusivo de los sistemas de ingeniería nuclear: la supuestamente escasa generación de desechos; suele aducirse que una planta atómica de 1.000 MW produce sólo 35 tn anuales de residuos, volumen que se reduciría a apenas 2,5 m3 anuales si el combustible utilizado fuera posteriormente reprocesado (Fernández Francini; De Dicco, 2006). Tales datos empíricos poseen una base científica que, empero, oculta deliberadamente su contenido ideológico. Si la basura nuclear no constituyera una problemática y aún irresuelta encrucijada, ¿qué explicación hallaría el discurso dominante a la persistente beligerancia geográfica que inexorablemente surge en torno a la disposición final de la escoria radiactiva? El mito de la inexpugnable seguridad de las actividades nucleares es acompañado entonces por otra fábula, la de su presunta asepsia.
Ensayada por Estados Unidos, una primera ‘solución’ a tal problema consistió en el emplazamiento, en su propio territorio, de profundos depósitos geológicos. Sin embargo, los problemas derivados de la acumulación subterránea -corrosión de contenedores y liberación de su contenido, capacidad insuficiente de acopio impulsaron a países como Francia e Inglaterra a desembarazarse de dichos residuos derramándolos en las aguas del Mar de Irlanda y el Océano Atlántico, o enterrándolos en los respectivos lechos ribereños; en menos de dos décadas (1967-1983), el volumen anual de basura nuclear arrojado pasó de 20.000 a más de 100.000 tn, septuplicando así los niveles de radiactividad del principal vertedero del mundo, situado frente a la costa atlántica española. El reprocesamiento de combustible gastado para obtener uranio enriquecido y plutonio -práctica orientada a alimentar los arsenales de las potencias militares se tornó inviable con el fin de la ‘guerra fría’. No se conocen aún, pues -apunta Sarlingo (1998)-, procedimientos eficaces de eliminación ni métodos seguros de almacenamiento (58).
Durante los últimos treinta años, sin embargo, la incesante generación de desechos nucleares por parte de las usinas y reactores de Europa y Oceanía ha instado a algunos actores hegemónicos a concebir y desplegar una nueva forma de imperialismo: la instalación, en la periferia del sistema capitalista mundial, de repositorios destinados a albergar, a gran escala, los residuos atómicos de los países centrales. Impetuosa, tal cuestión se impuso en Argentina durante los decenios de 1970 y 1980, siempre mediada por las estrategias de supervivencia y expansión de INVAP. Harto ambicioso, el programa atómico estatal contemplaba el desarrollo del ‘Proyecto CAREM’, basado en la exportación de pequeños reactores modulares de baja potencia (25 MW), destinados tanto a la investigación experimental como a la electrificación de poblados pequeños y ciudades aisladas; un plan complementario -la llamada ‘venta de kilovatios limpios’- implicaba asimismo la eventual construcción y funcionamiento de un basurero atómico, orientado a procesar -a pedido de los países compradores de la tecnología de INVAP- el combustible gastado por esos generadores. Incluso el gobierno nacional efectuó infructuosos ofrecimientos a Suiza, China y Yugoslavia -apunta Pardo (2003b)- para albergar sus residuos nucleares en el sur patagónico y la provincia de San Luis.
El estrepitoso fracaso de ese proyecto y el prematuro fin del Plan Nuclear Argentino no impidieron a la CNEA emprender en 1986 la construcción de un repositorio atómico en la localidad chubutense de Gastre, no sólo destinado a almacenar 150 tn de desechos radiactivos originados en las usinas nucleo-eléctricas argentinas, sino también a ser arrendado a otras naciones. La elección de ese lugar no fue azarosa, sino deliberada. Escogido por la lógica instrumental de la acción global en virtud de la raridad de variables dinámicas y la presencia de un tejido socio-económico poco denso, un paraje poblado por algunos centenares de habitantes y caracterizado por una economía ganadera de subsistencia no opondría, en principio, obstáculos significativos a la penetración de un vector globalizado; éste, a su vez, no hallaría a su paso las rugosidades derivadas de la existencia de un territorio previamente modernizado. No obstante, la enconada resistencia del lugar y la duradera oposición regional a esa perversa racionalidad impidieron la consumación del proyecto dominante, tornando ineficaces las falaces invocaciones al progreso con las que algunos segmentos de la burocracia nacional pretendieron doblegar la insurrección patagónica (59). Convertido en un soporte de acciones horizontales, espontáneas, rebeldes, Gastre desbarató, pues, la convergencia entre las funciones planificadas y las funciones ejecutadas que fuera oportunamente concebida por los actores hegemónicos.
Tornando a los sistemas de acciones públicas más permeables a la adopción de pautas globales de acción y comportamiento, la irrupción de otra racionalidad exógena truncó el crecimiento de INVAP, hasta entonces basado en la exportación de tecnología nuclear hacia Perú, Argelia y Turquía; procurando someter al sector atómico argentino a un comando externo, la adhesión a los Tratados de Tlatelolco y de No Proliferación de Armas Nucleares, la incorporación al Grupo de Países Proveedores Nucleares y la sujeción ante las inspecciones y salvaguardias del Organismo Internacional de Energía Atómica derivaron en la implementación, en nuestro país, del Régimen de Control de Exportaciones Sensitivas y Material Bélico en tanto nueva funcionalización de las tendencias de racionalización propias del acontecer jerárquico.
INVAP fue entonces llamada a reorganizar sus funciones, debiendo suspender los contratos comerciales acordados con Irán y otros países ‘no confiables’ frente a las presiones del gobierno norteamericano, lo cual la forzó a ampliar su espectro de negocios hacia otras ramas industriales; la productividad espacial de la ciudad de Bariloche y su umland menguó, pues tal alteración de los datos políticos del sector condujo a la firma estatal a una grave crisis financiera, obligándola a desembarazarse de la inmensa mayoría de su plantilla laboral (Silveira, 1999; Kozulj et al., 2005). No obstante las nuevas formas organizacionales adoptadas y la notable diversificación de actividades ensayada por la empresa rionegrina, las subsecuentes restricciones presupuestarias y las limitaciones impuestas por las preocupaciones geopolíticas estadounidenses tejieron una solidaridad organizacional -una verticalidad- que instó a INVAP a resucitar -en aras de perpetuar su propia existencia- dos antiguos programas atómicos: la instalación de basureros nucleares y, luego, la ‘venta de kilovatios limpios’.
Cooptados por las características instrumentales y extrovertidas de esa lógica, los sistemas de acciones públicas fueron imbuidos de una métrica ya no compensadora, sino más bien mercantil. Obedeciendo a los intereses de firmas extranjeras -la francesa Pechiney-, el ‘proyecto Gastre’ resurgiría hacia las postrimerías del Siglo XX con renovados bríos, en tanto el gobierno nacional procuraría emplazar, en pleno conurbano bonaerense, seis repositorios atómicos de pequeñas dimensiones, para así satisfacer con premura intereses originados en los centros de poder del sistema mundial. Nuevamente frustrados (60) por la revuelta de los lugares, ambos intentos obligaron a la empresa rionegrina a ensayar otra estrategia: la importación de basura radiactiva como incentivo a la adquisición, por parte de Australia, de los CAREM.
Hacia el ocaso de la pasada centuria, INVAP obtuvo una licitación de la Australian Nuclear Safety Organization (ANSTO) para construir, en esa nación, el sustituto del ya obsoleto HIFAR, un reactor de investigación localizado en la ciudad de Lucas Heights -cercana a Sydney- cuyos desechos eran, hasta entonces, remesados hacia Francia (La Hague) y sus principales proveedores de uranio: Estados Unidos e Inglaterra (Sellafield). Haciendo responsable a la firma argentina por la disposición de los residuos radiactivos derivados del funcionamiento del nuevo generador (61) -así como también por su ulterior procesamiento y ‘devolución’-, esa comunión entre vectores internos y externos desató dramáticas guerras de lugares, con epicentro en la Patagonia y algunos partidos del Gran Buenos Aires. La inquebrantable oposición ‘regional’ al proyecto de la CNEA de emplazar tales residuos en Río Negro -La Esperanza, Chasicóy Chubut -Sierra del Calcatapul, Sierras del Medio- culminó con el almacenamiento de la escoria radiactiva australiana en el Centro Atómico Ezeiza, situado en pleno corazón de una zona densamente poblada, en las cercanías del aeropuerto internacional más importante del país (62). Ese lugar es sometido, entonces, al yugo de una teleacción que lo obliga a ejecutar la nueva función impuesta por la división internacional del trabajo, permitiendo así la reproducción de un proceso extremo de verticalización del cotidiano local.
