Por Daniela Reyes
LA PAZ, México – El mexicano Enrique Rochín aprendió de su padre a trabajar la tierra como agricultor, y para seguir con la tradición, estudió ingeniería agrónoma. Lo aprendido le ayudó, aunque no lo preparó del todo para los desafíos que hoy plantea el cambio climático y la degradación ambiental. De ahí que ha emprendido un largo camino para evitar la pérdida de cosechas por esta causa y construir una vida con resiliencia.
Él se dedica a la agricultura desde 2003 en el rancho que fue de su padre en San Juan de Los Planes, un ejido de 841 personas que se dedica principalmente a la agricultura, la ganadería, la pesca y la construcción.
Los Planes se encuentra a 40 kilómetros de la ciudad de La Paz, capital del estado de Baja California Sur, en el noroeste de México, una región que por su posición costera y condición geográfica es extremadamente vulnerable a los impactos del cambio climático, de acuerdo con un plan del estado de Baja California Sur, que fue elaborado para hacer frente a este fenómeno.
De hecho, las principales amenazas climáticas y ambientales detectadas por los agricultores son los huracanes, el aumento del calor y las sequías, según el diagnóstico elaborado por la Alianza para la Seguridad Alimentaria de Baja California Sur (AsaBCS).
Al no emprenderse o no ser eficientes las acciones de mitigación y adaptación a estos nuevos escenarios climáticos, se producen las pérdidas y daños, término que hace referencia a las consecuencias negativas – económicas y no económicas – de la crisis climática actual.
A menudo estas pérdidas y daños las viven quienes menos han gozado de la riqueza que generó el calentamiento del planeta. En este caso, los más vulnerables ante estos efectos son los productores de mediana y pequeña escala que se concentran, principalmente, en La Paz y Los Cabos, donde se encuentra el 18% de la superficie sembrada en la entidad.
Ciclo agrícola alterado por el clima
Las proyecciones para La Paz plantean un aumento de la temperatura de entre 3 y 3.5°C en el peor escenario y una prolongación del verano con temperaturas promedio de 27°C hasta los meses de octubre y noviembre, que ya se empieza a sentir en el campo sudcaliforniano.
“Hemos notado que el invierno llega más tarde, hasta finales o mediados de diciembre y dura menos. Ahora se han prolongado los veranos. Tenemos que en octubre y parte de noviembre se mantiene el calor y usamos más agua para poder producir. Pero antes no, antes desde octubre teníamos buenos climas”, señaló Rochín.
Debido a la prolongación de la temporada de calor, cada vez más agricultores como Rochín le apuestan a los cítricos y las frutas que son más resistentes, y están dejando atrás las hortalizas. Él empezó sembrando cebolla, tomate y chiles, hasta que dio con los que le generan ingresos todo el año: los limones y el camote que se empatan con el clima caluroso, usan poca mano de obra y tienen buen precio en el mercado.
Además de modificar los cultivos, también las temperaturas han modificado el ciclo de la siembra.
“Estamos en junio casi y apenas empezó a hacer calor cuando antes empezaba en mayo o abril. En julio empezaba a llover y para agosto y septiembre empezábamos a sembrar. Cuando venían las heladas ya estaba todo cosechado y no afectaba. Pero se han modificado los tiempos de las cosechas y la siembra”, señaló José Márquez, gerente del Comité Estatal de Sanidad Vegetal en Baja California Sur.
Estas nuevas dinámicas impulsadas por el cambio de temperatura podrían generar reducciones de rendimiento del 50% en los cultivos de la región noroeste del territorio nacional, según estudios.
Sin embargo, a la fecha no existe un diagnóstico de la situación actual del cambio climático en la entidad ni una valoración económica de los costos asociados a este, más allá de las percepciones de los agricultores.
