Por Mario Mazzitelli
“No hay plata”
“No hay plata”, dijo el personaje del cuento. Acuciado por la crisis financiera, la deuda y el gasto general. Decidió ahorrar: “No hay plata”, lo repitió hasta el cansancio. Vio sus cuentas y observó que gastaba mucho en la comida de su burro. Pensó que sería un buen ahorro acostumbrar al burro a comer un poco menos cada día. Pasó el tiempo. Una mañana vio la realidad, y en su brutalidad se dijo: “Justo ahora que el burro había aprendido a no comer se me muere”. ¿No advirtió que el animal era su principal fuente de ingresos? ¿No reflexionó sobre el mal trato a los animales? ¿Tan zonzo podía ser?
“No hay plata”, dijo el incompetente. Acuciado por la crisis financiera, la deuda y el gasto general. Decidió ahorrar dinero: “No hay plata”, repitió hasta el cansancio. Vio sus cuentas y observó que gastaba mucho en la comida de las mujeres embarazadas, de los niños, de los adolescentes, de los precarizados, de los jubilados, de los empleados públicos, etc. (los llamó casta) y pensó que sería un buen ahorro acostumbrarlos a comer un poco menos cada día.
Nuestra diversidad social
En una sociedad tan diversa económica, social y culturalmente, la realidad no se percibe ni se siente de la misma manera.
El 1% privilegiado.
- Para el FMI, ahogar al pueblo trabajador sin ensuciarse las manos es un beneficio. Los argentinos lo estamos haciendo con nuestras propias manos. (sumemos que estos funcionarios del FMI ―que no se ruborizan al exigir que bajen jubilaciones de 200/300 dólares, mientras ellos ganan entre 31.000 y 400.000 dólares por mes― están encantados y preocupados con la política económica) ― Los acreedores de la deuda ven con sumo placer que, por primera vez en enero 2024, el gobierno destina más recursos al pago de la deuda que a los jubilados. ― Los especuladores y parásitos financieros están de fiesta. Con solo relacionar la (alta) tasa de interés en pesos contra la (baja) tasa de devaluación de los dólares, se observa que tienen las ganancias más altas del mundo a costa del pueblo argentino. ― Los grandes grupos económicos dedicados a la producción de alimentos... ― Los funcionarios libertarios que despotricaban contra el Estado y hoy se aferran a los cargos públicos con uñas y dientes. ― Periodistas… En fin. Son pocos, pero son gente contenta.
El 99% restante.
Probablemente el 99% restante hayamos sufrido, de una u otra manera, el derrumbe en los ingresos. Y eso nos tiene preocupados. Empresarios dedicados a la industria, el comercio, el agro, los servicios, etc. Profesionales y cuentapropistas con ingresos razonables. Incluso la clase trabajadora mayoritariamente reunida en la CGT y las CTA. A todos nos afecta, pero no es igual para todos. Algunos tienen ilusión. Mientras otros están desesperanzados.
La realidad social la podemos representar en un degradé que; bajando desde alturas moderadas, perfora el suelo y hunde por debajo de la superficie a más de 10 millones de compatriotas. A esos me quiero referir. El 20% más pobre.
Hambre, dolor e injusticia.
Para los olvidados, humillados, excluidos, hambreados, negados sus medicamentos, desatendidos sus comedores (en los que paliaban el hambre) y que ahora tienen prohibido cortar la calle (cuando salen a protestar). Ellos son las víctimas más golpeadas de este ajuste inhumano. Como cualquiera entiende, no es lo mismo privarse de cambiar el coche o viajar a Europa, que privarse de comer, vestirse o tomar un medicamento.
Inseguro e ineficaz.
Seguridad se le exige a un medicamento. Seguridad para que su ingesta no produzca males superiores a los que pretende remediar. Y eficacia para que cumpla su cometido.
