La
comida en Latinoamérica se la pasa viajando de un país a otro. Se
produce en un lugar y se industrializa y consume en otro. Como
consecuencia gran parte de los alimentos se desperdician y se
sobreutilizan hidrocarburos para el transporte. El 45 % de los gases
de efecto invernadero proviene de la cadena de la agricultura
industrial.
por Sabrina Pozzi, Milton López Tarabochia, Andrea A. Gálvez, Pablo Bruetman, Francisco Parra
En
la provincia de Corrientes, Argentina, las paltas caen en cabezas de
pibes y las pibas. Pero no se comen: en Argentina se come la palta
Hass que se importa desde Chile, país que exporta tanta palta a
Europa y China que debe, a la vez, importarla desde Perú para su
consumo interno. ¿Raro? Parece ser la pauta en Latinoamérica:
alimentos transgénicos, preparados para recorrer miles de kilómetros
consumiendo toneladas de combustibles que generan emisiones de gases
que son los principales responsables de la crisis climática.
Se
trata de un negocio que mueve mucho más que millones. Una actividad
que dificulta consumir alimentos frescos y producidos a pocos
kilómetros, y los reemplazan por productos que llegan de otros
países en camiones o barcos que recorren miles de kilómetros en
refrigeradores. ¿Por qué Chile, país que produce 168 mil toneladas
de palta Hass al año y le compra miles de toneladas de la misma
variedad de palta a Perú? ¿Quiénes son los beneficiarios de esta
actividad de intercambio de productos? ¿Y los perjudicados?
¿Tan
importante es el transporte de alimentos en relación a la emisión
de gases con efecto invernadero?: De acuerdo al Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las
Naciones Unidas la producción agropecuaria es responsable de al
menos el 23 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. De
esas, el 16 % nace en América Latina.
El
ETC Group, una organización internacional dedicada a “la
conservación y el avance sostenible de la diversidad cultural y
ecológica y los derechos humanos” es más contundente: el 45 % de
los gases de efecto invernadero proviene de la cadena de la
agricultura industrial, y se debe más que nada a la gran cantidad de
combustible que se utiliza en el transporte de alimentos o, como
veremos en breve, en el desperdicio de alimentos.
El
traslado de los alimentos es responsable de la crisis climática por
cuatro grandes problemas: obliga a refrigerar los alimentos, obliga a
transportarlos, obliga a producir con agrotóxicos y conservantes
para prolongar su vida útil y obliga a desperdiciarlos. Según la
FAO, un tercio de los alimentos producidos en el mundo no llegan a
ser consumidos. Y la cosa empeora si hablamos de frutas y verduras:
se desperdicia el 45 %. El desperdicio de alimentos produce, junto a
la actividad ganadera, gas metano, el más agresivo de los gases de
efecto invernadero.
En
general, Latinoamérica sigue siendo una de las regiones del mundo
que exporta materias primas: granos, hidrocarburos, alimentos
vegetales y de origen animal. Según los datos del Observatorio de
Complejidad Económica (OEC), la mayoría de los países (excepto
México), vende hacia el mercado exterior estos productos primarios y
comprando productos industriales y tecnología; aunque también se
importa a un nivel considerable productos de origen vegetal y animal,
aunque el propio país los produzca y los exporte por otro lado. La
variedad depende del clima y de las condiciones geográficas, pero en
general, se exporta maíz, arroz, soja, hortalizas, frutas y carne de
vaca. Los destinos de estas exportaciones varían de país en país,
pero los favoritos son Estados Unidos, China, Alemania y Japón.
También es común el mercado interno, por ejemplo, entre Brasil,
Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay en el Cono Sur. Argentina,
Uruguay, Paraguay y Brasil forman la “Gran República Sojera”,
según explica Laura Rosano, integrante de la Red de Agroecología de
Uruguay y Coordinadora de Slow Food en Uruguay.
Chile
y el oro verde
Chile
es una potencia exportadora de paltas. Y es que el llamado “oro
verde” se vende muy bien en Europa y en China: 339 millones de
dólares entraron a las grandes exportadoras en 2019, sólo por la
venta de 144 mil toneladas de paltas que llegaron a Holanda, Reino
Unido, Estados Unidos, Argentina y China como principal destino.
Según datos de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias de
Chile, ese mismo año ingresaron 19 mil toneladas de palta Hass al
país, provenientes de Perú, convirtiéndose en la tercera fruta más
importada del año.
El
negocio de la palta está directamente conectado con la sequía y con
conflictos con comunidades locales. En Petorca, 220 kilómetros al
norte de Santiago, es común ver cómo las franjas verdes de los
paltos colindan con terrenos desérticos. Chile vive desde hace 10
años lo que organismos científicos han calificado como una
“megasequía”. Hoy, cerca del 40 % del país está bajo un
régimen de escasez hídrica.