Para ahondar en este tema, se solicitó una entrevista con Alfredo Bermúdez, titular de la Secretaría de Pesca, Acuacultura y Desarrollo Agropecuario (Sepada), sin embargo, hasta el cierre de edición del reportaje no se obtuvo respuesta.
Otra proyección que tendría graves impactos en el sector agrícola es la disminución de la precipitación de alrededor del 30% para la región árida (para el periodo entre 2045 y 2069, respecto al 1961-2000).
“Nuestra condición es árida y semidesértica, por esto, lo que más nos afecta es el aumento de temperatura que acentúa la sequía y el estrés hídrico. Ya hay una sequía que por las variaciones en el clima se ha acentuado y ha afectado las actividades primarias como la agricultura”, señaló Cristina González Rubio, directora de cambio climático de la Secretaría de Planeación Urbana e Infraestructura, Movilidad, Medio Ambiente y Recursos Naturales (Sepuimm).
Además, el cambio climático está debilitando el monzón norteamericano, fenómeno que, al haber una diferencia de temperatura entre la tierra y el océano, genera las lluvias de verano, de acuerdo con Guillermo Murray, investigador en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México (Uam) en el campus Morelia.
“Ese es un efecto que estamos viendo en todo México, particularmente, en la costa del Pacífico y ha sido ocasionado por la debilitación del monzón norteamericano, que lo que ha hecho es que en lugar de que empiece a llover en abril o mayo, esté lloviendo hasta junio. Eso para la agricultura de temporada es terrible porque el definir la fecha de sembrado es crítico para la supervivencia de las plantas”, explicó Murray.
Además de la cantidad de la lluvia, es importante, según Murray, considerar cuánta de esta se evaporará realmente por el aumento de las temperaturas, sino se corre el riesgo de subestimar la sequía.
En ningún lugar de México habrá un cambio en la precipitación anual, según Murray, pero sí lloverá menos durante las temporadas secas o en un periodo más corto de tiempo, favoreciendo las inundaciones.
“Lo que estamos viendo son sequías más fuertes y que la evapotranspiración ha aumentado, entonces el suelo tarda mucho más en recuperarse y recargarse cuando empiezan las primeras lluvias. Con la precipitación diaria puedes ver que si la precipitación total no cambia, pero el número de días con más de 20 milímetros sí, pues significa que lo que estás teniendo secas y chispas de lluvias salvajes”, explicó Murray.
Menos lluvias y más calor se traducen en un aumento de la demanda de agua en cada cultivo y Baja California Sur ya está en un alto nivel de estrés hídrico: de sus 39 acuíferos, el 54% se encuentran sobreexplotados, mientras que el 38% está en un estado de grave salinización o sobreexplotación, de acuerdo la Asa BCS.
Por ejemplo, hay estimaciones de que por cada grado centígrado de aumento en la temperatura máxima, el consumo diario por persona aumentaría cinco litros.
La agricultura es responsable de 80 % del uso de agua en el estado y las áreas donde se encuentra contenida la desertificación son aquellas donde ha habido agricultura extensiva como en Los Planes, donde ya se resienten los bajos niveles de agua en los pozos ocasionados por la sequía.
Huracanes: ambivalencias de la lluvia en zonas áridas
En un escenario de sequía, las lluvias son un alivio para los campos agrícolas porque son una fuente natural de agua, humedecen el suelo y recargan los acuíferos. Sin embargo, debido a la influencia del cambio climático, las temperaturas del mar aumentan y los huracanes se intensifican, generando lluvias y vientos más fuertes que dañan los cultivos y generan pérdidas económicas.
Según Murray, el número de huracanes totales del Pacífico no registra cambios, ni la energía ciclónica, entendida como el aire que desplazan los huracanes que han tocado tierra. Sin embargo, lo que sí sucede es que las lluvias son cada vez más torrenciales, según Luis Farfán, investigador titular del Cicese en La Paz y especialista en meteorología.
