miércoles, 9 de marzo de 2022

Lo que ha revelado el atentado contra una central nuclear

La Unidad 3 de la central nuclear de Zaporiyia. Foto: Energoatom.

Con la mayor central nuclear de Europa bajo control ruso, la crisis ucraniana ha iluminado una industria que ha trabajado casi siempre en la oscuridad.

por Trisha De Borchgrave

Hace dos años, mientras el mundo se apresuraba a descarbonizarse, la experta en armas nucleares, escritora y profesora del MIT, Kate Brown, formuló una pregunta crítica: “¿Podemos estar seguros de que, dondequiera que vayamos a poner una central nuclear, tendremos condiciones estables durante los próximos cien años?”.

Lo que no se discutió entonces fue lo que ocurre si un Estado-nación, con o sin armas nucleares, ataca las centrales nucleares de otro país y la red eléctrica asociada. El reciente bombardeo ruso de la mayor central de Europa, la ucraniana de Zaporiyia, nos recuerda que la energía nuclear necesita una infraestructura segura y estable, no una zona de guerra, para mantener las turbinas en funcionamiento. Como señaló Brown, “si esa fuente de electricidad se apaga o falla a causa de un evento climático o cibernético, los reactores nucleares pueden fundirse”.

Chernóbil, también en Ucrania, ilustra lo que puede ocurrir si una central nuclear sufre un fallo catastrófico. Las secuelas de su fusión en 1986 fueron mucho más allá de las cincuenta y cuatro muertes declaradas oficialmente. La radiación de Chernóbil, arrastrada por el viento y la lluvia, se propagó de forma imprevisible; los patrones climáticos, la absorción del suelo, las prácticas agrícolas, los hábitos alimenticios y la migración de personas y animales magnificaron la contaminación radiactiva, que, según el exhaustivo estudio de Brown de los archivos soviéticos en su día clasificados, afectó a 4,5 millones de personas en las antiguas repúblicas soviéticas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Condenó a cientos de miles de personas a padecer enfermedades crónicas, así como elevados niveles de cáncer, y explica en gran medida por qué miles de personas de esas regiones siguen sin sentirse bien treinta y seis años después del accidente, lo que llevó a una joven de dieciocho años, a la que Brown conoció en 2016, a encogerse de hombros ante su reciente operación cardiovascular como resultado de su “corazón de Chernóbil”.

Estas verdades sobre Chernóbil siempre se han visto oscurecidas por la incómoda interrelación entre la energía nuclear de uso civil y su contrapartida militar, nacida en las pruebas nucleares a gran escala realizadas después de 1945, que rápidamente prometieron una nueva fuente de energía a las economías competidoras hambrientas de energía de la Guerra Fría. En la actualidad, esa falta de transparencia sigue rodeando el funcionamiento de las centrales nucleares. Según Brown, la energía nuclear “no encaja con la democracia abierta, ni con un modelo económico descentralizado y semiautónomo de energía renovable, como los paneles solares. Podemos tener parques solares y eólicos y acercarnos a ellos. Como ciudadano preocupado, uno puede plantear cuestiones sobre su impacto en el medio ambiente. Las centrales nucleares, sin embargo, estarán siempre bajo llave, por el peligro de que explote una bomba nuclear”.

Tras la misteriosa explosión nuclear en la zona del Mar Blanco, en el norte de Rusia, en agosto de 2019, Moscú desactivó sus sistemas de radar que forman parte del consorcio internacional de seguimiento de la radiactividad. La verdadera naturaleza del “problema de rendimiento” (fuga de radiación) en el reactor nuclear de Taishan, en China, fue oscurecida por sus entidades reguladoras que intentaban decidir los niveles de radiación aceptables. Los japoneses esperaron dos meses para decir al mundo que tres reactores se fundieron en Fukushima. “En este caso, la comisión reguladora nuclear de Estados Unidos lo sabía y el cuerpo diplomático de Estados Unidos fue retirado. Eso es oscurantismo de tipo soviético”, dijo Brown.

Con cincuenta y cinco nuevas centrales nucleares actualmente en producción, la preocupación de Brown se extiende también a la posible adaptación del uso civil de la energía nuclear para fines militares. Los gobiernos que construyen centrales nucleares, infraestructuras nucleares civiles y una fuerza de trabajo científica y de ingeniería nuclear para la energía y otros fines pacíficos, como la medicina o la desalinización de agua de mar, también están tomando el control de todos los aspectos del ciclo del combustible nuclear. En última instancia, se trata de una tecnología militar en potencia, dado que, como subraya Brown, “el uranio convertido en forma metálica para fines médicos también puede formar ojivas nucleares”.

Y, en este contexto de creciente competencia e inestabilidad geopolítica, las economías no nucleares se sienten cada vez más vulnerables al vivir a la sombra de los países conocidos que poseen armas nucleares: Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Israel, Corea del Norte, Pakistán e India. El peligro es que la propagación de las centrales nucleares y de los conocimientos técnicos nucleares en todo el mundo sea la mano de la futura proliferación nuclear.

Pero el reciente bombardeo ruso de la central nuclear de Zaporiyia, combinado con las amenazas de Putin de una escalada nuclear en caso de que otros bloqueen su invasión de Ucrania, confiere a cualquier respuesta internacional la fuerza de un escarabajo que se agita sobre su espalda a posteriori. Daniel Kammen, profesor de ingeniería nuclear en la Universidad de California, Berkeley, resumió la incredulidad de la comunidad científica nuclear cuando expresó su indignación por el ataque ruso, describiéndolo como “un absoluto no-go... Simplemente no tiene sentido y es realmente una afrenta a todas las operaciones razonables en las instalaciones energéticas”.

Pero la invasión rusa de Ucrania tampoco tiene mucho sentido y, aunque casi todo el mundo está indignado, está ocurriendo de todos modos.

Con la actual muestra de arrogancia humana letal de Putin, y el potencial de la energía nuclear para el desastre ecológico, ¿cómo puede ser el aumento de la energía nuclear una solución lógica al cambio climático? Está claro que los riesgos de devastación planetaria no dependen sólo del número de cabezas nucleares y misiles balísticos que tenga un país, sino también de cuántas centrales nucleares estén funcionando en el mundo. Mientras las rivalidades geopolíticas alimentadas por la testosterona sigan compitiendo por el dominio y la influencia, deberíamos rechazar el atractivo de la energía nuclear como parte de la respuesta al bienestar futuro de la humanidad.


Fuente:

Trisha De Borchgrave, What the bombing of a nuclear plant has revealed, 7 marzo 2022, The Big Smoke.

Este artículo fue adaptado al español por Cristian Basualdo.

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