por Luis Moreiro
En las calles transversales a la avenida 13, desde 520 hasta
32, las veredas se asemejan a una romería. La ropa, los muebles, los
electrodomésticos, todo, se seca en la calle y al sol. Las puertas de las casas
están abiertas, las ventanas también. La gente vive en la calle. Vecinos junto
a vecinos. Compartiendo el después. Solos de toda ayuda oficial. Rodeados de lo
poco que les quedó. Con la basura aún en la calle. Reconstruyéndose. En esos
barrios no hay reparto de colchones ni de agua. No hay camionetas de organismos
oficiales y tampoco se ve a la policía, el Ejército o la Gendarmería.
A 20 cuadras del centro neurálgico de la ciudad una
concesionaria de autos estacionó los cero kilómetro sobre una rambla. Todos
tienen a la altura de las ventanillas la marca de la altura que alcanzó el
agua. Veinte metros más allá, las paredes de un taller mecánico tienen la misma
marca -la del agua-, a más de un metro de altura.
La avenida, en ese tramo, debe tener unos sesenta metros de
ancho. Dos manos de ida, dos de vuelta, separadas por una rambla y dos calles
colectoras, también con ramblas. Las veredas son anchas y las casas están
altas, tal vez, a más de un metro y medio de la calle. Ninguna se salvó. Ahí
hubo un mar enfurecido. Que no perdonó ni siquiera la vida.
"Yo pasé la noche en el distribuidor", dice el
muchacho que atiende el taller, refiriéndose al distribuidor de tránsito Pedro
Benoit, que conecta Gonnet, City Bell y Villa Elisa, con el centro de la
ciudad. "Toda la noche rodeado por el agua, con mi señora y nuestra beba
de un mes, dentro del auto", relata. Dice que a diez metros de su coche
había otro, un Corsa, del que solo se divisaba el techo y la antena de la
radio. "A la mañana, cuando bajó el agua y pudimos movernos, nos
acercamos. Adentro había dos viejitos muertos", dice el pibe. Y las
lágrimas ruedan por su rostro. Después cuenta que la inundación le arruinó
todas las computadoras y escáneres del taller. "Cien mil pesos tirados a
la basura. Todavía no los había terminado de pagar".
De la casa de al lado sale una vecina. Por la puerta del
garaje asoman dos mangueras gruesas, conectadas a una bomba que aún escupe agua
desde el interior de la casa hacia la calle. En la rambla dos muchachos revisan
las bolsas de basura y manipulan un televisor que chorrea agua. "Ojo con
romper las bolsas", grita la vecina. El muchacho del taller la apoya.
"Ya sacamos a varios", dice. "Dejan la basura desparramada y si
vuelve a llover..."
Desde el puente del arroyo El Gato, sobre el camino
Centenario, se alcanzar a ver los buzos de la policía buscando cadáveres. Otros
efectivos rastrillan las márgenes del curso de agua; entre malezas y los restos
de las taperas de las villas de emergencia devastadas por la inundación.
Camino a Ringuelet, en las calles también hay barro,
mezclado con ramas, hojas podridas y basura. Es un barrio de gente de clase
media, laburadora. En una esquina cinco pibes de 18 o 20 años trafican con
baldes, trapos de piso y escurridores. Juegan al hockey en el Club
Universitario de Gonnet, en el equipo de Intermedia. Ayer se entrenaron en
solidaridad. Se reunieron para limpiar la casa de uno de ellos, donde también
los muebles, la heladera, la ropa y los sillones se amontonaban en la vereda.
Las historias se repiten, una tras otra. Y son miles los que
se empeñan en empezar de nuevo. La
Plata se reconstruye. A pulmón. Su gente se reconstruye.
Fuente:
Luis Moreiro, Imágenes que no alcanzan a describir la magnitud del desastre, 05/04/13, La Nación. Consultado 05/04/13.
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