Comandando una producción y una circulación innecesarias, las estrategias comerciales de INVAP refuerzan asimismo un esquema de desarrollo desigual y combinado, pues ese eje de eventos atenúa la jerarquía de la ciudad bonaerense en tanto permite a Pilcaniyeu y Bariloche recuperar parte del papel desempeñado antaño en cuanto al comando de los asuntos nucleares domésticos. Latente durante largo tiempo, pero incipiente en su concreción, la lógica subyacente a la importación de residuos atómicos extranjeros entrega a Ezeiza a las más puras leyes del mercado mundial: así, ese nodo es metamorfoseado en un recorte dotado de una jerarquía global y nacional merced a su papel en I+D, más al mismo tiempo acaba convirtiéndose en un medio repulsivo, incoherente para las restantes facciones del capital e irracional para los hombres (63).
Originadas en una misma escala de acción pero dotadas de jerarquías diferenciadas, algunas normas entran, empero, en contradicción: las leyes argentinas permiten a la Autoridad Regulatoria Nuclear escoger libremente los lugares destinados a la instalación y disposición de residuos atómicos, más la Constitución Nacional prohíbe explícitamente el ingreso de desechos radiactivos a nuestro país (64). Expresada como un área regulatoria de vacancia, la presencia de un virtual vacío jurídico define una densidad normativa menos espesa (65), la cual entabla una solidaridad con los designios del mundo. Imprimiéndole a nuestro país una productividad espacial singular, esa funcionalidad consolida la ‘aptitud política’ de éste en cuanto a la recepción y el almacenamiento de la basura nuclear extranjera. La implementación, por parte de la CNEA, de un programa destinado a albergar en Ezeiza el uranio altamente enriquecido de los reactores de investigación estadounidenses, procura afianzar esa función, sustituyendo las regulaciones del territorio por un comando global (66); lo mismo puede decirse del intento de importar el combustible agotado de las centrales brasileñas para alimentar las usinas argentinas.
Impermeables al pragmatismo de ciertos segmentos de la burocracia nacional, algunas regulaciones locales revelan la paradoja de un orden global y territorial que aspira a eliminar las normas de la nación, pero que simultáneamente es obligado a respetar las reglas de los lugares. Así pues, la otra cara de esos conflictos está dada por las limitaciones impuestas al transporte de los residuos nucleares domésticos hacia el Centro Atómico Ezeiza, lo cual determina la permanencia de aquellos en los sitios donde fueron generados -Pilcaniyeu, Córdoba (67), Embalse, Zárate (68)-. Tal situación revela, en principio, la contradicción entre una circulación globalizada hegemónica despojada de viscosidades organizacionales -una verticalidad- y una circulación interna pletórica de rigideces inmateriales -una horizontalidad-, más también da cuenta de la segmentación normativa del territorio; paradigmática de este período, dicha fragmentación -teoriza Silveira (2003a)- compartimenta el espacio en fracciones que imprimen, según el caso, mayor o menor fluidez a las actividades de los agentes privados y, de manera análoga, a determinados segmentos de un Estado vigorosamente racionalizado por la lógica dominante.
Hundidos en un pronunciado ostracismo cuya génesis remite a la pérdida u obsolescencia de algunas de sus funciones históricas, determinados lugares son, sin embargo, acorralados por una u otra arista del proceso de reestructuración del sector atómico argentino. Complejos minero- fabriles abandonados que en nuestros días no despuntan como escenarios propicios para la resurrección de la minería del uranio devienen oportunos, sin embargo, a la eficaz consagración de otra lógica igualmente perversa: el futuro almacenamiento de los desechos nucleares extranjeros. Operando como un mecanismo de legitimación de una intencionalidad aún latente, la aptitud de esos subespacios obedecería, en principio, a la acumulación -propia del pasado, más todavía presente- de copiosos e ingentes volúmenes de material radiactivo. Destinado a la objetivación de las más nefastas posibilidades del futuro, el ejército de reserva constituido por esos páramos desolados revela la siniestra naturaleza del orden inherente a un circuito espacial de producción que, desde su génesis hasta su desenlace, impone por igual un mapa de conflicto y destrucción. Tejido entre eventos pertenecientes a diferentes períodos históricos, el imperio de esa solidaridad condenaría a algunos lugares a la perversa ejecución de las funciones más estratégicas y menos valorizadas de esa división territorial del trabajo.
Caracterizada por su marcada antigüedad, el agotamiento de buena parte de su vida útil y su rigidez funcional, Atucha I, en cambio, revela una productividad espacial sensiblemente inferior. Suspendidos los programas de enriquecimiento que durante la primera mitad de los años noventa le habían permitido reducir un 40 % sus costos de producción y situarse entre las diez plantas eléctricas más eficientes del país, la planta bonaerense acabó convirtiéndose en la única central comercial de agua pesada del mundo en operar con uranio levemente enriquecido. En consecuencia, las normas técnicas impuestas por el nuevo orden global han alterado -una vez más- el valor de algunos nodos del circuito espacial de producción, toda vez que el sometimiento de nuestro país ante ciertas exigencias externas -la subordinación a las demandas de racionalidad emanadas del acontecer jerárquico- ha redundado en la ostensible reducción de la eficacia de las funciones tradicionalmente desempeñadas por ese sistema de ingeniería.
La complementariedad y relativa marginalidad de Atucha I en el mapa eléctrico nacional no es revelada apenas por su articulación subordinada al espacio de flujos hegemónicos configurado por el sistema de alta tensión, sino también por la inconstancia de su trabajo: si las interrupciones aisladas de las actividades de Embalse han representado -a lo largo de su vida funcional- 3,2 años de desconexión al SIN, en el caso de Atucha I esas parálisis han implicado 8,3 años sin operar, lo cual equivale a más de la cuarta parte (27,5 %) de su existencia (45). Como resultado estructural de ese proceso de diferenciación, algunos lugares ganan concretud, en tanto otros son incompletamente despojados de ella: si la provincia de Córdoba se caracteriza por su exceso de especialización en cuanto a la energía nuclear, Buenos Aires manifiesta, en cambio, una sensible merma de tal condición (46). Nacida del funcionamiento más o menos perfecto de los objetos, la hipertelia de determinados recortes del espacio nacional impone entonces diferenciaciones y segmentaciones cuya raigambre es, a un tiempo, intra-sectorial y territorial.
Obedeciendo a temporalidades disímiles, las plantas nucleares argentinas emergen en tanto puntos que, adecuados respecto del ejercicio y reproducción de una racionalidad instrumental, resultan cadenciados por ritmos fragmentados de funcionamiento, uno siendo obligado a desempeñar un trabajo continuo (47) destinado a suplir las fallas y limitaciones de Atucha I, otro desarrollando sus funciones de modo más entrecortado, esto es, despojado de fluidez. Sin embargo, la usina atómica más antigua del país deviene todavía estratégica respecto de la configuración del circuito espacial de producción: nexo obligado entre el mercado mundial y el territorio, la terminal portuaria controlada por esa central eléctrica constituye el único punto neurálgico a partir del cual se irradian hacia el resto del país los flujos del sofisticado equipamiento tecnológico, de origen importado, utilizado por el sector atómico argentino.
Los sistemas de ingeniería nucleares no sólo son permeables a rasgos del período contemporáneo como la fluidez y la productividad, sino también a la superposición de vectores externos de regulación funcionales a las actuales tendencias de mecanización, robotización y automatización del trabajo. La generación eléctrica derivada de la explotación de la energía atómica constituye, según la racionalidad dominante, la suprema manifestación de la seguridad; las centrales domésticas son llamadas, pues, a someterse a un comando externo que, plasmado en las inspecciones de la OIEA y rígidas normas técnicas -los análisis probabilísticos de seguridad (CAN/CSA 285/1994), por ejemplo-, revela la condición material e inmaterial, global y local, normatizada y normatizadora de esos objetos. Son las verticalidades del acontecer jerárquico, procurando imprimir una racionalización a las actividades de ese segmento del circuito mediante la homogeneización de un trabajo desarrollado, empero, en lugares diversos.
Hegemónico, ese proceso es asimismo reforzado y exacerbado por la calificación de la fuerza de trabajo de las usinas atómicas según normas globales -ISO 9712 IRAM-CNEA- y, también, por su capacitación en el exterior: así, los operarios de Atucha I realizan anualmente tareas de entrenamiento en simuladores de Eletronuclear SA -Angra dos Reis, Brasil-, en tanto la plantilla laboral de Embalse hace lo propio en Hydro-Quebec -Gentily, Canadá-. Es la otra cara de la internacionalización de la industria nuclear argentina, concretada en densidades normativas e informacionales estrictamente obedientes a pautas externas de acción y comportamiento y, al mismo tiempo, funcionales respecto de sus necesidades de vinculación con otros puntos del mapa mundial inherente a esa producción hegemónica globalizada.
Normas y equipamiento confluyen entonces, aglutinándose en formas prototípicas de la época actual que portan dentro de sí el velado propósito de concretar empíricamente un discurso simbólico: la seguridad absoluta de la que siempre alardea el sector nuclear. Como resultado, la automatización e informatización de las tareas resulta total, lo cual se expresa en la reparación y sustitución de componentes en áreas de alta radioactividad vía robótica y telemanipulación remota, la instalación de circuitos de TV, sistemas de video y audio subacuáticos especiales, la operación de unidades de captura remota de datos, el establecimiento de laboratorios móviles y estaciones de trabajo para análisis de datos, la utilización de equipos ultrasónicos y la adopción de modernos softwares que comandan esas operaciones en tiempo real. Las centrales nucleares plasman así el imperio, en el sector energético, de los contenidos del período histórico coetáneo.
