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Eduardo Rodríguez Farré. Crédito: Alfredo Matilla / Universidad Complutense de Madrid. |
Por Silvana Buján
El tema de la energía nuclear tiene un sinnúmero de aristas que van desde la mineración del uranio, el funcionamiento de las centrales, los aspectos de costos, los aspectos de seguridad, y la problemática de los residuos. Una larga saga de cuestiones para las cuales, en muchos casos, la ciencia no tiene respuestas, y en otros muchos casos, la incertidumbre está poniendo a la humanidad al borde de un problema tan grande que va a ser inabordable a la hora de tratar de resolver el impacto de la radiactividad.
El doctor Eduardo Rodríguez Farré es médico especializado en Toxicología y Farmacología en Barcelona, en Radiobiología en París, y en Neurobiología en Estocolmo, es profesor de investigación en el Centro de Investigación Biomédica de Barcelona, y trabaja con los temas nucleares.
Silvana Buján.— Eduardo ¿Por qué estamos hablando de radiactividad? ¿Por qué estamos preocupados por esto? ¿Qué debería conocer el habitante común?
Eduardo Rodríguez Farré.— Bien, el problema fundamental relacionado con la energía nuclear, o con las actividades atómicas, desde el punto de vista que me importa a mí, que es la salud, tiene una serie de implicaciones muy importantes. Para ello, hay que considerar todo el ciclo de la energía nuclear, que no es solo una planta que produce energía eléctrica, sino que es muchísimo más amplio y más complejo. Empieza con la minería, con la extracción del elemento uranio, pero no es solo uranio lo que se extrae, sigue con la preparación de este mineral para transformarlo en uranio puro, separar luego y enriquecer el uranio, preparar las barras o las pastillas, depende cómo se prepare para una central nuclear. Implica el funcionamiento del reactor electronuclear —el reactor atómico—, y después, implica todos los residuos que se generan a lo largo de su vida funcional y la gestión de estos residuos. Y aquí tenemos uno de los puntos importantes, porque esto implica miles de años. Todas las partes del ciclo de la energía nuclear, de una forma simplificada, tienen riesgos importantes para la salud.
SB.— En la corteza terrestre hay uranio, que es radiactivo, distribuido a lo largo y a lo ancho de la corteza, en algunos sitios con mayor densidad, en otros más disperso, pero toda la vida que se desarrolló en la Tierra evolucionó en presencia de ese campo radiactivo que, como los elementos radiactivos decaen y cada vez van irradiando menos, va en constante disminución. De modo que, cuanto más reciente es una especie, ha evolucionado con un fondo radiactivo menor. Señalas que esta tendencia se ha interrumpido en 1942 ¿Por qué?
ERF.— Desde el origen de la Tierra, la radiactividad ha ido disminuyendo ante la desintegración no solo del uranio, también de los distintos elementos radiactivos. Este fenómeno se paró en 1942, cuando, gracias al ingenio de la especie humana, se crearon más elementos radiactivos. En un reactor atómico, en una pila atómica, la fisión del uranio, que es lo que va a producir la energía, crea una serie de elementos radiactivos nuevos que generan radiactividad y aumentan el campo radiactivo. Al mismo tiempo, en el reactor atómico que en el año 1942 entró en funcionamiento, en criticidad como se llama desde el punto de vista físico, para preparar la bomba atómica de Estados Unidos, en Chicago, se generaron también elementos radiactivos nuevos. No por la fisión del núcleo del átomo que al desintegrarse se transforma en docenas de elementos radiactivos, sino que se generaron también elementos que no existían en el planeta desde hacía millones y millones de años. El principal es el plutonio, que es el que buscaban para preparar la bomba atómica, que tuvo dos formas, una la que se hizo con uranio muy enriquecido, y la segunda, en Nagasaki, la que se hizo con plutonio.
A partir de ahí, se han creado cientos de reactores atómicos, algunos de ellos con fines militares y otros para producir energía, y aparte hay otras finalidades también, pero que son minoritarias. Todos estos reactores han ido generando cantidades ingentes de elementos radiactivos, y la dispersión por accidentes, por fugas, por los residuos nucleares que se generan, ha ido aumentando el campo radiactivo del planeta.
