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Ustedes recordarán que uno de los argumentos que usa Electricité Du France para justificar ser el país más nuclearizado del mundo, es que ellos reciclan todo, y reusan (nunca dicen cómo) sus desechos nucleares. De hecho, tienen un logo de reciclado verdecito como símbolo.
Hace tiempo hubo un documental realizado por un grupo francés que decidió poner el ojo en cargamentos de desechos nucleares y ver adónde iban a parar. La cosa es que los siguieron miles de kilómetros, al lado de un tren que llegó a Rusia y descargó su contenido. Entrevistado el portero de ese gran campo lleno de basura nuclear, así, bajo la nieve, dijo que Rusia le daba lugar a Francia para ponerlos, porque la Siberia era tan grande… que por qué no.
Ese documental, que tengo y que ha sido silenciado mucho tiempo, revive ahora porque una nueva investigación de Greenpeace Francia reveló que las exportaciones de residuos nucleares a Rusia se han reanudado tras un paréntesis de once años.
Esta vez, los buenos estuvieron mirando las imágenes de satélite de Seversk que siguen mostrando miles de barriles al aire libre expuestos al clima, en aquellas latitudes. La práctica de exportar residuos radiactivos desde la UE a un tercer país está sujeta a estrictas condiciones, entre ellas la seguridad y la correcta gestión de la instalación de destino.
El descubrimiento de que empezaron otra vez los trenes cargados de basura nuclear hacia el país del vodka, se produce ahora que los ministros de diez países de la Unión Europea, entre los que está desde luego Francia, hicieron un artículo de opinión en los diarios europeos pidiendo que se incluya la energía nuclear en las directrices de la UE que se realicen para las inversiones “verdes”.
Claramente se evidencia, con estos trenes de la muerte, que sigue sin haber respuesta para la basura nuclear, ni allá, ni en ninguna parte del mundo. Mundo que incluye Embalse Río II y Zárate, claro.
Para calificar para entrar en la lista de qué es verde y qué no en Europa, debe demostrarse que la actividad debe “no causar ningún daño significativo” al medio ambiente para ser incluida como “sostenible”.
¿Cómo dibujar una cosa tan imposible, cuando el circuito de la energía nuclear necesita inevitablemente un agujero negro adonde mandar su basura? Eso no resiste ninguna idea de circularidad ni de seguridad, porque encima esos envíos son ilegales, altamente peligrosos, secretos siempre, y ¿cuál será el argumento para poner a la nuclear entra las energías verdes? ¿Pintar de verde los reactores?
Dice la investigación de Greenpeace Francia que, en enero y febrero de este año, la empresa de combustible nuclear Orano envió cientos de toneladas de uranio gastado a Rosatom, la empresa estatal rusa de energía nuclear. Y que vieron en el puerto de Le Havre cómo se cargaba el material radiactivo en un barco con destino a San Petersburgo, adonde los traspasan a un tren hasta la ciudad secreta de Seversk, en la blanca Siberia. ¿Sabe que la ciudad y la planta secreta nunca fue localizada en un mapa? Claro, a los rusos se les vino la era satelital y etcétera, y se supo.
Quizás usted recuerde el otro nombre que tenía este lugar. Porque ese nombre original, que ahora les voy a decir, es hoy una mala palabra: Tomsk-7. Ahí el 6 de abril de 1993 hubo una bonita explosión que regó material radiactivo. A la planta de Reprocesamiento de Tomsk-7 le estalló un depósito subterráneo que contenía materiales nucleares líquidos de desecho lanzando al exterior una nube de gas radiactivo debido al vertido de ácido nítrico sobre un tanque de uranio durante el proceso de separación de plutonio. En un primer momento, el Organismo Internacional de Energía Atómica y el Gobierno ruso aseguraron, por supuesto, que el accidente apenas tuvo daños apreciables en el medio ambiente, pero horas después 1000 km² habían sido contaminados. La revista TIME identificó la explosión de Tomsk-7 como uno de los 10 "peores desastres nucleares del mundo" y el gobierno ruso aseguró que era el peor accidente nuclear ocurrido tras la catástrofe de Chernóbil.
