Líder
revolucionaria y pacifista, así define Soledad Barruti a Vandana
Shiva en esta entrevista que, con claridad y sencillez, ayuda a
entender lo que está pasando y cómo actuar ante lo que se viene. El
diagnóstico desde la India que permite ver cómo el modelo de
“economía pujante” enferma y mata. El rol de empresas como
Bayer-Monsanto, y la comparación con Argentina. Cuál es la trampa
que une a veganos y carnívoros. La adicción que genera el
capitalismo, y la fórmula para salir de la inercia: semillas,
alimentos y paz mental. Palabras para inspirar el mundo que viene,
sin discursos hechos y con los pies en la tierra.
El
24 de marzo al atardecer, el primer ministro de India, Narendra Modi,
le dio a la población de su país solo cuatro horas para establecer
un lugar de residencia del que no podrían salir durante los próximos
21 días, salvo para satisfacer necesidades básicas. A las doce de
la noche se suspendió el transporte público, se cerraron todos los
negocios que no fueran alimentarios o de medicina, y las calles
pasaron a ser vigiladas por la policía, que tenía la orden de
garantizar el aislamiento de las mil trecientas millones de personas
que conforman la séptima economía mundial del capitalismo salvaje.
El
25 de marzo ciudades como Mumbai y Delhi amanecieron así: con los
mercados raleados por quienes podían asegurarse el abastecimiento de
comestibles, productos de limpieza y farmacia; con los pequeños
puestos de frutas, verduras y especias clausurados; y con millones de
personas que viven en la calle y dependen del trabajo diario para
vivir sin nada que hacer más que buscar cobijo en una ciudad
superpoblada y sin habitaciones de más.
Los
pobres aguantaron acomodados donde pudieron un día, dos, algunos ni
siquiera eso. Tomaron lo que tenían, sus propios cuerpos, los de sus
hijos, alguna tela para taparse la boca, y empezaron a caminar para
volver a casa: ese destino rural del que habían salido unos 10, 15,
25 años atrás forzados por la idea de un futuro próspero en las
capitales. En una semana las rutas y caminos de India se vieron
colmadas por millones de personas que, hambreadas y asustadas,
improvisaron la caravana migrante más grande de la actualidad, y de
ese país desde 1947, cuando se retiró la colonia inglesa.
A
la doctora en física, filósofa y ecofeminista Vandana Shiva el
bloqueo en India la encontró en un lugar privilegiado: Derhadun, una
ciudad al norte, sobre las laderas del Himalaya junto al Tibet, donde
nació y vivió su infancia rodeada de bosques, y donde hoy funciona
la Universidad de la Tierra y granja agroecológica que creó en
1987, su fundación: Navdanya.
Vandana
no se ha movido de ahí desde entonces y, sin embargo, con un
entusiasmo avivado como volcán por la contingencia, no ha dejado de
desplegar ideas y proyectos para aprovechar el impulso. Porque así
lo ve: “Lo que se está viviendo en este país, donde la cuarentena
fue más brutal que en ningún otro, es un fenómeno masivo e
inesperado de desurbanización. La vuelta a casa de millones de
personas que se están reencontrando con sus familias, en lugares
donde no falta comida porque hay tierras para producirla, donde la
vida para ellos puede volver a tener sentido”, dice y sonríe y se
enciende como pocos en esta época de miedo y parálisis. “Yo creo
que estamos viviendo una gran oportunidad. Por eso lo que estoy
pidiendo a quienes reciben a los migrantes, a quienes los ven
retornar, es que lo hagan con los brazos abiertos, dispuestos a
enseñarles a cultivar, a ser autosuficientes, a reconectarse con la
comunidad”.
Para
esta líder revolucionaria y pacifista nada es casual. La degradación
física y moral del sistema económico, con el sistema alimentario
como máximo exponente de nuestra capacidad de destrucción, nos ha
dejado a merced de este virus que antes que como metáfora, funciona
como Aleph. Ahí está todo: el resultado del absurdo espejismo
antropocéntrico sobre el que hacemos andar la modernidad y la
ineludible mutualidad de la vida en red que puede ser de contagios
mortales o interconexiones virtuosas. “A mí me resulta inevitable
pensar que este es un momento de volver a la raíz, y reorientar
nuestro propósito, como individuos y como sociedad”, dice Vandana
hablando primero de sí. “A mí el bloqueo me dejó encerrada en
mis memorias de infancia y juventud. Cada día me despierto y
agradezco a mis padres por estar acá, por haber plantado los árboles
que me rodean estos días. Respiro, pienso, escribo, comunico
consciente de todo lo que me hizo lo que soy, de cada uno de mis
anhelos y luchas”.
