martes, 20 de agosto de 2013

Energía Nuclear y Conservadurismo de Izquierda

por Juan Carlos Villalonga

Hace unos días, el blog “Socialismo Latinoamericano. Izquierda Nacional”, publicó una nota titulada “La energía nuclear y los disparates de Greenpeace”, escrita por Guillermo Hamlin. No es la primera vez que Hamlin publica artículos donde muestra su particular mirada de los movimientos ecologistas y las ONG. Tampoco es la suya una mirada aislada, por el contrario, es bien representativa de la visión que tiene la izquierda nacional, que interpreta a estos movimientos como una expresión del imperialismo y la anti-patria.

La idea no es confrontar aquí en ese plano ideológico, la experiencia me muestra lo inútil que es ese esfuerzo. Sólo voy a enfocarme en algunos conceptos y hechos expresados en el mencionado artículo.

La nota de Hamin está motivada por un artículo periodístico en el que aparezco consultado, (Clarín, 6/7/13) y donde señalo la necesidad de abandonar la energía nuclear para el año 2020. Ese artículo tenía como disparador los anuncios que, en materia de energía nuclear, había hecho el ministro de Planificación, Julio De Vido, durante su viaje a Rusia en los días previos.

Hamlin inicia su nota haciendo referencia a la información del viaje oficial de manera acrítica, lo que permite suponer, casi sin lugar a dudas, que apoya sin condicionamiento alguno, los anuncios oficiales.

“En la Con­fe­ren­cia In­ter­na­cio­nal Mi­nis­te­rial sobre Ener­gía Nu­clear en el siglo XXI, que se reali­zó en julio de 2013, en San Pe­ters­bur­go, Rusia, el mi­nis­tro De Vido anun­ció que el Plan Nu­clear con­ti­nua­rá con la cons­truc­ción de la Cuar­ta y Quin­ta cen­tral nu­clear de ge­ne­ra­ción eléc­tri­ca y es­ti­mó que ese tipo de ener­gía lle­ga­ría a re­pre­sen­tar entre 15 y 18 % del total del con­su­mo del país para 2023. Tam­bién anun­ció que la Cen­tral Ar­gen­ti­na de Ele­men­tos Mo­du­la­res será lle­va­da ade­lan­te con una pri­me­ra ver­sión de 25 Me­ga­watts”.

Bien, a partir de posicionarse del lado del oficialismo, comienza su descripción de lo que él denomina “El imperialismo contraataca”. El cierre de las plantas nucleares y su reemplazo, fundamentalmente, por energía eólica es calificado por Hamlin como un “disparate”. Sin embargo, no aparece ninguna buena razón en su nota para justificar esa calificación. Es una lástima, porque existen interesantes aspectos económicos y técnicos para discutir si una propuesta así es o no realizable. Nos perdemos el debate.

En lugar de razones, Hamlin apela a recordar quién es el que habla pidiendo el fin de la energía nuclear:

“Podemos recordar cuando en el año 2000 la Argentina ganó una licitación internacional para la provisión a Australia de un reactor con fines medicinales, industriales y de investigación científica. Greenpeace, con Villalonga al frente, se opuso al reactor australiano. Greenpeace fue secundado por Funam, dirigida por Raúl Montenegro, cuyos antecedentes antinacionales fueron denunciados por Roberto Ferrero en 1985.”

Con respecto a la cita debe señalarse que las críticas dirigidas a esa venta, hechas por las organizaciones mencionadas (y decenas más), estaban enfocadas en una cláusula en el contrato que había firmado el INVAP para hacerse cargo de procesar en Argentina los residuos de ese reactor australiano. El cumplimiento de esa cláusula era violatoria de la Constitución Nacional (además de otras leyes). La violación de la normativa vigente era tan flagrante, que el Estado australiano obligó al argentino a firmar un Acuerdo Bilateral que les garantizara que esa cláusula, dentro de un contrato privado, se cumpliría si así se exigía en el futuro.

Como en otras oportunidades, la dirigencia política argentina y el Estado Nacional, tuvieron que socorrer de urgencia al INVAP, en este caso, aceptando violar la Constitución si la empresa australiana lo solicitaba. Así se firmó el Acuerdo de Cooperación Nuclear con Australia en el que el Estado argentino se comprometía a respaldar la promesa inconstitucional de INVAP. El gobierno de Néstor Kirchner terminó la tarea, haciéndolo ratificar por el Congreso Nacional en el año 2004. Una historia más dentro de las tantas vergüenzas nucleares.