Orientada a legitimar ideológica, científica y técnicamente la fábula de la inexpugnable seguridad que ciegamente es atribuida al sector atómico, esa materialidad -perfecta y especializada- no ha conseguido evitar, sin embargo, una marcada desmitificación de la actividad (48). En poco más de veinte años, ambas centrales han sido escenario de no menos de seis accidentes, los cuales han incluido emisiones de gas tritio y derrames de agua pesada (49) (PARDO, 2006). Innegable, esa emergente contradicción entre semiología y empirismo no supone, empero, una negación de la situación mundial de la industria nuclear, sino más bien su exacerbada reproducción en el plano interno, concretada en lo local (50).
Otros aspectos de la actividad nuclear: centros atómicos y nanotecnología
Constituidos, sobre todo, a raíz de la difusión, en algunas naciones y lugares, de innovaciones externas territorialmente propagadas, los sistemas de ingeniería térmicos e hidroeléctricos se diferencian notablemente de los objetos y acciones que componen la red nuclear, tanto en sus aspectos materiales como en sus rasgos organizacionales. Ejercido por el carácter estratégico del sector y su especificidad técnica, un poderoso y deliberado influjo convierte a los saberes derivados de la explotación de esa configuración reticular en un exclusivo patrimonio del país donde éstos fueron pergeñados, verdaderos secretos que, privilegiando a aquellos agentes que comandaron su producción a partir de investigaciones localmente desarrolladas (Silveira, 1999), procuran a menudo sustraerse a los mecanismos externos de control ensayados por el orden global. Compuesta por algunos centros atómicos -Ezeiza, Constituyentes, Bariloche-, un polo tecnológico especializado -Pilcaniyeu-, numerosos nodos ‘regionales’ de la CNEA y ciertos institutos de enseñanza -Balseiro, determinadas universidades nacionales- , una constelación de puntos concretos deviene en tanto plasmación empírica y genuino acto de imperio, en Argentina, de esa racionalidad hegemónica.
Nodo jerarquizado de la red, el Centro Atómico Ezeiza se encuentra localizado en el partido bonaerense de Esteban Echeverría, lindante a la localidad homónima. Originando, desarrollando y perfeccionando solidaridades científicotécnicas y organizacionales -esto es, complementariedades funcionales- no sólo con la generación de energía eléctrica, sino también respecto de otras fuerzas motrices de la economía, como los modernos procesos de cientifización de la agricultura y la ganadería -tecnología de control de plagas agrícolas, estudios de erosión del suelo-, renovación de la industria -nuevas técnicas de conservación de alimentos- y expansión de la medicina nuclear (Silveira, 1999) -elaboración del Tc-99m (51) a partir del decaimiento del Mo-99-, el trabajo desempeñado por ese eslabón del circuito revela una notable especialización en cuanto a la obtención de radioisótopos por reacción controlada.
Obedientes a tal finalidad, algunas instalaciones -Planta Semi-Industrial de Irradiación, Área de Materiales y Combustibles Nucleares, Instituto de Estudios Nucleares, etc- son alojadas en ese centro, que así alberga y desenvuelve diversas funciones de investigación y producción, al tiempo que satisface el 100 % de la demanda doméstica de tales insumos-clave; cuatro aceleradores de partículas, cinco plantas de producción de radioisótopos, 108 centros de teleterapia, 81 institutos de braqui-terapia y 605 centros de medicina nuclear completan, asimismo, una constelación de nodos que, repartida entre Buenos Aires, Córdoba, Río Negro, Mendoza y Santa Fe, es articulada y comandada desde el Centro Atómico Ezeiza para garantizar la reproducción y expansión de esa suerte de subsistema técnico-científico-informacional.
No obstante, es en el sector eléctrico donde dicho centro atómico exhibe con absoluta nitidez su condición de punto estratégico de la división territorial del trabajo nuclear. Creada a comienzos de los años ochenta para permitir la incursión del grupo económico nacional Pérez Companc en la actividad, la firma CONUAR SA regula desde allí un engranaje esencial de la cadena: la metamorfosis en barras de combustible del dióxido de uranio suministrado por Dioxitek. Se produce así un concomitante proceso de diversificación empresarial, especialización del trabajo y privatización ‘periférica’ de algunos segmentos de la CNEA, lo cual permite la conformación, en el propio seno de la industria nuclear argentina, de una neoburocracia mixta de sistemas de acciones públicas y sistemas de acciones de mercado, resultante de la aglutinación de la racionalidad burocrática y la lógica de la empresa privada. La petrolera estatal brasileña Petrobras, al comprar buena parte de los activos del grupo Pérez Companc, pretendió apoderarse también de sus negocios nucleares, más la oposición de la CNEA truncó esas aspiraciones (52). Explotada también por esa facción de la burguesía ‘nacional’, la Fábrica de Aleaciones Especiales (FAESA) produce zircaloy -insumo necesario para la fabricación de combustible- y provee de sofisticado instrumental a usinas y centros atómicos. Tejidas en el corazón de la red nuclear, las nuevas complementariedades resultan transversales a todos los segmentos y subespacios que participan del circuito productivo de la actividad. Ejerciendo un acto de imperio, la lógica hegemónica genera, pues, acciones que, orientadas a consumar la enajenación del patrimonio público, superponen vectores y funciones en un mismo lugar, acentuando la hibridación públicomercantil ya cristalizada en el seno de esa industria (53).
Esquemáticamente, si la minería y la generación eléctrica se revelaron como nodos de producción material de los sistemas de ingeniería nuclear, podría decirse que algunos centros e institutos -Constituyentes, Bariloche, Balseiro- constituyen, en cierto modo, vectores especializados en el desarrollo y perfeccionamiento de un trabajo inmaterial cuya raigambre propiamente organizacional es, sobre todo, científica, técnica e informacional. Localizado en el también bonaerense partido de San Martín, el Centro Atómico Constituyentes concentra entonces buena parte de las tareas de investigación, formación y desarrollo técnico-profesional de la red nuclear argentina; contando con un instituto tecnológico constituido en derredor del Laboratorio Tandar -el mayor acelerador de partículas del hemisferio sur, fabricado por INVAP (Kozulj et al., 2005)-, ese punto del sistema se revela, pues, harto permeable a las contemporáneas exigencias de producción de conocimiento especializado, valioso y estratégico.
Tempranamente difundida en el Centro Atómico Bariloche y en el Instituto Balseiro, esa misma racionalidad permite la formación de recursos humanos, la acumulación de proyectos de investigación y la multiplicación de las aplicaciones nucleares, fenómenos originados en el ininterrumpido funcionamiento del reactor experimental RA-6; concomitantemente, la división territorial del trabajo se extiende y los círculos de cooperación del circuito productivo son ampliados por el desarrollo de la llamada ‘tecnología de esponja de zirconio’, vital para el desenvolvimiento de la generación nucleoeléctrica de las usinas argentinas. Comandadas desde el Instituto Balseiro, en el país existen 433 carreras de investigación y enseñanza dictadas en institutos especializados; contando en sus instalaciones con los reactores experimentales RA-0 y RA-4, las universidades nacionales de Córdoba y Rosario recrean, asimismo, nexos de horizontalidad o solidaridad orgánica en el espacio contiguo, toda vez que sus actividades procuran garantizar la eficaz capacitación de la nueva fuerza laboral reclutada para Embalse.
Dependiente de INVAP, el Centro Tecnológico Pilcaniyeu complementa en Río Negro la reproducción de un cotidiano cimentado en un cúmulo de solidaridades y complementariedades, más su productividad espacial ha sido erosionada por la fuerza de un mandar externo. Nuestro país, que hacia finales del Siglo XX era una de las pocas naciones en el mundo que contaba con la tecnología necesaria para producir uranio altamente enriquecido (90 %) por fisión del Mo-99, debió renunciar a tal ‘privilegio’ para someterse a las preocupaciones internacionales reinantes en cuanto a la potencial utilización de ese insumo para programas bélicos y, también, para morigerar su dependencia respecto del mineral comercializado por Estados Unidos; en consecuencia, la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu desapareció sin dejar rastros, toda vez que fue rápidamente suprimida por la apertura de la burocracia nacional al imperio de un acontecer jerárquico que impuso pautas mundializadas de acción y comportamiento.