¿Creés
que algo de esa reconexión pueden estar experimentando las mujeres y
hombres que volvieron a sus pueblos en estos días?
Creo
que esa es la oportunidad, que experimenten eso. Porque los jóvenes
que caminaron 500, 800 kilómetros para volver a sus hogares habían
sido convencidos de que no había ninguna razón para producir
alimentos, para vivir en el campo. Pero tras 25 años de libre
mercado, globalización y desruralización, las ciudades les
demostraron de la peor manera que no podían contenerlos ni a ellos
ni a nadie. Que sobraban. Estamos hablando de personas que no tienen
nada, que viven de lo que pueden hacer con sus cuerpos cada día. Y
estamos hablando de la mitad de la población de India…
Sin
embargo, los analistas hablan de la economía India como
“floreciente”, “pujante”, “una demostración de lo mejor
del capitalismo”, “la séptima economía del mundo”…
Es
que las personas están por fuera de esos análisis. La naturaleza
también. Cuando se habla de economía lo que se tiene en cuenta aquí
y en todos lados es solo lo que ocurre en el mercado formal, las
ganancias de las grandes compañías. En India somos una economía de
mucha gente, que trabaja duro, en muy pequeños negocios. Los
vegetales llegan a la puerta de cada casa. O al pequeño almacén, de
los que hay muchísimos. Son los lugares que cuando cierran nadie
cuenta. Por eso el primer ministro cerró el país sin analizar esas
pérdidas. La economía de los pobres no se tiene en cuenta, de las
mujeres no se tiene en cuenta, de los campesinos tampoco. A toda esa
cantidad de personas caminando de vuelta a casa nadie las contó como
pérdidas. A lo sumo les pusieron unos trenes cuando llevaban días
de caminata y las imágenes eran una vergüenza nacional.
Esos
mismos analistas dirían que esas personas van a volver a las
ciudades no bien puedan hacerlo.
No.
Yo creo que el coronavirus está revirtiendo lo que hicieron tantos
años de colonización e invasión en nuestro país. Y exponiendo
cómo funcionan en todo el mundo los modelos como el de Monsanto.
Hace muchos años esa empresa publicó su plan: una agricultura sin
agricultores, sin naturaleza, sin nada más que su combo de semillas
modificadas y agrotóxicos diseminadas por el campo. Algunos le
creyeron. Y lo que estamos padeciendo ahora son los resultados de esa
invasión: un mundo con la naturaleza rota que permite la dispersión
de virus, campos vacíos y hacinamiento en las ciudades.
Y
una población cada vez más enferma.
Eso
es muy grave. No solo hay nuevas enfermedades sino que los riesgos de
morir por una de ellas, como la Covid-19, aumentan con la diabetes
tipo 2, la hipertensión o el cáncer que crea este modelo. Empresas
como Bayer-Monsanto, y también Coca Cola, Nestlé, Kellogs son las
responsables: compañías que crean productos que no son compatibles
con nuestra biología.
“La
forma urbana y destructiva de la colonialidad es lo que trajo al
mundo a donde está hoy: la mentalidad antropocéntrica, mecanicista,
monocultural y dominante”
¿Qué
es lo que impide que la sociedad pueda despertar ante algo tan
evidente?
Por
un lado, el poder corporativo que nos atrapó en su modo de entender
la vida. Este pequeño puñado de corporaciones que consolida su
poder en la Segunda Guerra Mundial. En la Alemania Nazi empresas como
Bayer generaban gases para matar a las personas que estaban dentro de
los campos de concentración. Esas mismas compañías, terminada la
guerra, cambiaron el uso de sus productos: empezaron a usarlos como
herbicidas, insecticidas, fungicidas, un arsenal químico que se
instaló en la agricultura continuando su capacidad de daño y de
dominación a través de la violencia y el miedo. Pero además hay
otro: este sistema crea adicción. Se habla de Bayer como el
productor de las aspirinas. Pero antes de eso fue el productor de la
heroína. Una droga altamente adictiva que debe su nombre a que te
hacía sentir como un héroe. Este sistema se sostiene con ese
espíritu.
