por
Mariano Caucino
En
busca de un culpable a quien responsabilizar por el dramático
desarrollo a escala global del COVID-19, las luces del mundo apuntan
a China. El régimen comunista del país más poblado del mundo es
visto como responsable de haber originado esta tragedia global por no
haber alertado tempranamente a la Organización Mundial de la Salud
sobre la aparición del virus. Otras voces sostienen que Beijing
directamente ha ocultado deliberadamente lo que ocurría. En ausencia
de controles internos, sin los contrapesos institucionales y la
fiscalización de la prensa libre de los países democráticos, el
Politburó pudo haber caído preso de una suerte de síndrome
Chernobyl.
El
26 de abril de 1986 una falla en el reactor nuclear en Chernobyl, a
unos cincuenta kilómetros de Kiev, en la entonces república
soviética de Ucrania, provocó una explosión que derivó en una
gigantesca catástrofe en la zona. Finlandia detectó una inmensa
nube radioactiva que cubrió buena parte del territorio de Ucrania,
Bielorrusia y Rusia y que amenazaba a extenderse hacia Europa
Occidental.
Durante
varios días, las autoridades de Moscú se negaron a admitir los
hechos. Los jerarcas soviéticos rechazaron cualquier reconocimiento
de la tragedia y aseguraron que solamente habían muerto dos personas
y que no existía riesgo de radiación. En el transcurso de las
primeras 36 horas desde que tuvo lugar el accidente, el gobierno
apenas emitió dos escuetos comunicados que reunían en conjunto tan
sólo 250 palabras, tal como advirtió el New York Times en su
edición del día 29. Recién al cuarto día, el Izvestia (el
períodico del gobierno soviético) reconoció la existencia del
accidente. En las jornadas posteriores, las autoridades se rehusaron
a informar el verdadero alcance de la tragedia y se negaron a
suspender las celebraciones del "Día de la Solidaridad
Internacional de los Trabajadores" (1 de mayo) y el desfile del
día de la Victoria en la Gran Guerra Patriótica (9 de mayo). Los
ciudadanos soviéticos y los de los países satélites del Pacto de
Varsovia, sin embargo, lograban informarse a través de la Voice of
America, Radio Free Europe o mediante el eficaz sistema de rumores
subterráneos al que ninguna dictadura puede escapar. No obstante, un
vocero del Kremlin reiteró que la prensa occidental estaba actuando
bajo los impulsos de una "histeria anti-soviética". Desde
Tokio, donde sesionaba el G-7, el presidente Ronald Reagan exigió el
4 de mayo que "la Unión Soviética le debe al mundo una
explicación" y sostuvo que "un accidente nuclear que
resulta en la contaminación de varios países con material
radiactivo no es un simple asunto interno". Recién el 13 de
mayo, el Pravda reconoció que "esto es una agonía para nuestra
Patria". Al día siguiente, un demacrado Gorbachov habló al
país. Habían pasado dieciocho días desde la explosión.
La
catástrofe de Chernobyl tuvo consecuencias dramáticas para la Unión
Soviética. Puso en negro sobre blanco hasta qué punto el imperio de
Stalin era una superpotencia, pero una superpotencia del Tercer
Mundo. Las tragedia dejó al desnudo las inconsistencias materiales
que se ocultaban detrás de los gruesos muros del Kremlin. El sistema
estaba basado en mentiras en las que nadie creía, un cinismo
extendido, un creciente clientelismo y una ideología totalitaria que
justificaba los mayores abusos de derechos humanos en pos del
mantenimiento de los privilegios de la élite de la nomenclatura
comunista. Varios años más tarde, Gorbachov reconoció que la
explosión constituyó una "punto de inflexión" que
permitió acelerar el proceso de reformas y apertura -Perestroika y
Glasnost- que había lanzado recientemente.
Tres
años antes, un episodio poco recordado había anticipado aquel
comportamiento: el Politburó había intentado ocultar el derribo de
un Boeing 747 de Korean Airlines (KAL 007) con 269 pasajeros a bordo
que cubría la ruta Nueva York-Anchorage-Seúl cuando sobrevolaba
territorio soviético, aparentemente por un error del instrumental de
vuelo. Los radares detectaron el ingreso del vuelo en la península
de Kamchatka, sobre espacio aéreo soviético, creyendo que se
trataba de un avión de reconocimiento militar norteamericano. El
episodio había contribuido a deteriorar seriamente las relaciones
entre Washington y Moscú. Entre los pasajeros, viajaba un miembro
del Congreso de los Estados Unidos. Las autoridades soviéticas
demoraron casi cinco días en reconocer los hechos y más tarde
afirmaron que ignoraban que se trataba de un vuelo comercial. Fue
entonces cuando el presidente Ronald Reagan describió los hechos
como un "crimen contra la humanidad que nunca será olvidado".
Meses antes, durante su recordado discurso ante la National
Association of Evangelicals en Orlando había calificado a la Unión
Soviética como un "Imperio del mal". Quien fuera embajador
soviético ante la Casa Blanca durante casi veinticinco años,
Anatoly Dobrynin, admitió en sus Memorias que el régimen “esperó
hasta el 6 de septiembre cuando una declaración oficial de la
Agencia TASS reconoció que el avión fue derribado por error por un
caza soviético. Para ese entonces ya se habían dañado seriamente
los intereses permanentes de la Unión Soviética. Las semillas de la
campaña anti-soviética, siempre presente en Occidente, se
propagaron en forma inmediata y tomaron nueva vida”.
Mientras
escribo estas líneas, se ha conocido que las autoridades chinas
admitieron que las muertes por Coronavirus en la ciudad de Wuhan han
sido “actualizadas” hasta un total de 3.689, es decir un número
notablemente mayor al de 1.290 que se había dado a conocer hasta el
momento.
De
Chernobyl a Wuhan, los costos dramáticos derivados de la falta de
transparencia en la información y la ausencia de prensa libre
parecen volver a repetirse.
Con
un agravante adicional. Los hechos actuales tienen lugar en
circunstancias muy diferentes a las de mediados de los años 80. En
nuestros días, Occidente en general y Estados Unidos en particular
no enfrentan a una potencia en declinación como era la Unión
Soviética en 1986. Gracias a las reformas pro-mercado iniciadas tras
la muerte de Mao por Deng Xiaoping, a partir de 1978 ha venido
creciendo a tasas inimaginables. La República Popular China compite
hoy palmo a palmo con los Estados Unidos por el primer puesto como la
mayor economía del planeta.
Los
hechos derivados de la aparición del COVID-19 están dañando
seriamente el intento de construcción de “poder blando” del
régimen comunista chino. La pandemia extendida a escala global
repercutirá en miles de muertes y en una profunda recesión
planetaria.
Si
de algo puede servirnos tanta tragedia, acaso pueda ser haber
aprendido alguna lección. Sin duda una de ellas debe ser recordar
que nada está ganado para siempre y que la civilización es un
aprendizaje continuo. La cultura occidental está basada en un
conjunto de valores: la dignidad del hombre, los derechos
individuales y la limitación del poder del Estado a través de la
división de poderes y la vigencia de una prensa libre. Defenderla,
en palabras y hechos, adquiere en estas horas el carácter de un
imperativo categórico.
Mariano
Caucino es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como
embajador argentino en Israel y Costa Rica.
Fuente:
Mariano Caucino, China y el síndrome de Chernobyl, 19 abril 2020, Infobae. Consultado 20 abril 2020.
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