lunes, 27 de noviembre de 2023

Un regulador nuclear al que vale la pena leer

El libro de Greg Jaczko, expresidente de la NRC estadounidense, pone negro sobre blanco acerca de la falta de transparencia del lobby nuclear y la incapacidad institucional por regularlo.

Por Libbe HaLevy

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

Una impactante, pero predecible, opinión de primera mano sobre la nuclear.

La energía nuclear es una tecnología fallida”. Estas son las declaraciones inequívocas del expresidente de la Comisión Reguladora Nuclear (NRC) estadounidense, Greg Jaczko. En su libro, Confessions of a Rogue Nuclear Regulator (Confesiones de un regulador nuclear rebelde), Jaczko expone el funcionamiento interno de la muy secreta NRC tal y como él lo ha vivido.

Este testimonio nos evidencia los tremendos problemas de esta agencia, en manos del lobby, las corrosivas peleas diarias con organismos y personal, y el terror durante la época del accidente de Fukushima, cuando nadie sabía lo que sucedería.

Con una prosa austera, propia de un científico, y una astuta manera de explicar tecnicismos complejos, Jaczko comparte los grandes problemas de la industria nuclear y la NRC. El resultado es una narrativa sobrecogedora pero, por desgracia, también predecible para varias de nosotras ya que confirma las peores sospechas jamás tenidas sobre la agencia que, a priori, debería regular la energía más peligrosa sobre la tierra.

El libro es al mismo tiempo una revelación y una apología. Ha supuesto la reaparición de Jaczko en las noticias, deparándole una buena plataforma para expresar sus opiniones, incluyendo en el Washington Post, donde llega a decir que se debería “prohibir” la energía nuclear tal y como la conocemos.

Jaczko escribe en el libro que se consideraba “un moderado nuclear, intrigado por dicha tecnología, pero cauto acerca de su potencial peligro […] me volví un escéptico ante la incapacidad de la industria nuclear de encontrar un equilibrio entre su responsabilidad fiscal para con sus accionistas y con las exigencias de la salud pública”. Admite que la NRC defiende a capa y espada al lobby, con “comisionados controlados por la industria” tomando las decisiones. Dentro de la agencia, posicionamientos tan desvergonzados no recibían critica alguna dado “el aislamiento automático de quienes tuvieran el valor de defender la necesidad de medidas de seguridad en esta industria”.

Un físico con formación que se autodescribe como un “doctor que viste sandalias” y sin relación con la industria nuclear, Jaczko acabaría en la NRC de la mano del senador de Nevada Harry Reid. Debido a su oposición a la propuesta de un cementerio nuclear en Yucca Mountain, en su estado, estuvo trabajando durante dos años maniobrando para conseguirle un puesto en la comisión. Y aun así tuvieron que comprometerse y renunciar a cualquier posicionamiento sobre Yucca durante su primer año en el cargo. Sirvió como comisionado entre 2005 y 2009, siendo nombrado presidente ese mismo año.

Las explicaciones tecnológicas de Jaczko son lo suficientemente claras como para que las personas más novicias en temática nuclear puedan seguirle. Se toma la molestia de explicar que los reactores en el interior de los EEUU no sufrirán nunca ninguna colisión con un tsunami. Pero sí pueden padecer de inundaciones o desastres naturales que afecten a los sistemas de refrigeración. Para proveer de contexto, repasa los grandes accidentes nucleares a lo largo de la historia: el incendio de Browns Ferry en 1975 en Alabama, Three Mile Island en 1979, Chernóbil en 1986, o el escándalo de Davis-Besse, en Ohio, descubierto en 2002 después de que se ignoraran los problemas de corrosión estructural durante años. Jaczko repasa los cambios necesarios en la regulación y los estándares de seguridad tras estos incidentes y que fueron bloqueados, rebajados o, sencillamente, no implementados.

No se le escapan sus propios fracasos ya dentro de la NRC. Este es el caso de Fort Calhoun en Nebraska, 2011, cuando el río Missouri se desbordó, inundando la zona a pocos metros de los edificios del reactor. Esta inundación se repetiría hace pocos años en Cooper Nuclear, río debajo de la ahora decomisionada Fort Calhoun. O el terremoto de North Anna, en Virginia, también 2011, que sobrepasaba la capacidad de diseño del reactor.

Lo más aterrador viene con la narración, día a día, del accidente de Fukushima. Al despertarle las noticias del 11 de marzo de 2011, lo primero en lo que pensó fue en el riesgo de tsunamis en la costa californiana y sus cuatro reactores, San Onofre y Diablo Canyon, con sus piscinas de combustible gastado. Se mantuvo al pie del cañón, en comunicación constante con Japón, ofreciendo la ayuda de la NRC cuando las explosiones y el fuego amenazaban lo que quedaba de Fukushima.

Mientras que asumía que Japón contaba con la mejor información para guiar la ayuda de la NRC, se descubrió frustrado por su incapacidad de obtener información de fiar sobre lo que estaba sucediendo realmente. Como se supo más adelante, TEPCO ocultó información al gobierno japonés, obstaculizando la adecuada toma de decisiones como la necesidad de evacuar.

