Todo
es piedra y silencio en la Meseta de Somuncurá. Sólo el viento que
sopla por los cañadones y las mesadas. Los viejos mitos caídos que
recrean leyendas de otros tiempos.
Las
pilas de monedas como columnas de Salomón, las piedras pentagonales
de los farallones, las verbenas, el coirón, el espinal aleve de los
tunales, el enojo del cerro Corona que nunca deja subir al timorato
que quiere escalarlo sin pedirle permiso para faltarle el respeto, la
suerte dispar de los pilquineros, las aguas de las lagunas donde
abreva la tropilla invisible del “señor de las aguas”, el rastro
en los arenales de la temible “piedra rodadora” que para hacer
prosperar a su dueño éste debe entregarle un familiar por año, el
hábitat de la mojarra desnuda, de curiosos marsupiales, de la ranita
manchada y de otras especies únicas en el mundo, el misterio de la
“piedra dueña” en Yamnagoo que aguarda como siempre las ofrendas
para tener suerte en la caza del guanaco y del avestruz.
Todo
es silencio y grandeza en la Meseta de Somuncurá. Reino del viento y
de la piedra, escala primordial del hombre patagónico, petroglifos,
laberintos de grecas, hachas ceremoniales, piedras pitonisas, la
figura del collón atisbando desde su escondrijo en los cerros para
petrificar a su antojo y llevarse los niños al hombro, los corrales
de pirca “hilachas del monte al viento y al sol”, los últimos
escoriales ardidos en la soledad más sola del mundo. Si la piedra
hablará, habla en Somuncurá. “El que tiene oídos que oiga”.
La
“cueva de Curín”, su casa en los umbrales en el cerro, cuidador
de yeguarizos, las anotaciones en su libreta negra donde registra el
paso de Bairoletto, misterios sobre los misterios, anacoreta por
vocación, custodio de verdades que muy pocos conocen, tiempo perdido
en el tiempo, zahorí de los riscales, historias sin aedos para
tramar la urdimbre de un tiempo diferente.
Alto.
Uno debe detenerse. Escuchar el sonido de los “pozos que respiran”.
Ver su ciclo de 36 horas en que exhalan y aspiran aire desde las
entrañas de la tierra que parece no tener fondo. ¿Qué misterios
encierran? ¿Qué arcanos habrá que develar en el tarot de su
profundidad insondable?
Que
el profano que penetre en el interior de gruta se descalce, que mire
su cúpula catedralicia y observe como una gota milenaria de agua
cristalina cae finísimo desde lo alto. Hontanar florido con álamos
colgantes en la altura del cerro.
La
mística “gotera” con su embrujo hiperbóreo, pila bautismal
donde los entendidos “entenderán” para ahuecar las manos y beber
su agua salutífera de vida.
¿Quién
pudiera traspasar su umbral para penetrar en el misterio más arcano
de todos los misterios? ¿Dónde estarán la aldaba y las fallebas de
la puerta más secreta de la Patagonia? ¿A qué primordiales reinos
interiores conducirá su laberinto subterráneo? ¿Llevará a una
ciudad hiperbórea como Agharta y Shambalá? Conjeturas, tiempo y
tiempo, edades milenarias, huellas de un pasado remoto, signos que
han perdido sus claves.
Postales
de Somuncurá. Donde las piedras hablan, donde se arruta el sentido
de hombres y bestias, donde todo impresiona por su grandeza
desmesurada, donde habla el silencio, donde las estrellas conjugan un
preludio de renuevos, donde el pilquín otea curioso entre las
piedras, el último confín donde el hombre patagónico puso su
huella y dejó las improntas de su cultura.
Jorge Castañeda, Valcheta
Fuente:
Jorge Castañeda, La misteriosa naturaleza en la Meseta de Somuncurá. Enigmas rionegrinos, 15 julio 2020, Más Río Negro. Consultado 18 julio 2020.
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