por Juan Carlos Villalonga
Hace unos días, el blog “Socialismo Latinoamericano.
Izquierda Nacional”, publicó una nota titulada “La energía nuclear y los
disparates de Greenpeace”, escrita por Guillermo Hamlin. No es la primera vez
que Hamlin publica artículos donde muestra su particular mirada de los
movimientos ecologistas y las ONG. Tampoco es la suya una mirada aislada, por
el contrario, es bien representativa de la visión que tiene la izquierda
nacional, que interpreta a estos movimientos como una expresión del
imperialismo y la anti-patria.
La idea no es confrontar aquí en ese plano ideológico, la
experiencia me muestra lo inútil que es ese esfuerzo. Sólo voy a enfocarme en
algunos conceptos y hechos expresados en el mencionado artículo.
La nota de Hamin está motivada por un artículo periodístico
en el que aparezco consultado, (Clarín, 6/7/13) y donde señalo la necesidad de
abandonar la energía nuclear para el año 2020. Ese artículo tenía como
disparador los anuncios que, en materia de energía nuclear, había hecho el
ministro de Planificación, Julio De Vido, durante su viaje a Rusia en los días
previos.
Hamlin inicia su nota haciendo referencia a la información
del viaje oficial de manera acrítica, lo que permite suponer, casi sin lugar a
dudas, que apoya sin condicionamiento alguno, los anuncios oficiales.
“En la Con ferencia
Internacional Ministerial sobre Energía Nuclear en el siglo XXI, que
se realizó en julio de 2013, en San Petersburgo, Rusia, el ministro De
Vido anunció que el Plan Nuclear continuará con la construcción de la Cuar ta y Quinta central
nuclear de generación eléctrica y estimó que ese tipo de energía
llegaría a representar entre 15 y 18 % del total del consumo del país
para 2023. También anunció que la
Cen tral Argentina de Elementos Modulares será
llevada adelante con una primera versión de 25 Megawatts”.
Bien, a partir de posicionarse del lado del oficialismo,
comienza su descripción de lo que él denomina “El imperialismo contraataca”. El
cierre de las plantas nucleares y su reemplazo, fundamentalmente, por energía
eólica es calificado por Hamlin como un “disparate”. Sin embargo, no aparece
ninguna buena razón en su nota para justificar esa calificación. Es una
lástima, porque existen interesantes aspectos económicos y técnicos para
discutir si una propuesta así es o no realizable. Nos perdemos el debate.
En lugar de razones, Hamlin apela a recordar quién es el que
habla pidiendo el fin de la energía nuclear:
“Podemos recordar cuando en el año 2000 la Argentina ganó una
licitación internacional para la provisión a Australia de un reactor con fines
medicinales, industriales y de investigación científica. Greenpeace, con
Villalonga al frente, se opuso al reactor australiano. Greenpeace fue secundado
por Funam, dirigida por Raúl Montenegro, cuyos antecedentes antinacionales fueron
denunciados por Roberto Ferrero en 1985.”
Con respecto a la cita debe señalarse que las críticas
dirigidas a esa venta, hechas por las organizaciones mencionadas (y decenas
más), estaban enfocadas en una cláusula en el contrato que había firmado el INVAP
para hacerse cargo de procesar en Argentina los residuos de ese reactor
australiano. El cumplimiento de esa cláusula era violatoria de la Constitución Nacional
(además de otras leyes). La violación de la normativa vigente era tan
flagrante, que el Estado australiano obligó al argentino a firmar un Acuerdo
Bilateral que les garantizara que esa cláusula, dentro de un contrato privado,
se cumpliría si así se exigía en el futuro.
Como en otras oportunidades, la dirigencia política
argentina y el Estado Nacional, tuvieron que socorrer de urgencia al INVAP, en
este caso, aceptando violar la
Constitución si la empresa australiana lo solicitaba. Así se
firmó el Acuerdo de Cooperación Nuclear con Australia en el que el Estado
argentino se comprometía a respaldar la promesa inconstitucional de INVAP. El
gobierno de Néstor Kirchner terminó la tarea, haciéndolo ratificar por el
Congreso Nacional en el año 2004. Una historia más dentro de las tantas
vergüenzas nucleares.
