por Marina Aizen
BUENOS AIRES - Los proyectos de gas y petróleo se presentan ante la opinión pública como una línea de progreso irreductible, por lo que oponerse a ellos equivale decir también no a la prosperidad. Pero, experiencias en Brasil, Colombia y Guyana, la frontera hidrocarburífera más importante del hemisferio, demuestran que estos no solo tienen impactos ambientales con consecuencias potencialmente irreversibles, sino que además dejan heridas marcadas en el tejido social.
Entre ellas se encuentran la precarización de vida de las mujeres, la profundización de desigualdades de ingreso, las amenazas a los derechos humanos y la democracia, la regresión de las economías tradicionales y el empobrecimiento, hasta el aumento de la deuda pública de la que se suponía que un país pobre se liberaría con la llegada de estos emprendimientos.
Omerzita Barbosa, directora ejecutiva de la pastoral social de pescadores de Brasil (CPP), lo vivió en primera persona. Jamás olvidará esta fecha: 30 de agosto de 2019. Ese día empezaron a llegar manchas de petróleo de Pernambuco a Bahía. Venían misteriosamente como invasores de otra galaxia. Manchas y más manchas. Manchas que, eventualmente, llegaron a ocupar casi 3000 kilómetros de costa, en 11 estados. El accidente más extenso del mundo.
“Cuanto más petróleo retiraban, más llegaba”, recuerda como una pesadilla. “Como ocurrió en el nordeste, una zona invisibilizada del país, era un asunto que era invisible también para el resto de la sociedad”, precisa.
Hasta hoy, nadie sabe a ciencia cierta de dónde llegó ese volumen de petróleo que la gente desesperada empezó a juntar con la mano desnuda porque se comía la playa y a todas sus criaturas, embadurnándolas hasta la muerte. Se mancharon manglares, arrecifes hermosos, bosques de algas. Como el mar y los humanos se distinguen en las formas, pero están intrínsecamente unidos, eventualmente, la contaminación afectó a todas las comunidades en más de una manera.
Un artículo de la revista Environmental Science Pollution lo resumió así: “El vertido afectó, al menos, a 34 especies amenazadas, con impactos detectados en el plancton y las comunidades bentónicas. Se registraron impactos agudos en equinodermos, simbiontes de coral, poliquetos y esponjas con evidencia de ingestión de petróleo. Se detectaron impactos socioeconómicos en la seguridad alimentaria, la salud pública, el alojamiento, la igualdad de género, el turismo y la pesca, con reducción de ventas, precios, atractivo turístico, el producto bruto y el empleo”.
Barbosa cuenta que los pescados estaban contaminados, como las personas que los ingerían, que tuvieron manifestaciones gastrointestinales de las peores. Los compradores comenzaron a escasear por miedo a esa misma contaminación, por lo tanto, la moneda que el pescado trae también.
Nadie más quiso el marisco porque éste absorbe la mugre petrolera como una esponja. Y las marisqueras, que en general son mujeres, empezaron a sufrir violencia doméstica porque no podrían traer el sustento. Las enfermedades respiratorias se hicieron costumbre, sobre todo entre aquellos que se dignaron a sacar con su propio esfuerzo esa cosa viscosa que se pegoteaba a todo lo existente, con o sin vida.
El gobierno de Jair Bolsonaro primero negó la catástrofe. Luego, culpó a Greenpeace. Lo cierto es que la ayuda estatal no llegó nunca. Hasta ahora, dice Barbosa, más de 200 000 pescadores artesanales se vieron afectados. “La cifra puede crecer a 250 000”, acota.
Frecuentemente, se suele presentar a Brasil como un caso de éxito de la industria petrolera, sin derrames ni resistencias. Ninguna de estas cosas son ciertas, asegura Barbosa, que habla de persecuciones y amenazas a la vida de los opositores a estos proyectos en lugares paradigmáticos como Río de Janeiro.