Los fenómenos hidrometeorológicos que han tocado tierra desde los 2000 a la fecha acumulan máximas de lluvia por arriba de los 400 milímetros (mm) y llegan hasta mil como sucedió con el huracán Norma en 2023 y con Juliette en 2001. Mientras que antes estás máximas no superaban los 500 mm, como sucedió con el huracán Liza, el de mayor categoría que ha tocado tierra en la entidad cuya máxima acumulada fue de 488 mm.
“La tendencia al incremento en la intensidad de huracanes trae consigo otras afectaciones como las inundaciones que vemos en zonas rurales y afectan no solo asentamientos urbanos, sino actividades productivas como la agricultura y la ganadería”, señaló González Rubio.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua) tiene estaciones meteorológicas en toda Baja California Sur que toman información diaria como temperatura máxima, mínima y precipitación, pero no muestran la intensidad de la lluvia, según Tatiana Davis, directora general de la Comisión Estatal de Agua del gobierno de Baja California Sur.
“A veces tienes cuánto llovió en el día, pero es muy diferente si fue en una o en seis horas lo que llovió, y esos son los datos que no tenemos. Por su naturaleza geográfica y por los huracanes, las lluvias en Baja California Sur son de alta intensidad. Con el paso de los años, debido a las temperaturas y a las intensidades de los huracanes, esa intensidad de lluvia se incrementa y disminuye la infiltración, porque el agua se satura y escurre en mayor cantidad hacia la costa”, explicó Davis.
Además de la lluvia acumulada asociada a huracanes, Farfán señala que también es necesario analizar la velocidad de los vientos cuando tocan tierra para poder asociar sus impactos y si hay una tendencia a la alza o no, y considerar los fenómenos hidrometeorológicos que no tocan tierra pero que sí provocan vientos y lluvias en la entidad.
Rochín ha perdido cosechas a causa de la lluvia y los vientos de los huracanes porque la temporada coincide con el inicio de la siembra. Cada vez que se aproxima un huracán, para evitar tener daños o pérdidas, debe retirar toda la manguera que usa para el riego de sus cultivos y resguardar sus herramientas y el tractor, acciones que requieren un gran tiempo de preparación. Pero sus cultivos son más difíciles de proteger y son los que sufren más afectaciones.
“A veces te agarra con un mes o mes y medio el desarrollo de la planta. Antes me jugaba entre 50 y 60 mil pesos por hectárea, pero llegaba un huracán y me dejaba el puro tronco”, dijo Rochín.
Sin embargo, esas pérdidas no son tan notorias en el momento, sino después. Su rancho es de diez hectáreas, de las cuales ocho son cultivables. Allí siembra primero una mitad y luego la otra, siempre esperando tener una cosecha para finales de noviembre y principios de diciembre cuando mejoran los precios. Sin embargo, cuando llega un huracán, se retrasa hasta un mes y es ahí cuando resiente las pérdidas.
“No es solo lo que se pierde en el momento, cuando se lleva la planta y hay que volver a comprar y poner la manguera para riego. Hay que fertilizar otra vez la tierra y cuidar la planta. Realmente la pérdida es al momento de la cosecha porque ya saliste desfasado. Los productos que podrías haber vendido en 15 pesos, te los pagan a cuatro pesos”, señaló Rochín.
Esto no sólo les impacta económicamente, sino también anímicamente. Ha habido veces en que Rochín regresa de vender sus productos junto con su esposa con ganas de llorar porque el tiempo y el dinero que invierten no son equivalentes a las ganancias.
Hay estimaciones que indican que durante períodos de lluvia anormal se pueden esperar afectaciones de 23 % para las cosechas de maíz y de 15 % para las de sorgo (un tipo de cereal) en Baja California Sur. Sin embargo, no hay proyecciones ni informes sobre el impacto del cambio climático para otros cultivos.