Inserto en una región escasamente industrializada y desde siempre orientada hacia una agricultura de exportación y la producción de energía, apenas un punto del norte patagónico resulta, pues, favorecido por la división territorial del trabajo nuclear; es la ciudad de San Carlos de Bariloche -explica Silveira (1999)-, que así despunta como sede de los eventos de la globalización. Obstando su actual situación de crisis -véase el siguiente acápite-, la empresa rionegrina INVAP emerge como un vector en el aumento de la densidad técnica e informacional del lugar, pues su adaptativa permeabilidad a la incorporación de las lógicas hegemónicas, su consumada aptitud para la producción de objetos funcionalmente precisos y su clara vocación exportadora la consolidan en tanto condición de oportunidad para la empirización de las nuevas formas globalizadas del trabajo nuclear (Silveira, 2003b) -joint venture, llave en mano, series limitadas, royalties, construcción de reactores para Egipto, exportación de equipos de medicina nuclear (TERADI) hacia Venezuela, Siria, India, Brasil y Cuba, desempeño como principal proveedor de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, brazo importador de firmas extranjeras para la distribución de equipos médicos, construcción de plantas de almacenamiento de residuos industriales, servicios a firmas petroleras, etc-; paralelamente, la potencial reactivación del proyecto de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu -esbozada por el Estado nacional en el marco de la inminente resurrección de la minería del uranio- contribuye a rediseñar ese esquema de diversificación, restituyéndole a ese nodo la jerarquía de antaño.
Lejos de preservarse cristalizado en el tiempo, el mapa de la actividad nuclear de I+D muta constantemente, incorporando nuevos lugares al retrato configurado por las demandas científico-técnicas del período actual. Es el caso de Malargüe y San Rafael que, más allá de su estratégico papel desempeñado en la minería del uranio, son ahora objeto de una nueva internacionalización de los proyectos de cooperación nuclear. Se trata del proyecto global Pierre Auger, caracterizado por la construcción de un observatorio hemisférico gigante destinado al estudio de los rayos cósmicos ultra-energéticos, de vital importancia para la actividad atómica. Desarrollado desde finales del Siglo XX, ese programa de investigación está integrado, en el ámbito nacional, por el Centro Atómico Constituyentes, el Instituto Balseiro, la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Tecnológica Nacional, los complejos mineros Malargüe y San Rafael, el Instituto de Astronomía y Física del Espacio y la Universidad Nacional de Buenos Aires. Son los nuevos círculos de cooperación en el espacio, que entrelazan a distintos nodos de un sub-circuito productivo constituido por los segmentos informacionales del sector.
Obstando su papel de centros domésticos de comando y complementariedad de la red nuclear argentina, los centros atómicos y los institutos de investigación aplicada son, asimismo, reestructurados por el advenimiento y la todavía embrionaria implantación de una de las nuevas variables-clave del período; es la nanotecnología, surgida al calor de las renovadas exigencias de intelectualización del trabajo concreto, y necesaria para la elaboración de los modernos sistemas de objetos.
Tal rama de la mecánica cuántica se especializa en el estudio de los nanómetros, partículas cuyo tamaño oscila entre una y diez millonésimas partes por milímetro; comprendida en tanto la habilidad de controlar y manipular la materia a nivel sub-atómico, la nanotecnología es, en la actualidad, concebida como la panacea de una industria nuclear global en crisis, erigiéndose, además, en una flamante norma técnica que, regulando ciertos aspectos de la producción material, constituye un formidable acicate para la introducción, en diversas actividades económicas, de los contenidos técnicos, científicos e informacionales de la modernidad actual.
Sus posibilidades son prácticamente infinitas; citamos, entre otras, las más diversas aplicaciones farmacológicas, médicas -técnicas de diagnóstico y terapia-, químicas -cosmética, cemento, pintura-, ingenieriles -construcción miniaturizada de máquinas- y estratégicas -reproducción de sistemas de purificación y desalinización del agua, por ejemplo-.
Obediente a los intereses de la industria electrónica global, su acelerada expansión responde a la necesidad de rebasar las barreras de una micro-electrónica limitada por las escalas técnicas de los circuitos integrados de silicio; de ahí la modernización de las técnicas de imagen y, sobre todo, de los métodos de almacenamiento y manipulación de la información -optoelectrónica, ordenadores cuánticos y moleculares, sistemas de magnetorresistencia gigante, dispositivos nanoelectrónicos, catalizadores nanoestructurados-. Susceptible a la multiplicación de los armamentos, el diseño de una vastedad de aplicaciones bélicas y el perfeccionamiento del campo de la ingeniería, la robótica y la biología, la nanotecnología ha despertado, asimismo, la codiciosa avidez de las grandes potencias hegemónicas que, encabezadas por la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y China, destinan parte de su erario público al financiamiento de programas de investigación vincula vinculados al nuevo motor de la economía internacional (54).
Como resultado de ese sistema de eventos, la llamada ‘nueva Revolución Industrial’ posee un gigantesco mercado mundial, por el cual fluyen anualmente más de 45.000 millones de dólares; paralelamente, los países centrales se han asegurado el oligopolio regulatorio y corporativo de la actividad, desarrollando una suerte de gobierno mundial empirizado en la Nano Business Alliance (NBA) y la Nanosciencie and Nanotechnology Initiative (NNI). En consecuencia, las nuevas patentes tecnológicas se concentran en manos de un puñado de firmas globales, entre las que se destacan IBM, Samsung, L’Oreal, Mitsubishi, LG y Hewlett-Packard.
Incorporando a la red vectores de esa racionalidad, nuestro país ingresó a esa flamante oleada modernizadora mediante la génesis de la Fundación Argentina de Nanotecnología (FAN), de propiedad estatal (55); concomitantemente, la creación del Centro Brasileño-Argentino de Nanotecnología (CBAN) -especializado en microscopía electrónica, nanopartículas, nanotubos, química supra-molecular, nanomagnetismo, micro y nano-fabricación, nanocatalizadores, cosmética y farmacología- no hizo sino ampliar los círculos de cooperación del circuito espacial de producción. Apenas fijado territorialmente, el nuevo eslabón o segmento fue, en efecto, sometido a una temprana internacionalización de sus formas y funciones.
Novísimo, otro mapa de productividades espaciales se dibuja en el territorio, despuntando para superponerse a los retratos pretéritos originados por esa peculiar división del trabajo y, paralelamente, privilegiar a determinados nodos de la red; los laboratorios de electro-química molecular de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto de Nanoscopía (INIFTA) de La Plata y las redes de investigación coordinadas desde Córdoba por la CNEA constituyen vívidos testimonios de la producción de esa centralidad. No obstante, son el Centro Atómico Bariloche y el Instituto Balseiro los nodos que verdaderamente sobresalen en el conjunto, toda vez que sus avances en física en nanoescala han atraído a la firma estadounidense Bell Labs, una subsidiaria de la corporación Lucent; reservando para sí la fabricación directa de prototipos -concentrada en sus plantas de New Jersey-, esa empresa externaliza las tareas de diseño para incorporar a la localidad rionegrina de Bariloche a sus circuitos globales de producción. Tal ciudad se constituye, pues, en un centro que, regulando parcialmente los asuntos nucleares domésticos, comanda casi monopólicamente la difusión, a escala nacional, de esa variable hegemónica en tanto nueva y moderna plasmación de las verticalidades del sector atómico mundializado.
Una globalización perversa: exportaciones tecnológicas y basureros atómicos
Obstando el prisma a partir del cual se examinen los rasgos del período actual, la llamada globalización se consolida como una auténtica fábrica de perversidades para la vasta mayoría de la humanidad (Santos, 2000).
La industria nuclear no constituye en modo alguno una excepción a tal regla. Imponiendo su propio orden espacial, ese trabajo hegemónico se reparte en el territorio conforme a requerimientos específicos que, demasiado a menudo, obligan a los lugares a desempeñar una función no deseada. Exceptuando, quizás, a la minería del uranio, no existe otro eslabón tan conflictivo -y asimismo imprescindible para la reproducción del sistema y sus actividades derivadas- como el almacenamiento y la gestión de los residuos atómicos.
Originariamente, la energía nuclear fue presentada como la panacea para todos los problemas imaginables -electricidad barata y renovable, conservación de alimentos y una gama infinita de usos médicos e industriales-, lo cual condujo a la población de numerosas naciones a reverenciarla con actitud casi religiosa (Brailovsky; Foguelman, 1993) (56). Procurando justificar su utilización, ciertos sistemas ideológicos subrayarían un rasgo técnico propio de esa tecnología: la supuesta no emisión de dióxido de carbono (57); asimismo, la presencia de la energía atómica en los países periféricos sería afianzada por el Protocolo de Kyoto, una regulación global que, decretando la presunta inviabilidad de otras fuentes de abastecimiento de electricidad, deviene funcional a los intereses y las estrategias de las corporaciones transnacionales proveedoras de equipamiento nuclear. Uno de los argumentos más explotado por dicho proceso de legitimación refiere a un rasgo considerado arquetípico y exclusivo de los sistemas de ingeniería nuclear: la supuestamente escasa generación de desechos; suele aducirse que una planta atómica de 1.000 MW produce sólo 35 tn anuales de residuos, volumen que se reduciría a apenas 2,5 m3 anuales si el combustible utilizado fuera posteriormente reprocesado (Fernández Francini; De Dicco, 2006). Tales datos empíricos poseen una base científica que, empero, oculta deliberadamente su contenido ideológico. Si la basura nuclear no constituyera una problemática y aún irresuelta encrucijada, ¿qué explicación hallaría el discurso dominante a la persistente beligerancia geográfica que inexorablemente surge en torno a la disposición final de la escoria radiactiva? El mito de la inexpugnable seguridad de las actividades nucleares es acompañado entonces por otra fábula, la de su presunta asepsia.