Aquí hay un punto importante, que es clave desde el punto de vista del impacto sobre la salud humana, y es que a lo largo del tiempo, a lo largo de millones de años, disminuye la radiactividad, y las nuevas especies que evolucionan en el planeta están sometidas a campos radiactivos menores. Esto se puede comprobar hoy en día, las especies muy antiguas, por ejemplo, los artrópodos, el alacrán es uno de los ejemplos, resisten campos de radiactividad o dosis radiactivas, centenares de veces superiores a las que pueden resistir un mamífero. Quien dice esto compara la sensibilidad a las radiaciones de especies más modernas con especies antiguas, como invertebrados, reptiles, etcétera. Hay una mayor sensibilidad a las radiaciones cuanto más moderna es la especie, esto en general, siempre hay excepciones en biología.
SB.— Eduardo, como médico, ¿Qué son los radionucleidos? ¿Cómo es que se difunden en el ambiente? ¿Cómo es que llegan a estar en los animales o en nuestros cuerpos?
ERF.— En el planeta siempre tenemos algunas pequeñas cantidades de radiactividad natural. La radiactividad natural más importante proviene del potasio-40, que está en las sales, o sea el cloruro de potasio que puede existir en el agua, en el mar. Tiene una radiactividad que ingresa en el organismo, esto es un campo de radiactividad natural, no es muy importante, pero sí que tiene ciertos efectos. Existe también la radiactividad natural derivada de rocas que tienen partes de uranio. Hay unos casos muy concretos, la gente que vive en zonas donde hay una cantidad importante de radón, que es radiactivo, es un gas noble. Tenemos que considerar que donde hay uranio hay otros elementos radiactivos. El uranio natural se desintegra en una serie que se llama serie del decaimiento radiactivo. Un uranio al emitir una radiación alfa, que son dos protones y dos neutrones, se transforma en otro producto que es radiactivo también, el torio, el torio a su vez se desintegra igualmente emitiendo una radiación alfa, y se transforma en radio, el radio en radón, en polonio, etcétera, y acaba en plomo, que no es radiactivo. O sea que donde tenemos uranio, y esto hay que tenerlo muy presente, no está solo, es una falacia decir que “el uranio es poco radiactivo”, sobre todo el uranio-238, cierto que emite una radiación relativamente poco intensa, pero que es muy peligrosa si entra en el organismo. Pero donde hay uranio, hay radio, hay radón, hay polonio, que son elementos muy intensamente radiactivos y que pueden afectarnos muy directamente. En las personas que viven en zonas donde hay una radiactividad natural importante, dentro de las casas se puede concentrar el radón, y hay ejemplos muy típicos, por ejemplo en España una zona clásica en donde la gente está expuesta al radón es Galicia, donde hay muchas construcciones hechas de piedra de granito. Y donde hay una casa con granito hay radón, porque en el granito siempre hay cantidades pequeñas de uranio, y este se desintegra y acaba emitiendo gas radón que la gente inhala. Es cierto también que a las personas no fumadoras que habitan en áreas donde hay cantidades importantes de radón, se les atribuye una cantidad importante de cánceres de pulmón. La gente expuesta a radiación natural, no estoy hablando de radiación artificial, en zonas donde hay intensidad relativamente importante, o importante de radiación, tiene una incidencia de cáncer mayor. Esto está muy comprobado en estudios científicos y epidemiológicos.
Continúa en la segunda parte.
Eduardo Rodríguez Farré
Es doctor en Medicina y diplomado en Farmacología por la Universidad de Barcelona y máster en Radiobiología por la Universidad de París. Es profesor en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona y miembro del Centro de Investigaciones Biomédicas en Red (CIBER), de Epidemiología y Salud Pública (Instituto de Salud Carlos III). Sus principales campos de investigación se centran en la toxicidad de contaminantes ambientales, los efectos de xenobióticos sobre el sistema nervioso y la evaluación de riesgos tóxicos para la salud. Es miembro de comités internacionales relacionados con la investigación en salud y miembro fundador de Científicos por el Medio Ambiente (CIMA).
Silvana Buján
Es periodista científico y ambiental, miembro de la Red Argentina de Periodismo Científico. Dirige BIOS, ong miembro de la Red Nacional de Acción Ecologista y la Coalición Ciudadana Antiincineración. Obtuvo tres veces el 1º Premio a la Divulgación Científica de la Universidad de Buenos Aires (2009, 2012, 2014) y el 2º Premio en 2010; el 1º Premio Latinoamericano y del Caribe del Agua CATHALAC-UNESCO 2009; ocho Premios Martín Fierro por sus trabajos en radio y 21 nominaciones. Premio Nacional de Periodismo en el año 2007; 1º Premio del Congreso Tabaco o Salud 2010; 1º Premio de Periodismo en Salud de la Asociación Médica Argentina 2010; Distinción honorífica Colegio de Ingenieros DII por su labor en difusión ambiental, 2013.
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