En
Chile el agua fue privatizada por la dictadura de Pinochet y se
mantiene así desde entonces. El agronegocio es dueño del 85 % de
los derechos consuntivos de agua en el país. Entre ellos está el
ministro de Agricultura, Antonio Walker, empresario agrícola de toda
la vida y propietario de empresas que exportan manzanas. Él y sus
familiares directos son dueños de un caudal de 29 mil litros de agua
por segundo.
En
la ruta de los alimentos que ingresan a Chile, otros países
latinoamericanos son claves. En 2019 el producto que más ingresó al
país fue la carne: 227 mil toneladas, con un valor de más de mil
millones de dólares. Los principales abastecedores fueron Brasil
(108 mil toneladas), Paraguay (78 mil toneladas) y Argentina (29 mil
toneladas). ¿Chile no produjo carne? Sí, y destinó cerca de 19 mil
toneladas a China.
El
país también importó grandes cantidades de cereales: 1.100.000
toneladas de trigo ingresaron al país en 2019 principalmente desde
Argentina (39 %), Canadá (29 %) y Estados Unidos (33 %). La
producción local, en tanto, fue de 1.300.000 toneladas. También
ingresaron más de 2 millones de toneladas de maíz, provenientes de
Argentina y Paraguay, contra las 950.000 toneladas producidas en el
país. Y en arroz, la producción chilena llegó a las 97.000
toneladas, mientras que se importaron otras 126.000 toneladas. Los
principales productos de origen vegetal y animal que llegan de
Argentina a Chile son: carne bovina, aceite de soja, alimentación
animal, azúcar, harina de soja, arroz y queso. Chile importa 29.000
toneladas de carne argentina y exporta 19.000 toneladas, en su gran
mayoría hacia China.
Argentina
y el tomate chino
La
exportación argentina representa 4.500.000.000 de dólares, según
los datos del INDEC de 2019. Argentina también importa lo que
produce. “A pesar de tener una capacidad de producción instalada
de 717.000 toneladas de tomate, lo que representa el 68 % del tomate
que consumen sus habitantes, más del 50 % del tomate que se come en
el país es importado. Y de ese 50 %, el 62 % proviene de China”,
explica Diego Montón, referente del Movimiento Nacional Campesino
Indígena. El caso del tomate es emblemático porque su producción
se destina mayoritariamente al tomate industrial, es decir, para
salsas envasadas y ketchup. Eso hace que el tomate chino o el tomate
de Mendoza, la provincia que más produce la fruta, viaje miles de
kilómetros primero hacia las plantas industriales y luego para ser
consumido. ¿Quién gana?
Las
empresas que producen salsa de tomate, como Arcor y Unilever, toman
la materia prima que entregan las familias productoras de tomate y la
venden a precio regalado para convertirlas en salsa envasada en
plástico o cartón. Los consumidores compran un tomate y una salsa
de tomate más cara (por el traslado y con mayor impacto en el medio
ambiente) porque un tomate si se consume en el corto plazo y a no más
de 50 kilómetros de dónde es producido, no debe refrigerarse. En
cambio, si debe realizar grandes traslados, inevitablemente consumirá
más combustible fósil. “Si un camión anda a combustible fósil,
lo cual hacen todos, nafta o gasoil, ninguno a gas, y tienen cámara
de refrigeración, consumen más combustible fósil porque el gas
-sea cual fuere- que refrigera, precisa de una energía para moverse.
No se mueve solo. Y esa energía la saca del motor. Es decir, que el
motor no solamente consume para mover al camión, sino que lo hace
doblemente, por el consumo de la refrigeración”, continúa Diego.
Perú
y la palma aceitera
Hablar
sobre los agronegocios en el Perú es también poner un ojo sobre el
enorme impacto ambiental que han ocasionado en los diferentes
ecosistemas del país. Esto porque básicamente para plantar la
semilla del fruto a comercializar debe “liberarse” el área donde
se va a sembrar. Según la Agencia Agraria de Perú, entre enero y
mayo del 2019, el país exportó casi 29 millones de kilos de aceite
de palma en bruto, por un valor de 15 millones. La venta creció el
año pasado en casi 9 millones de dólares respecto al mismo periodo
del 2018. Los destinos favoritos de estos envíos fueron Colombia y
Brasil.