Ensayada por Estados Unidos, una primera ‘solución’ a tal problema consistió en el emplazamiento, en su propio territorio, de profundos depósitos geológicos. Sin embargo, los problemas derivados de la acumulación subterránea -corrosión de contenedores y liberación de su contenido, capacidad insuficiente de acopio impulsaron a países como Francia e Inglaterra a desembarazarse de dichos residuos derramándolos en las aguas del Mar de Irlanda y el Océano Atlántico, o enterrándolos en los respectivos lechos ribereños; en menos de dos décadas (1967-1983), el volumen anual de basura nuclear arrojado pasó de 20.000 a más de 100.000 tn, septuplicando así los niveles de radiactividad del principal vertedero del mundo, situado frente a la costa atlántica española. El reprocesamiento de combustible gastado para obtener uranio enriquecido y plutonio -práctica orientada a alimentar los arsenales de las potencias militares se tornó inviable con el fin de la ‘guerra fría’. No se conocen aún, pues -apunta Sarlingo (1998)-, procedimientos eficaces de eliminación ni métodos seguros de almacenamiento (58).
Durante los últimos treinta años, sin embargo, la incesante generación de desechos nucleares por parte de las usinas y reactores de Europa y Oceanía ha instado a algunos actores hegemónicos a concebir y desplegar una nueva forma de imperialismo: la instalación, en la periferia del sistema capitalista mundial, de repositorios destinados a albergar, a gran escala, los residuos atómicos de los países centrales. Impetuosa, tal cuestión se impuso en Argentina durante los decenios de 1970 y 1980, siempre mediada por las estrategias de supervivencia y expansión de INVAP. Harto ambicioso, el programa atómico estatal contemplaba el desarrollo del ‘Proyecto CAREM’, basado en la exportación de pequeños reactores modulares de baja potencia (25 MW), destinados tanto a la investigación experimental como a la electrificación de poblados pequeños y ciudades aisladas; un plan complementario -la llamada ‘venta de kilovatios limpios’- implicaba asimismo la eventual construcción y funcionamiento de un basurero atómico, orientado a procesar -a pedido de los países compradores de la tecnología de INVAP- el combustible gastado por esos generadores. Incluso el gobierno nacional efectuó infructuosos ofrecimientos a Suiza, China y Yugoslavia -apunta Pardo (2003b)- para albergar sus residuos nucleares en el sur patagónico y la provincia de San Luis.
El estrepitoso fracaso de ese proyecto y el prematuro fin del Plan Nuclear Argentino no impidieron a la CNEA emprender en 1986 la construcción de un repositorio atómico en la localidad chubutense de Gastre, no sólo destinado a almacenar 150 tn de desechos radiactivos originados en las usinas nucleo-eléctricas argentinas, sino también a ser arrendado a otras naciones. La elección de ese lugar no fue azarosa, sino deliberada. Escogido por la lógica instrumental de la acción global en virtud de la raridad de variables dinámicas y la presencia de un tejido socio-económico poco denso, un paraje poblado por algunos centenares de habitantes y caracterizado por una economía ganadera de subsistencia no opondría, en principio, obstáculos significativos a la penetración de un vector globalizado; éste, a su vez, no hallaría a su paso las rugosidades derivadas de la existencia de un territorio previamente modernizado. No obstante, la enconada resistencia del lugar y la duradera oposición regional a esa perversa racionalidad impidieron la consumación del proyecto dominante, tornando ineficaces las falaces invocaciones al progreso con las que algunos segmentos de la burocracia nacional pretendieron doblegar la insurrección patagónica (59). Convertido en un soporte de acciones horizontales, espontáneas, rebeldes, Gastre desbarató, pues, la convergencia entre las funciones planificadas y las funciones ejecutadas que fuera oportunamente concebida por los actores hegemónicos.
Tornando a los sistemas de acciones públicas más permeables a la adopción de pautas globales de acción y comportamiento, la irrupción de otra racionalidad exógena truncó el crecimiento de INVAP, hasta entonces basado en la exportación de tecnología nuclear hacia Perú, Argelia y Turquía; procurando someter al sector atómico argentino a un comando externo, la adhesión a los Tratados de Tlatelolco y de No Proliferación de Armas Nucleares, la incorporación al Grupo de Países Proveedores Nucleares y la sujeción ante las inspecciones y salvaguardias del Organismo Internacional de Energía Atómica derivaron en la implementación, en nuestro país, del Régimen de Control de Exportaciones Sensitivas y Material Bélico en tanto nueva funcionalización de las tendencias de racionalización propias del acontecer jerárquico.
INVAP fue entonces llamada a reorganizar sus funciones, debiendo suspender los contratos comerciales acordados con Irán y otros países ‘no confiables’ frente a las presiones del gobierno norteamericano, lo cual la forzó a ampliar su espectro de negocios hacia otras ramas industriales; la productividad espacial de la ciudad de Bariloche y su umland menguó, pues tal alteración de los datos políticos del sector condujo a la firma estatal a una grave crisis financiera, obligándola a desembarazarse de la inmensa mayoría de su plantilla laboral (Silveira, 1999; Kozulj et al., 2005). No obstante las nuevas formas organizacionales adoptadas y la notable diversificación de actividades ensayada por la empresa rionegrina, las subsecuentes restricciones presupuestarias y las limitaciones impuestas por las preocupaciones geopolíticas estadounidenses tejieron una solidaridad organizacional -una verticalidad- que instó a INVAP a resucitar -en aras de perpetuar su propia existencia- dos antiguos programas atómicos: la instalación de basureros nucleares y, luego, la ‘venta de kilovatios limpios’.
Cooptados por las características instrumentales y extrovertidas de esa lógica, los sistemas de acciones públicas fueron imbuidos de una métrica ya no compensadora, sino más bien mercantil. Obedeciendo a los intereses de firmas extranjeras -la francesa Pechiney-, el ‘proyecto Gastre’ resurgiría hacia las postrimerías del Siglo XX con renovados bríos, en tanto el gobierno nacional procuraría emplazar, en pleno conurbano bonaerense, seis repositorios atómicos de pequeñas dimensiones, para así satisfacer con premura intereses originados en los centros de poder del sistema mundial. Nuevamente frustrados (60) por la revuelta de los lugares, ambos intentos obligaron a la empresa rionegrina a ensayar otra estrategia: la importación de basura radiactiva como incentivo a la adquisición, por parte de Australia, de los CAREM.
Hacia el ocaso de la pasada centuria, INVAP obtuvo una licitación de la Australian Nuclear Safety Organization (ANSTO) para construir, en esa nación, el sustituto del ya obsoleto HIFAR, un reactor de investigación localizado en la ciudad de Lucas Heights -cercana a Sydney- cuyos desechos eran, hasta entonces, remesados hacia Francia (La Hague) y sus principales proveedores de uranio: Estados Unidos e Inglaterra (Sellafield). Haciendo responsable a la firma argentina por la disposición de los residuos radiactivos derivados del funcionamiento del nuevo generador (61) -así como también por su ulterior procesamiento y ‘devolución’-, esa comunión entre vectores internos y externos desató dramáticas guerras de lugares, con epicentro en la Patagonia y algunos partidos del Gran Buenos Aires. La inquebrantable oposición ‘regional’ al proyecto de la CNEA de emplazar tales residuos en Río Negro -La Esperanza, Chasicóy Chubut -Sierra del Calcatapul, Sierras del Medio- culminó con el almacenamiento de la escoria radiactiva australiana en el Centro Atómico Ezeiza, situado en pleno corazón de una zona densamente poblada, en las cercanías del aeropuerto internacional más importante del país (62). Ese lugar es sometido, entonces, al yugo de una teleacción que lo obliga a ejecutar la nueva función impuesta por la división internacional del trabajo, permitiendo así la reproducción de un proceso extremo de verticalización del cotidiano local.
Comandando una producción y una circulación innecesarias, las estrategias comerciales de INVAP refuerzan asimismo un esquema de desarrollo desigual y combinado, pues ese eje de eventos atenúa la jerarquía de la ciudad bonaerense en tanto permite a Pilcaniyeu y Bariloche recuperar parte del papel desempeñado antaño en cuanto al comando de los asuntos nucleares domésticos. Latente durante largo tiempo, pero incipiente en su concreción, la lógica subyacente a la importación de residuos atómicos extranjeros entrega a Ezeiza a las más puras leyes del mercado mundial: así, ese nodo es metamorfoseado en un recorte dotado de una jerarquía global y nacional merced a su papel en I+D, más al mismo tiempo acaba convirtiéndose en un medio repulsivo, incoherente para las restantes facciones del capital e irracional para los hombres (63).