Hay que reconocer a Jaczko que, en vez de seguir la normativa estándar de evacuar todas las poblaciones a 10 millas a la redonda de los reactores californianos, la amplió a 50. A día de hoy, esto se ha quedado como el nuevo estándar recomendado para evacuaciones en caso de incidentes nucleares. Muy probablemente se trate del legado más duradero de este hombre.

Al mismo tiempo que la situación en Fukushima se descontrolaba por completo, Jaczko vivió una brutal presión por parte del lobby nuclear. Querían que hablara públicamente sobre al accidente y asegurara a la ciudadanía que no tenían nada que temer pese a que esto no fuera cierto. Buscaban que negara implícitamente que esta tecnología implicara riesgo alguno.

En vez de esto, Jaczko defendió la necesidad de una inspección “sistemática y metódica” tras el accidente de Fukushima. Al considerar las implicaciones para los reactores estadounidenses, el presidente Obama se reunió con la Comisión Blue Ribbon para el Futuro Nuclear Americano para poder analizar los problemas de seguridad de las instalaciones nucleares en todo el país, en busca de sugerencias para las reparaciones necesarias. Jaczko escribe que el informe resultante “se hizo notar en toda la industria, entre sus defensores en el Congreso y muchos de mis compañeros en la comisión”. A dia de hoy, varias reparaciones recogidas en el informe, y posteriormente aprobadas, están siendo paralizadas o incluso canceladas por la NRC actual.

Cuando estuvo a cargo de regular la industria nuclear, Greg Jaczko fue objeto de escarnio y desprecio por parte de sus títeres dentro de la propia NRC, las compañías más potentes del sector e incluso para los colectivos antinucleares. Tomara o dejara de tomar una decisión, siempre encontró oposición. En última instancia, esto acabaría con su carrera. En julio de 2012, Reid le quitó lo que le había dado y solicitó su dimisión con solo un día de margen.

Tras salir de la NRC, Jaczko sufrió la persecución de la industria nuclear, que le impidió encontrar trabajo durante años. La cineasta Ivy Meeropol contó con su participación en el documental Indian Point, en el que se le veía en un punto bajo de su vida. Excluido de la cima del poder, desempleado, vilipendiado, amo de casa cuidando de sus hijos (un trabajo muy importante, pero despreciable para los amos del mundo).

Con el tiempo, se le empezó a ver como tertuliano en debates sobre la energía nuclear, en ocasiones coincidiendo con figuras como el exprimer ministro japonés Naoto Kan o Ralph Nader. Encontró un puesto como profesor adjunto en Harvard y Georgetown y comenzó a ejercer como asesor de energías renovables. Ahora también asesora al congresista californiano Mike Levin en cuestiones de seguridad nuclear y de la central de San Onofre.

Su libro no es perfecto, y probablemente esto se derive de su propia ideología. Jaczko minimiza o evita mencionar el impacto de la radiación de nivel bajo sobre la salud humana. A la hora de mencionar los aspectos “positivos” de la nuclear, adopta el miope argumentario de la industria, centrándose en la generación de energía y no viendo más allá. Se le nota cierta petulancia cuando dice que “la energía nuclear apenas contamina el aire” y que las centrales “no liberan a la atmósfera ni CO2 ni otros gases de efecto invernadero”. Aquí está escondiendo los residuos radioactivos y la contaminación generada a lo largo de la cadena nuclear, incluyendo el uso de combustibles fósiles durante la minería, transporte, manufactura, construcción de reactores y proceso de decomisión.

Todavía peor, Jaczko no aborda el mayor problema de todos: la generación de residuos radioactivos en las centrales nucleares. Con una vida media de 24.000 años, las barras de combustible “gastadas” contienen un plutonio muy peligroso que será necesario gestionar durante milenios. Lo que sin duda exigirá el uso de enormes cantidades de combustibles fósiles a lo largo del proceso.

Resulta decepcionante que, en el último capítulo, Jaczko exprese esperanza con la fusión nuclear, diciendo que “en 40 años, una nueva generación de reactores nucleares sin base de agua resultara viable” incluso si para entonces, como el mismo dice, “hayamos controlado nuestro consumo de electricidad con mayor eficiencia”. De esta manera, deja la puerta abierta para que la tecnología nuclear tenga un futuro. Lo cual no tranquilizaba cuando había repasado de manera prolija los daños de la energía nuclear y la miopía de la industria.

Gregory Jaczko seguirá siendo una figura controvertida sin importar la opinión que tenga cada cual sobre la nuclear. Tanto si usted odia a este hombre como si le admira, no cabe ninguna duda de que Confessions of a Rogue Nuclear Regulator es un libro que merece la pena leer.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.


Fuente:

Libbe HaLevy, Un regulador nuclear al que vale la pena leer, 27 noviembre 2023, El Salto Diario.

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