Cultura
zombi
El
12 de mayo las cámaras de televisión de todo el planeta apuntaban a
Francia. Tras semanas de aislamiento y casi 30 mil muertos por
coronavirus ese país inauguraba la Fase 1 levantando la clausura de
los lugares icónicos a los que pocos creían iba a ser tan fácil
volver. Ni la torre Eiffel ni el Louvre, me refiero a tiendas como
Zara. El momento en que la persiana de metal subió y las luces led
se descubrieron como siempre están, prendidas, los miles de
compradores que aguardaban el evento, caminaron encimados en veloz
procesión pagana, olvidando al instante la distancia social y el
alcohol en gel.
El
momento quedó inmortalizado como un nuevo hito del poder magnánimo
del consumismo que se lleva puesto, ni digamos la esperanza de un
futuro mejor; antes que eso: el instinto mismo de supervivencia. Y lo
mismo ocurrió en Brasil, y en Estados Unidos, y parece que ocurrirá
en cada lugar que decida volver a la mentada normalidad.
¿Qué
te provocan esos fenómenos?
Creo
que es la mejor evidencia de lo que te decía antes, de la adicción
que provoca este sistema. Las personas creen que tienen libertad de
elección porque les han contado que viven en un sistema regido por
el libre mercado. Pero lo cierto es que están atrapadas en un
esquema consumista creado por compañías expertas en generar
adicción. Las personas son forzadas a desear y comprar lo que no
necesitan. Y compran y tiran, y compran y tiran, y compran y tiran, y
trabajan solo para eso: comprar y tirar. Esta forma urbana y
destructiva de colonialidad es lo que trajo el mundo al estado en el
que está hoy y eso encuentra en algunas ciudades una representación
perfecta con todo el conjunto: la mentalidad antropocéntrica,
mecanicista, monocultural y dominante.
Hace
unas semanas entrevisté para este mismo medio al arquitecto y
activista brasilero Paulo Tavares, que hablaba de la urgente
necesidad de deconstruir la arquitectura y la vida urbana bajo la
perspectiva decolonial. Él planteaba que la arquitectura sirvió
hasta ahora para erigir una forma de vida urbana que concreta una
idea civilizatoria en antagonismo con la naturaleza. Teniendo en
cuenta que la vuelta al campo nunca va a ser tan masiva como para
abandonar completamente las ciudades, ¿cómo creés vos que
podríamos transformar eso en algo más razonable?
Yo
crecí en una ciudad en India que aun muestra que eso es posible. En
mi ciudad natal había una regla: solo se podía construir en un
quinto de la tierra. El resto debía estar ocupado por la naturaleza.
Por eso hoy mi casa es un bosque. Podemos ser una civilización que
cree caminos bordeando bosques, en vez de avanzar en línea recta
talando árboles. Si queremos ciudades en armonía con la naturaleza
podríamos empezar por ahí: que los árboles nos den la dirección:
permitamos eso. Otro buen ejemplo de una vida urbana posible está en
Xochimilco, en plena Ciudad de México: un lugar de huertas que
podría alimentar a toda esa población. Eso fue creado por las
civilizaciones indígenas que vivían ahí antes de la conquista. Es
un método productivo y un modo de vida al que se le opone el Real
State que es el modo de construir en este paradigma: especulación
inmobiliaria para montar vidas lineales y rápidas. Es lo que
hacemos. Vivimos así. Bueno ¿a qué nos llevó? A este parate, a
este encierro. Y acá estamos. Algunos repensándolo todo por primera
vez, viendo esa locura por la velocidad.
Otra
de las cuestiones que se están poniendo en debate en estos días en
todo el mundo es el sistema de salud.
Así
como tenemos que conseguir un equilibrio entre la ciudad y el campo,
tenemos que redefinir qué es salud y hacer resurgir una conexión
con nuestra salud y con nuestro cuerpo. El paradigma de salud
occidental asume al cuerpo como un contenedor de órganos y
funciones. Cuando alguna de esas partes se descompone se le declara
una guerra a esa parte, a esa enfermedad. Así, cada terapia diseñada
por el sistema médico occidental es de algún modo un ataque
defensivo. Por eso sale una y otra vez la misma metáfora: la guerra.
Esa que se está librando ahora contra el coronavirus, y que se libró
tantas otras veces contra otras enfermedades. Es una metáfora
terrible, porque esa guerra nunca se va a ganar.
Claro,
si se ve la enfermedad como un desequilibrio de la vida, un ataque
solo va a agravar el problema teniéndonos a nosotros como campo de
batalla.
Exacto.
Pero la mentalidad bélica y militarista gobierna también la
relación con los cuerpos. En India el paradigma de salud es muy
complejo: una ciencia para la vida. No es un sistema creador de
enfermedades ni bélico. El objetivo está puesto en comprender la
organización y preservar el equilibrio de un sistema complejo: el
organismo humano. Si la enfermedad es un desequilibrio, la salud
radica en traer ese equilibrio de vuelta. Y eso depende mucho de la
alimentación. La comida es un gran estabilizador del sistema, es la
cura de todas las enfermedades para nosotros. Y eso por supuesto no
está reñido con la evidencia: si nuestra comida está intoxicada,
si usamos venenos para producirla ¿cómo vamos a estar saludables?
Hace unas semanas lanzamos un manifiesto llamado Food for Health al
que invitamos a los mejores médicos de Europa a sumarse, reunimos
estudios y comunicamos una vez más que necesitamos cambiar el
sistema alimentario para que sane la humanidad y la tierra.
Una
de las frases trilladas favoritas del agronegocio y de la
agroindustria es que esta forma de reconexión que planteás es un
viaje al pasado.
La
construcción científica contrahegemónica tiene una biblioteca muy
abundante. Está nutrida de papers, avances y científicos muy
calificados. Pero tampoco es una novedad que los poderes buscan
deslegitimarla. Y, si no pueden, la prohíben. En India también
somos un ejemplo de eso. Cuando los colonos ingleses llegaron y
conocieron nuestro sistema médico, el ayurveda, lo prohibieron.
Hasta que se empezó a enseñar y a estudiar bajo la forma de
impartir el saber de los ingleses: con universidades, currículas,
modos de estudio. Entonces en los 90 en Estados Unidos entendieron
cómo funcionaban algunas cosas. La cúrcuma, por ejemplo. Una raíz
que en ayurveda se usa para elevar la inmunidad. ¿Y qué hicieron?
La patentaron. Pasamos de la prohibición a la apropiación. Y es
algo que sigue al día de hoy cuando la Organización Mundial de la
Salud imparte los lineamientos sobre el ayurveda escriben informes en
donde sugieren no nombrar a la cúrcuma.
¿Bajo
qué pretexto?
Ellos
dicen que están buscando la evidencia que pruebe que tomar cúrcuma
eleva el sistema inmune. Pero lo hacen midiendo el efecto según su
modo de evaluación, que no reproduce las formas de uso que tenemos
en India, porque partimos de esta base donde un cuerpo sano y enfermo
no quiere decir lo mismo. Entonces nos enredan en una carrera
engañosa.
¿Y
cómo responden a eso?
Huyendo
de ese reduccionismo lineal, mecanicista, cartesiano que fue creado
como otro modo de colonización europeo, y que considera a nuestro
conocimiento superstición, nos inferioriza, se lo apropia y se queda
con nuestros recursos.
Carne
de soja
Teniendo
en cuenta que este virus, según la evidencia científica disponible
más fuerte hasta ahora se origina del abuso que generamos sobre
otros animales, me gustaría preguntarte qué pensás sobre el
consumo de carnes, de las granjas industriales y del veganismo como
una respuesta a eso.
Desde
que escuché la idea de las granjas industriales siempre me
parecieron mal. Las vi crecer. Y crecen porque crece la producción
de soja y maíz transgénico. El agronegocio necesita vender todos
estos granos que producen. Nadie se los va a comer si no están esos
miles de millones de animales. Estas fábricas de carne son
mayormente subsidiadas por eso: porque sirven para que funcione el
sistema. Luego creemos que son buenos negocios, pero si no estuvieran
apoyados por los gobiernos, ni siquiera como eso funcionarían.
Vos
sos vegetariana.
Sí,
lo soy. Pero no creo que todo el mundo deba serlo. Hace un tiempo
estuve en Groenlandia y cuando pregunté por qué comían carne uno
levantó la mano y me contrapreguntó: “¿Te parecería mejor que
importáramos tomates de África?”. Creo que tenemos que entender
que podemos tener una relación violenta con las plantas -y ahí los
transgénicos son un buen ejemplo- y una relación violenta con los
animales -las granjas industriales son eso. Pero podés tener una
relación no violenta con las plantas -como la que logra la
agroecología- y una relación no violenta con los animales -que es
la que tienen los pastores de Groenlandia o los indígenas: hay
muchas culturas indígenas que no comen animales, pero otras muchas
que sí. Las que están en Amazonas por ejemplo, protegiendo y
garantizando la biodiversidad como ninguna otra cultura, lo hacen.
Claro,
se trata de entender la diversidad cultural y alimentaria, expresada
en un contexto determinado, como una selva, el Ártico, un lugar
costero, como parte garante de la biodiversidad de ese lugar.
Sí.
Tenemos que respetar las formas de vida que hay en el mundo y no
podemos pensar que comer animales es igual en todos los casos. Y
tampoco podemos pensar que defender una alimentación basada en
plantas sea sinónimo de defender un mundo mejor. Hay personas
veganas que celebran que exista la Imposible Burger: una hamburguesa
artificial creada en un laboratorio mediante plantas salidas de
monocultivos tóxicos, o sea tratadas con violencia, que para su
producción violentan campesinos, mariposas y abejas, y animales que
por supuesto ya no viven en torno a esos cultivos. Esa hamburguesa de
soja que parece carne sangrienta es una mentira. Y hay algo que se
llama verdad: no se puede pregonar una idea de alimentación no
violenta partiendo de esos alimentos, de esa relación mentirosa con
la tierra y con el propio cuerpo. A quienes pregonan eso como la
salvación les diría que despierten: la alimentación basada en
plantas que crecen con toda esa violencia no produce nada mejor.
Coman una zanahoria y reconozcan eso como alimento: conozcan de dónde
viene, cómo se produje, denle la dignidad que merece a la planta.
Dejen de hablar de una alimentación basada en plantas: esa zanahoria
tiene un valor enorme en su subjetividad, una historia de
interrelaciones maravillosas, que incluye animales, insectos,
personas: no es simplemente una planta que da igual. Y hay algo más.
En el instante en que alguien dice “basado en plantas” están
dando a la industria permiso para usar esa parte de la naturaleza
como material para sus experimentos, manipulación y control. Y tal
vez esa persona crea que llegó a algo mejor, pero solo porque
permanece ciega a todo el horror que decidió no ver. Y así será
llevado como otro adicto a la heroína de este sistema hacia otro
nivel, más oscuro y difícil del que salir, con un costo altísimo
para la tierra en su totalidad y para sí mismo.
Antes
que un problema alimentario, de salud, o de vivienda, pareciera ser
un problema de información.
Y
de conciencia. La conciencia nos invita a actuar, a tomar las
decisiones que estén a nuestro nivel. Tenemos que decir más fuerte
que no a todo ese modelo agroindustrial de salud, de vida, de
alimentación. Y eso incluye hoy cuestiones incómodas como estar en
crisis y decir que no a las donaciones que el agronegocio hace para
alimentar a los pobres. Tenemos que elevar la vara: la comida de
todos, también de los pobres, debe ser saludable, sin transgénicos
y sin venenos y sin mentiras. Cuanto más alta la amenaza, más
grande debe ser nuestra responsabilidad para enfrentarla.
¿Sos
optimista?
Bueno,
estoy entrenada en la teoría cuántica. En eso me doctoré cuando
terminé la carrera de Física. Entonces cuando veo un problema trato
de entenderlo desde sus causa, sus raíces, sus perspectivas. También
me coloco a mí misma en algún lugar de ese panorama y pienso, qué
puedo hacer yo para que ese asunto sea mejor. Y no importa cuán
grande el problema, al final siempre llego a lo mismo: tenés que
tener semillas, producir comida y liberar tu mente. Esa es mi
responsabilidad. Luego, las soluciones empiezan a acomodarse solas.
¿Cómo
creés que afectará a este movimiento todo el sistema represivo que
está naciendo a medida que la pandemia avanza?
Yo
estoy segura de que estamos llegando a un nuevo nivel dentro del
capitalismo. Será un capitalismo de vigilancia y control. Los
estados van a hacer dinero de vigilarnos y lo peor es que nosotros
con nuestros impuestos vamos a pagar porque nos controlen. Pero en la
historia humana cada vez que ha habido opresión, se ha podido
recurrir a un arma popular que sigue vigente: la desobediencia. Y en
mi país tenemos un ejemplo muy importante en ese sentido: Gandhi.
Con su manifestaciones no violentas, sofisticadas al punto de impedir
el control de la sal que quería obtener la colonia inglesa, y
conducirnos a la independencia. Eso mismo me inspiró a mi para
combatir a Monsanto cuando quería patentar todas las semillas: yo
llamé a la desobediencia civil a los campesinos y 33 años más
tarde seguimos entendiendo que la guarda, intercambio y siembra de
semillas es nuestro derecho. Ese es el espíritu que tenemos que
despertar en esta época para ir en contra de las corporaciones que
ya no van por un país sino que buscan globalmente quedarse con los
recursos y controlarlo todo. Nosotros, los que queremos un mundo
libre y una tierra sana, somos una red muy grande, mucho más grande
que esa.
Imaginemos
que sucede, que el encierro sirve para sacar del encierro y la
opresión a millones de personas…
Es
que es lo que va a ocurrir, porque el paradigma que celebra un futuro
donde las personas viven masivamente en las ciudades, y solo un 2 por
ciento se queda en el campo no funciona. No hay tal futuro. Ese plan
no ha sido bueno para nadie. Ahora hay que trabajar para que esas
personas que quieren volver al campo o que ya volvieron encuentren
ahí un modo de vivir, con compasión y consistencia. Hay que
regenerar la economía rural. Ese salvataje incluye el de las
tierras: tiene que haber tierra para ellos, y medios de producción.
Yo estoy haciendo lo que siempre he hecho y lo que creo que hay que
hacer más que nunca: conservar semillas y promover la agricultura no
tóxica. Salvemos a las comunidades, salvemos la tierra: regeneremos;
ese es mi plan. Afortunadamente, como en India el fenómeno de
urbanización no tiene tanto tiempo, cuando las personas vuelven
encuentran que sus padres y abuelos aun les pueden enseñar a
cultivar. Los agricultores que ya venían trabajando de ese modo hoy
me dicen: “Porque producimos nuestra comida no tenemos hambre ni
estamos en crisis”. Y con ellos estamos dándoles la bienvenida a
quienes vuelven. Utilicemos esta crisis para construir un sistema que
sea libre de venenos, de petróleo, de semillas modificadas.
Comunidades donde cada persona sea valiosa.
Es
un buen momento después de todo.
Sí.
Si tienes la conciencia más o menos clara, e incluyes en tus
variables la capacidad creativa y regenerativa que tiene la tierra,
es un buen momento. Tenemos que volver a trabajar con la naturaleza,
eso es todo. Y tenemos que trabajar puliendo nuestros corazones y
nuestras mentes para estar preparados para este cambio de paradigma,
de vida, que es inevitable. Es un momento que exige lo mejor de todos
nosotros. Por eso cada día al levantarse hay que luchar contra la
inercia. Mirar hacia adentro y preguntarse: cuál es la injusticia
que no estoy dispuesta a aceptar, cuál es la brutalidad que ya no
estoy dispuesta a aceptar, cuál es la forma de violencia que ya no
contará conmigo. Y después salir a encarnar esas respuestas.
Fuente:
Fase Vandana: la filósofa india entrevistada por Soledad Barruti, 5 junio 2020, lavaca.
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