Originadas en una misma escala de acción pero dotadas de jerarquías diferenciadas, algunas normas entran, empero, en contradicción: las leyes argentinas permiten a la Autoridad Regulatoria Nuclear escoger libremente los lugares destinados a la instalación y disposición de residuos atómicos, más la Constitución Nacional prohíbe explícitamente el ingreso de desechos radiactivos a nuestro país (64). Expresada como un área regulatoria de vacancia, la presencia de un virtual vacío jurídico define una densidad normativa menos espesa (65), la cual entabla una solidaridad con los designios del mundo. Imprimiéndole a nuestro país una productividad espacial singular, esa funcionalidad consolida la ‘aptitud política’ de éste en cuanto a la recepción y el almacenamiento de la basura nuclear extranjera. La implementación, por parte de la CNEA, de un programa destinado a albergar en Ezeiza el uranio altamente enriquecido de los reactores de investigación estadounidenses, procura afianzar esa función, sustituyendo las regulaciones del territorio por un comando global (66); lo mismo puede decirse del intento de importar el combustible agotado de las centrales brasileñas para alimentar las usinas argentinas.
Impermeables al pragmatismo de ciertos segmentos de la burocracia nacional, algunas regulaciones locales revelan la paradoja de un orden global y territorial que aspira a eliminar las normas de la nación, pero que simultáneamente es obligado a respetar las reglas de los lugares. Así pues, la otra cara de esos conflictos está dada por las limitaciones impuestas al transporte de los residuos nucleares domésticos hacia el Centro Atómico Ezeiza, lo cual determina la permanencia de aquellos en los sitios donde fueron generados -Pilcaniyeu, Córdoba (67), Embalse, Zárate (68)-. Tal situación revela, en principio, la contradicción entre una circulación globalizada hegemónica despojada de viscosidades organizacionales -una verticalidad- y una circulación interna pletórica de rigideces inmateriales -una horizontalidad-, más también da cuenta de la segmentación normativa del territorio; paradigmática de este período, dicha fragmentación -teoriza Silveira (2003a)- compartimenta el espacio en fracciones que imprimen, según el caso, mayor o menor fluidez a las actividades de los agentes privados y, de manera análoga, a determinados segmentos de un Estado vigorosamente racionalizado por la lógica dominante.
Hundidos en un pronunciado ostracismo cuya génesis remite a la pérdida u obsolescencia de algunas de sus funciones históricas, determinados lugares son, sin embargo, acorralados por una u otra arista del proceso de reestructuración del sector atómico argentino. Complejos minero- fabriles abandonados que en nuestros días no despuntan como escenarios propicios para la resurrección de la minería del uranio devienen oportunos, sin embargo, a la eficaz consagración de otra lógica igualmente perversa: el futuro almacenamiento de los desechos nucleares extranjeros. Operando como un mecanismo de legitimación de una intencionalidad aún latente, la aptitud de esos subespacios obedecería, en principio, a la acumulación -propia del pasado, más todavía presente- de copiosos e ingentes volúmenes de material radiactivo. Destinado a la objetivación de las más nefastas posibilidades del futuro, el ejército de reserva constituido por esos páramos desolados revela la siniestra naturaleza del orden inherente a un circuito espacial de producción que, desde su génesis hasta su desenlace, impone por igual un mapa de conflicto y destrucción. Tejido entre eventos pertenecientes a diferentes períodos históricos, el imperio de esa solidaridad condenaría a algunos lugares a la perversa ejecución de las funciones más estratégicas y menos valorizadas de esa división territorial del trabajo.
4. Conclusiones
En este trabajo, se han plasmado los retratos pretéritos y contemporáneos inherentes a la división territorial del trabajo de la industria nuclear argentina y las múltiples metamorfosis sufridas por sus respectivos circuitos espaciales de producción, desarrollando una tarea que, a la vez, ha sido analítica e interpretativa. La caracterización empírica y la elucidación teórica crítica fueron los pilares bajo los cuales se ha desarrollado y cumplimentado tal propósito. Fiel a la ya esbozada concepción del objeto de estudio, el desenvolvimiento de esta investigación ha aunado objetos, acciones y normas en un conjunto coherente y, al mismo tiempo, contradictorio, cosmovisión que ha sido transversal a todas las fases de la actividad considerada; paralelamente, el citado ciclo de reproducción del capital ha sido abordado de manera exhaustiva, permitiendo identificar y revelar los numerosos vínculos existentes entre todos y cada uno de los nodos o eslabones que componen el circuito, los cuales, si bien fueron aislados con fines analíticos, nunca dejaron de estar contemplados en sus numerosas ligazones internas y externas. Así pues, han emergido las relaciones que permitieron dar cuenta de las cambiantes y desiguales jerarquías económico-territoriales -las productividades espaciales- de los lugares que componen ese palimpsesto reticular de producción material e inmaterial. En otras palabras, han quedado plenamente evidenciados los complejos conjuntos de fijos y flujos que expresan las regularidades espacio-temporales, esto es, la territorialidad de esa peculiar rotación del capital.
En este trabajo, se han plasmado los retratos pretéritos y contemporáneos inherentes a la división territorial del trabajo de la industria nuclear argentina y las múltiples metamorfosis sufridas por sus respectivos circuitos espaciales de producción, desarrollando una tarea que, a la vez, ha sido analítica e interpretativa. La caracterización empírica y la elucidación teórica crítica fueron los pilares bajo los cuales se ha desarrollado y cumplimentado tal propósito. Fiel a la ya esbozada concepción del objeto de estudio, el desenvolvimiento de esta investigación ha aunado objetos, acciones y normas en un conjunto coherente y, al mismo tiempo, contradictorio, cosmovisión que ha sido transversal a todas las fases de la actividad considerada; paralelamente, el citado ciclo de reproducción del capital ha sido abordado de manera exhaustiva, permitiendo identificar y revelar los numerosos vínculos existentes entre todos y cada uno de los nodos o eslabones que componen el circuito, los cuales, si bien fueron aislados con fines analíticos, nunca dejaron de estar contemplados en sus numerosas ligazones internas y externas. Así pues, han emergido las relaciones que permitieron dar cuenta de las cambiantes y desiguales jerarquías económico-territoriales -las productividades espaciales- de los lugares que componen ese palimpsesto reticular de producción material e inmaterial. En otras palabras, han quedado plenamente evidenciados los complejos conjuntos de fijos y flujos que expresan las regularidades espacio-temporales, esto es, la territorialidad de esa peculiar rotación del capital.
Como se ha podido apreciar, la industria atómica -como cualquier otra actividad hegemónica- instala y propaga, en los diferentes subespacios, vectores que perturban los órdenes internos preexistentes, imponiendo una desestructuración, es decir, un proceso de racionalización, una suerte de desorden que, en cierto modo, no es sino el correlato del orden lógico que subyace al circuito y que comanda el desenvolvimiento de las funciones cuyo desempeño es exigido a los lugares.
A menudo, empero, la sede del mandar que dispone tal reorganización del sistema no se sitúa dentro de los confines del país involucrado, sino que constituye una instancia externa, ajena a aquél. Se asiste, entonces, al imperio de las verticalidades -originadas a escala global y reproducidas por y en la escala nacional- sobre las horizontalidades del cotidiano local.
El contenido de cada subespacio involucrado se reduce al de un eslabón que permite la reproducción de esa división del trabajo particular y de la corporación estatal que la regula, y nada más que eso. Las especializaciones locales y regionales son reforzadas diferencial y jerárquicamente mediante la introducción de nuevas fragmentaciones territoriales de las etapas del proceso cuyo corolario es la intensificación de los intercambios materiales entre puntos distantes.
Tal proceso obedece a una ruptura parcial y segmentada de los círculos espaciales tradicionales, cristalizados en el tiempo, concretada a partir de la introducción de nuevas formas de cooperación globalmente inscriptas. Como resultado, las densidades técnicas e informacionales de los lugares son constantemente modificadas por una densidad normativa que, en su mayor parte, es elaborada en el extranjero.
El equipamiento reticular del territorio y las solidaridades técnicas forjadas entre elementos nuevos y heredados les confieren a los lugares una mono-funcionalidad manifiesta, convocándolos a contribuir a un desarrollo más eficaz de la actividad hegemónica. Nacen paralelamente nuevos espacios de la racionalidad -algunos de ellos albergando, en potencia, funciones estratégicas del circuito espacial de producción-, en tanto la inercia de las localizaciones pretéritas de los nodos del circuito continúa ejerciendo un influjo nada despreciable. No obstante, las implicancias desatadas por la reciente reorganización del sector nuclear determina que, a veces, la complacencia de ciertos subespacios suela devenir revuelta, movimiento que se realiza cuando la introducción de un tiempo hegemónico puro -obediente a una implacable voluntad de planificación derivada del acontecer jerárquicotropieza con la espontaneidad propia de las caleidoscópicas rebeliones desatadas contra ese sistema de eventos. Constituyendo una auténtica correlación de fuerzas, ese mixto o híbrido de globalidad y localidad, hegemonía y resistencia, determina las mutaciones generadas en la jerarquía mundial y nacional de los lugares, reforzando y, concomitantemente, trastocando un esquema modernizador de desarrollo desigual y combinado ya existente, en el cual la división jerárquica del trabajo entre los lugares se confunde -en términos empíricos, metodológicos, técnicos, económicos, territoriales y existenciales- con la división vertical del trabajo de la gran empresa.
