Se creó como arma biológica, pero se recicló para el agro y nunca dejó de usarse. Científicos del Conicet estudiaron sus efectos nocivos en renacuajos. Patricio Eleisegui y los orígenes de un herbicida más dañino que el glifosato.
por Valeria Foglia
El dicamba es aún peor que el glifosato, pero goza de anonimato en la esfera pública. Científicos del Conicet buscan terminar con la impunidad en su uso y acaban de publicar un trabajo [1] que advierte sobre la toxicidad del herbicida, de amplio uso en Argentina y otros países, a través de pruebas en anfibios renacuajos de dos especies: Scinax nasicus y Elachistocleis bicolor. Encontraron que una exposición a corto plazo al herbicida que se comercializa tiene una biotoxicidad más alta de lo que indica la ficha de datos oficial. El estudio fue elaborado por Andrés Attademo, Rafael Lajmanovich, Paola Peltzer y otros expertos de la Universidad Nacional del Litoral de larga trayectoria en investigaciones sobre el impacto de los agroquímicos en la naturaleza.
Veinticinco años después de que la primera gota de glifosato tocara suelo argentino hay cada vez más malezas resistentes al herbicida, desarrollado a fines de los 60 por Monsanto. Como explicará más adelante el periodista y escritor Patricio Eleisegui, desde entonces otros agrotóxicos fueron sumados al combo letal que baña los campos de varias provincias, y hace por lo menos una década que el agronegocio usa dicamba.
El ácido 3,6-dicloro-O-anísico, su nombre químico, también es comercializado por la argentina YPF (51 % en manos del Estado), al que “vende” como inocuo para las abejas y control para malezas resistentes a otros herbicidas. “Puede ser usado solo o con otros”, aclara YPF Agro en la ficha comercial. Syngenta lo comercializa como Banvel. Hoy es el tercer herbicida más aplicado en Argentina y es usado especialmente en céspedes, pastizales y varios cultivos, como maíz, arroz y algodón.
Aunque el elenco de agrotóxicos vaya in crescendo a causa de la pérdida de efectividad y las restricciones a nivel de los municipios, el glifosato nunca dejó de aplicarse, ya que continúa con el estatus legal que tenía cuando lo habilitó Felipe Solá junto a la soja transgénica RR en sus tiempos como secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de Menem. “Es inocuo”, había dicho años atrás el Senasa pese a los numerosos estudiosos que lo emparentaban con alergias, intoxicación y hasta cáncer. La OMS llegó a calificarlo como “carcinogénico” en 2015, aunque luego intentó suavizar esa nomenclatura.
Ha habido nuevos desarrollos en biotecnología desde entonces: en 2012 el Gobierno de Cristina Kirchner autorizó la “nueva generación” de la soja transgénica de Monsanto: Intacta RR2 Pro, presentada como tolerante al glifosato, más productiva y con protección contra insectos lepidópteros. “Es más amigable con el ambiente, porque permite utilizar menos insecticidas para mantener bajos los niveles de orugas”, dice en su web.
Las autorizaciones para estos paquetes tecnológicos llegan con poca o nula información sobre posibles efectos. Durante el Gobierno de Macri, a través de la resolución 30/2018, la Secretaría de Alimentos y Bioeconomía del entonces Ministerio de Agroindustria a cargo de Luis Miguel Etchevehere, expresidente de la Sociedad Rural Argentina, autorizó la soja MON 87708 x MON-89788 de Monsanto con resistencia al dicamba.
¿Alguien quiere pensar en los renacuajos?
Las poblaciones de anfibios disminuyen a nivel mundial, dicen los investigadores, y una de las causas es el uso intensivo de pesticidas, que por su deriva terminan regándose por tierra, aire y agua. Los anfibios son sensibles incluso a bajos niveles de contaminación en el agua: “Se encuentran entre los vertebrados más amenazados por las actividades antropogénicas”, informa el trabajo de los científicos de Santa Fe. Para los renacuajos, el dicamba es aún peor que el glifosato y el 2,4 D.
Con frecuencia estos organismos nativos de agua dulce cumplen la función de indicadores de la salud del ecosistema de conjunto e identifican potenciales riesgos. La aplicación de agroquímicos en zonas rurales suele coincidir con la etapa de larva acuática, es decir, primavera y verano, y complica la supervivencia y la metamorfosis de los anfibios.
Attademo, Lajmanovich, Peltzer y sus colegas se focalizaron en el análisis de dos especies de anuros que se encuentran habitualmente en estanques agrícolas de Argentina. Evaluaron proteínas como la glutatión-S-transferasa (GST), enzimas como acetilcolinesterasa (AChE), glutatión reductasa (GR), aspartato aminotransferasa (AST) y alanina aminotransferasa (ALT), así como hormona tiroidea para detectar niveles de mortalidad y subletalidad.
Pese a su presencia frecuente en ambientes de agua dulce, en Argentina no hay muchos registros sobre concentraciones de dicamba. Los investigadores esperan aportar otra evidencia experimental del riesgo de contaminación por estas sustancias en ecosistemas acuáticos, que para ellos está subestimado. Ante la evidencia de daños hepáticos y estrés oxidativo en S. nasicus y (especialmente en) E. bicolor recomiendan una “revisión urgente” de las regulaciones ambientales de esta clase de herbicidas que son “una amenaza potencial para la vida acuática”.
Del dicamba no se habla
Cuenta Patricio Eleisegui [2] en su libro Envenenados (2013) que este herbicida hace su aparición en 1967, siendo mayormente comercializado a nivel mundial por la alemana BASF, “otra compañía química vinculada con el nazismo y el desarrollo de armas bacteriológicas durante la Segunda Guerra Mundial”. Pero también la suiza Syngenta, cuyo CEO local tiene buenas relaciones con Alberto Fernández y hasta asistió al lanzamiento del “plan contra el hambre”.