La oposición que desarrollamos las ONG durante esos años
estuvo focalizada en la cláusula secreta del contrato INVAP-ANSTO, y contra la
ratificación del Acuerdo con Australia en lo que se refiere a la importación de
los residuos. Nunca se cuestionó la venta de ese reactor. Sí hubo resistencia
en Australia, llevada adelante por la propia oposición política al gobierno
liberal de John Howard.
Con respecto a la calificación de “antinacional”, no me voy
a explayar sobre el pensamiento de Ferrero, pero para el caso que se cita, deberíamos en todo caso
revisar el contenido supuestamente “antinacional” del propio Artículo 41 de la Constitución Nacional.
Volviendo al artículo que me cita, más adelante Hamlin dice:
“Países de distintas regiones del mundo, luego de Fukushima,
mantienen sus programas nucleares. La
IAEA , la Agencia Internacional de Energía Atómica, señala
en su página web (http://www.iaea.org) que la capacidad instalada de energía
nuclear que era de 369 GW en 2011, para 2030 alcanzaría un valor mínimo de 456
GW y un máximo de 740 GW. El gobierno alemán proyecta cerrar los 17 reactores
nucleares para 2022. Esta decisión política de Angela Merkel (apremiada por su
alianza electoral con el influyente partido Verde) mereció la crítica del ex
canciller Helmuth Kohl: ‘el uso de la energía nuclear en Alemania no se hizo
más peligrosa por lo ocurrido en Japón’ ”.
Es un dato de la realidad que luego del accidente de
Fukushima hubo varias re-evaluaciones de los programas nucleares en marcha, lo
que ocasionó suspensiones en algunos casos, ratificación de planes de cierre y,
en otros, la confirmación de los planes nucleares en curso. Pero lo importante
no es mirar un caso o país en particular, puesto que hay casos para todos los
gustos. Hay que observar qué pasa con la industria nuclear globalmente. Desde esa
perspectiva podemos ver el siguiente cuadro:
Claramente el estancamiento de la industria nuclear se
manifiesta en el progresivo aumento de reactores que salen de línea respecto de
la nuevas unidades puestas en marcha. La subsistencia de la industria está dada
hoy día en la extensión de la vida útil de los reactores, lo que disminuye la
cantidad de reactores que deben salir de servicio. En este contexto los
pronósticos no son muy halagüeños.
Pero lo más interesante del fragmento ya citado del artículo
de Hamlin, es que pone de manifiesto el extravío político en el que se
encuentra. En primer lugar, señala que Angela Merkel adoptó la decisión de
avanzar con el cierre de los reactores nucleares “apremiada por su alianza
electoral con el influyente Partido Verde”. Grave error. El actual gobierno alemán, de la CDU (Partido
Cristianodemócrata) es producto de una alianza de esa fuerza política con la Unión Social
Cristiana de Baviera y el Partido Democrático Liberal (FDP). Para completar,
cita a Helmut Kohl, como autoridad de referencia, criticando la decisión de
Merkel, como si éste fuera una figura relevante en algún sentido. Se trata de
un político ya retirado, representante del conservadurismo alemán y que, más
allá de haber sido canciller alemán por un extenso período (1982-1998), no
posee autoridad destacable en este terreno. ¿Cuál es la razón para que desde la
izquierda se tome como referente de opinión a un político conservador como
Kohl? Vaya uno a saber.
A continuación, Guillermo Hamlin señala inversiones alemanas
en plantas de carbón como prueba de contradicción energética:
“Alemania inauguró en agosto de 2012, una central térmica de
2.200 MW a carbón. Tiene proyectadas otras 23 plantas a carbón ¿No es
contradictorio que el ministro de Ambiente de Alemania, Peter Altamaier, acepte
que inviertan en centrales térmicas, emisoras de dióxido de carbono y que
cierren las nucleares que no lo generan?”
