A
solo 80 kilómetros de Bogotá un santuario de osos de anteojos
recupera animales que fueron explotados por el hombre y los mantiene
en un ecosistema andino que brinda agua a 10 millones de colombianos,
una misión amenazada por la reducción de recursos causada por la
pandemia de coronavirus.
por
Jorge Gil Ángel
En
un bosque de niebla regado por riachuelos y bordeando el Parque
Nacional Natural Chingaza, cerca de la localidad de Guasca, nueve
osos de anteojos (Tremarctos ornatus), especie también llamada oso
andino, son rehabilitados en este santuario al que llegaron de
diferentes partes de Colombia luego de ser rescatados de circos y
otros ambientes urbanos.
En
total son 54,9 hectáreas las que tiene el Santuario del Oso de
Anteojos, mantenido por una fundación del mismo nombre, al que se
llega por una carretera sin asfaltar y en mal estado.
“Es
una iniciativa privada para el cuidado y conservación del oso de
anteojos, que es una especie en estado crítico, amenazada y en
peligro de extinción en nuestro país. Es una especie que es
demasiado importante para la conservación y el mantenimiento de los
ecosistemas alto andinos”, cuenta a Efe el director del santuario,
el veterinario Orlando Feliciano.
Para
cumplir su tarea, Feliciano trabaja con tres personas más: otro
veterinario y dos técnicos, “que son los encargados permanentes de
alimentar día a día a los osos” y de velar por su bienestar.
“Esas
tres personas llevan todo el tiempo de la cuarentena en la reserva y
yo estoy un poco más flotante, porque alguien tiene que ir por el
alimento, conseguir y recaudar los recursos, hacer toda esa parte
logística para que el santuario no detenga sus acciones”, explica.
El
rostro del santuario
Con
sus garras amputadas y una visión limitada por los golpes de los que
fue víctima hace más de una década, la osa Bambi es el rostro del
santuario y de la conservación de esta especie en Colombia.
A
diferencia de otros animales de su especie que una vez recuperados
son liberados de nuevo en su hábitat, Bambi no puede volver a la
vida salvaje porque no tiene las “capacidades para sobrevivir”.
“Fue
rescatada por nosotros hace más de una década de un circo
ecuatoriano que deambulaba por todo el país, a pesar de que estaba
prohibido exhibir animales silvestres. Bambi es una osa que ha
sufrido por la acción del hombre, un animal al que le amputaron las
garras y está casi ciego”, afirma el veterinario.
Su
vida transcurre en una enorme jaula a la que está ya habituada y que
se encuentra en medio del bosque a donde todos los días le llevan 15
kilos de alimento y, pese a los maltratos que recibió en el pasado,
tiene buen estado de salud a sus 25 años de edad.
Si
sale a la vida silvestre no podría buscar alimento y trepar árboles,
ni defenderse de los depredadores ocasionales, explica Feliciano.
Apuro
financiero
Mantener
la reserva cuesta aproximadamente 25 millones de pesos mensuales
(unos 6.800 dólares) que provienen en su mayoría de donantes como
el parque temático Jaime Duque, ubicado en las afueras de Bogotá y
cerrado desde mediados de marzo por la cuarentena decretada por el
Gobierno para mitigar el coronavirus.
“Durante
esta época de pandemia hemos tenido que acudir a la solidaridad de
la comunidad en general y en el santuario creamos una estrategia para
recaudar dinero a través de donaciones: las personas pueden visitar
nuestra página o el Instagram de la fundación”, asegura
Feliciano.
El
ambientalista, que desde hace más de tres décadas protege especies
en peligro de extinción de la cordillera de los Andes, también hace
un llamamiento a las autoridades para que dejen la “indiferencia
institucional”, una de las amenazas a las que se enfrentan como
protectores del ecosistema.
“Parte
de esta tarea que hacemos debería estar a cargo de esas entidades
del Estado. Sin embargo estamos muy solos en el trabajo, básicamente
dependemos de la voluntad de las empresas privadas, de los recursos
que como fundación generamos y de los aportes que nos pueda hacer la
comunidad”, advierte.
Su
tarea es fundamental porque están en la zona del páramo de
Chingaza, un refugio de fauna y flora de los Andes que además provee
de agua a millones de habitantes de Bogotá y parte de los
departamentos de Cundinamarca y Meta.
Dificultades
para alimentar a los osos
La
parte financiera no es la única dificultad que deben sortear para
alimentar a los osos sino también la logística, porque el mercado
mayorista de Corabastos, donde Feliciano compra frutas y verduras
para los animales, funciona a medias debido a la aparición de un
brote de COVID-19 que las autoridades tratan de contener.
“Nos
hemos visto muy afectados en la disponibilidad de la comida y hemos
tenido que acudir a mercados más pequeños, alejarnos, ir a otros
lugares donde hay disponibilidad de fruta”, una tarea que se
complica por las restricciones de movilidad por la cuarentena,
lamenta el veterinario.
Pese
a ello, Feliciano se mantiene firme con su misión de preservar a
esta especie andina y de ayudar a Bambi, “emblema de la
conservación de los osos en el país”.
“Es
nuestro motor para seguir haciendo esta tarea a pesar de todas las
dificultades que se presentan”, concluye.
Fuente:
Jorge Gil Ángel, Un santuario de osos resiste a las adversidades en los Andes colombianos, 12 junio 2020, EFEverde. Consultado 13 junio 2020.
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