Este
es un artículo de opinión de Pedro Linares, catedrático de
Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de
Ingeniería ICAI, en la española Universidad Pontificia Comillas.
por
Pedro Linares
MADRID,
20 may 2020 (IPS) - La crisis de covid-19 no ayudará demasiado al
ambiente ni a paliar el cambio climático: la reducción de emisiones
es insignificante (en parte por su carácter no permanente) comparada
con lo que realmente tenemos que hacer para mantener el calentamiento
global en niveles aceptables.
Además,
debemos tener cuidado con cómo salimos de la crisis. Algunos
elementos pueden contribuir a que no lo hagamos en la dirección
correcta.
Factores
que incitan a tomar el mal camino
Los
precios del petróleo han bajado a niveles ridículos: no hay demanda
y tampoco hay ya lugar para almacenarlo. Estas condiciones debilitan
la motivación para sustituirlo por combustibles más sostenibles.
Los
precios del dioxido de carbono ( CO₂) también bajaron mucho por el
parón económico. Al igual que en el caso del petróleo, es una
tendencia normal: al bajar la actividad económica, se reducen las
emisiones. Por tanto, también disminuye la necesidad de disponer de
permisos para emitir.
Sin
embargo, en este caso hay un sistema de almacenamiento incorporado al
mercado europeo de emisiones: el banking. Existe la posibilidad de
guardar permisos (o de comprarlos ahora) para utilizarlos luego,
cuando sean más caros. Esto, que algunos podrían considerar
especulación indeseable, es muy positivo. Permite estabilizar el
precio de los permisos y reducir el coste de alcanzar un determinado
nivel de contaminación.
Al
comprar permisos ahora, sube el precio del CO₂. En el futuro,
cuando (ojalá) la actividad económica se recupere, el precio de
emitir será inferior al que hubiera habido sin banking. La cantidad
emitida será la misma, pero el coste y, por tanto, el impacto
económico, será menor. El banking ya se ha puesto en marcha, y por
eso los precios se han recuperado hasta niveles cercanos a los que
había antes de la crisis.
Por
último, existe la tentación de primar la recuperación económica y
postergar o incluso dejar sin efecto temporalmente medidas
ambientales por sus posibles consecuencias negativas a corto plazo
para la economía. Algunas de las propuestas del presidente estadounidense Donald Trump, por ejemplo, parecen ir en esta
dirección. Este riesgo es aún mayor dada la amenaza de que los
populismos y nacionalismos crezcan con la crisis.
Entender
la crisis como una oportunidad
En
estas condiciones, ha surgido un debate muy apropiado sobre cómo
convertir esta crisis en una oportunidad. Dirigiendo correctamente
los flujos de dinero que se van a movilizar para recuperar la
actividad, es posible crear una economía más sostenible.
No
es una cuestión sencilla. Igual que muchos tratan de defender el
status quo con la excusa de la recuperación económica (aerolíneas,
compañías petrolíferas, etc.), existe el riesgo de enfocar mal
esta oportunidad. Puede convertirse simplemente en una extracción derentas públicas que beneficie a algunos agentes con negocios verdes
a costa del consumidor o contribuyente. De esta forma, no se
promovería un cambio de modelo económico hacia uno menos consumista
y más sostenible. Por eso es importante que este debate sea serio y
riguroso.
Cómo
usar los fondos de ayuda y reconstrucción
Para
canalizar correctamente las ayudas públicas, podrían distinguirse
dos fases: una enfocada a evitar el hundimiento de la economía y
otra en la que comenzamos a reconstruir.
En
la primera fase no debería haber muchas restricciones previas. Lo
importante es que el dinero llegue lo antes posible a quienes lo
necesitan: las familias y las empresas. Esto no significa que nos
debamos lavar las manos acerca de cómo se usa ese dinero: tenemos
que tratar de evitar que se utilice para los fines equivocados.
Por
ejemplo, se podrían pedir contrapartidas a las empresas que lo
reciban: pedirles a cambio una estrategia de futuro alineada o
compatible con la descarbonización.
Ahora
bien, hay que tener cuidado con no pedir imposibles. Sería poco
realista, por ejemplo, pensar que debemos salvar a las aerolíneas
solo si se comprometen a reducir sus emisiones de hoy para mañana.
Esto es técnicamente imposible. Tampoco parece tener mucho sentido
invertir dinero público en salvar industrias a las que no queda mucho tiempo de vida en su configuración actual.
Pero
hay sectores donde la condicionalidad de las ayudas puede ser muy
efectiva. Un ejemplo es el sector turístico en España, con mucho
potencial para descarbonizarse y hacerse más resiliente con las
inversiones necesarias. O el sector de la automoción, que debe
evolucionar hacia un paradigma eléctrico.
En
esta primera fase podríamos aprovechar también la bajada en los
precios de los combustibles o el CO₂ para, aunque parezca
contraintuitivo, introducir esa fiscalidad ambiental que llevamos
tanto tiempo esperando. Esto evitaría que volviéramos a consumir
más petróleo o más carbón.