29. Desde 1981 hasta nuestros días se encuentra en construcción una tercera usina atómica -Atucha II- que, emplazada en las adyacencias de su predecesora, albergaría a una potencia de 745 MW (e) y operaría utilizando uranio natural y agua pesada moderadamente presurizada. Esa obra se encuentra completada en un 80 % (N de la R: actualmente en funcionamiento). Hasta la actualidad, el Estado nacional ha invertido en esa central más de 4.000 millones de dólares, cifra exagerada teniendo en cuenta que el valor de un reactor de ese tipo no supera los 1.500 millones de dólares.
30. De los 443 reactores actualmente en operación en el mundo, 290 poseen una antigüedad igual o superior a las dos décadas.
31. Ley Nacional 24.065/1994.
32. Ya en 1980, y en el marco del Plan Nuclear Argentino, el gobierno militar había desarrollado un antecedente de NASA: se trataba de ENACE SA, esto es, Empresa Nuclear Argentina de Centrales Eléctricas.
33. Ese proyecto establecía que: a) el 20 % de NASA debía quedar en manos del Estado; b) el voto afirmativo del gobierno nacional era ineludible para aprobar el incremento de la potencia del parque, la construcción de nuevas usinas y el desmantelamiento de las centrales preexistentes; c) todos los contratistas y proveedores de insumos debían ser nacionales; y d) los operadores debían aportar previamente un fondo de retiro para la clausura de las plantas una vez agotada su vida útil.
34. Disuelto en ácido nítrico, el concentrado de uranio es purificado y convertido en uranil carbonato de amonio, para luego ser reducido a dióxido de uranio.
35. Los diez años de construcción de PIAP demandaron más de 2.000 millones de dólares.
36. Para fabricar un litro de agua pesada, se necesita un millón de litros de agua. El agua pesada constituye un insumo esencial, pues permite refrigerar los reactores durante el proceso de irradiación de los materiales (Silveira, 1999).
37. Anualmente, esa planta recibe un subsidio de 13 millones de pesos. Entre 2002 y 2007, los trabajadores de PIAP recibieron sus respectivos salarios de la empresa petrolera Repsol YPF, como parte del contrato de prórroga otorgado por el gobierno neuquino a esa firma española para la explotación de unos de los yacimientos de gas más ricos del país: Loma de la Lata.
38. En efecto, la potencia se mantuvo constante, en tanto la generación se expandió un 27,4 % entre 2000 y 2004. Sin embargo, la elevación de la cota de Yacyretá y el incremento de la capacidad térmica -creció un 87,2 % entre 1992 y 2006- anularon esa dinámica. Si en 1992 la incidencia de las centrales nucleares sobre la potencia y la generación era del 7,2 % y el 13,7 %, respectivamente, en 2001 era del 4,0 % y el 8,7 %.
39. En 2004, la participación de la generación de origen nuclear sobre la oferta eléctrica representaba el 78,1 % en Francia, el 72,1 % en Lituania, el 55,2 % en Eslovaquia, el 55,1 % en Bélgica, el 51,8 % en Suiza y el 51,1 % en Ucrania. En ese contexto, Argentina (8,2 %) se situaba en el vigésimo tercer puesto, sólo superada, en el contexto americano, por Estados Unidos (19,9 %).
40. Se trata del llamado coeficiente o factor de utilización.
41. En términos generales, el coeficiente de utilización de Atucha I y Embalse pasó, entre 1997 y 2004, del 91 % a 93 % y del 74 % a 87 % (IAEA, 2006).
42. La producción de Embalse es un 71,0 % superior a la de Atucha I (IAEA, 2006).
43. En Embalse, el factor de disponibilidad ronda, en promedio, el 75 %, en tanto el factor operacional oscila entre el 66 % y el 98 %. En el caso de Atucha I, el primero se sitúa en el orden del 87 %, pero el segundo fluctúa entre el 49 % y el 94 %. La regularidad de la usina cordobesa es evidente, toda vez que, en 2001, su coeficiente de utilización alcanzaba el 99 %, en tanto la planta bonaerense no superaba el 49 %. No obstante, entre 1993 y 2004 la producción eléctrica de Atucha I había crecido un 13,4 %, mientras que la de Embalse había mermado un 3,9 % (IAEA, 2006).
44. El Cobalto 60 es un radioisótopo que se utiliza para tratamientos de cáncer y radiografiar materiales densos -piedras y metales-. Cada vez que se detiene Embalse, se introducen en el reactor barras especiales que se transforman en cobalto al tiempo que se genera energía.
45. Con diez años menos de operación, Embalse acumuló 163.993 horas de conexión al SIN, duración sólo un 17,7 % inferior a la de Atucha I. Las operaciones de la planta cordobesa fueron interrumpidas durante sólo 1.178 días -3,23 años-, mientras que en la central bonaerense esas cifras son considerablemente superiores -3.012 días, 8,25 años fuera de actividad-; más allá de la interrupción total suscitada en 1989, el epicentro de esas parálisis correspondió a los años noventa, cuando el desmantelamiento de los programas de enriquecimiento de uranio determinó que la duración anual de su conexión horaria disminuyera un 57,9 %.
46. Entre 1991 y 2006, la dependencia nuclear de Córdoba en cuanto a la producción eléctrica provincial pasó del 67,0 % al 71,1 %; en Buenos Aires, los guarismos se deslizaron desde el 27,4 % hasta el 17,3 %.
47. En los últimos años ha sido harto común la postergación de las tareas de mantenimiento y descanso técnico de Embalse frente a los problemas de abastecimiento eléctrico suscitados en los segmentos térmico e hidráulico; sencillamente el sistema no cuenta con mecanismos que le permitan sustituir la potencia de la central nuclear cordobesa.
48. Un accidente de proporciones similares a las de Chernobyl es perfectamente plausible en el caso de Atucha I (Brailovsky; Foguelman, 1993); en tal caso, afectaría a la Capital Federal y a toda la provincia de Buenos Aires, las cuales representan los principales bastiones económicos del país y casi el 40 % de la población argentina.
49. Sólo teniendo en cuenta los accidentes suscitados en las usinas nucleoeléctricas -es decir, no contabilizando los ocurridos en los centros atómicos y el Centro Tecnológico Pilcaniyeu-, merecen citarse los acontecidos en 1983, 1988, 1989, 1995, 1996 y 2005 (Greenpeace, 2006). Asimismo, las certificaciones de seguridad, sean éstas nacionales o externas, han perdido crédito: pocos años antes de su grave accidente, la central atómica de Chernobyl era considerada ejemplar por el OIEA (Cerezo; López, 2000).
50. Aunque los cálculos teóricos afirman que las probabilidades de que se produzcan accidentes nucleares son remotas, en la práctica las plantas generadoras de energía atómica de los países centrales demuestran otra realidad. Basta con señalar los graves accidentes suscitados en Inglaterra -Windscale, 1957-, Estados Unidos -Three Mile Island, 1979- y Ucrania -Chernobyl, 1986-. El gobierno norteamericano ha reconocido la ocurrencia, durante la década de 1980, de más de 1.000 accidentes nucleares en su territorio (Sarlingo, 1998).
51. El Tc-99m es el radioisótopo de mayor difusión en medicina nuclear: más del 70 % de todos los procedimientos médicos que se realizan con radioisótopos lo utilizan. Formando parte de un radiofármaco, permite visualizar estructuras anatómicas y brinda información sobre procesos metabólicos.
52. En 2002, el grupo Pérez Companc se desprendió de buena parte de sus activos, incluyendo a sus divisiones forestales, mineras, energéticas y nucleares (CONUAR y FAE), y cediéndolos a Petrobras. Sin embargo, el estatuto de la CNEA prohíbe explícitamente la participación de empresas extranjeras en esas firmas, por lo cual la venta de esos segmentos nucleares fue anulada; los mismos retornaron a manos de Pérez Companc (Argentina, 2003).
53. Pérez Companc renunció a la enajenación de sus negocios atómicos, pero a cambio exigió que su participación sobre FAE se incrementara ostensiblemente. Así pues, la CNEA debió ceder una cuota de poder sobre el control sobre dicha firma para evitar que el control de un eslabón estratégico del ciclo del combustible nuclear cayera en manos extranjeras: la participación accionaria de Pérez Companc, a través de SUDACIA, pasó, en el caso de FAE, del 45 % detentado antes de la venta a Petrobras al 68 %.
54. En 2005, la Unión Europea invirtió en el sector unos 9.000 millones de dólares, secundada por Estados Unidos (5.000 millones), Japón (3.000 millones) y China (600 millones).
