por Marcela Valente
El debate por la reforma de la ley de semillas en Argentina
enfrenta a las firmas transnacionales productoras de especies transgénicas con
organizaciones sociales, académicas y rurales que se resisten al avance del
monocultivo en defensa de la biodiversidad y de la soberanía alimentaria.
El Ministerio de Agricultura insiste desde hace más de un
año en que enviará un proyecto de reforma al parlamento a fin de reemplazar una
ley sobre la materia que data de 1973, modificada varias veces al compás de la
expansión de los monocultivos genéticamente modificados, como la soja, iniciada
en los años 90.
Pero el proyecto aún no se presenta, aunque hay dos
borradores. La Asociación
de Semilleros de Argentina, que reúne a las empresas de biotecnología, avala el
contenido de los textos, pero es cuestionado por quienes ven en esas
iniciativas intentos de restringir al máximo el uso propio -o la resiembra- por
parte de los productores.
Las empresas argumentan que el mundo exige un mayor
rendimiento por hectárea de los cultivos para satisfacer una demanda creciente
de alimentos y añaden que una norma que regule y controle el mercado de
semillas garantizará la recuperación de la inversión en investigación y
desarrollo de las variedades modificadas.
En cambio, los críticos rechazan la expansión de este tipo
de cultivos, aduciendo que impactan negativamente en la biodiversidad,
incrementan la vulnerabilidad de la actividad agrícola frente a la variabilidad
del clima y amenazan la supervivencia de familias rurales, que seleccionan las
mejores semillas, las guardan y las utilizan para la resiembra.
En Argentina, uno de los principales productores mundiales
de soja, alrededor de 98 % de las plantaciones de esa oleaginosa son
de semillas transgénicas, una variedad desarrollada en los laboratorios de
Monsanto que resiste la aplicación del herbicida glifosato, de la misma firma.
Asimismo, 80 % de las tierras cultivadas con maíz son también con
semillas transgénicas.
Para 2014, esta transnacional estadounidense prevé inaugurar
una planta de acondicionamiento de semillas de este tipo en la central
provincia de Córdoba, que producirá 60.000 toneladas por año.
La idea, dicen los responsables de la empresa en su sitio de
Internet, es contribuir a la meta de duplicar la producción de alimentos para
2050. Pero junto con esta promesa, Monsanto también prevé una mayor
fiscalización de las semillas que produce, que la que hubo hasta ahora.
Carlos Carballo, coordinador de la cátedra de soberanía
alimentaria de la Facultad
de Agronomía de la estatal Universidad de Buenos Aires, advirtió que esta
expansión amenaza la diversidad de semillas nativas y criollas adaptadas a las
condiciones del suelo y el clima de cada región.
“La semilla no es una mercancía, sino parte de un patrimonio
de la humanidad”, subrayó Carballo ante la consulta de IPS.
Con el avance del monocultivo de soja y maíz transgénico,
que está previsto en los planes del gobierno de aumento de la producción de
alimentos, “habrá una expulsión masiva de pequeños productores”.
Los conflictos por la tierra ya son una realidad. Un estudio
del Ministerio de Agricultura y de la estatal Universidad Nacional de San
Martín dio cuenta en 2012 de que eran 830 las controversias que involucraban a
60.000 familias, en su mayoría productoras de subsistencia.
Las pujas se incrementaron con el avance de la frontera
agrícola liderado por los cultivos transgénicos.
Para Carballo, más allá de la ley que se apruebe, las
empresas ya lanzaron su estrategia de protección de los nuevos conflictos.
Monsanto comunicó en 2012 que ya no entregaría más semillas a productores que
no hubieran firmado un compromiso que, entre otras cláusulas, permitiera a la
firma fiscalizar su uso.
Apenas unos meses después de esa advertencia, Monsanto
informó que entre 70 y 80 % de los productores de soja ya habían
firmado ese contrato, es decir que estaban obligados no solo a pagar regalías,
sino a abstenerse de reutilizar las semillas patentadas bajo amenaza de
acciones legales.
Monsanto, la principal productora de transgénicos en
Argentina, fue la gran responsable de la expansión en los años 90 de la soja de
este origen con su estrategia de resignar el cobro de regalías, señaló a IPS el
ingeniero agrónomo Javier Souza Casadinho, coordinación regional de la Red de Acción en Plaguicidas y
sus Alternativas para América Latina (RAP-AL).
“Eso le permitió ampliarse a todos los países del Cono Sur”
de América, dijo este académico de vasta trayectoria en la materia, responsable
de producir actualmente 47 % de la soja y 28 % del maíz que
se venden en el mundo, según datos del Instituto Interamericano de
Cooperación para la Agricultura.
Ahora la estrategia es exigir la firma de contratos. “El productor
no tiene escapatoria ni posibilidad de volver a usar la semilla”, remarcó
Souza.
Alertó, además, que en la norteña provincia de Salta está
avanzando la soja transgénica en pequeñas comunidades, lo cual pone en riesgo a
las semillas nativas.
“Necesitamos una ley que promueva el respeto de los modos de
producción de las comunidades para conservar, mejorar y multiplicar las
semillas, y permitir que haya intercambio”, dijo.
Los actores de este movimiento que busca participar en el
debate señalan que el modelo de ley de semillas de Argentina podría ser el de
Brasil o de Bolivia, donde se permite el cultivo transgénico a la vez que se
fomenta y se protege la existencia de variedades de semillas nativas y
criollas.
Carballo dijo que con apoyo estatal o de organizaciones no
gubernamentales internacionales, en Colombia, Bolivia, Perú y Paraguay hay
“guardianes de semillas”, que seleccionan y custodian esos bienes naturales en
bancos o casas de semillas, que son de disponibilidad pública.
Argentina también tiene programas locales de protección de
semillas como el que funciona desde hace dos décadas en la nororiental
provincia de Misiones. Mediante el “Programa de los maíces criollos”, el estado
provincial y el nacional apoyan con asistencia técnica y recursos la selección,
preservación y multiplicación de semillas de maíz criollas y nativas.
“Se producen allí semillas de muy buena calidad que luego el
Estado compra y distribuye, porque el maíz es la base de la producción de
proteínas para economías rurales pequeñas, que producen aves y cerdos”, destacó
Carballo.
“Este modelo favorece el empleo rural y mejora la calidad de
la alimentación”, añadió.
Para el experto, el caso de Misiones muestra que hay una
alternativa posible y no muy cara de preservar esos recursos naturales… y de
hacerlo también desde el marco legal.
Fuente:
Marcela Valente, La batalla por las semillas se intensifica en Argentina, 10/07/13, Inter Press Service.
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