miércoles, 6 de enero de 2021

Por qué no encontraremos la solución en la energía nuclear I


Capítulo noveno del libro Petrocalipsis, del divulgador científico Antonio Turiel, acerca del inminente colapso energético fruto de la dependencia de los combustibles fósiles. El uranio, combustible de la energía nuclear, no queda exento de este problema y, por tanto, en opinión del autor, no supone una alternativa real para la economía fósil que conocemos.

por Antonio Turiel

Petrocalipsis está disponible en la página web de la Editorial Alfabeto, aquí.

Los primeros reactores nucleares experimentales datan del ensayo que se hizo durante la Segunda Guerra Mundial para conseguir desarrollar las bombas atómicas, aunque el gran despegue de esta energía tuviera lugar durante la década de 1950. En aquella época se depositaron grandes esperanzas en esta forma de energía: deslumbraba lo avanzado de su tecnología y la inmensa cantidad energética que se podía obtener a través de suministros muy modestos del combustible nuclear. En aquella época era habitual decir que, gracias a la revolución nuclear, la electricidad sería pronto demasiado barata como para tomarse la molestia de poner contadores («too cheap to meter»).

Han pasado siete décadas desde aquellos años y la energía nuclear sigue siendo la más modesta de las fuentes de energía no renovable: de acuerdo con el Anuario Estadístico de BP 2018, las cuatro materias primas energéticas no renovables representaron el 90 % de toda la energía primaria global, repartidas de la siguiente manera: un 34,2 % de petróleo, un 27,6 % de carbón, un 23,4 % de gas natural y solo el 4,4 % de energía nuclear. Por añadidura, en este cómputo se favorece de manera artificiosa la energía nuclear, pues se contabiliza toda la energía calórica producida por la fisión del uranio en los reactores, cuando en la práctica solo se aprovecha el 35 % (a través de la conversión del agua líquida en vapor, que es lo que mueve las turbinas de los alternadores que generan en última instancia la electricidad).

Los defensores de la energía nuclear suelen argumentar que, si esta no ha ocupado un lugar más importante en nuestras sociedades, es porque hay una fuerte oposición contra ella entre los grupos ecologistas, preocupados por los riesgos que implica. Sin embargo, existen razones de mayor peso que la mera oposición de ciertos grupos sociales a la hora de entender por qué la energía nuclear lleva muchos años estancada y con tendencia a decaer.

La primera cuestión es el bajo rendimiento energético. Una central nuclear es una instalación compleja en la que se deben establecer numerosos sistemas y protocolos de seguridad. La construcción de centrales nucleares recibe, en muchos casos, subvenciones de los Estados, porque los costes de construcción son cuantiosos, en ocasiones varias veces mayores que los costes anunciados al principio. Así, por ejemplo, el tercer reactor de la planta nuclear Olkiluoto, en Finlandia, fue inicialmente presupuestado en tres mil millones de euros, pero, después de numerosos retrasos, tuvo un coste de construcción casi tres veces mayor, de ocho mil quinientos millones, y no se espera que pueda ser operativo antes de 2021. Este tipo de retrasos, sobrecostes y anomalías son frecuentes en el sector precisamente por las exigencias de las regulaciones en seguridad, cada vez más estrictas, aunque sin duda necesarias. Los costes operativos de las centrales nucleares, por el contrario, son mucho más pequeños, y, según quién haga la contabilidad de costes, puede llegar a afirmar que las centrales nucleares son rentables, aunque suela argumentarse que el tiempo requerido para recuperar la inversión inicial es aproximadamente igual al de su vida útil -lo que demostraría la nula rentabilidad de estas instalaciones si los Estados no asumen sus costes de construcción-. Existe, además, un coste que generalmente no se suele contabilizar adrede, que es el de desmantelamiento de la central, y sobre el que se cuenta con poca experiencia: así, por ejemplo, de los ciento quince reactores nucleares que han dejado de utilizarse al acabar su vida útil, solo diecisiete han sido por completo desmantelados, y generalmente con unos costes mucho mayores de lo previsto y en todos los casos, salvo uno, dejando una parte de los residuos en el mismo emplazamiento del reactor. En realidad, la apuesta por la energía nuclear tiene un fuerte componente político: garantizar una primacía en un sector considerado estratégico por razones tecnológicas y militares.

Otro de los motivos de la baja rentabilidad de la energía nuclear guarda relación con el tipo de energía producida: la electricidad. Esta es una forma de energía de alto valor añadido, muy útil para muchas aplicaciones y en particular para el sector doméstico, de automatización y de control. A pesar de ello, las sociedades industriales precisan -en mucha mayor cantidad- energía en otras formas, ya sea como líquidos energéticamente densos que permitan mover máquinas con autonomía (coches, camiones, tractores, barcos), ya como calor a diversas temperaturas (por ejemplo, quemando gas natural en las cementeras). La realidad es que hoy en día, en las sociedades industrializadas, el consumo de energía eléctrica supone solo alrededor del 20 % del total de la energía final (esto es, lista para ser utilizada). Por tanto, producir solamente electricidad es un hándicap importante para las centrales nucleares, porque su energía no es apta para muchos usos necesarios, y eso limita el interés y el desarrollo de la energía nuclear -hasta el punto de existir un fuerte paralelismo entre los episodios de escasez de petróleo y los de descenso en el consumo de energía nuclear-. La energía nuclear es considerada por muchos autores como una mera extensión de los combustibles fósiles, algo que permite obtener un poco más de energía siempre que haya energía fósil disponible (por cierto que, como veremos más tarde, este problema también aqueja a los sistemas renovables orientados a la producción de electricidad).

Otra cuestión importante es la escasez de uranio. El coste del combustible nuclear es bastante pequeño comparado con los costes totales de operación de una central nuclear (se suele aducir una cifra que gira en torno al 5 y el 8 %). Esto ha llevado a muchos de los defensores de esta fuente energética a afirmar que no hay problema con el uranio, porque, de acuerdo con su línea argumental, si faltase uranio, su precio se dispararía. Sin embargo, este razonamiento presenta ciertos fallos lógicos. El primero es que el pico del uranio, que aparentemente ya se ha producido, sucedió en 2016, así que aún es demasiado pronto para que se noten sus efectos, ya que el ritmo de caída de la producción es lento al principio. Por otra parte, el parque de centrales nucleares lleva prácticamente estancado desde hace veinte años, con lo que la demanda no crece sustancialmente y eso retrasa el momento en el que los efectos del pico del uranio vayan a comenzar a notarse. Por último, hasta el 16 % del total del uranio consumido anualmente proviene de las denominadas reservas secundarias, es decir, de uranio extraído en las pasadas décadas, pero que no fue consumido en su momento. La mayoría de estas reservas secundarias proviene de bombas atómicas, que están siendo desmanteladas conforme a los tratados internaciones de desarme. La previsión del ritmo de declive en la producción de uranio para los próximos años anticipa el surgimiento de problemas en el suministro de uranio a partir de 2025, según la Agencia Internacional de la Energía.

Sigue en la segunda parte.


Fuentes:

Antonio Turiel, Por qué no encontraremos la solución en la energía nuclear, 4 enero 2021, El Salto Diario.

La obra de arte que ilustra esta entrada es "Nuclear Marsh" del artista Wolfang Ertl.

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