Ahora, ExxonMobil quiere hacer exploraciones sísmicas en el estado de Sergipe, y las comunidades locales, sobre todo las indígenas, están que arden. La empresa reparte comida para agarrar a los desesperados. Y quiere enseñar a la gente a reaccionar en caso de accidente. “Es absurdo”, sentencia.
Exiliada por el fracking
Yuvelis Natalia Morales Blanco es colombiana, tiene 21 años y está exiliada en Francia. Su exilio es hijo del fracking, el nombre en inglés de la fractura hidráulica. Tres fueron las amenazas contra su vida. Tres.
La primera: entraron hombres armados a su casa cuando estaba sola con su hermanita. Y, mientras le decían cosas horribles, uno se puso a jugar con su pelo. Revive ese momento y el asco le atraviesa el rostro y las entrañas. Un rato después, tiene náuseas. Y esa fue una experiencia. La primera. La última fue en febrero de este año. La sacaron del país. Después, la recibió el presidente Emmanuel Macron.
¿Por qué será que necesitarán matones para callar a esta joven menuda? ¿Vale más el petróleo de Colombia que su voz?
Morales es de Puerto Wilches, una localidad pequeña en el departamento de Santander. Está llena de ríos y de ciénagas. Cuando ella habla de su pueblo, le brotan mariposas de la boca. Flores. Animales mágicos. Parece vibrar con esa tierra y ese agua. Y también con el verdor.
Con toda su poesía espontánea, de repente, se convirtió en una voz potente contra el fracking, a pesar de su juventud, a pesar de su negritud, a pesar de ser hija de pescador. Del otro lado, estaban EcoPetrol, la compañía nacional, y ExxonMobil intentando hacer fracking nada más y nada menos que donde más agua hay en todo Colombia.
Técnicamente, el fracking está prohibido en el país, pero se iban a hacer dos experimentos piloto, justo en Puerto Wilches. Pero, ahí estaban Morales y sus compañeros de Afrowilches y Aguawil, que quedaron espantados con la novedad viniendo al pueblo. ¿Qué hacer?
“Luchar contra el fracking significa luchar en contra del gobierno, porque la estatal es Ecopetrol. Esto tiene intereses nacionales e internacionales, por la ExxonMobil. ExxonMobil con todo el dinero que mueven, y todo lo que hacen y significan. Nosotros, ante ellos, no éramos nada. Sólo un grupo de chicos pelados que no le importan a nadie, que los pueden matar y nada va a pasar. Ellos no van a parar el fracking, deben haber pensado. Pero, nos veíamos con mucha esperanza también, porque éramos nosotros intentando hacer algo”, recuerda Morales.
“Empezamos a hablarle a la gente de amor, de lo bonito que tenemos y de que Puerto Wilches tiene una reserva hídrica increíble, que es corredor del jaguar, que tenemos bosque nativo, el Río Magdalena, más de 200 fuentes hídricas, especies en peligros de extinción, especies endémicas y espejos de agua, como las ciénagas, que son un paraíso en la tierra”, cuenta.
“¿Como tú, como persona consciente de los territorios maravillosos que tenemos, vas a permitir que lo exploten y lo dañen? Si a nuestras fuentes hídricas les pasa algo, Colombia se queda sin agua. Fue decir esto y recibir a hombres armados apuntándome en la cabeza, diciendo que dejara de molestar con eso del fracking porque me iban a matar”, sigue.
Y completa: “A mí, como mujer, eso me impactó mucho más allá de que a una la amenacen. Una amenaza contra un hombre es diferente. A mí me amenazaron y me tomaron el cabello. Me sentía tan vulnerable. Estaba ahí sola en mi casa, como podría estar otra mujer que se supone está tranquila. Estaba con mi hermanita. Yo tenía el cabello muy largo. Me lo corté porque no pude superar el trauma de sentirme tan frágil ante ellos”.
