Flavia Broffoni, politóloga y activista ambiental. Su voz es fuerte y clara, se la puede escuchar en las redes con esa tonalidad propia de las apasionadas. El año pasado fundó la sede argentina de una agrupación ecologista -Extintion Rebelion (XR)- con la que participó de distintas intervenciones. Ahora, desde la primera línea contra el acuerdo con China para la instalación de megafactorías porcinas, rescata las prácticas y propuestas agroecológicas de la UTT (Unión de Trabajadorxs de la Tierra) e insiste en la urgencia de cambiar el modo productivo: "No se puede crecer más en los límites finitos del planeta Tierra".
por Laura Litvinoff
“El capitalismo es un modelo que más temprano o más tarde va a implotar, porque no se puede crecer infinitamente en los límites geofísicos de un sistema finito como es el planeta Tierra”, asegura la politóloga y activista ambiental Flavia Broffoni cuando explica lo que hay detrás del inminente proyecto de megafactorías chinas para la producción de carne porcina en Argentina y lo relaciona con el contexto pandémico actual y las consecuencias de un modelo productivo que pareciera seguir decidido a destruir todos los sistemas vivos, incluso el ser humano, en pos de favorecer los intereses de un puñado de personas: “Los patrones del modelo extractivista tienen la misma forma de opresión sobre los territorios que el patriarcado sobre los cuerpos de identidades femeninas”, reflexiona Broffoni mientras propone, como una de las salidas posibles a este “atolladero macroeconómico en el que el mundo está profundamente inmerso” una mayor participación ciudadana en las decisiones políticas y la creación de modelos plurales que sean apropiados para cada territorio.
¿Cuál es el interés de China por concretar el acuerdo?
El interés viene porque en 2018 allá emerge la gripe porcina africana, un virus que si bien no se traslada entre especies y no salta a humanos, se contagia con mucha rapidez entre animales de la misma especie por las condiciones en las que están industrializados y provoca una muerte muy rápida. Para tratar de controlarlo hicieron algo muy cruel: enterraron entre 300 y 400 millones de cerdos en grandes fosas comunes, en muchos casos hasta prendiéndolos fuego vivos para tratar de contener la expansión de la enfermedad. Pero esto no es solo por una cuestión de bienestar animal, es un tema geopolítico: China quiere desterritorializar la producción para poder seguir abasteciéndose de un consumo de carne de 700 millones de animales por año y evitar volver a tener el problema del virus.
¿Qué influencia tuvo en esto la llegada de la pandemia y cuál sería el interés por el lado de Argentina?
La pandemia aceleró acuerdos que ya estaban iniciados entre ambos países, porque ya está demostrado científicamente que dentro de la próxima década es muy probable que seis de cada diez enfermedades sean provocadas por saltos de animales a humanos, entonces si no es ese virus será otro. Y China arregla con Argentina porque las relaciones comerciales se venían afinando desde hace un tiempo por otros acuerdos. Por el lado nuestro, el interés es porque nos agarra en un momento en el que el país necesita divisas para pagar la deuda externa y reactivar la economía post pandémica. Esto excede lo partidario y se firmaría con cualquier gobierno porque trae dólares y la promesa de expansión, dos cuestiones que le importan mucho al poder político.
La situación es parecida a cuando en 1996 Menem autorizó a Felipe Solá, que justamente ahora también está detrás de este proyecto, a firmar el ingreso de soja transgénica y a darle vía libre a Monsanto en el país.
Exactamente, y esa vez Solá dijo lo mismo que ahora, que va a ser algo chiquito. Pero resulta que hoy tenemos 20 millones de hectáreas cultivadas con soja de Monsanto. Si este acuerdo se firma, van a empezar con 15 mil cerdas reproducidas artificialmente para vivir; paradas y acostadas sin poder girar sobre su propio eje, lo que en términos de crueldad animal resulta inadmisible, pero esto también excede esa cuestión, porque los epidemiólogos afirman que el potencial pandémico de un proyecto así es atroz, y además trae otros problemas muy graves. Lucas Alonso, químico del equipo que lidera las investigaciones sobre agrotóxicos en Argentina, presentó en su tesis doctoral que se encontraron antibióticos usados en la industrialización animal en los cuerpos de agua de los humedales de la cuenca del Río de La Plata, y comprobó cómo eso llega a nuestra comida. Lo que significa por ejemplo que hay presencia de esos antibióticos en la lechuga que comemos en las ciudades. Y que comamos antibióticos todo el tiempo sin necesitarlo produce que las bacterias se vuelvan más resistentes y que nos volvamos más resistentes a los antibióticos. Entonces en el momento en que vayamos a enfermarnos muy probablemente los antibióticos que creíamos que iban a funcionar ya no lo harán porque nuestro cuerpo también se volvió resistente. Esto ejemplifica un paradigma que necesariamente tiene que cambiar, porque ninguna tecnología sirve para mitigar este tipo de emprendimientos. Si no hacemos algo vamos a ir a la extinción dice Alonso, y no es un activista vegano, es un científico del Conicet. Ahí es cuando se entiende porqué ningún sector del mundo ambientalista ni científico apoya este acuerdo.