Pero… pero, el 29 de septiembre de 1957 explotó un tanque que reservaba 300.000 litros de residuos radiactivos, provocando la muerte de doscientas personas y más de diez mil evacuados. El incidente, por supuesto, quedó en el más absoluto silencio durante años. Diez años después, el lago Karachai, el lugar que fue usado como depósito al aire libre de todo el material radiactivo, quedó seco tras una sequía, lo que provocó que gran cantidad de polvo radiactivo viajase a lo largo y ancho de casi 3 mil km cuadrados. La organización estadounidense Worldwatch Institute declaró en 1991 al lago Karachai como el lugar más contaminado del planeta.
El desastre fue catalogado en el nivel 6 y recién en 1976 salió a la luz gracias a Jaures Medvédev, un biólogo ruso que se animó a hablar. El pobre se tuvo que ir de Rusia y se mudó a Londres. Más bien se escapó a Londres, y desde ahí empezó a mostrar los trapitos sucios del mundo nuclear ruso. Falleció hace apenas tres años.
Se estima que más de 270.000 personas se vieron afectadas por una explosión radiactiva que aún hoy en día sigue siendo la tercera más importante sólo por detrás de Chernóbil y Fukushima.
En estos días, Greenpeace no ha visto ninguna prueba de que la gestión del emplazamiento de Seversk (Tomsk 7 para los amigos) haya mejorado desde 2010. En aquel momento Orano se llamaba Areva (les encanta cambiar de nombre para despistar, yo creo) dijo que debido a preocupaciones ambientales dejaron de transportar residuos radiactivos a Rusia. Pero ahora empezaron de nuevo. Gran parte de las acciones de ORANO, son propiedad del Estado francés.
Interesante. A pintar de verde los reactores, a seguir despachando basura radiactiva a una ex ciudad secreta rusa y a poner el loguito de reciclaje a la energía nuclear francesa.
Ni a Esquilo se le hubiera ocurrido una tragedia semejante.
Notas ofrecidas por Greenpeace, citadas del blog https://antinuclearmara.blogspot.com/2021/10/al-descubierto-las-empresas-nucleares.html
[1] Greenpeace Francia, 12 de octubre de 2021, “Residuos nucleares franceses: un billete de ida a Siberia”
[2] En particular, el artículo 4 de la Directiva 70/2011/EURATOM del Consejo.
[3] La Libre Belgique, 10 de octubre de 2021, “Diez miembros de la UE publican un artículo de opinión a favor de la energía nuclear”
[4] En 2010, Areva (ahora Orano) detuvo la exportación de residuos radiactivos a Rusia tras la protesta pública por el impacto medioambiental en el emplazamiento de Seversk. Ver: Rue89 / Le Nouvel Observateur, 28 de mayo de 2010, “Areva detiene la exportación de residuos radiactivos a Rusia” (En francés)
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Silvana Buján es Argentina, licenciada en Ciencias de la Comunicación Social y periodista científico y ambiental, ejerciendo desde hace más de dos décadas de manera ininterrumpida a través de radios y medios gráficos del país y del exterior.
Es activista ecologista y participa, dirige o coordina organizaciones no gubernamentales y redes temáticas. Es conferencista y consultora en temas de ambiente y desarrollo. Ha obtenido tres veces el 1º Premio a la Divulgación Científica de la Universidad de Buenos Aires (2009, 2012, 2014) y el 2º Premio en 2010; el 1º Premio Latinoamericano y del Caribe del Agua CATHALAC-UNESCO 2009; Ocho Premios Martin Fierro por sus trabajos en radio y 21 nominaciones. Ha sido Premio Nacional de Periodismo en el año 2007, 1º Premio del Congreso Tabaco o Salud 2010, 1º Premio de Periodismo en Salud de la Asociación Médica Argentina 2010 Distinción honorífica Colegio de Ingenieros DII por su labor en difusión ambiental, 2013.
Lleva adelante desde 1998 ECOS ciclo de periodismo científico abocado al ambiente y las culturas. Y CALIDAD EN VIDA, de periodismo médico, cultura y salud. Dirige BIOS, ONG miembro de la Red Nacional de Acción Ecologista y la Coalición Ciudadana Antiincineración. Es miembro del Comité Consultivo de GAIA internacional. Es miembro de la Red Argentina de Periodismo Científico y la Red Latinoamericana de Periodismo Ambiental. Vive en Mar del Plata.
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