Hasta el día de hoy, las pruebas piloto de fracking continúan suspendidas en Puerto Wilches por una acción cautelar en Colombia. No están cancelados definitivamente, aunque el nuevo escenario político del país pueda ser su tumba. Sin embargo, las marcas que dejó en Morales y otros dirigentes en la piel y en la vida, no se olvidan. Serán permanentes.
Más crudo, más deuda
No todo lo que brilla es petróleo y en Guyana, que tiene los yacimientos más importantes descubiertos en los últimos años, con reservas recuperables de 10.000 millones de barriles, lo deberían saber muy bien.
La maquinaria de opinión pública de las petroleras prometían que este país, uno de los más pobres del continente, se iba a transformar en Dubai o en Noruega, por las formaciones que están debajo del lecho en el que confluyen dos ríos fabulosos: el Amazonas y el Orinoco.
Y, sin embargo, lo que viene acumulando el Tesoro Nacional es deuda, entre otras cosas, porque el acuerdo al que el gobierno llegó con un consorcio de la industria liderado por ExxonMobil es tan desfavorable que, al final del día, lo único que le va a quedar a Guyana es un pasivo ambiental gigante y una pesquería en vías de extinción.
En 2016, el país se comprometió a pagar por todos los gastos de capital de la exploración y extracción petrolera retroactivos a 1999. O sea que, en los hechos, las compañías no arriesgaron ni arriesgarán nada.
Si ExxonMobil va y hace un pozo en un lugar seco, la cuenta la pagan igual los guyaneses. Por eso, cuando se vende el petróleo, Guyana solo se queda con 12,5 % de la facturación. Otro 12,5 % se lo quedan las petroleras en concepto de ganancias. Y el restante, 75 % es para cubrir los gastos de capital, aunque sean de hace dos décadas atrás.
El Institute for Energy Economics and Financial Analysis (Iefa) escribió que “dado que los costos recuperables incluyen 100 % de todos los costos de desarrollo (inicialmente 33 000 millones de dólares en los primeros cinco años), el proyecto arrastra un importante saldo que corresponde al contratista hasta al menos 2028″.
«El importante saldo de los costos de desarrollo pendientes podría tardar aún más en satisfacerse, ya que las nuevas inversiones, los costos previos al contrato, los retrasos operativos y la volatilidad de los precios del petróleo pueden alterar los planes financieros», añadió.
El reembolso de los costos de desarrollo y de otros costos recuperables disminuye la cuantía de los ingresos anuales de Guyana procedentes del petróleo de beneficio. Hasta que los costes totales recuperables se paguen en su totalidad, Guyana solo recibe el pago mínimo, 12,5 «% de los ingresos brutos”, completó.
Guyana también está pagando por adelantado los costos de cierre de los pozos, dinero que debería quedar resguardado en una cuenta custodia, pero no lo está. Si mañana ExxonMobil se retira del país, nadie tendrá acceso a esa plata. El trato solo le cierra a los políticos de turno, no al país.
Según Iefa, por la venta de petróleo desde 2019, cuando se inició la producción, Guyana recibió 607 millones de dólares. El consorcio de compañías se quedó, en cambio, con 3600 millones. Sin embargo, el país se vio obligado a tomar préstamos internacionales por 420 millones de dólares para tratar de cerrar sus cuentas públicas, porque siempre está gastando de más en la expansión de la frontera hidrocarburífera y dándole incentivos fiscales a las compañías, que poco retribuyen en el desarrollo del país.
Guyana, que tiene una clase política maleable, se apuró a firmar un acuerdo que no le conviene con tal de sacar el petróleo que tiene y, los beneficios que se suponían que iban a llover como maná del cielo, simplemente no se materializan.
Eso es lo que hace la ideología fósil. Los políticos se confirman con la ilusión de hacerse ricos a como dé lugar, aceptando cualquier cosa de las empresas, que sólo dejarán un pasivo ambiental enorme. Te venden el paraíso, cuando en realidad te están mandando al infierno.
