Vista aérea de los trabajos de descontaminación frente a la fábrica de Ercros/ Acuamed |
por Manuel Ansede
Como el río Bravo, que separa los mundos radicalmente distintos de México y EEUU, el río Ebro a su paso por Flix (Tarragona) es uno de los tramos fluviales más extremos del planeta. En una orilla, los aguiluchos laguneros y las nutrias disfrutan de los carrizales de la Reserva Natural de Sebes, uno de los mejores lugares de descanso para las aves migratorias en Cataluña. En la otra orilla, a menos de 300 metros, cuatro operarios succionan con una aspiradora gigante el lugar más contaminado de España: 1,2 millones de toneladas de lodos tóxicos plagados de metales pesados como el mercurio, peligrosos pesticidas como el DDT y elementos radiactivos. Es el pantano de Flix, una bomba ecológica fruto de un siglo de vertidos incontrolados al río Ebro por parte del gigante químico Ercros.
La ingeniera agrónoma Azahara Peralta recorre con casco y máscara de gas una nave en el interior de las instalaciones de Ercros en Flix. El edificio, con una atmósfera irrespirable, está repleto de lodos tóxicos, extraídos del fondo del Ebro para ser procesados y transportados a un vertedero impermeable en un monte del municipio. Para evitar fugas en el embalse, la sociedad pública Acuamed, responsable de las obras de descontaminación, ha levantado en medio del río un muro de acero de 1,3 kilómetros de longitud, para aislar los lodos tóxicos contra otro muro de hormigón construido en la orilla pegada a la fábrica.
Si hay un escape, “se podría llegar a contaminar el agua de un millón de habitantes”, admite Peralta, directora del descomunal proyecto. En marzo, el ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, proclamó que la limpieza era “prioritaria” y admitió el deterioro de la calidad del agua, que además de proporcionar agua para beber a municipios como Tarragona sirve para regar más de 50.000 hectáreas de campos y para nutrir al Delta del Ebro, un humedal que da cobijo a 360 especies de aves.
A cámara lenta
En un viaje de prensa organizado y pagado por Acuamed, Peralta informa de que las obras de descontaminación, iniciadas en marzo, ya han retirado el 20 % de los lodos tóxicos. En Flix, cuentan sus colaboradores, corre el rumor de que en el fondo de esa sopa venenosa se encuentra una tanqueta de la Guerra Civil, caída al río durante la Batalla del Ebro. Los trabajadores bromean con quién será el que encuentre este peculiar premio a su trabajo. Encaramados a una draga, la aspiradora con un brazo de 14 metros situada en medio del río, los operarios chupan a cámara lenta los lodos del fondo del Ebro, frente a la fábrica de Ercros.
Los obreros trabajan sin prisas, para no remover los sedimentos venenosos del embalse, pero contra el reloj. La limpieza tendría que estar terminada en diciembre de 2015 para evitar poner en juego las ayudas concedidas por la UE, 117 millones de euros. Los trabajadores extraen unas 2.000 toneladas de lodos cada día. Si presentan niveles altos de contaminantes, se procesan en el interior de la propia planta de Ercros antes de llevarlos en camión al vertedero. Si los niveles de sustancias tóxicas no son excesivos, se transportan directamente al depósito. “Llegaremos a tiempo”, asegura Peralta.
“Con dragados potentes lo podríamos hacer en tres meses, pero lo vamos a hacer en dos años” para evitar remover los sedimentos y minimizar las posibilidades de que los contaminantes escapen por el Ebro, explica el geólogo Jordi Casadó, de la compañía de ingeniería Eptisa, que colabora en la supervisión de la obra. Además del reloj, los liquidadores de Flix se enfrentan a otro obstáculo. La química Ercros -sin un núcleo estable de accionistas y presidida por Antonio Zabalza, director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno de Felipe González- sigue en la orilla del río produciendo cloro, sosa cáustica, lejía y fosfato dicálcico, utilizado en la fabricación de piensos para la alimentación animal. Pese a su responsabilidad histórica, la empresa ni siquiera reduce su ritmo de producción para facilitar los trabajos de descontaminación. Los camiones del grupo FCC, encargado de la ejecución de la limpieza del Ebro, trabajan de noche para no interferir en la descarga del tren diario de sal que llega a la planta industrial de Ercros para servir de ingrediente en el proceso de producción del cloro.
Impunidad
Ercros no ha pagado ni un euro por envenenar el Ebro desde su fundación con capital alemán en 1897, porque durante la mayor parte del tiempo transcurrido no existía una ley que prohibiera verter productos tóxicos directamente al río. Sin embargo, los ciudadanos pondrán 165 millones de euros para descontaminar el embalse, a través de la Unión Europea (70 %) y del Gobierno español (30 %). En 2006, Ercros sí fue condenada a pagar 10 millones de euros por contaminar el río entre 1988 y 1993, cuando ya existía legislación ambiental. Sin embargo, la compañía recurrió la sentencia.
Un experto que ha trabajado en el pasado en el embalse de Flix, y que ahora prefiere permanecer en el anonimato, aplaude el proyecto de descontaminación de Acuamed, pero con alguna reserva. “El riesgo de contaminación en los pueblos aguas abajo es insignificante. Sin embargo, no es tan insignificante el riesgo de las emisiones a la atmósfera por el tratamiento térmico que se hace de los residuos en la propia planta de Flix. Podría producirse una contaminación local en el aire y creo que sus medidas de seguimiento de las emisiones son insuficientes”, opina.
En los buzones de Flix se confirma la huella dejada por los alemanes que fundaron la fábrica en 1897. Hay apellidos como Müller, Schmidt, Schreiber, Wailke, Lattman y Zenke. Durante más de un siglo, el pueblo ha dependido de la planta industrial. “La Fábrica ha tenido durante muchos años una actitud protectora y benefactora hacia el pueblo de Flix con la introducción de innovaciones como la electricidad, el teléfono, el agua potable, la construcción de escuelas de educación primaria”, presumía Ercros en un libro editado con motivo de su centenario. En Flix, el agua es gratis. “Hay gente que tiene piscina sin depuradora y cambia el agua cada semana”, explican en el pueblo.
Cuando el río esté restaurado, seguirá quedando otra bomba ecológica oculta. Bajo la propia fábrica de Ercros, en tierra, también se esconden metales pesados, pesticidas y elementos radiactivos. Por eso, opina un técnico, aunque apenas queden 150 trabajadores de los más de 700 que llegó a tener hace dos décadas, la planta industrial nunca cerrará. “Si Ercros cerrara, tendría que desmantelar la fábrica y descontaminar el suelo. Y eso supone muchísimo dinero. La mantendrán abierta aunque sea con cuatro tipos barriendo”.
Fuente:
Manuel Ansede, Una reserva natural en una orilla, el infierno de la contaminación en la otra, 13/11/13, Materia.
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