domingo, 7 de abril de 2013

Las vidas que se llevó la inundación, los rostros y las voces silenciadas

Sofía Nicola, la abuela que sufría por las veredas rotas y había estrenado una compuerta

Murieron más personas que en la tragedia de Once. Ancianos, amas de casa, un futbolista, un mecánico, una maestra, entre las víctimas. Historias de gente de trabajo. Y el recuerdo de la abuela Sofía, una de las primeras fallecidas.

Sofía, la abuela que sufría por las veredas rotas y había estrenado una compuerta
Sofía Nicola se alegró con la elección del Papa Francisco: “Tiene la sonrisa de un hombre sereno”, le comentó a su hijo, mientras tomaban mate en la cocina. “Y es de San Lorenzo, como yo”, agregó, pícara, sabiendo que su Albertito es de Vélez.

En Pascua pidió paella, rabas, papas fritas y un vaso de vino. El día estaba lindo para pasarlo en familia y hacer una buena sobremesa. La compuerta que le habían instalado dos meses atrás parecía infranqueable y los burletes estaban nuevos.

Se había enamorado de su marido en los carnavales velezanos.

Carlos trabajaba como cartero, en la época en que la gente sacaba las sillas a la vereda. Le gustaba pescar, así que llevaba a Sofía a lagunas bonaerenses y a Punta Mogotes, Mar del Plata.

Siempre vivieron en una casa de la calle Valdenegro y la avenida Balbín, en el barrio porteño de Saavedra, donde “El Polaco” Roberto Goyeneche calentaba la garganta.

Por una ventana a la calle, Sofía saludaba a los vecinos y miraba las horas pasar.

Hija de griegos, sorprendía con comidas que incluían trigo y hojas de parra, aunque también preparaba ensalada rusa, arrollados de pescado y milanesas con puré, sobre todo cuando recibía a sus nietos, Lucas y Tomás.

Tenía 81 años, la memoria de una biblioteca y la paciencia de los diabéticos para aplicarse diariamente la insulina.

Alberto, radiólogo del Sanatorio Mitre, le regaló un bastón, pero ella nunca lo usó: “Vos llevame al banco a cobrar la pensión y dame el brazo en la vereda que yo, despacito, camino. Lo único que me da temor son las veredas, que están hechas un desastre”.

Se quejó también de las raíces de los árboles que rompen las baldosas, pero no le dieron bolilla, había otras prioridades.

Ella había visto en Discovery Channel un programa dedicado a las obras hídricas, túneles y represas necesarias para encauzar arroyos y contener tempestades. Estaba cansada de los noticieros, y más desde que empezaron a difundirse robos a ancianos.

Encendió la radio, que la devolvía a un pasado sin viudez, cuando bailaba con su esposo y se dejaba envolver por el ronquido asmático del bandoneón.

El otoño llegó y las hojas amarillas comenzaron a caer.

El martes pasado, por la compuerta y la ventana entró un río inesperado. Sofía fue una de las primeras víctimas fatales de la inundación. Un nieto la encontró con la heladera encima. Y el relato desesperado de su hijo Alberto ante Marcelo Longobardi, en medio del dolor, estremeció a los argentinos y se convirtió en un caso emblemático de una tragedia que se cobró demasiadas vidas.

“Dije lo que me salió del alma. Rogué a los políticos que dejen de pelearse por cosas ridículas y se unan para prevenir estas situaciones. Hubo negligencia: hace 30 años que esta zona se inunda y en todo este tiempo se hizo poco y nada. Vinieron a mostrarme fotocopias de un canal aliviador que no avanzó ni un metro. Mi pregunta es: ¿en qué lugar está la vida?”, dice Alejandro a Clarín, el viernes, apenas terminada una pericia fotográfica en la casa materna. Vacía.

Pablo Calvo

Ricardo había alertado sobre la vulnerabilidad de su barrio
Vio que el agua venía, que bajaba con fuerza. Era de noche, casi las tres. Buscó la compuerta que tenía para tormentas fuertes. Se dio cuenta de que no: que esta vez no iba a ser suficiente. Entró: llamó a su mujer, a su hija mayor. El agua afuera era un río feroz. Eran las tres y cuarto. “Me dijo ‘estamos perdidos porque el agua pasa la compuerta. Perdemos todo: a mí me va a dar un infarto, yo no soporto esto’. Se cortó la luz y no lo soportó. Se me cayó en los brazos. Con los muebles flotando alrededor. Llamamos a todos, el Same me decía quédese tranquila, que no podemos hacer nada. Ricardo estuvo una hora y media agonizando. Y se me murió a las 5. El primer médico que vino a verlo llegó recién a las 11. No me saco esa imagen de la cabeza”.

A Elizabeth Dorna le tiembla el cuerpo. “Mi marido no figura en ninguna lista porque no murió ahogado. Nos excluyen de cualquier derecho a reclamar”, se queja, apenas, se enoja un poco más. Ricardo Caporale murió como ella lo relata: en sus brazos, en la tormenta del martes último, en su casa de la calle Plaza al 4500, frente a las vías del Mitre, en Saavedra. Todo el barrio llamó para que alguien viniera a ayudarlo. Pero la ayuda llegó ocho horas tarde, después de que Jesica, la mayor de sus tres hijas, corriera a una ambulancia que siguió de largo y saliera a buscar policías sobre el terraplén que está frente a su casa. “Fue inhumano. En la Metropolitana nos dijeron que no tenían a nadie capacitado para reanimar a un hombre que estaba agonizando. Y mientras llamábamos tratábamos de socorrerlo para evitar que se ahogara. Es increíble”, dice.