“Por cada dólar que Guyana obtiene, las compañías tienen seis. Además, Guyana tiene más deuda. Cada vez que anuncian un nuevo descubrimiento, Guyana tiene que pagar más”, señala la abogada Melinda Janki, que representa a ciudadanos que están demandando al gobierno para que se cumplan las leyes ambientales del país, que -de aplicarse- deberían frenar toda la explotación hidrocarburífera offshore.
En este momento, hay tres casos en los tribunales. Uno de ellos es el mayor caso de cambio climático del mundo, asegura la letrada.
“Están destruyendo el sector pesquero. Se nota en los precios. Hay menos pescado y los pescadores no tienen más plata. Tienen que buscarse otros trabajos. Estos son pescadores habilidosos, que conocen el océano, las corrientes, los bancos de pesca, tienen una relación muy cercana con el océano. Ahora tienen que abandonarlo y buscar oficios que no saben hacer o para los cuales no tienen conexiones”, cuenta.
La producción de los bloques Liza 1 y Liza 2 se realiza con enormes embarcaciones flotantes, no con plataformas tradicionales. Los pescadores fueron los primeros en detectar los efectos, porque el pescado empezó a desaparecer. Ellos se dieron cuenta, además, que las empresas estaban haciendo flaring, o sea, quemando los excesos de gas, lo que estaba prohibido.
Las compañías usan el agua del océano para enfriar sus sistemas y luego la tiran caliente, provocando un aumento de la temperatura de hasta tres grados que se siente a varios kilómetros a la redonda. Pero, ¿quién controla? Guyana tiene buenas leyes, pero no puede ejecutarlas. Es así que Janki, aplicando esas mismas leyes, espera detener los proyectos en las cortes.
En el pasado, Janki, que es abogada internacional, trabajó en las oficinas de Londres de la petrolera BP. Ella sabe que esta es una industria de mucho riesgo. “No se puede hacer offshore production sin cosas que salgan mal. Ningún sistema es perfecto, Ninguna persona es perfecta. Y, cuando combinas esas imperfecciones con gran peligro, tienes una situación que no se puede permitir. No importa cuanta plata haya en juego”, apunta.
“La opinión de la gente ha cambiado mucho. El costo de vida aumentó. La gente que trabaja en la industria tiene tanta plata que empuja los precios para arriba, y la gente se está volviendo más pobre. Las compañías petroleras no pagan impuestos. Si eres una enfermera y salvas a las personas, pagas impuestos. Pero, si eres ExxonMobil, no”, explica.
Producto de sus ríos caudalosos, la costa de Guyana es de barro. Y, por esa razón, van las especies a desovar, incluso las criaturas más fantásticas, como las tortugas. Desde que comenzó la producción, se empezaron a observar varamientos de ballenas.
Las empresas no solo sacan petróleo, sino que también tiran tóxicos al agua, como vertidos cloacales y residuales. Por cada barril de crudo que se saca de aguas ultraprofundas, se obtienen cinco litros de vertidos tóxicos que sencillamente no hay dónde meter. Un negocio sucio.
“A Exxon se le permite verter las aguas residuales en el océano. Pero, por supuesto, no sabemos lo que realmente está vertiendo y cuánto, porque nadie está supervisando y controlando la operación de perforación”, agrega Janki.
La promesa de ser Bahrein, Dubai o Arabia Saudita no le llegó a esta nación aún, ni con estos precios inflados por la invasión rusa a Ucrania. En cambio, lo que sí pasó es que Guyana, con sus fabulosos bosques tropicales, está dejando de ser un sumidero de carbono para convertirse en una peligrosa bomba de emisiones.
Este artículo es parte de la Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América latina, del que IPS forma parte.
RV: EG
Fuente:
Marina Aizen, Todas las manchas del petróleo: las que se pegan y no se olvidan, 10 agosto 2022, Inter Press Service.
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