La oposición que desarrollamos las ONG durante esos años estuvo focalizada en la cláusula secreta del contrato INVAP-ANSTO, y contra la ratificación del Acuerdo con Australia en lo que se refiere a la importación de los residuos. Nunca se cuestionó la venta de ese reactor. Sí hubo resistencia en Australia, llevada adelante por la propia oposición política al gobierno liberal de John Howard.

Con respecto a la calificación de “antinacional”, no me voy a explayar sobre el pensamiento de Ferrero, pero para  el caso que se cita, deberíamos en todo caso revisar el contenido supuestamente “antinacional” del propio Artículo 41 de la Constitución Nacional.

Volviendo al artículo que me cita, más adelante Hamlin dice:

“Países de distintas regiones del mundo, luego de Fukushima, mantienen sus programas nucleares. La IAEA, la Agencia Internacional de Energía Atómica, señala en su página web (http://www.iaea.org) que la capacidad instalada de energía nuclear que era de 369 GW en 2011, para 2030 alcanzaría un valor mínimo de 456 GW y un máximo de 740 GW. El gobierno alemán proyecta cerrar los 17 reactores nucleares para 2022. Esta decisión política de Angela Merkel (apremiada por su alianza electoral con el influyente partido Verde) mereció la crítica del ex canciller Helmuth Kohl: ‘el uso de la energía nuclear en Alemania no se hizo más peligrosa por lo ocurrido en Japón’ ”.

Es un dato de la realidad que luego del accidente de Fukushima hubo varias re-evaluaciones de los programas nucleares en marcha, lo que ocasionó suspensiones en algunos casos, ratificación de planes de cierre y, en otros, la confirmación de los planes nucleares en curso. Pero lo importante no es mirar un caso o país en particular, puesto que hay casos para todos los gustos. Hay que observar qué pasa con la industria nuclear globalmente. Desde esa perspectiva podemos ver el siguiente cuadro:


Claramente el estancamiento de la industria nuclear se manifiesta en el progresivo aumento de reactores que salen de línea respecto de la nuevas unidades puestas en marcha. La subsistencia de la industria está dada hoy día en la extensión de la vida útil de los reactores, lo que disminuye la cantidad de reactores que deben salir de servicio. En este contexto los pronósticos no son muy halagüeños.

Pero lo más interesante del fragmento ya citado del artículo de Hamlin, es que pone de manifiesto el extravío político en el que se encuentra. En primer lugar, señala que Angela Merkel adoptó la decisión de avanzar con el cierre de los reactores nucleares “apremiada por su alianza electoral con el influyente Partido Verde”. Grave error.  El actual gobierno alemán, de la CDU (Partido Cristianodemócrata) es producto de una alianza de esa fuerza política con la Unión Social Cristiana de Baviera y el Partido Democrático Liberal (FDP). Para completar, cita a Helmut Kohl, como autoridad de referencia, criticando la decisión de Merkel, como si éste fuera una figura relevante en algún sentido. Se trata de un político ya retirado, representante del conservadurismo alemán y que, más allá de haber sido canciller alemán por un extenso período (1982-1998), no posee autoridad destacable en este terreno. ¿Cuál es la razón para que desde la izquierda se tome como referente de opinión a un político conservador como Kohl? Vaya uno a saber.

A continuación, Guillermo Hamlin señala inversiones alemanas en plantas de carbón como prueba de contradicción energética:

“Alemania inauguró en agosto de 2012, una central térmica de 2.200 MW a carbón. Tiene proyectadas otras 23 plantas a carbón ¿No es contradictorio que el ministro de Ambiente de Alemania, Peter Altamaier, acepte que inviertan en centrales térmicas, emisoras de dióxido de carbono y que cierren las nucleares que no lo generan?”

