martes, 14 de septiembre de 2021

Tomar una mandarina y morir a la hora de la siesta

Tomé una mandarina, dijo la nena en guaraní: «ha´u mandarina». Los agroquímicos fueron fulminantes cuando Rocío, como cualquier niño a la hora de la siesta en Corrientes, quiso comer una mandarina que encontró en el piso. Este nueve de septiembre se cumplieron cuatro años de su asesinato. Su familia sigue pidiendo justicia.

por Melina Sánchez

«Queremos que no sigan fumigando

Queremos que se cierre esta quinta

No queremos más víctimas

Cuatro años que sucedió esto

Perdí familia

Nunca hay justicia

Estamos peleando en eso

Yo quiero que haya justicia»

(Evaristo Pared, padre de Rocío Pared)

Rocío Pared era una niña, tenía 12 años, esa siesta iba a la catequesis, junto con Damián, su sobrino de 10. Pero la mala suerte quiso que vivieran al lado del campo del empresario Brest: «La plantación está a mil quinientos metros. Enfrente del catecismo están las mandarinas de ellos. Tienen arándanos, mandarinas, tomatera, morrón.» Vieron una mandarina en el piso, para Rocío significó la muerte, Damián se salvó solo porque escupió la mandarina y vomitó más de una vez. Apenas pudo volver a su casa ayudado de un bastoncito para avisar que Rocío se había desmayado. Luego el infierno de pedir una ambulancia, que no llegue, y llamar a un remis en zona rural. En Mburucuyá les aplicaron suero solamente, les dijeron que no había elementos para hacerles lavaje de estómago. Los trasladaron a Saladas, Rocío falleció ahí.

En una provincia donde la justicia es para los dueños de campos, la familia de Rocío, como la de Nico y Celeste Arévalo, como la de José Carlos y Antonella Rivero llevan años esperando eso: justicia. El primer fallo a favor de las infancias que se logró gracias al acompañamiento de la FECAGUA -Federación Campesina Guaraní de la Provincia de Corrientes-, Guardianes del Iberá y otras organizaciones, fue a principios de este año, en el caso de Nicolás Arévalo. Allí, el abogado del empresario tomatero responsable del envenenamiento seguido de muerte, era también de apellido Brest, uno de los hermanos del dueño del campo vecino a la casa de la familia de Rocío.

Al primer juicio por el caso de Nico había asistido inclusive la Cámara empresarial en apoyo de Ricardo Prieto. Esa es solo parte de la trama de poder que encubre estos delitos de muerte, que son también delitos de clase. Pocas veces el peso de la ley cae sobre este tipo de criminales con dinero. Pocas veces se hace justicia por este tipo de infanticidios. Sin embargo, no son los únicos, son más bien moneda corriente. Pero es tanto el poder de estos «empresarios», o tanto más bien el halo de poder que hacen pensar que tienen, que muchas de las familias de víctimas tienen miedo de hablar siquiera. La familia Pared no tiene miedo, porque no quiere que esto vuelva a pasar, por ninguno de sus niños, por ninguno de los niños de ninguna familia. Dice su madre:

«Pedimos justicia por Rocío Pared. Tomó una mandarina y falleció. Nosotros estamos pidiendo justicia para que cierren el fumigador acá y terminen con lo que están haciendo, y se ríen de nosotros».

La mandarina que tomaron Rocío y Damián iban a ser usadas como cebo para matar a los pájaros. Le aplican el veneno con jeringas. Las mandarinas iban a ser trasladadas desde la chacra de Brest, que está al lado de la casa de la familia, hasta la plantación del mismo dueño, que se encuentra frente a catequesis, hacia donde caminaban los niños.

La familia es numerosa, Rocío tenía hermanos más grandes, y más chiquitos, también sobrinos. Viven al lado de la chacra en cuyo portón Rocío y Damián encontraron la mandarina en el piso. Nos cuenta Evaristo, padre de Rocío, abuelo de Damián, que las fumigaciones siguen, que cuando van los controles, desaparecen y no encuentran a nadie. Detalla María, una de sus hermanas mayores, que el año pasado su madre vio por la ventana cuando envenenaban en la puerta de su casa y enojada les dijo que se fueran. Pero que fumigan todas las noches igual, a veces incluso de día. Cuenta también María que venía caminando con su hijita de nueve años desde la escuela, y los vio fumigar, aunque muchas veces no puede sacar fotos o filmar porque la miran de forma amenazante. Que han intentado denunciar en la comisaría de Mburucuyá pero no les toman las denuncias. Que no quieren que le pase esto a otros chicos. Dice uno de los sobrinos de Rocío:

«Pido justicia por mi tía Rocío Pared»

El caso de Rocío lo lleva el Doctor Pizzarello, de Saladas, el de Damián el Doctor Mantilla, de Corrientes capital, este miércoles 15 de septiembre, en el Juzgado de Santa Rosa hay audiencia por el caso de Damián, nos dice Evaristo, nos cuenta también que Damián tiene problemas en la vista que antes de esto no tenía; y resalta que quiere justicia, porque él perdió una parte de su familia, que se hable sobre la cuestión, que acompañen los medios: «Se siente en el aire, los chicos no pueden estar, se tienen que meter adentro. Yo quiero que haya justicia por Rocío, porque nosotros perdimos una hija.» Desde la FECAGUA y Guardianes del Iberá exigen «a la jueza a cargo el tratamiento del caso, que no lo está llevando a juicio».

Es una conversación a la que se suman muchas voces, entre los padres, los hermanos de Rocío y sus sobrinos. Ramón Pared, uno de los hermanos mayores, dice:

«Cuando yo voy a visitar a mi familia a Corrientes, no se puede estar ahí, no se puede ni comer, todo el tiempo están fumigando, yo tengo hermanos chicos, sobrinos chicos, y eso les hace mal. Pedimos justicia para que se cierre esa quinta. Mi padre y mi madre ya no pueden más. Mi padre ya está viejo, mi mamá también. Luchamos. Hace cuatro años que la mataron a mi hermana. Mi sobrino se salvó. No sé cómo se salvó. Pedimos justicia. Que se cierre la quinta».

En algunas notas los llaman «los chicos del veneno», o «de las tomateras». En Corrientes hablamos de los casos de Nico y Celeste Arévalo, de «Killy» y de Antonella Rivero, fallecida hace pocos meses, de Rocíó y Damián Pared. Hay más en el resto del país y también otras familias que se agrupan. Ya empiezan, lamentablemente, a generar estadística, no son «un caso aislado.» Parte de las muertes y enfermedades que deja el monocultivo, infancias que crecen a merced de la avaricia de los empresarios que le meten veneno del siglo 21 a los cuerpos de otros como haciendo uso de una potestad feudal.


Fuente:

Melina Sánchez, Tomar una mandarina y morir a la hora de la siesta, 14 septiembre 2021, ANRed. Consultado 14 septiembre 2021.

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