por Juan Vernieri
El 1 de febrero, la empresa estatal Nucleoeléctrica S.A., operadora de nuestras centrales nucleares, suscribió con la Corporación Nuclear Nacional China (CNNC), el contrato comercial por la provisión de un reactor nuclear Hualong One, de 1.200 MW a instalar en el Complejo Nuclear Atucha, de la localidad de Lima, Provincia de Buenos Aires. Al reactor se lo denominará Atucha III.
La operación está pendiente porque no se ha firmado aún el contrato con los bancos chinos que financiarían el acuerdo, una de las condiciones que se requieren para que se efectivice el contrato comercial y se pueda empezar la obra.
Me pregunto ¿El gobierno ha considerado el costo de esta decisión? En un país con las reservas inexistentes, sin mercado de capitales, sin acceso al crédito internacional y con el recurso de emisión espuria agotado, en un contexto inflacionario desbocado, acrecienta la deuda en 8 mil millones de dólares para comprar un aparato absolutamente prescindible, no prioritario.
Según informe oficial de la Secretaría de Hacienda, la deuda bruta de la Administración Central, al fin del tercer trimestre de 2021, alcanzaba a 342.620 millones de dólares, de los cuales solo casi 43 mil corresponden al FMI. Si no hay suficientes exportaciones ni hay posibilidades de créditos externos y además con persistente déficit del estado, ¿cómo podrá satisfacerse esta deuda?
Según versiones, se recurriría al financiamiento interno emitiendo bonos, pero resulta que el año pasado, por imposibilidad de pagar vencimientos de bonos emitidos, se vio en la obligación de ofrecer una refinanciación que significó una considerable licuación de esa deuda. En estas condiciones, se puede suponer que solo comprarán nuevos bonos argentinos, quienes desconozcan este antecedente, es decir que sería una forma de buscar incautos, a quienes defraudar. La realidad es que Argentina está en “default” con los adquirentes de bonos vencidos que no aceptaron la citada refinanciación y así, es un atrevimiento emitir nuevos.
La compra del reactor no resuelve ningún acuciante problema y sí genera uno nuevo, pues aumenta la suma de deudas que no sabemos aún cómo haremos para pagar. El motivo de semejante desatino no es una necesidad energética sino una pretensión geopolítica del gobierno argentino de acercamiento al coloso oriental.
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