lunes, 11 de mayo de 2020

Lecciones nucleares del coronavirus I

Las labores de adaptación al coronavirus nos permiten reflexionar acerca de la crisis climática y de cuánto tenemos que hacer. Ante los planes de EDF, empresa estatal francesa, de construir una central nuclear en Suffolk, Inglaterra, que amenaza con destruir una de las reservas naturales del país, es preciso considerar las consecuencias de construírla, operarla y mantenerla en tiempos tan complicados como estos.

por Linda Pentz Gunter

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

No hay lugar para la nuclear en tiempos de pandemia y caos climático.

No hay nada como encerrarte en tu propia casa, junto a tus seres queridos, para centrarte en las crisis que asedian el mundo más allá de tus puertas y ventanas.

Y hablamos de crisis en plural porque, aunque ahora nos centremos en el coronavirus, existe otra, gigante, que se acerca con la promesa de una devastación mucho mayor, y que sin embargo no genera el mismo tiempo de reacción inmediata. Se trata, claro está, del cambio climático.

Pensar en el coronavirus desde mi despacho, tranquilo, sin el ruido del tráfico llegando desde la calle y con el canto de los pájaros como fuente de distracción, me conduce inevitablemente a pensar en la crisis climática, ya que guarda una importante conexión con el covid-19. En ambos casos, necesitamos reconocer el problema; después, nos tienta pensar que se solucionará por sí solo; más adelante, que igual no será tan malo como dicen; al poco, admitimos que la situación es muy preocupante, pero no queremos hacer todo lo necesario para solucionarla; finalmente, nos toca confrontar una crisis que ya es imposible de mitigar.

La negación parece ser uno de los grandes logros humanos. Es por eso que existe la energía nuclear. Será tan barata que no nos cobrarán por ella. Ningún accidente puede ocurrir. Ya solucionaremos la cuestión de los residuos.

Con la crisis climática, debería quedar claro que construir centrales nucleares, donde sea, no es una idea inteligente. La subida del nivel del mar es segura, y los incendios, inundaciones y tormentas aumentarán en frecuencia y fuerza. Además, los terremotos no se irán a ningún lado. Construir centrales repletas de combustible, destinadas a generar radioactividad, en un entorno así es una locura. Además, construírlas en las costas, como Hinkley, y como se considera para Sizewell y para Wylfa (todas en Reino Unido), implica una irresponsabilidad.

La crisis del coronavirus, con toda probabilidad, no será la única plaga bíblica que padeceremos. Si no aprendemos la lección ahora, no estaremos preparadas/os y volveremos a las cuarentenas y a convertir en oficinas nuestros hogares. Pero mientras los aerogeneradores seguirán girando y los paneles continuarán recogiendo la luz solar sin precisar nuestra ayuda, los/as trabajadores/as de una central nuclear no pueden dejarla desatendida. Sabiendo esto, cuesta entender que se quiera construir una central que no puede abandonarse con tranquilidad.

La respuesta, por supuesto, es el dinero. Pero no el de la industria. El nuestro. Somos las personas normales quienes mantenemos las centrales en activo, y quienes sufragamos los costes de construir una nueva.

Hace poco estuve en una sala con 75 personas, justo antes de no poder hacerlo, en Suffolk, Inglaterra, escuché discursos muy elocuentes en contra de los planes de construir una nueva central, Sizewell C, allí. El evento estuvo organizado por las Autoridades Locales Libres de Nucleares (Nuclear Free Local Authorities en inglés). El proyecto de Sizewell C, que aporta dos nuevos reactores a los que siguen operando en Sizewell B, amenaza con destruir una de las reservas naturales más ricas, frágiles y diversas de todo el país, Minsmere. Además de que la quieren construir directamente en la playa.

Algunos fragmentos de estas presentaciones, en inglés, se pueden ver aquí.

EDF, la empresa estatal francesa responsable del proyecto, insiste en su página web que “tiene en cuenta la sensible naturaleza del entorno circundante, al tiempo que provee de suficiente espacio para la construcción y operación, segura y eficiente, de la central”. Esto es mentira.

Las primeras tres personas que hablaron nos recordaron la impresionante belleza de Minsmere y de los animales, insectos, pájaros y repitles cuyas vidas cambiarían, si acaso no terminarían, solo por la construcción. Otras personas nos centramos en los riesgos climáticos y radiológicos en caso de que Sizewell C llegara a operar. Vimos diapositivas no solo de estos animales, si no una exótica variedad de vida vegetal que perderíamos. La construcción diseccionaría e interrumpiría los hábitats de estas especies, espantándolas y obligándolas a huir, ya que implica luces las 24 horas del día, ruidos, maquinaria pesada, tráfico y la tranformación de este espacio natural. La vida natural, que ya está desapreciendo a una velocidad espeluznante, desaparecería.

Después de escuchar las presentaciones del periodista de medioambiente y deportes Simon Barnes, de Ben Mcfarland, responsable de conservación del Fondo de Vida Natural de Suffolk (Suffolk Wildlife Trust), y de Rachel Fulcher, de Amigos de la Tierra - Costa de Suffolk, era imposible para mí no preguntarme cómo permitimos todo esto. Pero hasta ahora, el Consejo del Condado de Suffolk -la autoridad local- sigue adelante con los planes, salvo por algunas advertencias hacia EDF.

Aún podemos hacerles cambiar de opinión.

Continúa en la segunda parte.

Traducción de Raúl Sánchez Saura.

Fuente:
Linda Pentz Gunter, Lecciones nucleares del coronavirus I, 11 mayo 2020, El Salto Diario. Consultado 11 mayo 2020.

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