¿Cómo creés que se da la interseccionalidad de la lucha ambientalista con el movimiento feminista?
Creo que son cosas que están conectadas muy naturalmente y hoy tratamos de ponerle palabras. La filósofa hindú Vandana Shiva dice que con el tema animalista se da todavía mucho más fuerte esta relación, porque resulta imposible ver a una vaca por ejemplo, simplemente como la cantidad de litros de agua que consume o los bifes que le vamos a sacar. Desde el ecofeminismo esencialista se está empezando a hablar de un espacio territorial lleno de vida, que es la continuidad de nuestros territorios. El agronegocio también es producto de un vínculo colonialista y patriarcal con el territorio. Los patrones del modelo de profundización extractivista tienen la misma forma de opresión sobre estos lugares que el patriarcado sobre los cuerpos de identidades femeninas: el considerar que esa otredad es menos, que nosotras valemos menos y el tener que ser funcionales a algo que tiene que ser más allá de nosotras. La invisibilización de todos los procesos que las mujeres le aportamos a la construcción comunitaria es la misma que se hace sobre los que se mal llaman servicios ambientales de la naturaleza, que no entran en ninguna cuenta económica y están completamente ocultos. Y la forma en la que se sostiene así, desde la naturaleza y sin que nadie haga nada, es un modelo de extractivismo profundo que todavía no vemos del todo sus consecuencias. Por eso el capitalismo es un modelo que más temprano o más tarde va a implotar, porque no se puede crecer infinitamente en los límites geofísicos de un sistema finito como es el planeta Tierra.
¿Cómo creés que se podrían generar divisas en Argentina por fuera del modelo extractivista?
No lo sé la verdad, pero sea cual fuera el modelo de generación de divisas que querramos no podemos seguir decidiendo todo en un centro de representación tan chico como el que tenemos ahora. Probablemente haya que continuar un tiempo más hasta encontrar un equilibrio con algunas actividades, pero la decisión sobre cuáles son esas actividades no solamente tiene que estar dada por la política, tiene que estar imbuida de las necesidades y voluntades de las comunidades, y con una base de ciencia empírica detrás. Porque lo que hay hoy es una desproporción enorme entre la construcción de políticas públicas y lo que deberíamos estar haciendo para atender esta emergencia existencial.
Propuestas como la UTT y el MTI están funcionando muy bien como modelos alternativos de producción agroecológica, ¿qué pensás sobre eso?
Son propuestas muy concretas de transición en el modelo de soberanía alimentaria, y además tienen la prioridad de atender al 40 % de la gente que hoy está bajo la línea de pobreza. Mientras que en las conversaciones políticas todavía están hablando de la negociación de la deuda, estamos desaprovechando oportunidades que se están presentando internacionalmente para cuestionarla. La deuda es un gran mecanismo de opresión global: los mismos tipos que invierten en proyectos extractivistas son los que después nos vienen a cobrar, así es la dinámica. Pero estamos ante una oportunidad histórica de que los gobiernos con buenas intenciones nos ayuden y también nos pidan ayuda. Y cuando eso pase sería el momento de decir que no queremos más este modelo. Quizás tengamos que aguantar 3, 4 años de mucha austeridad, pero comiendo alimentos sin venenos hasta que encontremos una forma de salir de este atolladero macroeconómico. Ahí hay una vía inexplorada por temor a seguir jugando dentro de los límites del sistema, y creo que este sería el momento de tomar ese tipo de decisiones porque estamos en un punto sociohistórico que nunca vivió la civilización y tenemos posibilidades reales de desencadenar procesos ecosistémicos. La ciencia lo dice, ya lo estamos viviendo. Estos fenómenos de incendio Pampa arriba en todo el país, que en dos meses van a ser inundaciones, son la nueva normalidad, esto es el caos climático, y las decisiones de política pública que se toman van completamente a contramano de lo que hay que hacer para generar resiliencia en atravesar esta crisis.
