sábado, 7 de septiembre de 2024

Herencia nuclear germana | 2.° parte

Probablemente, nadie en su sano juicio pondrá en duda que la característica principal de la administración alemana es su alto nivel de eficiencia y burocracia bien estructurada. Esta administración es muy organizada y meticulosa, con procedimientos claramente definidos y un fuerte énfasis en la legalidad y el cumplimiento de las normas. Sin embargo…

Por Juan Vernieri

La imagen que sigue es de una mina de sal en Asse donde, después de su abandono, se depositaron residuos nucleares. Debo apresurarme a aclarar que no se trata de combustibles gastados ni de otros desechos de alta radiactividad. En esos tambores hay residuos de media y baja actividad, tóxicos solo por décadas.

Cuando se produjo el terremoto y tsunami japonés que dio por tierra con la central de Fukushima y puso en la picota a toda la industria nuclear del planeta, esta mina ya había sufrido inundaciones.



La primera significativa con agua salina ocurrió en 1988, aunque la preocupación por la infiltración y la estabilidad del sitio ya se había planteado anteriormente. La mina presentaba un riesgo debido a su estructura geológica y a la forma en que se almacenaron los residuos.

El agua que se filtraba en la mina representaba un peligro considerable porque podía disolver la sal y facilitar la dispersión de materiales. Desde entonces, ha habido intentos de controlar la infiltración y manejar los residuos radiactivos para evitar una catástrofe ambiental.

Tras el referido desastre nuclear japonés, Angela Merkel tomó la decisión, incluso en contra de la opinión de su partido, de abandonar la energía nuclear.

Aunque la determinación fue influenciada por varios factores, el desastre de Fukushima fue el detonante principal, que se vino a sumar a la antigua preocupación por inundación de los residuos en la mina de sal de Asse. El gobierno de la Canciller Merkel resolvió entonces reconsiderar su política energética.

La presión pública y política también tuvo su influencia, había una fuerte oposición pública a la energía nuclear desde mucho antes. Los movimientos antinucleares habían ganado fuerza en el país desde la década de 1980, y los desastres de Chernóbil y Fukushima intensificaron estas preocupaciones.

La decisión también se alineaba con un enfoque de mayor responsabilidad ambiental y de seguridad. Al cerrar las plantas nucleares, el gobierno buscaba minimizar el riesgo de accidentes nucleares y la producción de residuos radiactivos que requieren una gestión a largo plazo.

En mayo pasado, el Parlamento resolvió el cierre del depósito de basura atómica de Asse. Pero no se estableció un plazo fijo, ni qué se hará con los residuos que de allí se saquen.

A fines de abril entró en vigor una ley que ordena retirar los miles de tambores con desechos radiactivos de la antigua mina de sal ubicada en Baja Sajonia. La euforia inicial que eso provocó en los habitantes de la zona ya se ha disipado, y vuelve a cundir el pesimismo.

En la mina se almacenaron, y continúan allí, 126.000 tambores con residuos de baja o media intensidad radiactiva, en cámaras cavadas antiguamente para extraer la sal.

A fines de la década del 70, cesó allí el almacenamiento de basura atómica, porque el lugar no cumplía con mínimas condiciones para ese fin.

Como no se sabe a ciencia cierta en qué estado se encuentran, se están realizando perforaciones para investigar. Muchos barriles podrían estar oxidados y su tóxico contenido escurrido.

Para colmo, recientemente se descubrió nueva infiltración, ahora a 725 metros de profundidad. Agua salada está entrando a mayor profundidad que antes en la zona próxima a donde se guardan los residuos radiactivos.

La ministra de Medio Ambiente, Steffi Lemke declaró que la situación es muy seria y añadió que la recuperación de los residuos debía tener máxima prioridad.

Se teme que todo el sistema de túneles ya no sea estable. Para poder sacar los barriles será necesario construir otros túneles más seguros.

Recuperación de residuos nucleares subterráneos nunca se ha hecho en ningún sitio. Se están investigando métodos científicos para hacerlo de forma segura. Se calcula que costará al menos 4.700 millones de euros.

La preocupación viene desde hace por lo menos cinco décadas y 20 años más podrían transcurrir, de acuerdo con informaciones de prensa, hasta que comience a vaciarse el depósito. No hay un cronograma preciso para ello.

Y aunque el cierre del depósito sea cosa resuelta, hay una pregunta clave que sigue sin respuesta: ¿adónde llevar el material radiactivo? Ninguna comunidad ha dado su consentimiento para albergar una instalación de este tipo, y en las designadas para tal fin, se han producido protestas a gran escala.

¡Como se ve, no era solo parar los reactores!


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