Las
labores de adaptación al coronavirus nos permiten reflexionar acerca
de la crisis climática y de cuánto tenemos que hacer. Ante los
planes de EDF, empresa estatal francesa, de construir una central
nuclear en Suffolk, Inglaterra, que amenaza con destruir una de las
reservas naturales del país, es preciso considerar las consecuencias
de construírla, operarla y mantenerla en tiempos tan complicados
como estos.
por
Linda Pentz Gunter
Artículo
publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
No
hay lugar para la nuclear en tiempos de pandemia y caos climático.
No
hay nada como encerrarte en tu propia casa, junto a tus seres
queridos, para centrarte en las crisis que asedian el mundo más allá
de tus puertas y ventanas.
Y
hablamos de crisis en plural porque, aunque ahora nos centremos en el
coronavirus, existe otra, gigante, que se acerca con la promesa de
una devastación mucho mayor, y que sin embargo no genera el mismo
tiempo de reacción inmediata. Se trata, claro está, del cambio
climático.
Pensar
en el coronavirus desde mi despacho, tranquilo, sin el ruido del
tráfico llegando desde la calle y con el canto de los pájaros como
fuente de distracción, me conduce inevitablemente a pensar en la
crisis climática, ya que guarda una importante conexión con el
covid-19. En ambos casos, necesitamos reconocer el problema; después,
nos tienta pensar que se solucionará por sí solo; más adelante,
que igual no será tan malo como dicen; al poco, admitimos que la
situación es muy preocupante, pero no queremos hacer todo lo
necesario para solucionarla; finalmente, nos toca confrontar una
crisis que ya es imposible de mitigar.
La
negación parece ser uno de los grandes logros humanos. Es por eso
que existe la energía nuclear. Será tan barata que no nos cobrarán
por ella. Ningún accidente puede ocurrir. Ya solucionaremos la
cuestión de los residuos.
Con
la crisis climática, debería quedar claro que construir centrales
nucleares, donde sea, no es una idea inteligente. La subida del nivel
del mar es segura, y los incendios, inundaciones y tormentas
aumentarán en frecuencia y fuerza. Además, los terremotos no se
irán a ningún lado. Construir centrales repletas de combustible,
destinadas a generar radioactividad, en un entorno así es una
locura. Además, construírlas en las costas, como Hinkley, y como se
considera para Sizewell y para Wylfa (todas en Reino Unido), implica
una irresponsabilidad.
La
crisis del coronavirus, con toda probabilidad, no será la única
plaga bíblica que padeceremos. Si no aprendemos la lección ahora,
no estaremos preparadas/os y volveremos a las cuarentenas y a
convertir en oficinas nuestros hogares. Pero mientras los
aerogeneradores seguirán girando y los paneles continuarán
recogiendo la luz solar sin precisar nuestra ayuda, los/as
trabajadores/as de una central nuclear no pueden dejarla desatendida.
Sabiendo esto, cuesta entender que se quiera construir una central
que no puede abandonarse con tranquilidad.
La
respuesta, por supuesto, es el dinero. Pero no el de la industria. El
nuestro. Somos las personas normales quienes mantenemos las centrales
en activo, y quienes sufragamos los costes de construir una nueva.
Hace
poco estuve en una sala con 75 personas, justo antes de no poder
hacerlo, en Suffolk, Inglaterra, escuché discursos muy elocuentes en
contra de los planes de construir una nueva central, Sizewell C,
allí. El evento estuvo organizado por las Autoridades Locales Libres de Nucleares (Nuclear Free Local Authorities en inglés). El proyecto
de Sizewell C, que aporta dos nuevos reactores a los que siguen
operando en Sizewell B, amenaza con destruir una de las reservas
naturales más ricas, frágiles y diversas de todo el país,
Minsmere. Además de que la quieren construir directamente en la
playa.
Algunos
fragmentos de estas presentaciones, en inglés, se pueden ver aquí.
EDF,
la empresa estatal francesa responsable del proyecto, insiste en su
página web que “tiene en cuenta la sensible naturaleza del entorno
circundante, al tiempo que provee de suficiente espacio para la
construcción y operación, segura y eficiente, de la central”.
Esto es mentira.
Las
primeras tres personas que hablaron nos recordaron la impresionante
belleza de Minsmere y de los animales, insectos, pájaros y repitles
cuyas vidas cambiarían, si acaso no terminarían, solo por la
construcción. Otras personas nos centramos en los riesgos climáticos
y radiológicos en caso de que Sizewell C llegara a operar. Vimos
diapositivas no solo de estos animales, si no una exótica variedad
de vida vegetal que perderíamos. La construcción diseccionaría e
interrumpiría los hábitats de estas especies, espantándolas y
obligándolas a huir, ya que implica luces las 24 horas del día,
ruidos, maquinaria pesada, tráfico y la tranformación de este
espacio natural. La vida natural, que ya está desapreciendo a una
velocidad espeluznante, desaparecería.
Después
de escuchar las presentaciones del periodista de medioambiente y
deportes Simon Barnes, de Ben Mcfarland, responsable de conservación
del Fondo de Vida Natural de Suffolk (Suffolk Wildlife Trust), y de
Rachel Fulcher, de Amigos de la Tierra - Costa de Suffolk, era
imposible para mí no preguntarme cómo permitimos todo esto. Pero
hasta ahora, el Consejo del Condado de Suffolk -la autoridad local-
sigue adelante con los planes, salvo por algunas advertencias hacia
EDF.
Aún
podemos hacerles cambiar de opinión.
Continúa
en la segunda parte.
Traducción
de Raúl Sánchez Saura.
Fuente:
Linda Pentz Gunter, Lecciones nucleares del coronavirus I, 11 mayo 2020, El Salto Diario. Consultado 11 mayo 2020.
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