Pareciera que las decisiones más acertadas se están tomando en el campo popular entonces, con esas alternativas agroecológicas.
Sin duda la UTT hoy es un espacio revolucionario porque generó una propuesta profundamente política de cambio, y eso incluye también una perspectiva de género: las mujeres que trabajan ahí son unas luchadoras y los hombres asumieron que están aprendiendo. En una hectárea se producen alimentos sin venenos para 125 familias, y acá tenemos 20 millones de hectáreas cultivadas con soja transgénica para alimentar animales industrializados y generar biodiesel en Europa. Es la revolución de lo obvio: tenemos la tierra y las personas que saben trabajarla, porque esta economía popular se generó en gran parte por la expulsión de gente que produjo el agronegocio en la ruralidad. Además estos modelos volvieron a revalorizar lo simbólico de trabajar con la tierra y resignificaron la importancia de producir alimentos sanos, que no solamente implica personas sanas, sino también territorios que vuelven a funcionar y que nos van a cobijar en un momento que va a ser muy duro para las megaciudades. Está todo ligado, porque si queremos terminar con el hambre no podemos seguir con este modelo de producción. Hoy no podemos alimentarnos bien porque no podemos autoabastecernos, porque privilegiamos un modelo de exportación de granos agrotóxicos que produce daños irreversibles y no nos nos beneficia en nada.
¿Se podría trasladar el modelo agroecológico a la producción de carne?
Yo creo que sí. Hoy la UTT se opone al proyecto de megafactoría con China y no lo hace por una cuestión de no consumir animales sino de bienestar. El consumo y los modelos de producción anclados en los territorios no son para nada cuestionables, yo por ejemplo tengo un profundo respeto por alguien que nace, cría, reproduce un animal y después toma la decisión consciente y visible de comerlo. Pero el supermercado es todo lo que está mal, porque es la invisibilización absoluta de toda esa historia. El proyecto de megafactorías es inaceptable desde el bienestar animal, y también porque los pequeños productores de la ruralidad van a quedar devastados frente a un mercado que se va a ver desbordado de posibilidades. La lógica es la misma de siempre: cuando las cosas pierden escala humana, se invisibilizan los procesos y dejamos de tener contacto con eso que comemos, con eso que cuidamos, algo va a fallar porque va en contra de los patrones de la naturaleza. Y hoy justamente estamos en ese punto.
La idea entonces no sería dejar de comer animales sino cambiar el modo de producción.
Exactamente. De todas formas más allá de las opiniones sobre el tema, hay un dato empírico de la FAO, la agencia contra el hambre de las Naciones Unidas, que dice que para sostenernos dentro de los límites planetarios y darle de comer a una población mundial de 8 mil millones de personas, vamos a tener que reducir el consumo de carne un 90 % y reemplazarlo por una base de legumbres, que proteicamente son equivalentes. Esa sería una alternativa posible, pero tampoco hay una receta única aplicable para todo. Esa es una ilusión que el capitalismo globalizador nos metió muy bien adentro de la cabeza: que todas las soluciones sean replicables y escalables, cuando en realidad cada territorio es un mundo con su lógica, su dinámica y las personas y especies que lo habitan. Sí creo que una buena alternativa podría ser descentralizar, pero para eso vamos a tener que generar mecanismos de participación ciudadana que respeten al medio ambiente. Chiapas, por ejemplo, es un modelo de comunidad autoorganizada que no depende del mundo globalizado para desarrollarse, y gracias a eso hoy la pandemia no les afectó, siguen viviendo bien a pesar de todo lo que está pasando. Yo creo que vamos a ir hacia la creación de modelos plurales que sean apropiados a cada territorio. Es parecido a lo que se analiza sobre la medicina, en el sentido de que no está bueno que nos traten a todos los organismos por igual porque somos diferentes. Con los territorios pasa lo mismo, porque también son sistemas vivos. Esa es la mirada que me parece que hoy perdimos, y haberla perdido nos está costando demasiado.
Fuente:
Laura Litvinoff, "El extractivismo tiene la misma forma de opresión sobre los territorios que el patriarcado sobre los cuerpos", 4 septiembre 2020, Página/12.
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