Lleva
78 días desaparecido. Sus familia y amigos dice que vivía pendiente
de las redes sociales. Sus últimas comunicaciones fueron el 30 de
abril.
El
23 de marzo, cuando cambió por última vez la portada de su
Facebook, colocó una foto de una pared pintada con una leyenda. “En
tiempos de crisis, mantener la sonrisa es un acto revolucionario”
todavía se puede leer al ingresar a su perfil de la red social. A
tres días de iniciarse la cuarentena por la pandemia de
coronavirus, Facundo Astudillo Castro se esforzaba aún por rehacer
su mundo, con su mejor arma, la sonrisa.
Cariñoso,
divertido, un “loco lindo”, lo describe su madre. “La persona
más alegre que vi en mi vida”, derrocha de orgullo Cristina sobre
su hijo del medio. Ese al que le permite llamarla "Bruja" o
"Brujita" en el trato cotidiano. O el que le avisa con un
“mamá” cada vez que tiene que pedirle algo delicado.
Creció
en Pedro Luro, en el sur de la provincia de Buenos Aires, como la
mayoría de los chicos de los pueblos del interior aun lo puede
hacer. En la calle, en el club y en casas siempre repletas de gente.
Saltando de una a otra, para reunirse y pasar largas noches.
Haciéndose amigo de todos, hasta de los que no conocía y los sumaba
al grupo con un mate.
Así
fue rodeándose de compañeros fieles y siendo él uno más. Y con el
deporte como escuela de amistad. Facundo acompañó varias veces a
Cristina en sus torneos de vóley mixto por Villarino y él mismo lo
practicó mucho tiempo. Lo mismo que el fútbol, siempre con el
corazón xeneize.
En
una de las imágenes que más se vio de él en estos días de
búsqueda desesperada, está con un buzo de Boca. Y la sonrisa… Su
cuenta privada de Instagram lo presenta con tres globos azul y oro y
la leyenda Pedro Luro Rap. El vínculo con su pueblo, su gente y el
amor por la música también lo definen. “All we need is love”
completa su identificación en la red social.
Siempre
anda con su parlantito encima. Tanto para escuchar hip hop y trash
como para marcar la percusión con la birome, esté donde esté. No
en vano integró una batucada con ese montón de amigos que el sábado
pasado, en la movilización que hubo en Pedro Luro, se volvieron a
juntar para marcar el ritmo de la marcha para pedir por su aparición
con vida.
Viviana
Gil, su preceptora durante dos años en la escuela secundaria 1, se
sumó desde una red social. “Excelente persona, colaborador,
compañero. Siempre me decía: ‘¿Te ayudo Nanni a entrar a los
chicos al aula? Y ahí salíamos los dos a en busca de los alumnos”,
recordó de aquella época. También que Facundo se escapaba del aula
para conversar un buen rato. “¿Cómo te extrañé cuando ya no te
tuve de alumno”, lamentó.
Al
frente de la masiva e inédita marcha para la población de unos
12.000 habitantes, además de la mamá, iban "Tata", su
abuelo, y sus dos hermanos: Alejandro, el mayor, y Lautaro, dos años
más joven que él. Tampoco faltó Felipe, el perro de la familia, ni
Vanesa Ganduglia y Leandro Poblete, grandes amigos y testigos también
de la bondad y el compromiso de Facundo.
Gracias
a ellos se acercó al grupo Jóvenes con Memoria de Villarino.
“Participó en la elaboración del primer libro sobre desaparecidos
en el distrito y viajó a Chapadmalal a un encuentro provincial. Le
interesaba mucho ese tema y la violencia institucional”, recordó
su mamá el martes en Bahía Blanca cuando fue a reunirse, en vano,
con el fiscal que investiga su desaparición.
Allí
también evocó momentos que ahora que no lo tiene cerca se le
vuelven más amargos. “Con los chicos, habían hecho una canchita a
la que iban policías a hostigarlos. Paraban el patrullero y les
decían: ‘ustedes son chorros, son drogones’ y les pegaban
sopapos y patadas en el culo. Para ellos era un deleite que todas las
mamás del semillero y la batucada vivimos en carne propia” recordó
Cristina, que tiene 42 años.
Casi
un millenial, el teléfono era como la extensión del brazo de
Facundo. Lo demuestran sus álbumes de fotos y selfies en Facebook
que resumen sus nueve años de actividad allí con imágenes junto a
su familia, amigos y compañeros. Y siempre, su sonrisa.
El
30 de abril, después de las 13, Facundo hizo una última llamada con
su teléfono. Fue a Cristina con quien discutió porque ella se
oponía al regreso a Bahía Blanca. “Me dijo ‘mamá’ y creo que
me estaba tratando de enviar un mensaje que yo no interpreté”,
todavía se lamenta la mujer.
Recuerda
que la comunicación se cortó en forma abrupta, como si alguien le
hubiera sacado el teléfono o él lo hubiera arrojado al piso.
Comenta que cuando su hijo se enoja, puede pasar un largo tiempo sin
comunicarse. Pero no con sus amigos, con quienes siempre está en
contacto.
Esa
relación simbiótica con lo virtual contrasta con el silencio
profundo que ya lleva 78 días. “Vivía pendiente de las redes”,
recuerda Juan Antonio Cardona, a quien Facundo le envió un último
mensaje de texto, el 30 de abril a las 20.21. “Amigo, estoy sin
señal y batería en un rato te llamo”, le escribió, textual, en
el chat.
“Dale
amigo, avisá cualquier cosa”, le respondió Cardona. El siguiente
mensaje, “¿Y wachón, dónde andás?”, ya no tuvo réplica el 1°
de mayo. “Muy alegre y predispuesto, espontáneo, ni malo ni
conflictivo”, describe a su amigo. “Con exceso de voluntad,
siempre primero para ayudar”, acota el joven con quien Facundo
estuvo el 29 de abril, horas antes de emprender su regreso a Bahía
Blanca.
Desde
allí había vuelto en febrero, tras haberse separado de su novia,
después de una relación de dos años y medio que su mamá define
como “tóxica”. De vuelta en Luro, tenía trabajo en una
cervecería artesanal y se lo veía muy feliz. Hasta que llegó la
pandemia, el aislamiento y el cierre repentino del local que lo
mandaron de nuevo para su casa.
Aquel
23 de marzo, aun creía en su propia revolución interna. El encierro
y la sensación de frenar cuando estaba volviendo a arrancar,
golpearon fuerte en su ánimo, admiten en su entorno. Y lo impulsaron
a emprender el regreso a Bahia Blanca con una mochila y un poco de
ropa. Y su sonrisa.
EMJ
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Fuente:
Quién es Facundo Astudillo Castro: amiguero, corazón boquense y militante contra la violencia institucional, 16 julio 2020, Clarín.
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