Los
casos más claros de cómo los agronegocios degradan el ambiente son
los extensos cultivos de palma aceitera que se distribuyen a lo largo
de las regiones amazónicas de Ucayali, San Martín, Amazonas y
Loreto. En dichas áreas han deforestado extensas áreas de bosques
primarios. Sin contar la serie de vulneraciones al derecho al
territorio de las comunidades indígenas locales. Justamente se
planta la palma aceitera para obtener su aceite que luego es usado
para producir de todo: productos cosméticos para la belleza, jabones
para lavar la ropa y el cuerpo humano, aceite de cocina y hasta
galletas.
No
es casualidad que el fondo soberano de inversión más grande de
Noruega, Norges Bank (NBIM por sus siglas en inglés), decidió
retirar la suma de $12.3 millones de la principal empresa beneficiada
del gran agronegocio de la palma aceitera en el Perú, Alicorp
S.A.A., que pertenece a su vez el Grupo Romero. Dicho gremio
empresarial tiene actuales conflictos con comunidades nativas por sus
plantaciones de palma que vulneran territorio ancestral y bloquea el
curso natural de los cuerpos de agua.
Norges
Bank tomó esta “después de que se revelara que la empresa
(Alicorp) adquiría aceite de palma de una plantación asociada a
graves violaciones de los derechos territoriales de los pueblos
indígenas y a la deforestación en la Amazonía peruana”, según
informó el Instituto de Defensa Legal (IDL), parte que defiende a la
comunidad.
De
acuerdo con el Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Norte (MAAP por
su sigla en inglés), en el Perú desde el 2001 se han deforestado
dos millones de hectáreas de bosques primarios, con información
actualizada al 2018. Los bosques primarios son aquellos denominados
“vírgenes”, que por no haber sido intervenidos por la actividad
humana y disponían de la mayor riqueza natural. Las causas
principales de todo el desbosque son la minería ilegal, la tala
ilegal de madera, los monocultivos (como el de la palma aceitera) y
la construcción de carreteras (vías destinadas para el cultivo
clandestino agrícola o para el narcotráfico).
Entre
los testimonios recogidos en medios periodísticos de comuneros
afectados por este tipo de plantaciones de palma aceitera se concluye
que este tipo de cultivos produce en la naturaleza un daño similar a
la quema de combustibles: la deforestación ocasionada por la palma
acelera ocasiona la emisión de gases de efecto invernadero. Esto a
su vez eleva la temperatura en la Amazonía, la cual, como está sin
árboles, sufre el empobrecimiento de su suelo, la sequía y la
desaparición de sus paisajes.
“Buenos
hábitos”
¿Qué
hacen los Estados para evitar el desperdicio de alimentos y mitigar
la crisis climática? Tomemos de ejemplo a Argentina: implementó un
Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos.
¿Qué hizo el plan? Organizó junto al BID y con el apoyo de IBM
Argentina el Concurso #SinDesperdicioHortícola, cuyos ganadores
fueron el Silo Papa, una tecnología para mejorar la vida útil de la
papa y sistema de reconocimiento de malezas de Deep Agro para
fumigación inteligente con técnicas de Machine Learning. También
realizó la campaña “Alimentar buenos hábitos” junto a Unilever
y Carrefour. Podemos leer de qué se trata en la página web de
Unilever: ⅓ de toda la comida que se produce en el mundo se tira.
En la Argentina esto representa 16 millones de toneladas de alimentos
aptos para consumo. Desde Unilever queremos cambiar esa realidad.
Creemos que un mundo sin desperdicios es posible. Es un mundo más
sustentable, con menos desnutrición y hambre: es el mundo que
queremos construir. Por eso lanzamos la campaña “Alimentá buenos
hábitos”, que consiste en brindar recomendaciones a los
consumidores sobre cómo planificar, almacenar, consumir y
reconvertir los alimentos.
La
campaña recomienda comprar sólo lo que se va a utilizar, prestar
atención a las fechas de vencimiento de los productos, reciclar las
sobras de las comidas de año nuevo y navidad, guardar los alimentos
en recipientes herméticos para evitar derrames y goteo de jugos y no
romper la cadena de frío para que los alimentos lleguen a las casas
en óptimas condiciones.
Unilever
desarrolla un producto exclusivo para Argentina que se llama Base de
Tomate Deshidratado Knorr 750 G. Aseguran que rinde casi 7 kilos de
salsa tomate, para los cuales utilizaron 88 tomates deshidratados. Y
tiene textura, color y sabor a tomate maduro durante todo el año.
