La falta de planes de traslado en caso de catástrofe provocó
que los dependientes de la tercera edad sufrieran penosas condiciones como
refugiados.
por Javier Salas
El accidente atómico de Fukushima (Japón) no mató a nadie,
pero los grandes inconvenientes provocados por la catástrofe sí tuvieron un
importante efecto sobre la salud de las personas más vulnerables: los ancianos.
Un estudio realizado entre los departamentos de Salud Pública de las
universidades de Harvard y Fukushima ha determinado que el traslado de los más
mayores más allá de la zona de evacuación, realizada en pésimas condiciones,
multiplicó por 2,4 el índice de fallecimientos entre estos ancianos. En los
tres primeros meses tras la evacuación, las muertes se triplicaron.
Este estudio, el primero sobre la mortandad de los ancianos
dependientes en Fukushima, analizó la situación de cada uno de los 1.770
evacuados, que provenían de 34 instituciones como residencias de la tercera
edad, hospitales, geriátricos y otro tipo de instalaciones sanitarias. Entre
marzo y octubre de 2011, murieron 263 de esos ancianos (excluyendo los 32 que
fallecieron a causa del tsunami). Un análisis de las muertes del mismo periodo
del año previo muestra que fueron 109 los fallecimientos registrados en esas
mismas 34 instituciones.
El 70 % de las muertes tras el desastre fueron mujeres y en
el 93 % de los casos la muerte la sufrió un paciente con 75 años o más, “lo que
sugiere una vulnerabilidad particular de la personas de más edad a la
reubicación”, explica el trabajo. La neumonía fue la causa de muerte más común
(40 %), lo que según los autores muestra “la influencia de las malas condiciones
de vida (baja temperatura y mala alimentación) durante el traslado”.
La diferencia entre las tasas de mortalidad en 2010 y 2011
fue excepcionalmente alta durante los primeros tres meses, y continuó en un
nivel inferior durante seis meses (ver gráfico). Este incremento es similar al
observado en otros estudios previos realizados tras situaciones de traslado de
internados en instituciones sanitarias, según los autores. “El análisis sugiere
que el impacto de un desastre sobre el exceso de mortalidad de los ancianos
dependientes es más significativo en el período inmediatamente posterior, pero
tiene un impacto duradero debido a los continuos cambios en la higiene
alimenticia y las condiciones de atención médica”, explican.
El Gobierno estableció una zona de exclusión de 20 kilómetros en
torno a la central accidentada, lo que precipitó la estampida caótica de más de
100.000 personas por culpa de la falta de planes de evacuación adecuados, como
mostró la investigación posterior. Como explica el estudio, la odisea de estos
ancianos dependientes fue terrible. El Gobierno inició el traslado el 12 de
marzo, moviendo a los ancianos a hospitales, gimnasios municipales y escuelas
públicas. No pudieron coger sus pertenencias (ni siquiera ropa o mantas) debido
a la falta de espacio, y muchos fueron trasladados varias veces a lugares
diferentes a lo largo de unos meses.
“Algunas instituciones de otras prefecturas (división
regional) rechazaron a los evacuados de la zona de radiación por temor a que
pudieran transmitir la radiación a otras personas”, narran en el artículo. La
situación devino kafkiana: “Los evacuados tenían que presentar en los refugios
documentos que certificaran que estaban libres de radiación, y si no lo hacían,
se les negaba la entrada”.
Un estudio previo publicado por The Lancet sobre la
evacuación de hospitalizados desde Fukushima concluyó que “el traslado de estos
pacientes supuso la pérdida de vidas”. Los investigadores insisten en ambos
estudios en que hay mucho margen de mejora en los planes de evacuación de este
tipo de ciudadanos vulnerables.
573 muertes ‘provocadas por la crisis nuclear’
Una investigación del diario nipón Yomiuri mostró que las
autoridades habían reconociendo un total de 573 muertes como consecuencia de los
estragos causados por la crisis atómica. Se trataba de fallecidos que contaron
con un certificado de defunción que se emite cuando la muerte no es causada
directamente por una tragedia, sino por la fatiga o el agravamiento de una
enfermedad crónica debido a la catástrofe y que lleva aparejada una ayuda
estatal.
No ha muerto nadie por la incidencia de la radiactividad de
Fukushima. En la central nuclear murieron dos trabajadores el mismo 11 de marzo
a causa del terremoto y el posterior tsunami. Otros tres operarios fallecieron
mientras estaban empleados como liquidadores para reparar los efectos de la
catástrofe, pero sus muertes no se pueden relacionar con la radiación liberada
por los tres reactores descompuestos, según las autoridades.
La catástrofe resucitó los miedos de Hiroshima
“Hemos observado la existencia de un subgrupo especialmente
vulnerable a los temores a la radiactividad entre los nietos de los afectados
por los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki”, explica Menachem Ben-Ezra,
investigador especializado en analizar como afectan psicológicamente entre la
población episodios traumáticos como el accidente de la central de Fukushima,
el terremoto de Haití, o pertenecer al personal sanitario de los hospitales de
Gaza.
“Una posible explicación es la trasmisión del trauma psicológico
de abuelos a nietos, pero no está claro cómo se produciría, si oralmente, por
imitación, por el comportamiento…”, apunta. Trabajando sobre el terreno, con
una muestra de 140 japoneses nietos de supervivientes de los bombardeos de la II Guerra Mundial (y
otra de control de 80 japoneses), comprobaron que el miedo a la radiación era
“notablemente” alto entre los nietos de aquellas víctimas. Lo más curioso de
sus averiguaciones, según él mismo, es que registraron el mismo nivel de miedo
a la radiación que al tsunami previo. “Es sorprendente porque, objetivamente,
el tsunami fue la fuente de muertes y destrucción; el tsunami provocó más de
20.000 muertos y nadie ha muerto por la radiactividad, lo que demuestra que el
temor a la radiación no se sostiene en hechos”, asegura.
Fuente:
La evacuación de Fukushima triplicó la muerte de ancianos, 17/11/12, Materia. Consultado 20/11/12.
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