Un estudio lo atribuye al efecto directo del calentamiento climático y advierte sobre el impacto que puede tener en poblaciones costeras, biodiversidad y el nivel del mar. Qué otras amenazas padece la criósfera en Argentina.
por Valeria Foglia
El calentamiento climático está detrás de la pérdida masiva del hielo de la Tierra. Esa es la conclusión principal de un grupo de científicos de universidades británicas que a fines de enero publicaron un estudio [1] que asegura que el planeta perdió 28 billones de toneladas de hielo entre 1994 y 2017. La imagen icónica de los osos polares hambrientos no es un mero cliché: el Ártico es la región más afectada por este desequilibrio.
Desde su trabajo de campo en la localidad de Jáchal, la doctora en Ciencias Geológicas Ana Paula Forte, del Centro de Investigaciones de la Geosfera y Biosfera (Cigeobio) de la Universidad Nacional de San Juan, destaca la importancia del estudio que publicó la revista científica The Cryosphere en base a observaciones satelitales y modelos numéricos y señala que sus resultados son coherentes con otros similares. “En general se observa una aceleración en las tasas de retrocesos de cuerpos de hielo y en los aumentos de temperatura ambiental respecto de los aumentos naturales de temperatura”, explica.
Es un lujo que la humanidad no puede costear: en las capas de hielo polar está más del 99 % (30 millones de km3) del hielo de agua dulce de nuestro planeta. Aun las pérdidas más modestas elevan el nivel del mar global (cerca de 34,6 mm desde 1990), aumentan las inundaciones costeras y trastornan las corrientes oceánicas, explican los expertos. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas, el aumento del nivel del mar a causa del derretimiento de la capa de hielo será de hasta 42 cm para 2100. Considerando que, de acuerdo a estimaciones de la ONU, un 40 % de la población mundial vive a menos de cien kilómetros del mar, no hace falta ser experto para dimensionar las consecuencias.
Los veintiocho billones de toneladas de hielo que desaparecieron de la Tierra en los veintitrés años que abarca el estudio británico podrían ser aún más, dice la geóloga Forte, ya que no están contempladas otras geoformas de la criósfera como el permafrost y los suelos estacional o permanentemente congelados. Son los que “más superficie y volumen ocupan”, explica.
Además de poner en riesgo a especies, habilitar inundaciones costeras, deslizamientos y rupturas de infraestructuras (como ocurrió recientemente en el Himalaya), Forte añade otro peligro de la veloz pérdida de hielo: la posible liberación de gases como el dióxido de carbono o el metano que están sepultados en el fondo oceánico. “Pueden cambiar la composición química del agua del mar y también de la atmósfera cuando se liberan en forma de burbujas en grandes cantidades”, alerta.
El calentamiento global está directamente relacionado con la concentración excesiva de estos gases en la atmósfera: la bomba climática submarina se suma al dióxido de carbono y el metano almacenados en el permafrost. “Para tener una idea, solamente en el Ártico se concentra un volumen de carbono orgánico muy superior al que contiene la atmósfera terrestre actualmente”, añade la especialista. También se vería disminuido el albedo planetario, que es el porcentaje de radiación solar reflectada desde la superficie terrestre. ¿El resultado? Más absorción de energía y calor sobre la superficie, ergo, más temperatura. Un círculo vicioso.
Para ella es fundamental contextualizar los debates actuales sobre el cambio climático en la historia geológica y climática del planeta. “Nos encontramos en la época geológica holocena, parte del período Cuaternario y de la era Cenozoica”, dice Forte, que describe que en la era que nos precedió, la del Pleistoceno, ocurrieron diversas glaciaciones que cubrieron gran parte de la corteza terrestre. Con la pérdida de esos enormes glaciares pleistocénicos y toda la criósfera terrestre aumentó el nivel del mar y se alimentaron los ríos de todo el mundo.
Para la docente e investigadora del Cigeobio-Conicet, es natural que en el Holoceno aumente la temperatura del planeta. “Lo que preocupa y alarma son las velocidades con que se están dando estos cambios, notablemente aceleradas”, apunta, y agrega que en el debate acerca del origen de este cambio climático a velocidad récord no le cabe duda de que son las actividades humanas las que están impactando en los sistemas naturales.
“La correlación temporal de estos procesos con el desarrollo industrial y de actividades productivas es evidente”, dice Forte. Algunos autores incluso proponen un nuevo período geológico, el Antropoceno, para dar cuenta de los impactos ambientales que las actividades humanas del capitalismo produjeron en los sistemas de la geósfera. La discusión llegó tan lejos que la Comisión Internacional de Estratigrafía se encuentra estudiando si acepta oficialmente este nuevo período.
¿Y por casa?
“A largo plazo, lo que más nos preocupa es la disminución del agua dulce”, explica la geóloga de San Juan. Aunque cotice en Wall Street, este bien es escaso. Y aunque nuestro país no sea ajeno a los efectos del calentamiento global (a una escala mucho menor que la que describe el estudio británico), los ambientes glaciares y periglaciares también son amenazados en forma directa por actividades extractivas a gran escala como la megaminería, que desata movilizaciones en defensa del agua en varios puntos del país, incluso en provincias emblemáticas donde está actualmente prohibida, como Chubut y Mendoza.