“Para tener herramientas y estrategias de mitigación a escala regional, local, municipal, entonces hay que entender qué es lo que está pasando en cada sitio en particular. Hace falta un análisis climático fino”, expresó Murray.
González Rubio señaló que en los próximos meses el Gobierno del Estado va a publicar el Atlas de Riesgos estatal, que mostrará las zonas más vulnerables ante fenómenos hidrometeorológicos, y que para 2025 esperan tener la actualización del Plan de Acción ante el Cambio Climático de Baja California Sur que fue publicado en 2014.
Con estas dos herramientas se podrá hacer un análisis de cómo los fenómenos meteorológicos se ven afectados, influenciados e intensificados por las variaciones en el clima. Se suma también la Ley de Cambio Climático de Baja California Sur, que está a la espera de tener su segunda lectura y ser votada en el Congreso del Estado.
“En la Ley de Cambio Climático vienen los instrumentos para cuantificar y valorar económicamente las pérdidas y daños derivados de los impactos del cambio climático. También crea un fondo ambiental, que como Gobierno del Estado, nos da la oportunidad de recibir financiamiento internacional que se va a aplicar para acciones en materia de cambio climático. Establece las dependencias que debemos de concurrir y los recursos financieros necesarios para accionar en el corto tiempo”, explicó González Rubio.
Cultivar con resiliencia
Las actividades agrícolas representan aproximadamente 30 % del total de las emisiones de gases de efecto invernadero, siendo la agricultura intensiva o industrial la de mayor impacto ambiental, debido al uso de fertilizantes químicos, pesticidas y monocultivos.
Aunque este tipo de agricultura juega este doble papel, de contribuir al cambio climático mientras se ve afectado por él, hay iniciativas como el grupo de productores agroecológicos convocado por la ASA BCS en el que participa Rochín junto a otros 30 productores de Todos Santos, Pescadero, San José del Cabo, Conquista Agraria, La Paz y Los Planes.
La agroecología es un sistema agrícola sostenible que optimiza y estabiliza la producción a través del respeto de los ciclos naturales y climáticos a través de biofertilizantes, reducción de plaguicidas y una rotación de cultivos.
“La agroecología nos permite implementar formas de producir recursos primarios de manera sustentable. De esta forma no sería una actividad que genera emisiones, erosiona el suelo y disminuye el recurso hídrico, sino al contrario, sería un conformador de suelo. La tendencia es llevarla hacia la agroecología y hay acciones que la están detonando por parte de la sociedad civil y, como gobierno del estado, estamos ayudando para conducir hacia este enfoque sustentable”, señaló González Rubio.
Rochín se integró porque siempre le ha interesado implementar una agricultura más responsable y resiliente, además de comprobar la efectividad para retener agua en el suelo y evitar la erosión a través de prácticas como el uso de materia orgánica para fertilizar el suelo, plantar cultivos de cobertura, usar repelentes y hongos que ayudan a mejorar las condiciones del suelo, y evitar el uso de químicos y herbicidas.
Encontró en la agroecología herramientas para adaptarse a los nuevos escenarios climáticos, a la vez que disminuye las pérdidas y los daños causados por los mismos.
Desde que implementó la cobertura vegetal, ha notado que sus cultivos son más resistentes a las lluvias porque disminuye la velocidad del agua que corre y evita que con su fuerza arrasen con los cultivos. También ayuda a que se absorba mejor el agua del riego, lo cual se traduce en una menor pérdida de cultivos en temporada de huracanes y una eficiencia en el uso del agua.
Así como a él le ha funcionado, anhela que otros agricultores lo comprueben, pero además es una necesidad para que la agricultura pueda continuar en el futuro. Así que espera pacientemente que más productores transiten como él a la agroecología.
Este artículo se elaboró con el apoyo de Climate Tracker América Latina.
RV: EG
Fuente:
Daniela Reyes, Agricultores del noroeste de México ante retos sin precedentes por el clima, 30 julio 2024, Inter Press Service.
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