Por
un lado, la bajada de precios crea margen para introducir impuestos
sin que los consumidores o empresas noten el golpe. Por otro, permite
obtener ingresos públicos en lugar de enviar las rentas a los países
productores de combustibles fósiles.
Finalmente,
en los casos en los que el dinero público (como el del Banco Central
Europeo) se dirige a comprar deuda pública, se podría exigir que,
cuando esa deuda se utilice para inversión, lo haga con criterios
sostenibles. Por ejemplo, Peter Sweatman y Brook Riley animan al Banco Central Europeo a que use parte de sus fondos para comprar
deuda del Banco Europeo de Inversiones. Este, en línea con el Green Deal, ha establecido criterios ambientalmente exigentes para su
financiación.
Segunda
fase: ¿en qué sectores invertimos?
Cuando
pase la crisis sanitaria, puede comenzar la fase de estímulo de la
economía. En esta etapa, si de verdad queremos avanzar hacia una
economía sostenible, debemos asegurarnos de que financiamos
inversiones y no gastos. Y que las inversiones van dirigidas no
solamente al capital físico, sino también al capital humano.
A
estas alturas, hemos aprendido algunas lecciones: tenemos que
invertir más en salud pública y en tecnologías de la comunicación
para que nadie se quede atrás. Todo ello con criterios de
sostenibilidad ambiental y social, no solo económica.
También
tendremos que invertir para reducir nuestras emisiones de gases de
efecto invernadero y descarbonizar el sector energético. Además,
cuando invertimos en eficiencia o renovables no solo ayudamos a la
descarbonización, sino que, por su propia definición, creamos valor
añadido y reducimos el gasto, algo muy deseable.
La
cuestión es si debemos priorizar todas las inversiones hacia el
sector energético y la lucha contra el cambio climático. La salud y
la educación también son muy importantes, aunque no se gane dinero.
Incluso las infraestructuras, si contribuyen a una mayor
sostenibilidad (por ejemplo, con un urbanismo más amable). Aquí
hace falta una discusión pública sosegada. Solo bien informados y
no contaminados por intereses económicos ajenos es posible
establecer prioridades.
Además,
si el objetivo es levantar de nuevo la economía nacional, no basta
con apoyar económicamente para invertir en equipos renovables o de
eficiencia. Puede que estos no se produzcan en España y que no
contribuyan lo necesario a la creación de empleo, de renta, de
competitividad y de conocimiento. Para levantar realmente la economía
nacional hace falta invertir con inteligencia en aquellos sectores en
los que somos competitivos y que, por tanto, generan renta nacional.
Y también en los que podemos serlo.
Por
ejemplo, según este reciente estudio, España parece tener potencial
para ser competitiva en tecnologías verdes, por el tipo de productos
que ya exporta. Pero también puede serlo en otro sectores como el
biosanitario, o en la educación.
Una
política industrial inteligente
La
política industrial inteligente debe jugar un papel fundamental.
Como bien nos recuerda Rodrik, es fundamental para lograr un
crecimiento verde y sostenible (porque las numerosas externalidades
asociadas hacen imposible que se produzca solo).
Además,
al contrario que otras políticas cuyo único objetivo es el
proteccionismo, esta tiene beneficios globales. Sus características
esenciales son:
- Que haya instituciones que permitan la colaboración entre el estado y los agentes privados.
- Que las ayudas estén condicionadas al buen rendimiento y no sujetas al capitalismo de amiguetes… y por tanto sean evaluadas rigurosamente.
- Que haya transparencia y rendición de cuentas.
La
necesidad de inversión pública también puede ser una oportunidad
para integrar alguna de las ideas de Mazzucato: que el estado no solo
entregue fondos, sino que se convierta en socio de las inversiones
para beneficiarse también si las cosas van bien (y no solo pague si
van mal).
Eso
sí, como los fondos públicos son limitados, habría que crear las
condiciones para que el sector privado también ayude a la
recuperación en la dirección deseada. Para eso necesitamos marcos
claros que den señales adecuadas y estables. En el caso
energético-ambiental, el marco ya está listo, en parte: el Green
Deal europeo y los planes nacionales de energía y clima (PNIEC).
Pero aún faltan las señales claras y esa política industrial
inteligente.
En
todo caso, para avanzar en esta dirección no hacen falta cambios
revolucionarios. De hecho, ponernos a discutir sobre esas
revoluciones puede hacernos perder mucho tiempo. En lo que se refiere
a la inversión energética sostenible, ya contamos con muchos de los
instrumentos necesarios. Solo necesitamos la voluntad política para
implantarlos.
Este
artículo fue publicado originalmente por The Conversation.
RV:
EG
Fuente:
Pedro Linares, Cómo salir de la crisis de covid-19 por la vía de la descarbonización, 20 mayo 2020, Inter Press Service. Consultado 23 mayo 2020.
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