Este es un artículo de opinión de Bitsat Yohannes-Kassahun, oficial de Gestión de Programas en la Oficina del Asesor Especial de las Naciones Unidas para África.
NACIONES UNIDAS - Hace un año, dimos la bienvenida a 2021 con un optimismo cauteloso cuando las vacunas recientemente desarrolladas prometían un cambio en la lucha contra la pandemia de covid-19. El enfoque se centró en reconstruir mejor y hacer las cosas de manera diferente a medida que muchos países comenzaban a repensar y restablecer sus destrozadas economías.
Sin embargo, para los países africanos, la pandemia expuso las crudas realidades de la desigualdad global.
Estos países se apresuraron a apuntalar sus destrozados sistemas alimentarios; carecían de industrias para cambiar la producción a equipos de protección personal que salvan vidas, incluso cuando los jóvenes africanos quedaron fuera de las escuelas debido a la falta de acceso a la electricidad e Internet, lo que hizo que el cambio al aprendizaje virtual fuera casi imposible.
La pandemia reveló cómo África, a pesar de sus mejores esfuerzos, no estaba preparada para algunas de las emergencias apremiantes de nuestro tiempo, ya sea la pandemia o la amenaza inminente del cambio climático.
La Oficina del Asesor Especial de las Naciones Unidas para África promueve que África haga la transición hacia 2022 con un sentido de máxima urgencia en la construcción de la resiliencia del continente. Creemos firmemente que los componentes básicos de esta resiliencia se encuentran en el acceso de los africanos a una energía confiable, asequible y sostenible.
Durante más de una década, las Naciones Unidas han promocionado la energía como “El hilo conductor que conecta el crecimiento económico, la equidad social y la sostenibilidad ambiental” para lograr la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. La energía es la clave para desbloquear el futuro de África previsto en la Agenda 2063 de la Unión Africana.
Ya sea para la transformación económica, garantizar la seguridad alimentaria, digitalizar la educación, revolucionar los sistemas de salud, desarrollar capacidades de fabricación e industrialización o mantener la paz mediante la creación de empleos de calidad y la prestación de servicios, ningún país del mundo ha logrado estas ambiciones sin acceso abundante y asequible a energía.
El acceso a la energía hará o arruinará el esfuerzo del continente para hacer frente a los efectos del cambio climático, incluidos los fenómenos meteorológicos adversos, la escasez de agua y las amenazas significativas a los medios de vida.
Sin embargo, los africanos se llevan la peor parte de la carrera mundial para combatir el cambio climático en lo que respecta a la energía.
En primer lugar, la financiación prometida para invertir en sistemas energéticos fiables y la adaptación está llegando muy lentamente a donde más se necesita.
En segundo lugar, África podría verse perjudicada si las políticas a nivel mundial diseñadas para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero y los plazos propuestos para lograr emisiones netas cero no tienen en cuenta las circunstancias únicas y matizadas del continente.
Mirando hacia el futuro en lo que depara 2022 para la búsqueda de África de un acceso equitativo a la energía, sería negligente no reflexionar sobre tres eventos importantes que tuvieron lugar en 2021, a saber, el Diálogo de Alto Nivel sobre Energía (HLDE, en inglés), la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios y la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU, la COP26.
Entre otros factores, la energía sigue siendo vital para la plena implementación de las promesas hechas en estos eventos. En la hoja de ruta que siguió a la HLDE, el secretario general de la ONU, António Guterres, fijó una fecha límite de 2025 para garantizar que 500 millones de personas más tengan acceso a la electricidad y 1000 millones de personas más tengan acceso a soluciones limpias para cocinar.
La Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios pidió una transformación en los sistemas alimentarios mundiales “de manera que contribuyan a la nutrición, la salud y el bienestar de las personas, restauren y protejan la naturaleza, sean climáticamente neutrales, se adapten a las circunstancias locales y proporcionen empleos decentes y economías inclusivas”.
El documento final de la COP26, celebrada en la ciudad escocesa de Glasgow, exige objetivos audaces y fortalecidos por parte de los países para reducir las emisiones a través de contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, en inglés) más ambiciosas para la COP27, que ha de celebrarse este año en el continente africano, en Egipto.
¿Qué significa esto para los países africanos? Estas ambiciosas propuestas requieren inversiones masivas en desarrollo de capacidades, desarrollo de infraestructura y regulaciones. De hecho, las cantidades necesarias son mucho más que cualquiera actualmente prevista.
Si bien se han realizado importantes compromisos financieros en estas cumbres, los países africanos desconfían de que se cumplan, y con razón. Los países desarrollados aún están “progresando” hacia la consecución del objetivo de financiación climática de 100 000 millones de dólares anuales desde 2020 (una promesa incumplida) y ahora esperan alcanzarlo para 2023.
Sumado a las promesas fallidas anteriores, la confianza se ha erosionado aún más con un ritmo significativamente variado y desigual de recuperación de la pandemia de covid-19-19 evidenciado, por ejemplo, en el desajuste entre las promesas de distribución de la vacuna anticovid prometidas versus lo que se ha entregado a los países africanos.
Hay cada vez más llamados al sector privado para llenar estos vacíos de financiamiento. Sin embargo, el sector privado opera inherentemente en un modelo de obtención de ganancias que difiere del modelo de bien público que se espera del sector público.
Requiere incentivos personalizados, tecnologías infalibles que puedan garantizar ciertos márgenes de beneficio y modelos de minimización de riesgos para que el sector entre en una escala lo suficientemente grande.
Asimismo, el enfoque matizado y los plazos prolongados necesarios para que África logre una combinación energética equilibrada se están perdiendo en el zarandeo.
Los países africanos no deben estar confinados a opciones limitadas o acorralados en caminos insostenibles para el acceso a la energía, especialmente con el llamado a las instituciones financieras públicas para que detengan el apoyo internacional al sector energético de combustibles fósiles sin cesar en 2022.
Hay mucho en juego para que África lo haga bien, de ahí este llamado urgente a la acción para construir los sistemas energéticos del continente. La energía presenta un convincente efecto multiplicador para el renacimiento de África.
Es la piedra angular para garantizar la seguridad alimentaria mediante la mejora de la eficiencia en la producción, el almacenamiento y el transporte de alimentos y la creación de empleo mediante la adición de valor.
Las reducciones en las pérdidas posteriores a la cosecha, combinadas con mejores soluciones para cocinar, tendrían el beneficio adicional de minimizar la deforestación. La revolución industrial de África y el logro del potencial del Área de Libre Comercio Continental Africana dependen del acceso a energía confiable, asequible y adecuada.
Finalmente, el acceso a la energía se encuentra entre los principales componentes básicos para brindar servicios, adaptarse a los riesgos climáticos y proporcionar medios de vida sostenibles, asegurando la paz, la seguridad y el desarrollo del continente para la próxima generación.
Mientras nos preparamos para la COP27, no podemos ser complacientes. Debemos promover conjuntamente el futuro equitativo de África a través de una combinación energética equilibrada y plazos realistas. Se lo debemos a todos los africanos, pasados, presentes y futuros, para ir más allá de la negociación por el mínimo indispensable.
T: MLM / ED: EG
Fuente:
Bitsat Yohannes-Kassahun, ¿Por qué África no puede estar satisfecha con la energía y el cambio climático?, 31 enero 2022, Inter Press Service.
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