Según recoge el periodista y escritor, organizaciones ambientalistas vinculan el dicamba con el agente naranja que hizo estragos en la guerra de Vietnam, en una suerte de “reciclado civil” de una vieja arma biológica. Aún más: asocian su desarrollo con la necesidad de acabar con las plantaciones y escondites del Vietcong. Eso es lo que hoy se riega al menos en Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe y la Provincia de Buenos Aires.
El dicamba “se utiliza sobre todo para el barbecho químico, que es la preparación y desmalezado de la tierra previo a la siembra”, dice Eleisegui al ser consultado por La Izquierda Diario, y agrega que, al no haber aún comercialización de un transgénico resistente a este herbicida, si se aplicara directamente sobre los cultivos que no están modificados genéticamente para resistirlo sobrevendría sequía y hasta liquidación de ese mismo cultivo. “Se usa mucho antes”, destaca.
Una tecnología resistente al dicamba y al glifosato fue autorizada en Europa en enero pasado. Se trata de la soja Intacta Xtend desarrollada por Bayer Monsanto, que en nuestro país no desembarcó porque la multinacional la usó como prenda de cambio en demanda de una nueva ley de semillas, resistida por organizaciones socioambientales y pueblos fumigados. Sin que se aplique en Argentina, ya han aparecido malezas resistentes a ese transgénico.
El dicamba es un agrotóxico “de amplio espectro”: gracias a sus investigaciones, Eleisegui lo rastreó en la previa del trigo, maíz, soja, cebada y hasta en cultivos de arvejas. En Argentina su uso es intensivo a partir de la última década, especialmente por la pérdida de efectividad del glifosato y el 2,4 D, por ejemplo, para el “combate” de lo que el agronegocio considera maleza.
En esta “sopa química” que es el barbecho se combinan los tres herbicidas (dicamba, glifosato y 2,4 D), dando como resultado el desecado de malezas como el sorgo de Alepo (o yuyo colorado), la rama negra y el raigrás, que ya desarrollaron resistencias al glifosato.
Pero ante la inmunidad que desarrollaron estas especies vegetales, la respuesta del agronegocio no fue abandonar el modelo contaminante: “En lugar de salir del esquema de venenos, la industria agrotóxica les ofreció a los productores mantenerse adentro con la inclusión del dicamba”. Y fueron por más, advierte el periodista especializado: “Se está empezando a usar mucho más el paraquat, que es un producto mucho más tóxico que el dicamba, que de por sí tiene un nivel de toxicidad super elevado en comparación con el glifosato y el 2,4 D”. A este último Eleisegui lo define directamente como “una bomba química”.
El periodista y escritor oriundo de Sierra de la Ventana no duda acerca de cuál es la salida a este círculo vicioso (y nunca mejor dicho): “Siempre es la agroecológica. Estamos dentro de un modelo cada vez más adicto al uso de estas sustancias. Si ya el combo de glifosato y 2,4 D no hace efecto, se mezcla con el dicamba, entra en juego el paraquat, se vienen usando productos más antiguos como el picloram, que también fue un agente químico usado en la guerra de Vietnam...”.
Pero esta vez la guerra es mucho más extensa, se extiende a la mayor parte de los terrenos cultivables y sus zonas aledañas y se vale, siguiendo con las metáforas bélicas, de la recombinación de “munición química para definir nuevas bombas”, al decir de Eleisegui. El resultado de esto es una expansión aún mayor de las resistencias en vegetales, un problema que acarrea más de la mitad de los campos productivos de la Argentina. Así, el agronegocio caerá una y otra vez en la tentación de sacar del “arcón de los venenos” productos que el periodista considera que deberían ser desterrados definitivamente.
El dicamba resiste a algunas malezas, pero a su alrededor muere todo vegetal que no sean los transgénicos que acompaña, dicen los que saben. Según la OMS, este químico, que se absorbe por la piel y por inhalación, puede presentar riesgos para la salud también en humanos, desde enrojecimiento, tos y vómitos hasta dolor y convulsiones. El organismo recomienda impedir que este producto químico se incorpore al ambiente, pero a la vez destaca que se puede alcanzar rápidamente una concentración nociva de partículas en el aire cuando se dispersa.
En Estados Unidos esta sustancia se encontró a una concentración máxima en quince reservorios de agua potable, explica el estudio de los científicos santafesinos. Incluso en regiones consideradas libres de insumos agrícolas, como en California, se halló en muestras de agua y sedimentos. Con la compra de Monsanto por Bayer en 2018, la alemana heredó miles de demandas en Estados Unidos por el glifosato y el dicamba. A mediados de 2020 este químico fue prohibido por la Corte de Apelaciones con jurisdicción sobre California, Arizona y Washington. En Argentina, en cambio, esta bomba química se sigue detonando a diario.
[1] Attademo, A.M., Lajmanovich, R.C., Peltzer, P.M. et al. Effects of the emulsifiable herbicide Dicamba on amphibian tadpoles: an underestimated toxicity risk?. Environ Sci Pollut Res (2021). https://doi.org/10.1007/s11356-021-13000-x
[2] Patricio Eleisegui es autor de los libros Envenenados, Fruto de la desgracia y AgroTóxico, además de productor de documentales sobre la problemática para Francia e Italia.
Valeria Foglia | Editora de Ecología y ambiente de La Izquierda Diario
Fuente:
Valeria Foglia @valeriafgl, Dicamba: la bomba tóxica prohibida en Estados Unidos con la que se fumiga en Argentina, 24 febrero 2021, La Izquierda Diario. Consultado 24 febrero 2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario