De
todas las cosas que aprendí durante mis años en la pluviselva del
Parque Nacional de Gombe Stream, en Tanzania, mientras llevaba a cabo
mis ivestigaciones sobre el comportamiento de los chimpancés, una de
los más importantes es de qué manera se encuentra interrelacionada
toda la vida. Todas las especies tienen que desempeñar un papel en
la compleja malla de la vida. Como ejemplo, la deforestación de la
Cuenca del Congo, el Amazonas y los bosques tropicales de Asia puede
parecerle algo sin importancia a la gente de los Estados Unidos o de
Europa, pero la pérdida estos bosques (así como de los demás
ecosistemas) está alterando patrones meteorológicos globales y
afectando a gente de todas partes del mundo. Los humanos somos parte
del mundo natural, nos vemos reflejados en otros y en todos los demás
animales que habitan el planeta con nosotros. De manera semejante, en
muchas partes del mundo puede que la gente no sepa -o se preocupe-
acerca del animalito denominado pangolín. Pero eso cambia en cuanto
conocen el papel que los pangolines han desempeñado probablemente en
el surgimiento de la actual pandemia del nuevo coronavirus, el
Covid-19.
La
estrecha proximidad a animales salvajes, sobre todo en mercados
callejeros que venden animales vivos, puede dar lugar a enfermedades
provocadas por virus que cruzan la barrera de las especies y llegan
de un salto hasta nosotros. El brote del SARS (o SRAS, Síndrome
Respiratorio Agudo Severo) se originó en un mercado de carne en
China a partir de una civeta (un mamífero de pequeño tamaño), el
MERS (SROM, Síndrome Respiratorio de Oriente Medio), de un camello
en Oriente Medio. La evidencia sugiere que el Covid-19 puede haberse
originado en murciélagos, transmitido a los pangolines y luego
contagiado a los seres humanos en un mercado de animales vivos de
China. De las muchas enfermedades nuevas que han surgido desde 1960,
los científicos estiman que más de la mitad ha sido provocada por
transmisión de otras especies a los seres humanos. Pensaríamos que
habíamos aprendido qué fácilmente podría volver a suceder esto
otra vez.
La
demanda global de vida salvaje, la destrucción del mundo natural y
la propagación de enfermedades están teniendo un efecto
catastrófico sobre el mundo tal como lo conocemos. Nos encontramos
en medio de la Sexta Gran Extinción, se ha perturbado el equilibrio
de la naturaleza, y ha aumentado el sufrimiento de los humanos y
otros animales. Resulta difícil captar la amplitud del daño. Igual
que es verdad que tendemos a pensar en el sufrimiento de los humanos
como agrupaciones de personas -refugiados, trabajadores infantiles,
gente sin techo- antes que en el sufrimiento de los individuos que
coprenden esos grupos, así sucede que la gente rara vez piensa en el
sufrimiento de los individuos cuando hablamos de especies de vida
animal amenazadas. Pero cada animal individual de una especie, igual
que cada ser humano, es importante.
Nos
encontramos en un momento en cierto modo sin precedentes para darnos
cuenta hasta qué punto es vulnerable cada uno de nosotros a
problemas que pueden empezar lejos de nosotros, en otras especies, en
otras partes del mundo. El Covid-19 supone muchas cosas, pero también
una razón para calcular las enormes repercusiones que algo que daña
el mundo natural puede tener sobre nosotros como individuos.
Ahora
notamos el verdadero coste del tráfico de vida salvaje y de la
destrucción del mundo natural, lo que nos pone en contacto más
estrecho con la fauna salvaje. Mi propia labor me ha mostrado cómo
todos los años se hurta al medio salvaje a miles de grandes simios.