En mayor o menor medida, toda la región andina de Argentina es zona de glaciares: desde los Andes desérticos a los de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur. Tenemos manchones de nieve permanente, campos de hielo, glaciares de descarga como el Perito Moreno, de escombros, valle y montaña, permafrost y otras geoformas.
La geóloga Forte apunta que las características de la criósfera andina y su comportamiento varían notablemente según latitudes. Por sus pequeñas dimensiones, los glaciares desérticos del noroeste argentino son sensibles a los cambios ambientales. Sin embargo, como en general son glaciares fríos y se encuentran en áreas de desarrollo de permafrost, no tienen la sensibilidad de otros más húmedos y templados. Los Andes centrales, donde se erigen elevaciones como el Aconcagua y el Mercedario, parecen ser los que menos masa han perdido durante las últimas décadas y gozan de una estabilidad que no experimentan otras regiones andinas. "Esta situación contrasta con los glaciares húmedos patagónicos, donde los glaciares suelen ser húmedos y templados, y muestran una mayor sensibilidad a los cambios de temperatura respecto de los Andes áridos y semiáridos”, señala Forte, quien destaca el gran retroceso del glaciar Upsala, compartido entre Argentina y Chile.
Las comunidades se ven obligadas a “competir” por el agua con proyectos extractivistas del agronegocio, los hidrocarburos y la megaminería que tienen aval e impulso gubernamental. El abogado ambientalista Enrique Viale lo sabe bien: desde hace años representa a la Asamblea Jáchal No Se Toca que exige el cierre de la mina Veladero, operada por Barrick Gold y tristemente célebre por sucesivos derrames masivos de cianuro a los ríos de San Juan, el peor de todos en septiembre de 2015. Aunque en Argentina los glaciares están protegidos por la ley sancionada en 2010, Viale explica que los ataques a la norma “vienen de todos lados”, aunque reconoce que la principal amenaza es el lobby minero.
En un trabajo de 2017, la geóloga Forte, junto a sus colegas Flavia Tejada y Cristian Villarroel, ya había advertido que "previo al funcionamiento de la mina Veladero y el proyecto [Pascua] Lama existían ocho cuerpos glaciares y setenta y seis manchones de nieve perenne, los cuales han sufrido retroceso durante la última década". Algunos de los manchones considerados de nieve permanente incluso desaparecieron definitivamente. Viale detalla que “gran parte de los emprendimientos mineros actuales y proyectados están en ambientes glaciares y periglaciares que son protegidos por la ley”.
La presión de las corporaciones mineras a los Gobiernos nacional y provinciales, dice Viale, se propone desde hace una década que la ley no se cumpla o directamente sea modificada. “El lobby minero es el principal detractor de la ley desde sus inicios. Fue el promotor del veto presidencial [de Cristina Kirchner en 2009, NdR] y constantemente la está boicoteando”, agrega el especialista en derecho ambiental, que recuerda que durante el Gobierno de Mauricio Macri hasta llegó a circular un borrador de decreto en el que se cambiaban aspectos sustanciales de la ley de glaciares a la medida de las mineras.
En el Gobierno de Alberto Fernández también hay detractores de la ley 26.639: Viale menciona a Alberto Hensel, secretario de Minería de la Nación, a quien define como un “claro lobista de la minería metalífera”. Para el integrante de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas los embates de Hensel contra la ley de glaciares son una suerte de confesión: “Si uno no destruye ni degrada estos ecosistemas, no tendría que estar en contra de la ley”.
El sanjuanino Hensel y el ministro Matías Kulfas, de Desarrollo Productivo, recorrieron la mina Veladero a comienzos de febrero. Kulfas celebró la “tecnología avanzada” y el “modelo minero seguro y sustentable” de la canadiense, asociada a la china Shandong Gold desde 2017.
En la Asamblea Jáchal No Se Toca sus dichos no cayeron bien: "Es una burrada creer que con las cámaras de seguridad pueden detectar contaminación de las aguas superficiales y las aguas subterráneas. Las cámaras de seguridad detectan otros tipos de delitos, no la contaminación con cianuro y mercurio en las nacientes del río Jáchal", dice Carolina Caliva.
La referente de la asamblea socioambiental considera imposible asociar megaminería a sustentabilidad y advierte que están “dejando que sistemáticamente las corporaciones mineras sigan destruyendo los glaciares y pisoteando la ley nacional de protección de glaciares".
Con su Plan Estratégico de Desarrollo Minero, el Gobierno de Fernández dejó claro que, en busca de dólares, quiere seguir profundizando esta actividad extractiva caracterizada por la voladura de cerros, el uso de sustancias tóxicas y un consumo exuberante de agua. Desde las comunidades y los sectores científicos ya anticiparon que denunciarán y resistirán estos planes.
[1] Slater, T., Lawrence, I. R., Otosaka, I. N., Shepherd, A., Gourmelen, N., Jakob, L., Tepes, P., Gilbert, L., y Nienow, P.: Review article: Earth’s ice imbalance, The Cryosphere, 15, 233–246, https://doi.org/10.5194/tc-15-233-2021, 2021.
Valeria Foglia | Editora de Ecología y ambiente de La Izquierda Diario
Fuente:
Valeria Foglia @valeriafgl, No rompamos el hielo: la Tierra perdió 28 billones de toneladas desde 1994, 10 febrero 2021, La Izquierda Diario.
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