Los
peces mueren por toneladas en el Teles Pires, que recorre el estado
brasileño de Mato Grosso, contaminado por mercurio de las
extracciones ilegales. Las poblaciones indígenas ven sus lugares
sagrados destruidos por una planta eléctrica.
por
Luna Gámez
“Los
ríos son como las venas del cuerpo, dañas una punta y los efectos
se sienten en todo su curso”, alega Kurap Mug’um de la etnia
Munduruku, uno de los pueblos indígenas que más está sufriendo las
consecuencias de la asfixia y de la contaminación del río Teles
Pires. “Los peces nadaban libres, pero se están muriendo
prisioneros, ahogados o contaminados por las actividades de 'los
blancos' que inventaron esa idea de ponerle barreras a los ríos”,
denuncia esta líder indígena, indignada por las múltiples represas
que atraviesan uno de los ríos más importantes de la cuenca
amazónica.
El
16 de marzo aparecieron flotando en las aguas amazónicas del río
Teles Pires, que recorre el estado brasileño de Mato Grosso, seis
toneladas de peces muertos. Con todas las atenciones puestas en el
anuncio del confinamiento para controlar la propagación del
coronavirus que llegaba a Brasil, ninguna institución se ocupó de
retirar los cadáveres de los animales que comenzaban a descomponerse
bajo el sol.
La
Secretaría de Medio Ambiente del estado (SEMA) multó al
conglomerado empresarial responsable, Sinop Energía, por haber
activado las turbinas con animales dentro y les solicitó instalar en
el plazo de un año un sistema electromagnético de barrera. Las
poblaciones locales ya habían presenciado otro trágico escenario a
principios de 2019, con la muerte de 13 toneladas más de peces. En
aquel momento no había ninguna pandemia urgente que atender e,
incluso así, las implicaciones medioambientales de la catástrofe
también fueron menospreciadas por el Gobierno y por el consorcio
empresarial que retomó pocos meses después sus actividades.
La
primera muerte masiva de peces ocurrió en febrero de 2019, justo una
semana después de que la hidroeléctrica de de Sinop abriese sus
compuertas. El conglomerado de empresas responsable de la central y
compuesto en un 51% por la empresa Electricité de France (EDF), que
cuenta con un 83,6 % de capital público francés, recogió menos de
la mitad de los peces muertos; el resto fueron enterrados por las
poblaciones locales. El Ministerio Público del estado de Mato Grosso
(MP-MT) interpuso una denuncia contra el consorcio empresarial, sus
dirigentes acusados de crímenes medioambientales estuvieron
controlados electrónicamente e impedidos de salir del país; los
fiscales afirmaron que las inspecciones constatan que los hechos eran
"realmente graves" y que "todas las previsiones de
desastres ambientales anunciadas (...) se están cumpliendo”.
El
caso se consolidó con la sentencia de una multa de 8,2 millones de
euros (50 millones de reales) y con el cese de las operaciones. No
obstante, Sinop Energía esquivó esta última medida y propuso un
proyecto de inversiones de recuperación ambiental de 660.000 euros
(cuatro millones de reales) para poder, en contrapartida, retomar el
funcionamiento. Si bien la sentencia declaró que la causa de la
masiva muerte de peces fue la carga de sedimentos en el agua que
salió del embalse, según un estudio del Ministerio Público
elaborado por Philip Fearnside, biólogo estadounidense especialista
de la Amazonia y ganador del premio Nobel da Paz de 2007, el problema
fue que el agua soltada al río carecía de oxígeno suficiente para
la respiración de la fauna marina.
Un
laboratorio a cielo abierto
La
ley brasileña estipula que es obligatoria la tala completa y la
evacuación de la vegetación del suelo donde se proyecta instalar un
embalse o lago artificial. En el caso de la hidroeléctrica de Sinop,
solo se retiró un 30 % de la cobertura vegetal de los más de 200
kilómetros cuadrados de territorio inundado. La vegetación que
permanece en los embalses comienza a descomponerse tras ser inundada.
Este proceso químico consume el oxígeno de las aguas más
profundas, que se transforma en dióxido de carbono (CO2) y, cuando
no queda más oxígeno, el CO2 comienza la conversión química a
metano. El agua muerta y cargada de gases de efecto invernadero
permanece en la capa inferior, estancada e impedida de ascender por
los cambios de temperatura de las tres capas superiores. No obstante,
cuando la represa abre sus compuertas para accionar las turbinas el
agua más profunda, ese agua muerte se libera y se desprenden a la
atmósfera el dióxido de carbono y el metano.
“Las
hidroeléctricas en los trópicos son especialmente perjudiciales
para los esfuerzos que se están realizando por controlar el
calentamiento global”, afirma Fearnside en su estudio. “Las
centrales de la selva amazónica pueden emitir cantidades muy grandes
de gases efecto invernadero, principalmente en los primeros años
tras la inundación de los embalses”, añade este biólogo, que
demostró que la hidrelectricidad no es tan limpia ni verde como se
vende. Balbina es otra represa amazónica que no retiró la
vegetación del embalse y sus estudios muestran que emite 11 veces
más gases que una termoeléctrica con la misma capacidad energética.
Otra de las centrales tropicales que dan muestra de esta combinación
climáticamente explosiva es la central Petit Saut de la Guayana
Francesa, que inundó 370 kilómetros cuadrados de selva para
producir 116 MW y que también está gestionada por la empresa
francesa EDF.
