Walter Mansilla es una de las 10 personas que fueron detenidas, golpeadas y hostigadas por la policía de Catamarca, una provincia en donde defender el agua y la tierra parece ser un delito. Relato de una tortura en democracia.
por Walter Mansilla
El día anterior a mi detención ya había visto movimientos raros afuera de mi casa. Había dos combis con las ventanillas polarizadas que tenían la inscripción del Gobierno de Catamarca. Yo sé que ese tipo de combis son las que usan en los operativos antidrogas y ya presentía que iba a ser el próximo detenido.
Dejé a propósito las puertas abiertas para que entren sin romper nada. Estaba despierto, mandando mensajes a mi grupo de alumnos porque soy preceptor, les estaba preguntando qué situaciones estaban pasando con la pandemia. Ya no tenía ninguna chance para hacer nada, cuando entraron lo único que hice fue meterme abajo de la cama.
Vi ocho pares de botas alrededor de mi cama. Revolvieron todo, pero no me encontraron y salieron. Cuando salieron del cuarto, traté de mandarle mensajes a mis amigos para avisarles que estaban en mi casa y ahí me encontraron debajo la cama. No me dieron tiempo a nada. La cama la volaron por los aires, la tiraron directamente.
Me tiraron en el piso boca abajo y uno de los policías me pisó los talones con sus pies. Me gritaban que me quede quieto, mientras otro saltaba sobre mi espalda. Otros dos comenzaron a patearme en el suelo. Nunca me resistí a la detención. Lo único que les decía era que paren de pegarme. Yo me cubrí la cara con mis manos porque era donde más me querían patear. Me obligaron a poner las manos para atrás, me agarraron de los brazos, me levantaron y ahí aprovecharon a patearme.
Me torcieron las manos, me precintaron y en ese momento -sin ninguna necesidad- vino otro policía y puso su arrodilla en mi cuello, para asfixiarme de la misma manera que mataron a un hombre en Tucumán, como también lo hicieron en Estados Unidos con George Floyd. Hicieron esas cosas con el único propósito de herirme. Después, me obligaron a pararme. No me podían mover de los golpes que me habían dado. Me levantaron de los pelos, me sacaron al patio de mi casa y me obligaron a estar de rodillas. Me decían que baje la cabeza, cada vez que me daba vuelta o miraba de reojo recibía un golpe.
Entre esas miradas pude ver alrededor de 30 efectivos dando vuelta toda mi casa. Yo había dejado las puertas abierta para que no tengan que forzar nada, porque además no tenía nada que ocultar, pero igual rompieron todo, los marcos, las puertas todas quebradas.
Cuando me llevaron a la comisaría estuvimos todos juntos en una sola habitación, al menos ocho compañeros, las mujeres estuvieron separadas. El trato fue muy violento, mucho desprecio. Nos dijeron que teníamos que estar con barbijo, pero la celda estaba toda sucia, el baño tenía larvas y materia fecal, pedimos lavandina y un balde pero no nos dieron nada.
Una de las noches en la comisaría hubo aprietes. Llegó Infantería, entró a la celda, agarró a uno de nosotros al azar. Lo esposaron y se lo llevaron, al rato hicieron lo mismo con otro y no sabíamos qué pasaba. No teníamos ningún familiar cerca porque era de noche y por las restricciones de la pandemia nadie podía estar afuera de la comisaría. Estábamos absolutamente solos. Fue muy feo ver cómo se llevaron a compañeros.
A todos los que se llevaron los interrogaron, les mostraron videos y fotos de las caminatas y les pedían nombres de las personas que estaban ahí. A Gabriel, uno de los compañeros, le leyeron todo sobre su vida, lo habían espiado, sabían todo: qué hacía, dónde vivían sus hijas, qué hacía su ex pareja, habían hecho una trabajo de inteligencia para que se quiebre y le decían que si no respondía las preguntas lo iban a golpear, atrás había cuatro tipos. Justo cuando estaban apretando a los compañeros, llegó nuestro abogado defensor, no se lo esperaban y desarticularon toda esa operación que yo creo que iban hacer con todos.
Tuve la suerte de tener una madre muy luchadora. Ella me inició en esta lucha, ya son más de quince años, esto es lo que quiero y sabía que en algún momento esto iba a tener un peso, me tocó ser el buscado esta vez.
En la Asamblea siempre se dijo que no se habla de partidos políticos mentirosos. Creo que llegó el momento de luchar con todos nosotros, no estar solo en las calles, sino también contra los gobiernos. Y ahora que se despertaron muchas asambleas que estaban en el olvido, ahora que sus luchas no se dieron por vencidas y hoy están más fuertes que nunca es el momento de presentar un grito desde ese frente también.
Este tipo de atropellos lo vivimos desde hace muchos años. Esta violencia que vivimos siempre la llamamos la dictadura minera y es muy evidente por la forma en que me llevaron preso y la violencia que ejercieron. Todavía estoy dolorido de los golpes que recibí. Me duele el brazo, la rodilla también. Pero estamos enteros, fuertes y unidos. No hay cabezas, simplemente brazos luchadores. Tenemos toda la fortaleza que uno necesita para seguir adelante y no bajar nunca los brazos.
Walter Mansilla es fotógrafo de Andalgalá, una de las 10 personas que fueron detenidas, golpeadas y hostigadas por la policía de Catamarca.
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Fuente:
Walter Mansilla, “En Andalgalá vivimos una dictadura minera”, 27 abril 2021, Revista Cítrica.
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