Es una verdadera tontería querer describir una política energética por la apertura de una planta de carbón o tomando como ejemplo lo que ocurre en un sector aislado. Hacer bien la tarea implica evaluar cuáles son los objetivos y de qué modo se va produciendo la transición energética propuesta. Si observamos las metas de desarrollo de Alemania, tenemos que se han adoptado las siguientes metas de generación por renovables en porcentaje de la oferta total de electricidad:

2005
8 %
2010
13 %
2020
20 %
2030
25 %
2050
80 %

Las metas vienen cumpliéndose en exceso, en la actualidad las renovables generan el 23 % de la electricidad. En relación a la energía primaria (energía en general), las metas son las siguientes:

2020
18 %
2030
30 %
2050
60 %

Y en relación a las emisiones de CO2 de origen energético, estos son los objetivos de reducción en relación a las emisiones de 1990:

2020
40 %
2030
55 %
2040
70 %
2050
80- 95 %

Como puede verse, se trata de metas muy ambiciosas, que están en línea con los objetivos de protección climática que un país desarrollado debe adoptar. Por supuesto, esto implica una transformación en la industria que significa romper con el status quo o las tendencias dominantes. Por supuesto, esto significa mayores costos y esfuerzos en la transición. Si se oyeran sólo las demandas industriales por acceso a energía barata, no tendría sentido alguno salirse del carbón. Coherentemente, Hamlin destaca en su nota las conservadoras quejas de los industriales:

“El fuerte sector industrial alemán expresó también su malestar ante la decisión: esto implicaría un incremento de los costos promedio de generación de energía eléctrica, reduciendo la competitividad de la industria alemana, de las primeras en el mundo. Incluso llegaron a sugerir que las plantas alemanas estarían estudiando la posibilidad de relocalizar sus instalaciones en otros países de menores costos energéticos.”

Debo también corregir las cifras que Guillermo Hamlin cita sobre la energía eólica en Alemania. Hacia fines de 2012, la potencia eólica instalada era de 31,3 GW, no de 23 GW. Esa  potencia sirvió para producir el 7,3 % del consumo total del país. Las renovables, en conjunto, generaron el 23 %, como ya lo señalé. El resto de la energía proviene de fuentes térmicas y nucleares, pero lo importante es que el porcentaje de las renovables va en aumento y con metas de crecimiento significativas, como cité en las tablas precedentes.

Es interesante poner en contexto las cifras de generación citadas en el párrafo anterior. En Alemania, la energía eólica produjo 45 TWh en el 2012, lo que equivale al 37 % del total de la electricidad consumida el año pasado en nuestro país, unas siete veces y media la energía producida por Atucha y Embalse durante 2012.

Por último, Hamlin apela a una serie de consideraciones del más típico nacionalismo llorón o victimista, a lo que es tan propensa la izquierda nacional. Todo el que se opone a la energía nuclear es parte  del complot internacional para que Argentina no se desarrolle en este campo. Algo absurdo, pero en definitiva, el pensamiento conspirativo no se basa en el pensamiento lógico sino en el oscurantismo.

La Argentina tiene dos reactores en funcionamiento, uno de origen alemán (Atucha) y otro canadiense (Embalse), y otro en construcción, también alemán (Atucha II). El desarrollo inicial en reactores de investigación se realizó con ayuda y cooperación de Estados Unidos. En la actualidad el ministro De  Vido se encuentra negociando una cuarta y quinta planta nuclear con China, Rusia, Francia, Estados Unidos y Canadá. La discusión pasa por el financiamiento, por ende: ¿Quién coarta o limita el desarrollo nuclear nacional?

Por supuesto que dentro de la industria nuclear, como en cualquier otra, existen pujas comerciales e intereses para acceder o resguardar mercados. Pero en esta materia, los pobres resultados, los retrasos y las idas y vueltas  tienen más que ver con dificultades intrínsecas de la tecnología y una política nuclear que no siempre fue transparente. Además, se quiere disponer de recursos económicos en cantidades que poco tiene que ver con las reales posibilidades de nuestra economía.

Por último, Hamlin se remite a la promesa de la fusión nuclear, que viene anunciándose “para dentro de 30 años”. Ya llevamos 60 y seguimos esperando. La promesa le sirve a la industria para sostener altísimos presupuestos y para mantener vivas falsas expectativas. Seguir apostando “al milagro nuclear” tiene, como uno de sus efectos prácticos, el bloqueo de las renovables y el sostenimiento de las políticas energéticas más conservadoras y menos democráticas.

Fuente:
Juan Carlos Villalonga, Energía Nuclear y Conservadurismo de Izquierda, 19/08/13, Tester de Violencia. Consultado 20/08/13.

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