Es una verdadera tontería querer describir una política
energética por la apertura de una planta de carbón o tomando como ejemplo lo
que ocurre en un sector aislado. Hacer bien la tarea implica evaluar cuáles son
los objetivos y de qué modo se va produciendo la transición energética
propuesta. Si observamos las metas de desarrollo de Alemania, tenemos que se
han adoptado las siguientes metas de generación por renovables en porcentaje de
la oferta total de electricidad:
2005
|
8 %
|
2010
|
13 %
|
2020
|
20 %
|
2030
|
25 %
|
2050
|
80 %
|
Las metas vienen
cumpliéndose en exceso, en la actualidad las renovables generan el 23 % de la
electricidad. En relación a la energía primaria (energía en general), las metas
son las siguientes:
2020
|
18 %
|
2030
|
30 %
|
2050
|
60 %
|
Y en relación a las emisiones de CO2 de origen energético,
estos son los objetivos de reducción en relación a las emisiones de 1990:
2020
|
40 %
|
2030
|
55 %
|
2040
|
70 %
|
2050
|
80- 95 %
|
Como puede verse, se trata de metas muy ambiciosas, que
están en línea con los objetivos de protección climática que un país
desarrollado debe adoptar. Por supuesto, esto implica una transformación en la
industria que significa romper con el status quo o las tendencias dominantes.
Por supuesto, esto significa mayores costos y esfuerzos en la transición. Si se
oyeran sólo las demandas industriales por acceso a energía barata, no tendría
sentido alguno salirse del carbón. Coherentemente, Hamlin destaca en su nota
las conservadoras quejas de los industriales:
“El fuerte sector industrial alemán expresó también su
malestar ante la decisión: esto implicaría un incremento de los costos promedio
de generación de energía eléctrica, reduciendo la competitividad de la
industria alemana, de las primeras en el mundo. Incluso llegaron a sugerir que
las plantas alemanas estarían estudiando la posibilidad de relocalizar sus
instalaciones en otros países de menores costos energéticos.”
Debo también corregir las cifras que Guillermo Hamlin cita
sobre la energía eólica en Alemania. Hacia fines de 2012, la potencia eólica
instalada era de 31,3 GW, no de 23 GW. Esa
potencia sirvió para producir el 7,3 % del consumo total del país. Las renovables,
en conjunto, generaron el 23 %, como ya lo señalé. El resto de la energía
proviene de fuentes térmicas y nucleares, pero lo importante es que el
porcentaje de las renovables va en aumento y con metas de crecimiento
significativas, como cité en las tablas precedentes.
Es interesante poner en contexto las cifras de generación
citadas en el párrafo anterior. En Alemania, la energía eólica produjo 45 TWh
en el 2012, lo que equivale al 37 % del total de la electricidad consumida el
año pasado en nuestro país, unas siete veces y media la energía producida por
Atucha y Embalse durante 2012.
Por último, Hamlin apela a una serie de consideraciones del
más típico nacionalismo llorón o victimista, a lo que es tan propensa la
izquierda nacional. Todo el que se opone a la energía nuclear es parte del complot internacional para que Argentina
no se desarrolle en este campo. Algo absurdo, pero en definitiva, el
pensamiento conspirativo no se basa en el pensamiento lógico sino en el
oscurantismo.
Por supuesto que dentro de la industria nuclear, como en
cualquier otra, existen pujas comerciales e intereses para acceder o resguardar
mercados. Pero en esta materia, los pobres resultados, los retrasos y las idas
y vueltas tienen más que ver con
dificultades intrínsecas de la tecnología y una política nuclear que no siempre
fue transparente. Además, se quiere disponer de recursos económicos en
cantidades que poco tiene que ver con las reales posibilidades de nuestra
economía.
Por último, Hamlin se remite a la promesa de la fusión
nuclear, que viene anunciándose “para dentro de 30 años”. Ya llevamos 60 y
seguimos esperando. La promesa le sirve a la industria para sostener altísimos
presupuestos y para mantener vivas falsas expectativas. Seguir apostando “al
milagro nuclear” tiene, como uno de sus efectos prácticos, el bloqueo de las
renovables y el sostenimiento de las políticas energéticas más conservadoras y
menos democráticas.
Fuente:
Juan Carlos Villalonga, Energía Nuclear y Conservadurismo de Izquierda, 19/08/13, Tester de Violencia. Consultado 20/08/13.
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