“EDF
invade nuestros territorios, destruye nuestros ríos y lugares
sagrados. Cuando venimos hasta aquí para entregarles una carta, nos
bloquean”, explica Kurap, que el 14 de mayo de 2019 fue hasta la
sede de la empresa francesa en París con el objetivo frustrado de
entregarles el reclamo de los pueblos que viven en las inmediaciones
del río Teles Pires.
El
río y los ribereños sufren la acumulación de represas
El
Teles Pires juega un papel clave en el sistema fluvial amazónico: es
afluente del Tapajós, que a su vez desemboca en el gran río
Amazonas. No obstante, está perdiendo su forma vital original y se
está transformando en un gran lago. A día de hoy es el río con
mayor número de grandes emprendimientos hidroeléctricos
consecutivos: Sinop, con una capacidad de generación instalada de
(462 MW/h), Colíder (342 MW/h), Teles Pires (1.800 MW/H) y São
Manoel (746 MW/h). Esta última central fue construida en el límite
de la tierra indígena de la etnia kayabi sin respetar el requisito
de consulta previa, libre e informada al pueblo originario afectado,
tal y como estipula el convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo.
La
región del Teles Pires está amenazada por los impactos sinérgicos
derivados de la acumulación de estas cuatro represas, por lo que el
Ministerio Público estatal emprendió una investigación para
determinar los efectos acumulados de estas obras. En toda la cuenca
hidrográfica del río Tapajós están previstas otras 29 grandes
hidroeléctricas más y 80 centrales de menor porte. La organización
ambientalista brasileña Instituto Centro de Vida, junto con el Fórum
Teles Pires, realizaron un estudio en el que anuncian que las
poblaciones cercanas a los canteros de obras de estas hidroeléctricas
sufren, entre otros efectos, el aumento de las tasas de violencia
urbana con la llegada de los trabajadores externos. Situaciones de
las que se derivan también comercios de drogas y de prostitución
que irradian desde los centros urbanos hasta la zona rural,
incluyendo las comunidades indígenas. “Queremos que castiguen a
las personas que están entrando en nuestras tierras, están violando
a las mujeres, prostituyendo a nuestros niños y niñas,
introduciendo drogas en nuestras aldeas”, reclama esta líder
indígena.
Las
consecuencias de la instalación de la central de Sinop van más allá
de los impactos medioambientales. Más de 1.000 familias de pequeños
agricultores que vivían en la ribera se vieron afectadas por la
construcción del embalse, de acuerdo con el Movimiento de Afectados
por las Represas (MAB). No llegó a la centena el número de
desplazados, pero muchos de los que permanecieron se quedaron sin
agua para regar o darle de beber a su ganado porque el curso del río
fue desviado y se secaron algunas fuentes naturales. La renta también
disminuyó para los pescadores y varias comunidades indígenas sufren
los efectos de las aguas muertas: dependen del río para cocinar,
beber, lavar e incluso para realizar los rituales que mantienen viva
su cosmología. Una decena de pueblos originarios diferentes viven en
las inmediaciones del Teles Pires, un curso de agua que poseía
diversas cascadas, saltos y pozos donde se ubicaban algunos de los
lugares sagrados para la cosmología de estas etnias. Uno de ellos,
la cascada de las Siete Caídas (Sete Quedas, en portugués), ya fue
destruida por otra hidroeléctrica.
Los
indígenas portan en sus cuerpos el mercurio residual de la minería
“Lo
más horrible es ver cómo están contaminando el río y no poder
hacer nada”, declara Kurap. Existen canteros ilegales de extracción
mineral ilegal identificados en varios puntos del curso del Teles
Pires, principalmente en las inmediaciones de la tierra indígena
kayabi. El agua turbia circula cargada con los residuos de mercurio y
otros productos químicos utilizados en la extracción de oro que
atrae a buscadores clandestinos desde la década de los setenta. “Las
comunidades ribereñas están expuestas al mercurio debido a que su
dieta se compone de pescado”, relata el estudio de la institución
de Salud Pública Sergio Arouca, publicado en la revista científica
Ciencia y Salud colectiva. Tras la investigación publicada en 2018,
los expertos constataron que el mercurio se encontraba inclusive en
los cabellos de varias poblaciones rurales e indígenas que viven en
las proximidades del río.
En
diciembre de 2019, Kurap fue hasta Brasilia para exigir que el
Gobierno se responsabilizara y tomara medidas por el agua contaminada
con mercurio proveniente de la minería ilegal en los ríos que bañan
sus tierras. “Este agua sucia -relataba ella en un encuentro académico en la capital mientras levantaba una botella de plástico
con agua turbia- está trayendo muertes y enfermedades a nuestro
pueblo, nuestros peces están llenos de mercurio”. El Gobierno no
solo ignoró la demanda, sino que en febrero el presidente, Jair
Bolsonaro, firmó un proyecto de la ley, que todavía aguarda votación
de diputados y senadores, para autorizar la minería en suelo
indígena, así como la instalación de hidroeléctricas y otros
proyectos extractivos que deberían ser consultados con los
afectados. “El indio no puede continuar siendo pobre encima de
tierra rica”, afirmó Bolsonaro en su discurso de apertura de la
Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York el 24 abril de
2019. A lo que muchos pueblos originarios respondieron: “no somos
pobres y no queremos minería”. Kurap, desolada, continúa
repitiendo: “nosotros sufrimos viendo el río morir”.
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Fuente:
Luna Gámez, La muerte de un río amazónico asfixiado por las hidroeléctricas y la minería, 3 junio 2020, El País.
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