55. El Estado nacional desembolsará 10 millones de pesos durante los próximos cinco años para el desarrollo de proyectos y programas de investigación y diseño en FAN, creada en 2005.
56. Después de la Segunda Guerra Mundial, eran comunes las profecías que no sólo preconizaban que la energía nuclear proporcionaría energía gratuita, sino que también auguraban que acabaría con el hambre, las enfermedades, el envejecimiento, la contaminación del aire, el chabolismo e incluso la guerra. También prometían centrales eléctricas móviles, pequeñas y compactas; mini-reactores en cada fábrica; motores atómicos en cada automóvil, camión, barco y avión; y fertilizantes radiactivos para la agricultura. También se soñó con explosiones nucleares controladas para abrir nuevas vías de navegación y facilitar proyectos de regadío (Cerezo & López, 2000).
57. Una planta de 1.000 MW alimentada a carbón emite anualmente 6.500.000 tn de CO2, 5.000 tn de SO2, 4.000 tn de NOx y 400 tn de metales pesados -cadmio, plomo, arsénico y mercurio-, produciendo además 500.000 tn de residuos sólidos. Esos cálculos estiman que, si se reemplazara la electricidad producida actualmente por todas las centrales nucleares del mundo por plantas alimentadas a carbón, se agregarían a la atmósfera unas 2.600.000.000 de toneladas anuales de CO2. Eso no oculta que la energía nuclear tiene el quinto nivel más alto de emisiones de CO2 por KW / hora de electricidad generada. Según expertos norteamericanos, en Estados Unidos cada dólar invertido en eficiencia energética evita siete veces más emisiones de CO2 que cada dólar invertido en energía atómica (Greenpeace, 1999).
58. El combustible irradiado proveniente de los reactores y los efluentes producidos durante su reprocesamiento son considerados High Level Waste (HLW), es decir, residuos de alta radiactividad. Su enterramiento puede provocar la contaminación del aire y agua, ora mediante la liberación -explosiva o lenta- de gases como estroncio, criptón, cesio, radón, tritio y iodo, ora por cambios en el nivel de las napas freáticas o movimientos sísmicos. No existe, asimismo, ningún contenedor cuya durabilidad sea equivalente a la de la radioactividad de su contenido. La experiencia internacional respecto del almacenamiento de residuos radiactivos es nefasta: por sólo citar un ejemplo, basta recordar la explosión, suscitada en 1957, del vertedero soviético de Kyshythm, la cual provocó 10.000 muertes y obligó a la evacuación de 270.000 personas (Sarlingo, 1998).
59. Como parte de su estrategia de sofocar la resistencia del lugar y, asimismo, ‘compensar’ la fijación del basurero atómico con el arribo de algunos elementos de la modernidad, en 1988 el gobierno nacional construyó una antena satelital para que los 400 habitantes de Gastre accedieran a la señal de Argentina Televisora a Color (ATC), el canal estatal; paralelamente, impulsó la llegada de las líneas telefónicas a ese olvidado rincón de la Patagonia. De ese modo, dicha racionalidad pretendía establecer una relación directa entre la instalación de los residuos atómicos nucleares y la llegada del ‘progreso’.
60. No obstante, el caso patagónico continúa siendo un misterio. Si bien oficialmente el proyecto del basurero atómico fue cancelado, entre los habitantes de la localidad chubutense de Paso de Indios -cercana a Gastre- anida la firme convicción de que en Los Adobes, Sierra del Medio y otros remotos parajes chubutenses se guardan secretamente residuos nucleares. En esa zona se han verificado sucesos que resultan inexplicables para minas presuntamente abandonadas, como traslados repentinos de personal de la CNEA, canteras y túneles en desuso protegidos por ejércitos privados, transporte de extraños contenedores e, incluso, el fallecimiento de cuatro obreros salteños por intoxicación con hexafluoruro de uranio (Camarasa, 1999). ¿Mito o realidad?
61. Se trata del OPALW (Open Pool Australian Light Water). El combustible consumido por ese reactor es comercializado por INVAP.
62. El eufemismo ‘reprocesamiento’ implica extraer del combustible gastado uranio 235 y plutonio 239, así como también el envío de este último al país que contrató los servicios de INVAP. Sin embargo, el nuevo reactor de Lucas Heights generaría 40 elementos anuales de uranio-siliciuro, para los cuales actualmente no existen técnicas de reprocesamiento a nivel comercial. De ese modo, el combustible gastado del generador australiano permanecerá eternamente en Argentina. Unos 180 millones de dólares en concepto de ‘exportaciones tecnológicas’ fue el precio fijado por INVAP para hipotecar de la seguridad de la población de Ezeiza.
63. En 2005, se verificó la contaminación con uranio en el acuífero que abastece a la población de Esteban Echeverría y Ezeiza: 10 de los 50 pozos relevados se hallaban contaminados con niveles de uranio superiores a los registros normales.
64. Se trata de la Ley 24.804, que colisiona con el artículo 41 de la Constitución Nacional y el artículo 28 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires.
65. Si bien desde 1998 nuestro país cuenta con una Ley de Residuos Radiactivos (25.018), ésta jamás fue reglamentada.
66. Más allá de infringir la Constitución Nacional, esa acción hace tabla rasa del Código Civil, cuyo artículo 1.207 estipula que los contratos realizados en el extranjero que violen las leyes nacionales carecen de valor en el territorio argentino. Consumando esa racionalidad, el Acuerdo de Cooperación en los Usos Pacíficos de la Energía Nuclear -rubricado por Argentina y Australia en 2001- fortaleció el contrato INVAP-ANSTO, tornando más fluido el tránsito de residuos entre ambas naciones.
67. Córdoba es la única ciudad densamente poblada del mundo -más de un millón de habitantes- que posee dentro de su ejido urbano un depósito atómico, donde se almacenan 36.000 tn de desechos radiactivos pertenecientes a Dioxitek.
68. Las leyes bonaerenses y cordobesas prohíben explícitamente el tránsito de desechos nucleares por sus respectivos territorios. De ese modo, las 200.000 tn de barras de combustible usado generadas anualmente por Atucha I y Embalse permanecen en dichas centrales atómicas; asimismo, las regulaciones internacionales determinan que, una vez agotada su vida útil, las usinas deben ser selladas herméticamente, convirtiéndose así en repositorios permanentes de sus propios residuos.
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Fuentes:
Gómez Lende, Sebastián, División territorial del trabajo y circuitos espaciales de producción: la Industria Nuclear Argentina (1950-2007), Caderno de Geografia, vol. 20, núm. 33, enero-junio, 2010, pp. 16-57 Pontifícia Universidade Católica de Minas Gerais Belo Horizonte, Brasil.
La fotografía que ilustra esta entrada muestra el transporte de equipos para la Central Nuclear Embalse, año 1977, la famosa "calandria".
2018/02/05
ResponderEliminarTULIO VÁSQUEZ RESTREPO, INVENTOR COLOMBIANO, IMPUGNÓ ANTE EL GOBERNADOR DE ANTIOQUIA informe sobre resultados de monitoreo de radioactividad espuria en su vivienda en Medellín realizado por la Secretaría Seccional de Salud y Protección Social de Antioquia, con el apoyo de físicos de la Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias: área de física radiológica. La impugnación fue aceptada y se efectuó un nuevo monitoreo de radiación ionizante.
Vásquez, inventor con 21 patentes en 5 países, cuatro de ellas galardonadas en salones de la invención de Ginebra – Suiza y París – Francia en las áreas de Seguridad electrónica, Telemática y Aeronáutica. En 1983 fundó el movimiento político de derechas Tecnocracia Cristiana, que incluye en su programa la implantación a los ciudadanos del voto ponderado en las elecciones para cargos públicos, a nivel del grado de educación y de desempeño, como también de un mínimo económico; incluye además el incremento sustancial del PIB en Colombia para Ciencia y Tecnología. Programa político que, sin solución de continuidad le ha generado a su fundador persistentes y complejas dificultades políticas, económicas y de salud; por la aplicación clandestina y sistemática de la manida Razón de Estado, en Colombia.
El documento de impugnación dicho puede verse y bajarse en la dirección URL:
https://plus.google.com/110140780468976869575
Para mayor información puede consultarse la página web: https://independent.academia.edu/TulioVásquezRestrepo , como también buscar en Google:
inventor “tulio vasquez” E-mail: tuliovasquezrestrepo@gmail.com
ABSTRACT
Tulio Vásquez Restrepo, Colombian inventor, challenged before the Governor of Antioquia report on spurious radioactivity monitoring results in his home made by the Department of Health and Social Protection of Antioquia, with the support of physicists of the National University of Colombia, Faculty of Sciences: area of radiological physics. The challenge was accepted and a new monitoring of ionizing radiation was carried out.
Tulio Vásquez, inventor with 21 patents in 5 countries, 8 of them granted by the United States.
More information
https://plus.google.com/110140780468976869575