Los niveles de radioactividad detectados en junio de 2020 apuntaron desde un principio a Rusia, que ha rechazado cualquier responsabilidad. Con un secretismo propio de Chernóbil, las grandes superpotencias siguen poniéndonos en peligro con su apuesta por la nuclear civil y militar.
por Linda Pentz Gunter
Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
¿Qué pasó en junio en Rusia?
Comenzando a principios de junio, sensores en Suecia, Noruega y los Países Bajos detectaron unos inusuales niveles altos de cesio-134, rutenio-137, cobalto-60 y yodo-131 procedente de la Rusia occidental y extendidos por Europa. A mediados de junio, unos monitores en Finlandia reflejaron una situación muy similar.
Dado que se trata de isótopos creados por el ser humano y no de manera natural, vienen obviamente de una instalación nuclear. Y porque los niveles son mucho más altos de lo normal, estas emisiones son evidente resultado de algún tipo de accidente.
¿Pero qué tipo de accidente?
Hasta ahora, Rusia ha insistido en que no existe ningún problema con sus centrales nucleares en el Báltico: Kola y Leningrado. Precisamente, el origen geográfico de estas emisiones. Pero a Amigos de la Tierra Noruega no le basta con esta “explicación”. “Nos preocupa no conocer el origen de los radionucleidos”, ha declarado esta organización en una nota de prensa recogida por la ONG rusa Activatica. “Nos preocupa que no se pueda descartar las centrales de Leningrado y Kola como fuentes potenciales”. Un mapa de la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares muestra en naranja las emisiones radioactivas como se captaron en junio de 2020:
Vitaliy Servetnik, copresidente de la Unión Eco-Social Rusa, tampoco descarta que las emisiones procedan de Kola y Leningrado, señalando que el 70 % de las envejecidas centrales nucleares rusas siguen operando más allá de sus vidas de diseño.
Rusia o ha negado cualquier responsabilidad o ha permanecido en silencio al respecto, no solo ahora sino históricamente. El ejemplo más dramático es el de Chernóbil. El 28 de abril de 1986, dos días después de la explosión, se detectaron unos altos niveles de radioactividad en la central de Forsmark, en Suecia. Suecia entonces alertó al mundo de la existencia de un accidente en Ucrania, forzando una tardía respuesta de la Unión Soviética.
En septiembre de 2017, se detectó una nube radioactiva con niveles inusualmente altos de rutenio-106 a lo largo de Europa. Parecía haberse producido en algún lugar de Rusia, pero las autoridades nacionales lo negaron.
Pese a ello, dos meses después, los servicios metereológicos rusos confirmaron haber detectado al sur de los Urales unos niveles de radioactividad mil veces superiores a lo normal. El Washington Post puso finalmente comillas alrededor de la palabra “inofensivo” en su titular. Pero Rosatom continuó negando la evidencia, declarando que “las recientes emisiones de Ru-106 de las que se ha informado en los medios no guardan relación con ninguna instalación de Rosatom”.
Sin embargo, varios investigadores franceses concluyeron que la planta de reprocesamiento de Mayak, en los Urales, era seguramente el origen. También lo fue del probablemente segundo accidente nuclear más grave de la historia en 1957.
Y en 2019, una explosión en una base militar rusa mató a tres trabajadores especializados y disparó los niveles de radiación en toda la región, lo cual Greenpeace midió como 20 veces por encima de lo “normal”. Erre que erre, el Ministerio de Defensa ruso siguió insistiendo en que “no hubo emisiones peligrosas en la atmósfera, la radiación de fondo es normal”, como informó Popular Mechanics.
El hecho de que la radiación se emitiera durante un accidente generó varias especulaciones sobre si podría guardar relación un experimento fallido de los entonces nuevos misiles de crucero nucleares Burevestnik.
Como explicó Popular Mechanics, “se piensa de Buresvestnik que, aunque de propulsión nuclear, utiliza motores turborreactores durante el despegue y entonces pasa a la propulsión nuclear”. Un fallo de un Burevestnik podría haber sido la causa de esta última subida de la radioactividad.
Lo más perturbador de todas estas informaciones es que la prensa ha martilleado siempre que, pese a que los niveles de radiación son “más altos de lo normal”, siempre son “inofensivos”. Esto se repite sin cesar sin ningún tipo de verificación científica o médica. Y es sencillamente falso.
La Academia Nacional de las Ciencias (NAS por sus siglas en inglés) mantiene sin titubear su posición oficial tras una “revisión completa de todos los datos biológicos y biofísicos disponibles”, la de un modelo no lineal de umbral mínimo de riesgo. Esto significa que “el riesgo de cáncer asciende de manera lineal debido a dosis muy bajas, por debajo del umbral mínimo. La dosis más mínima tiene el potencial de causar un pequeño aumento del riesgo para los seres humanos”.
En otras palabras, no hay una dosis segura
Y sin embargo, nos siguen diciendo que las subidas de radiación a lo largo del globo son “inofensivas”. ¿Inofensivas para quién?
Estos estándares sobre cuáles son las dosis seguras se han determinado sin considerar a las personas más vulnerables: mujeres, embarazadas, bebés, niños y niñas. Incluso las dosis que se toman como “aceptables” a día de hoy no son inofensivas para estas personas. Dosis mayores como las que estamos viendo son aún más peligrosas.
Pero quienes se creen la propaganda de que, por más que se eleven los niveles de radioactividad, siempre van a ser inofensivos, se podrán preguntar: ¿por qué demandar responsabilidades?
Primero, porque estas emisiones no son inofensivas.
Y segundo, porque Rusia, o Estados Unidos, o China, no quiere admitir al resto que les ha salido algo mal, sea en el sector nuclear militar o civil. Eso haría peligrar su estatus de superpotencia, algo que nuestras sociedades, por desgracia, siguen valorando en exceso. Este vídeo de Pravda (en inglés), por ejemplo, explica los misiles nucleares Burevestnik de manera muy natural, sin mencionar sus riesgos.
No habría razón para alarmarse a nivel planetario si algo saliese mal en un parque eólico o con un panel solar.
No habría motivo para preocuparse en todo el globo por un explosión accidental convencional en una base militar.
Pero sí hay motivo de alarma mundial cuando isótopos radioactivos flotan sobre toda Europa y nadie se responsabiliza por ellos. Cuando todo es un gran secreto.
Como dice Servetnik, “por el bienestar de las generaciones presentes y futuras, las centrales nucleares más peligrosas deberían cerrarse de inmediato, frenarse toda importación de residuos nucleares y realizarse en Rusia una transición justa hacia las energías renovables”.
Probablemente nunca sepamos qué causó estas emisiones radioactivas. Lo que sí sabemos es que mientras siga habiendo armas y centrales nucleares en nuestro planeta, siempre tendremos que convivir con este tipo de alarmas, y probablemente con problemas aún peores.
Jubilemos la nuclear.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.
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Fuente:
Linda Pentz Gunter, ¿Qué ha causado la emisión de radioactividad en Rusia este año?, 14 septiembre 2020, El Salto Diario. Consultado 14 septiembre 2020.
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