Elizabeth y sus hijas se sienten indefensas, abandonadas. Invisibles. Dicen que todavía nadie se acercó a ayudarlas. Que no recibieron contención psicológica. Que Ricardo ya había denunciado que el túnel de Arias, las obras del shopping DOT y Tecnópolis habían dejado al barrio en una situación vulnerable frente a las inundaciones. “Cada vez que había tormenta él no dormía, era el encargado de avisar en la cuadra que movieran los autos, que todos estuvieran alerta -cuenta Jesica-. Y ahora ni siquiera pudimos cumplir lo que él quería, que era que lo cremen y lo lleven a la cancha de Platense. ¿Quién va a hacer las obras para parar esto? ¿Cuándo? ¿Cómo vivir así, esperando, temiendo, cuando caigan unas gotas? La desesperación que vivimos fue y todavía es de un dolor insoportable. Y ese dolor no se nos va a ir nunca más”.

Romina Smith

Orlando Logiurato
50 años
Trabajaba en la Subsecretaría de Salud Mental y atención de adicciones de Buenos Aires. También se desempeñaba en el Hospital Reencuentro, donde lo consideraban un referente en los grupos de autoayuda en adicciones. Era aficionado al campo y se dedicaba a la crianza de caballos. Murió eletrocutado cuando su casa se inundó.

Jorge Luis Barnetche
55 años
Era mecánico electricista que desde hace 30 años tenía un taller en el Barrio de la Calle 37. El día de la tormenta una de las camionetas que le había dejado un cliente fue llevada por el agua, él intentó rescatarla, pero al hacerlo lo arrastró el caudal de agua embravecida y su cuerpo fue encontrado cuatro cuadras abajo.

Cristian Mendoza
19 años
Originario de Caaguazú, Paraguay. Su familia había venido a Argentina para el tratamiento médico de su abuelo que era diabético. Cuando el agua subió más de un metro y medio, él y su familia subieron al techo, sin embargo, se derrumbó y él junto a su abuelo fueron arrastrados por el agua.

Enrique Salinas
90 años
Era mecánico de aviones y estaba jubilado de la Aeronáutica. Vivía en la Calle 30. Como su casa ya había sufrido inundaciones construyó una compuerta extra. La noche de la tragedia, cuando comenzó a subir el nivel del agua, intentó abrir esa puerta, pero murió. Su esposa, estremecida, lo acompañó hasta el último instante.

Jorge Colautti
80 años
Cuando comenzó la tormenta, estaba en su casa, al cuidado de su nieto. Preocupado, quiso llevarlo a la casa de sus padres, pero la corriente lo desestabilizó en la Calle 36. Intentaron rescatarlo, fue imposible. Lo despidieron con un mensaje conmovedor: “El Abuelo que entregó la vida por su nieto”.

Esteban Ezequiel Monjes
21 años
Trabajaba como albañil. Era padre de un niño y su esposa está embarazada de su segundo hijo. Vivía en la zona de 138 y 526. La noche de la inundación fue tragado por el agua. Lo encontraron horas más tarde en el Arroyo “El Gato”.

Josué Suárez Salazar
23 años
Había nacido en Lima, Perú. Migró de su país hace seis meses, para ayudar a su familia. Trabajaba en la capital bonaerense como albañil. Estaba viviendo en una casa en construcción, que él cuidaba por las noches. Cuando el agua invadió todo, tocó un cable y murió electrocutado. Fue encontrado en la misma casa, junto a su mascota.

Jorge Javier Díaz
30 años
Era futbolista, ex jugador de Estudiantes. Estaba viviendo en La Plata y jugaba el torneo del Interior. El miércoles pasado, fue a auxiliar a sus padres en la zona de 31 y 60, que estaba desbordada. Pudo salvar a su mamá, pero cuando intentó sacar de la casa a su papá, fue arrastrado por la corriente.

Amilcar Vicente Scarlan
65 AÑOS
Era dentista integrante del Colegio de Odontólogos de la Provincia. Quiso ayudar a otros inundados. Tras la tormenta, su imagen circuló por Internet porque estaba desaparecido. Su cuerpo fue hallado en la calle 49 entre 17 y 18.

Antonio, electricista del subte
Era oficial electricista, comenzaba a trabajar a las 6 de la mañana y murió electrocutado. Era peronista, hincha de Boca, le gustaba hacer chistes y trenzarse en discusiones políticas. Le decían “El Viejo”, por las canas, pero tenía muy buena relación con los jóvenes. Dejó tres hijos y una compañera que lo acompañaba en sus vacaciones por el norte argentino y Brasil. Había trabajado en el mantenimiento de barcos, pero en 2003 se incorporó al subte porteño. Sus compañeros lo recuerdan por su capacidad, su actitud de polemista y solidario.

Anahí Posse
65 años
Vivía en la Calle 26. Era profesora jubilada. Impartió clases en el Colegio Benito Lynch. Ella y su esposo salieron de su casa porque el agua alcanzó más de metro y medio.En la calle fue arrastrada por la corriente. Sus alumnos se despidieron con mensajes como este: “Gran persona y gran docente”.

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