Se les caza como carne del furtivismo y por las partes del cuerpo, y
las crías se capturan vivas para ser vendidas ilegalmente en el
extranjero como animales de compañía, para zoos o espectáculos y
atracciones turísticas. Este mercado resulta inquietante para
cualquiera que ame a estas maravillosas criaturas, pero también
amenaza su existencia misma. Muchas otras especies se encuentran
también en peligro, entre ellos elefantes, rinocerontes, grandes
felinos, jirafas, reptiles y otras. Los pangolines son los animales
de la Tierra con los que más se trafica. Cuando nos lamentamos del
efecto que este comercio tiene sobre los individuos que lo sufren,
debemos ver también que esta demanda y tragedia globales crearon las
circunstancias que han tenido probablemente como resultado la actual
pandemia. El riesgo que presenta a los humanos supone, desde luego,
otra razón para enfrentarse a este comportamiento.
Afortunadamente,
una estricta prohibición del tráfico de fauna salvaje se puso en
práctica en China poco después de la aparición del Covid-19, lo
que incluye prohibir importar, vender y comer animales salvajes. Y
otros países, como Vietnam, están siguiendo el ejemplo. En la
actualidad, estas medidas no prohiben el comercio de pieles, las
medicinas o la investigación, pero estoy segura de que se cerrarán
estos resquicios. Se trata de un comercio global, y cada país y cada
individuo ha de poner de su parte para crear una legislación más
completa que proteja la vida salvaje, acabe con el tráfico ilegal en
las fronteras nacionales y prohiba las ventas (sobre todo en la Red).
Y debemos combatir la corrupción que permite que continúen estas
actividades aun cuando están prohibidas o son ilegales. Por
añadidura, los chimpances y otros grandes simios, con los que tanto
compartimos de nuestra biología, son también susceptibles a la
transmisión de la enfermedad desde los humanos y han sufrido
terriblemente a causa de enfermedades respiratorias, includo el
coronavirus, contagiado por los humanos. Debemos estar mucho más
alerta sobre la gestión o la estrecha proximidad a la vida salvaje
para protegerla y protegernos a nosotros.
Con
todo, aun cuando vamos luchando por un mundo en el que no se trafique
ni nos comamos la vida salvaje, debemos de recordar también que hay
mucha gente que depende de este comercio para sus ingresos. Estos
esfuerzos serán en vano si no apoyamos formas de trabajo
alternativas. Nuestras secciones globales del Jane Goodall Institute
utilizan Tacare, nuestro método de conservación de base
comunitaria, que se centra en escuchar las necesidades de la gente.
Apoyamos el desarrollo de modos de sustento medioambientalmente
sostenibles, como la agrosilvicultura, la apicultura y las artesanías
locales, por ejemplo. Le damos a la gente herramientas para crear
planes de gestión de uso de las tierras de las aldeas, que incluyen
protección de los bosques de la comunidad y la creación de pasillos
para la vida salvaje. Y apoyamos su capacidad de supervisar la salud
de su medio ambiente con tecnología innovadora. A través de este
proceso, se dan cuenta de que la protección del medio ambiente es
salvaguarda de su propio futuro, el futuro de sus hijos y el futuro
de la vida salvaje. Este modelo de empoderamiento local ya está
operativo en seis países en lo que trabaja el Instituto Jane
Goodall, y espero que se pueda utilizar en muchos más lugares de
todo el mundo.
Hay
soluciones a nuestro alcance para las amenazas debatidas más arriba.
Las leyes que hoy creamos para proteger la vida salvaje protegerán
también a las comunidades humanas, Restaurar y proteger los bosques
por medio de la legislación y el empoderamiento de comunidades
locales salvará especies y prevendrá la transmisión de
enfermedades. Crear modos de vida sostenibles alternativos creará
comunidades humanas más resilientes y exitosas. Tiene una
desesperada importancia en la ventana temporal que nos queda que
pongamos todos de nuestra parte para curar el daño que hemos
infligido al mundo natural, del que formamos parte. Dejemos de
robarle el futuro a nuestros hijos y a otras especies con las que
compartimos nuestro hogar.
Jane Goodall es primatóloga, etóloga y antropóloga británica, célebre por sus investigaciones sobre chimpances en el Parque Nacional Gombe Stream de Tanzania, es fundadora del Instituto Jane Goodall.
Fuente:
Slate, 6 abril 2020
Traducción:
Lucas Antón
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