En nota anterior decíamos que no solo la Comisión Nacional de Energía Atómica de nuestro país, abandona sitios contaminados sin remediar, es decir, sin restaurar al estado natural. En Estados Unidos hay más de cuatro mil minas de uranio abandonadas, según la Agencia de Protección del Medio Ambiente, sin la correspondiente rehabilitación ambiental. Sucede lo mismo en Australia. Cada país tiene su historia.
Por Juan Vernieri
En los principios del desarrollo de la energía nuclear y, aun en la Guerra Fría, en Estados Unidos se actuaba muy desaprensivamente, por apuro y, tal vez, por desconocimiento. Se pensaba en la conveniencia política del momento en desmedro de la seguridad y de las consecuencias futuras.
Así, hoy, a casi ochenta años, el lugar de mayor contaminación nuclear del planeta es la fábrica de plutonio donde se produjo el combustible de la bomba de Nagasaki y tantas otras que se ensayaron en Nevada y el Pacífico. Después de décadas y fortunas invertidas, sigue Estados Unidos sin lograr la remediación definitiva de esa fábrica. Aparentemente, nunca se llegará a restaurar el lugar.
El reciente aumento del precio internacional del uranio es una desgracia. Los pueblos originarios ya sienten la amenaza, presienten que llegarán desesperados los extractivistas a llevarse lo rentable y dejar como herencia los residuos ponzoñosos, para que los soporten los pobladores, a solas en su lucha por la limpieza que debe realizar el gobierno.
También Australia tiene un historial bastante deprimente en la rehabilitación de minas. Muchas se abandonaron sin más, y las rehabilitadas suelen fracasar, lo que apunta a la necesidad de monitorizar y gestionar estas zonas de manera constante.
Mina de uranio Ranger en Australia
Hace 70 años comenzó la minería del uranio en la región de Kakadu, en el extremo norte australiano. Desde entonces, el uranio en esta región ha causado dolores y titulares.
Operada por una subsidiaria de la empresa Rio Tinto, la mina de uranio Ranger ha sido un pilar en la industria del uranio por más de 40 años. La decisión de cesar las operaciones en 2021, con un objetivo inicial de concluir la remediación para 2026, refleja un giro hacia la conciencia ambiental y la responsabilidad corporativa.
Sin embargo…, ¡todo apunta a que se repetirá la historia de siempre!
Pese a ya que hace tiempo que se produjo el cierre, no se sabe gran cosa acerca de la rehabilitación, el operador de la mina sigue sin informar acerca del plan. No ha informado los volúmenes totales de los restos tóxicos, ni adonde se trasladarán. Se teme por el cercano Parque Nacional de Kakadu.
Otra omisión clave en el plan es la ausencia de la más mínima investigación previa sobre los efectos sociales. No se ha prestado atención a las poblaciones aborígenes, que han sufrido de manera desproporcionada la minería de uranio. Esta omisión supone una profunda injusticia social, inconsistente con las expectativas de la ciudadanía y con los mayores estándares internacionales.
La rehabilitación de minas cerradas representa uno de los desafíos más críticos y necesarios para la sostenibilidad y la responsabilidad ambiental. Pero el problema de la remediación no es tanto como, sino el costo.
El camino hacia la restauración no ha sido simple, enfrentando obstáculos que han escalado los costos proyectados de 600 millones de dólares a más de 1700 mil millones, con una nueva fecha de finalización pospuesta más allá de 2028.
En el caso de Chubut, la CNEA nunca dispuso fondos suficientes para la tarea de rehabilitar el sitio Pichiñán del procesamiento y los dos yacimientos explotados y, sin embargo, siempre dispuso recursos para continuar las tareas de exploración de nuevas minas.
Los funcionarios de la CNEA procuraron partidas para esto último en detrimento de lo primero. Por supuesto, se fijan las prioridades según el interés.
Existe el serio peligro de que, de nuevo, la rehabilitación de Ranger sea una chapuza y que no pongan una financiación estable para el cuidado del yacimiento tras la clausura. Existe el requisito de que la empresa aisle desechos tóxicos durante 10.000 años, pero ¿cómo se va a hacer eso sin financiación para dicha gestión?
La Commonwealth presionó entre bambalinas para que se abriera la mina de uranio de Ranger a principios de los 80. Y, ahora que la mina ha cerrado, no se les ve por ninguna parte. No hay ningún proceso regulatorio claro para la rehabilitación y control de la mina clausurada, ni tampoco de cómo financiarlos o llevarlos a cabo.
Una rehabilitación exitosa depende de las presiones que puedan efectuarse sobre la empresa explotadora. Pese a la retórica responsable, ninguna empresa minera lo hará por voluntad propia, ya que lo que les preocupa son los dólares. (Fuente: Beyond Nuclear – Traducción: de Raúl Sánchez Saura).
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