Si un gobierno quiere hacer malabarismo financiero, monetario, cambiario, con los ingresos, etc. (Como éste gobierno con Luis Caputo, Santiago Bausili, etc.) para no lastimar a nadie ante el error, una falla o un accidente; debe tejer una red de seguridad social. TEJER UNA RED DE SEGURIDAD para que los potenciales afectados no sufran las consecuencias negativas de experimentos con altas probabilidades de fracasar. Si se hubiera implementado un Ingreso Básico Universal (Tal cual lo venimos proponiendo hace más de 20 años, con su correspondiente ingeniería financiera, etc.) les daría seguridad social a todos los habitantes. Y el error, la falla o el accidente con sus consecuencias, no serían tan graves. Sí, en cambio, se hacen malabarismos sin red, aumentando en dos meses el número de pobres en 4 millones, llevándolos (por carencias de comida, medicamentos, etc.) a deterioros irremediables; podríamos estar configurando delitos tipificados en el Código Penal (Por ejemplo el artículo 106. El que pusiere en peligro la vida o la salud de otro, sea colocándolo en situación de desamparo, sea abandonando a su suerte a una persona incapaz de valerse y a la que deba mantener o cuidar o a la que el mismo autor haya incapacitado, será reprimido con prisión de 2 a 6 años. Etc.) Además, claramente, incumpliendo los deberes de funcionario público (El ministerio de Capital Humano no enviando alimentos a los comedores, etc.) Aquí cabría, por lo menos, una interpelación en el Congreso Nacional a la ministra Sandra Pettovello. Si no, el juicio político al presidente de la Nación.
(Otro ejemplo: si por la presencia de una nube de mosquitos, desde Salud Pública, el gobierno observa la necesidad de hacer una fumigación masiva, debería prever y salvaguardar a quienes pueden resultar perjudicados. Supongamos que el gobierno sabe que puede causar estragos en los asmáticos. Si realiza la fumigación sin los recaudos necesarios para cuidar la vida de las personas con asma, está cometiendo un homicidio. De la misma manera que si se aplica un medicamento o vacuna que no reúne las pruebas de seguridad exigidas por el ANMAT. No matará a todos, pero resultará en un acto criminal sobre las personas que debieron ser cuidadas apropiadamente.)
Las medidas económicas no son seguras. Tampoco son eficaces. Pero esa es otra historia. El asunto es que son muy peligrosas para millones de personas, entendiendo que es bien distinto que se pierdan activos materiales a que se pierdan o deterioren vidas humanas. Las consecuencias deben tener responsables políticos.
LO PEOR DE TODO ES QUE LOS TONTOS SIEMPRE ESTÁN SEGUROS Y LOS LISTOS NO HACEN MÁS QUE DUDAR. ―BERTRAND RUSSELL―-
La rebelión.
Si sabemos que las mujeres embarazadas, los niños, los adolescentes, los precarizados, los jubilados, los empleados públicos, etc. gozan de derechos emergentes de la CN, los tratados y las leyes; y este es un consenso consagrado para la convivencia entre los habitantes de nuestro país; su incumplimiento habilita la rebelión.
Es que, del burro del cuento no se espera otra cosa que resignación. Muere lentamente, mientras va perdiendo sus síntomas vitales. Pero los argentinos no somos burros, ni potros fáciles de domar. Por tanto, seguir cargando el ajuste sobre las espaldas de los que menos tienen, para garantizar la ganancia de los ricos; es agregarle a la pobreza la injusticia. Que exaspera el espíritu y crea las condiciones de la rebelión.
Escuché a un economista libertario (de panza llena y corazón vacío) decir que a este gobierno se lo debe juzgar en el último año; si bajó la inflación, etc. No. A un gobierno se lo juzga por todos y cada uno de los 1461 días de su gestión. Se lo juzga hoy y mañana. En la mesa de los que más necesitan, en la asistencia, en la generación de posibilidades de empleo, en facilitar el acceso al trabajo, en la escuela de los pibes, en la atención frente a la enfermedad, etc. Estas “panzas llenas” irritan tanto como el incompetente. No hay club del helicóptero. Hay lucha por la vida que, llevada a un extremo, en algún momento “agota la paciencia y hace tronar el escarmiento.”
La rebelión de los gobernadores.
“No hay plata” para las provincias. De manera unilateral el poder central suspendió envíos a las provincias. El joven gobernador de Chubut “Nacho” Torres se rebeló contra esta decisión unitaria. Hombre del PRO logró el respaldo de 9 gobernadores de su espacio. (También de otros gobernadores, fuerzas sociales, políticas, etc.) Como en un “déjá vu”, la pretensión paleoliberal de retrotraernos al siglo XIX, recrea la lucha de los caudillos federales levantándose contra el poder central, en la defensa de sus pueblos. Ahora tiene connotaciones más extensas que en aquel momento. Está en juego la convivencia, el respeto, la tolerancia, el diálogo y el consiguiente consenso para la resolución de los problemas del país. Frente al precipicio autoritario (al que nos quiere arrastrar un personaje desquiciado) la rebelión democrática es un deber. La historia está abierta.
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