En
un fallo inédito, la Corte dictamina que el país sudamericano debe
emitir un título propietario único para 132 comunidades de la
provincia de Salta.
por
Josefina López Mac Kenzie
Existen
cientos de reclamos de pueblos indígenas al Estado argentino para
que reconozca la propiedad ancestral de las tierras, pero es la
primera vez que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se
expide en uno. Se trata del conflicto más grande y antiguo en este
país, involucra 400.000 hectáreas del Chaco salteño (noreste del
país) habitadas por unas diez mil personas, y la sentencia se
conoció el jueves. “Argentina es responsable por violar los
derechos a la propiedad comunitaria indígena, a un ambiente sano, a
la identidad cultural, a la alimentación y al agua”, dijo la CIDH.
Las víctimas son 132 comunidades originarias, a quienes Argentina
deberá expedir un título de propiedad colectivo y reparar en varios
aspectos. Por ejemplo, garantizándoles acceso al agua potable y a
una alimentación adecuada. La zona es crítica, allí se vive en la indigencia y los niños mueren regularmente de hambre, sed o infecciones.
“Estoy
contento, fue una lucha larga. Las comunidades se sienten bien,
tranquilas. Saben ahora que su territorio es recuperado”, dijo
Francisco Pérez, cacique de la comunidad Cañaveral y uno de los
coordinadores de la asociación Lhaka Honhat. “La sentencia es muy
importante: acepta la razón de nuestro pedido. Estamos contentos.
Faltaría pensar cómo vamos a desarrollar, a usar nuestro territorio
para el futuro. Para nuestros hijos”, sostuvo Pérez en Lhapakas
(“Nuestras voces”, en wichí), una emisora popular indígena.
Salta
es la provincia argentina con mayor diversidad cultural. Este
conflicto se remonta hasta 1984, en el retorno de la democracia,
cuando indígenas del departamento Rivadavia, una franja inmensa de
monte y calor agobiante situada en el límite con Bolivia y Paraguay,
empezaron a pedir que se reconociera su propiedad en las tierras que
ocuparon históricamente; pedían un título único -sin
subdivisiones-. Ellos pertenecen a las etnias wichi, chorote y
chulupí, y viven allí hace siglos. Son pescadores, cazadores,
recolectores de frutos y miel, y hacen artesanías con madera de palo
santo y fibra de chaguar, aunque hoy suelen vivir asentados en aldeas
más sedentarias y depender de beneficios sociales del Estado.
El
caso se conoce como Lhaka Honhat (“nuestra tierra”, en lengua
wichí), por la asociación que nuclea a los peticionantes. La
superficie reclamada fue primero de 643.000 hectáreas y después, de
400.000. Muchas familias criollas (no indígenas) también habitan la
zona históricamente, y en muchos casos son igualmente pobres. Pero
los demandantes le plantearon al Estado que el desarrollo de su forma
tradicional de vida -su mundo social y cultural- resulta alterada por
las actividades de los criollos. Por ejemplo, el pastoreo de la
ganadería, la instalación de alambrados o la tala ilegal.
En
décadas, el conflicto recorrió todos los peldaños provinciales,
nacionales e internacionales. Los wichís elaboraron un mapa de
topónimos para demostrar su antigua presencia en el territorio, se
dictaron soluciones amistosas y acuerdos para que el Estado
repartiera la tierra entre indígenas y criollos y hubo un referéndum
provincial. En 1998 el caso llegó a la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos y luego, a la Corte.
Tierra,
agua, alimentos
La
sentencia da al Estado argentino un máximo de seis años para
terminar de delimitar los terrenos (se había hecho parcialmente) y
otorgar un título que reconozca la propiedad conjunta de las 132
comunidades. Además, el país debe quitar los alambrados y el ganado
de los criollos, y reubicar a estos pobladores en otras zonas
productivas, aunque sin forzar desalojos, en principio. También
tiene que identificar en seis meses los puntos de esta zona donde
falta agua potable -la situación es dramática-, y tomar medidas
para garantizar el acceso permanente a ella y a una alimentación
“nutricional y culturalmente adecuada” para los pobladores.
Además, Argentina debe reforestar el lugar, impedir la tala
indiscriminada, crear un fondo de desarrollo comunitario y difundir
este fallo también en las lenguas originarias.
En
las comunidades beneficiadas la exclusión social es alarmante. Las
Vertientes, Cañaveral, Pozo de Tigre, Buen destino, El Porvenir, Pim
Pim, La Esperanza, La Curvita, Misión la Paz y Misión Anglicana
(misión es un término en desuso, huella de la evangelización
inglesa de la esta zona a principios del siglo XX) son algunos de sus
nombres. No tienen agua, no llegaron los suplementos de alimentos
secos ni el agua mineral prometidos por el gobierno ante una oleada
de muertes de niños, y tampoco productos de higiene para afrontar la
emergencia por coronavirus. Muchos críos son analfabetos y no están
vacunados, y faltan enfermeros, agentes sanitarios y ambulancias.
En
un comunicado y en una serie de twits, la Secretaría de la CIDH
subrayó el carácter inédito de la sentencia. Sostuvo: “Por
primera vez en un caso contencioso, la Corte analizó los derechos a
un medio ambiente sano, a la alimentación adecuada, al agua y a la
identidad cultural en forma autónoma a partir del artículo 26 de la
Convención Americana, ordenando medidas de reparación para la
restitución de esos derechos (…)”.
En
función de este fallo, ahora Argentina tendrá que consultar con los
originarios antes de hacer cualquier obra en este lugar. Esto se
relaciona con un capítulo importante de esta historia: el de la
construcción del puente internacional Misión La Paz
(Argentina)-Pozo Hondo (Paraguay), sobre el río Pilcomayo,
mencionado en el fallo de la Corte. En 1995, el gobierno de Carlos
Menem lo anunció como parte de un ambicioso plan para integrar la
postergada región chaqueña con el Mercosur, proyecto que se
combinaría con un “corredor bioceánico” (Atlántico-Pacífico),
carreteras y la urbanización de la zona.
Pero
los indígenas no fueron consultados ni hubo evaluaciones del impacto
ambiental, por lo que decidieron tomar pacíficamente ese puente,
medida que sostuvieron casi un mes. El documental Misión La Paz, de
Gianfranco Quattrini y Sebastián Antico, recoge parte de esta
historia. Otros de los hitos indígenas de los años noventa ligados
a esta historia fueron una toma que hicieron del atrio de la catedral
de la ciudad de Salta, y la llegada de la referente wichí Octorina
Zamora a la Casa Rosada, en Buenos Aires, donde la recibió Menem.
En
todo el Chaco argentino (provincias de Chaco, Formosa, Santiago del
Estero, este de Salta y norte de Santa Fe y Córdoba) hay más de 380
conflictos abiertos entre comunidades y el Estado. Algunos están
motivados por la tenencia de la tierra, otros por demandas
ambientales y varios conjugan ambas cuestiones, según estimaciones
de la asociación civil Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf). El
grueso de ellos surgió después del año 2000, según Redaf, por las
tensiones entre el agronegocio “y la cultura indígena y campesina,
donde la tierra constituye un espacio de vida”.
Son
millones de hectáreas en juego, y este fallo podría ser un
precedente. Sin embargo, en sus fojas se reprocha que la justicia
argentina no resuelve en plazos razonables y que el país “no
cuenta con normativa adecuada para garantizar en forma suficiente el
derecho de propiedad comunitaria”.
Fuente:
Josefina López Mac Kenzie, La CIDH impone a Argentina garantizar tierra, agua potable y alimentos a comunidades indígenas, 7 abril 2020, El País.
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