Según los autores, expertos de la UBA , existe además un
protocolo para seguir ante los errores históricos de entubar los arroyos en las
ciudades. Cómo debería actuar el Estado.
por Jesica Viand, Diego Rios y Claudia E. Natenzon
Ante los reiterados episodios de inundación y anegamiento
por lluvias en nuestras ciudades, se hace evidente que esta manera de pensar la
relación entre ciudades y desastres ya no funciona. La planificación urbana que
contempla a las obras de infraestructura como única solución es una idea
perimida, obsoleta. Sobre la base de las ideas higienistas de fines del siglo
XIX y principios del XX, se han entubado los arroyos en la ciudad de Buenos
Aires y el arroyo El gato en La
Plata , y se han construido terraplenes en la ciudad de Santa
Fe, entre otros ejemplos. Nos preguntamos, entonces: ¿han sido estas obras la
solución a las inundaciones? Y además, ¿han contribuido a mejorar la calidad de
vida de la población?
Por supuesto que los ríos y arroyos van a seguir estando.
Pero no tenerlos a la vista genera una sensación de confianza en las obras y el
consecuente olvido de esta amenaza, hasta que una lluvia lo hace presente.
¿Cuántos vecinos saben que el arroyo Maldonado está bajo la avenida Juan B.
Justo en la ciudad de Buenos Aires?
La acción de colocar obras hidráulicas frente a inundaciones
(entubados, canalizaciones, terraplenes, defensas), termina valorando los
suelos cercanos y lleva a la especulación inmobiliaria. La dinámica de esta
última actividad, escasamente regulada, se encuentra en el origen de estos
problemas. En los lugares donde se han llevado adelante significativas
inversiones en este tipo de obras se advierte un fuerte proceso de
densificación urbana, con mayor cantidad de edificios en altura. El barrio de
Palermo, próximo a la avenida Juan B. Justo, es un claro ejemplo. En áreas
inundables de las periferias urbanas donde también se ha realizado este tipo de
obra se observa un corrimiento de los grupos menos favorecidos por parte del
mercado inmobiliario y de los grupos más favorecidos. Esto último se presenta
en el caso de las urbanizaciones cerradas en Tigre. Las obras viales también
son un problema. Avenidas y calles se mejoran para la circulación con capas de
asfalto que superan la altura de las veredas e impiden el desagüe desde las
calles laterales. Pero generalmente los gobiernos no quieren gastar el dinero
necesario para canalizar los excesos hídricos. Un puente se construye con menos
luz porque es más económico, y en el caso de Santa Fe en 2003 esto tuvo
resultados trágicos.
Más allá de este escenario de infraestructura urbana que por
un lado protege y por el otro engaña, ¿quién escuchó hablar de planes de
contingencia? ¿Quién sabe qué hacer y cómo evacuar el edificio donde vive en
caso de emergencia? ¿Quién entiende que arrojar basura puede tapar desagües?
La planificación del uso del suelo urbano debe incorporar
estas amenazas en un plan de gestión integral de riesgo de desastre. Es
necesario que las ciudades crezcan bajo estas pautas. No puede seguir
densificándose una zona anegable. Debe haber cambios en los códigos de
edificación y en los usos de suelo, y se debe incorporar esta mirada. El Estado
debe acotar la especulación inmobiliaria hacia intereses comunes.
La construcción de infraestructura urbana debe ser pensada
en relación con los sistemas de desagües. También son necesarias campañas de
difusión del cuidado de la vía pública en relación con la basura y los sistemas
de desagüe, así como la generación de nuevos espacios verdes y la protección de
los existentes; ellos son funcionales al sistema hídrico por su rol para el
drenaje del agua de lluvia. Los arquitectos y los ingenieros pueden proveer
pautas constructivas adaptadas a posibles inundaciones tanto para las viviendas
familiares como para el resto de las edificaciones. Si nos colocamos sólo en la
faz económica, hay acciones a desarrollar que permitirían obtener ahorros tanto
públicos como privados: primas por seguros, disminución de jornadas laborales
perdidas por inundaciones, menores deterioros por “oleaje” de vehículos sobre
las propiedades frentistas.
Es imposible mantener una planta de empleados públicos para
atender las catástrofes durante los períodos intermedios, cuando ellas no
ocurren. Por eso hay que capacitar a empleados con otras funciones para que
actúen cuando sea necesario (tal la idea de la Defensa Civil ), pero
además comunicar el riesgo de manera que todos participen en la ayuda con
protocolos socialmente construidos y consensuados.
En definitiva, se trata de poner en acción propuestas ya
elaboradas de manera participativa para la coordinación de las acciones tanto
en prevención como en la atención de desastres cuando ellos sucedan, como por
ejemplo lo plantea el Programa de Acciones Intersectoriales para la Reducción del Riesgo de
Desastres, cuya elaboración entre 2011 y 2012 se produjo por convocatoria del
Polo Tecnológico SA con la presencia de múltiples instituciones nacionales
relacionadas con la gestión de riesgo de desastres. Todas estas propuestas
requieren un trabajo conjunto. Dejar de lado los enfrentamientos políticos,
acordar una estrategia marco entre ministerios, direcciones y
jurisdicciones, comprometerse en planes a corto, mediano y largo plazo, mantener
los compromisos e involucrar a los vecinos. Pero esto ya se sabe. Ahora hay que
hacerlo.
Jesica Viand, Diego Rios y Claudia E. Natenzon pertenecen al Programa de Investigaciones en Recursos Humanos y Ambiente (Pirna), Instituto de Geografía, UBA. www.pirna.com.ar
Fuente:
Jesica Viand, Diego Rios y Claudia E. Natenzon, La especulación inmobiliaria y sus culpas, 07/04/13, Perfil.com
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