Junto a ese tomate fabricado, según su envase, también hay harina
de guisantes, azúcar, sal, grasa vegetal hidrogenada, ajo, cebolla,
acidulante: ácido cítrico, antihumectante: dióxido de silício,
gluten y derivados de soja. Y a veces también aparece un poco de
pescado y unos restos de cangrejo. 88 tomates fueron utilizados,
disecados y tratados químicamente para terminar en un envase de
plástico junto con sal, azúcar, grasa y soja en un producto no apto
para celíacos ni vegetarianos. ¿Cuánto combustible fósil menos se
quemaría si esos 88 tomates necesarios por cada envase se
consumieran en las cercanías de donde se producen?
“Mientras
más conscientes seamos menos fácil le va a ser a las
multinacionales vendernos la porquería que nos venden dentro de
cajitas de colores”, asegura Laura Rosano. “Es muy importante que
la gente sepa lo que come y de donde sale la comida. Es un factor muy
político las elecciones que hacemos a la hora de comer”, continúa.
Un
plan sustentable: la agroecología
¿Qué
plan sería entonces más efectivo para evitar el desperdicio de
alimentos y mitigar la crisis climática? Las familias productoras
tienen su plan y nada tiene que ver con prolongar la vida útil de
los alimentos. “Producir mucho no es lo que necesitamos nosotros.
Eso es el modelo esclavizante. Uno podría producir la verdura a
mejor precio sin todos los desperdicios que hay en el medio. Se
podría producir de otra manera: agroecológicamente”, asegura
Nahuel Levaggi, referente de la Unión de Trabajadores de la Tierra
(UTT). “La producción actual se basa en agroquímicos en
producción masiva, en una gran cadena de intermediarios y mucho
derroche de verdura en el medio. La propuesta alternativa es con
tierra propia, producir agroecológicamente y tener canales de
distribución que harían subir el precio para el productor, bajar el
precio al consumidor y no generar derroches que van quedando en los
camiones, en el mercado, en la verdulería y en los supermercados”.
En
Uruguay, el año pasado se aprobó la Ley de Fomento a la Producción
Agroecológica. “Dentro de la Red de Agroecología estamos haciendo
un trabajo para elaborar este Plan Nacional. A mí me tocó elaborar
cómo se van a distribuir estos alimentos agroecológicos, cómo
trabajar en leyes de compras públicas para que lleguen a todos, a
las escuelas públicas, a los hospitales. Que los niños y los
enfermos los coman es sumamente importante. El tema es que sea un
alimento lo más social posible, no de élite”, argumenta Laura
Rosano.
Otra
gran diferencia entre Argentina y Uruguay es el tema de la
certificación orgánica. La Argentina tiene un sistema de
certificación orgánica por parte de empresas privadas para
exportar, mientras que en Uruguay hay un sistema participativo de la
Red de Agroecología donde se encuentran los productores, los
consumidores y los técnicos. Está enfocado para que los productos
se queden en el país. En Brasil están los dos sistemas.
“En
Argentina es muy difícil que un productor familiar pueda certificar
su trabajo porque es carísimo. Nosotros tenemos un sistema
agroecológico porque ahí entra toda la parte social, no tenemos
latifundistas de producción orgánica. Nosotros tenemos productores
familiares. Y la agroecología tiene toda esa pata de vivir en el
campo, el bienestar del productor, que se respete el trabajo de la
mujer. En Argentina solo miran que el producto no tenga veneno”,
explica Rosano.
“Dentro
de las compras públicas de Brasil el 30 % tendría que ser
obligatoriamente agroecológico y llegar primero en la lista. Esto
fue una ley del gobierno de Lula. Algo parecido a esto es lo que
queremos hacer nosotros en Uruguay con el Plan de Agroecología”.
Sobre Paraguay, Rosano aseguró que “es increíble todo lo que le
hacen las multinacionales y cómo lo enmudecen y no pueden casi
movilizarse. Ahí pasa de todo y nadie se entera de nada. No pueden
hablar tan libremente de lo que estamos hablando nosotros, son
perseguidos”.
Ganadores
y perdedores
“Acá
los que más ganan son los dueños de la tierra, las grandes
multinacionales que producen los agroquímicos de la semilla y una
cadena de intermediarios”, sentencia Nahuel Levaggi. Quienes
producen las verduras y las frutas que son la base de una
alimentación saludable ganan cinco veces menos de lo que paga el
consumidor en el supermercado, según el informe de la Confederación
de la Mediana Empresa Argentina. Además, no se asegura que el
alimento sea saludable por el uso de químicos en el proceso. “Uno
se hace esclavo de un modelo -explica Nahuel-, no es solamente de un
producto, somos esclavos de un modelo de producción del que es muy
difícil salirse y que consiste en que todo sea grande, de enormes
cantidades y con mucho derroche. Y eso se sostiene con los
agroquímicos y con la explotación de los trabajadores. Para salir
nosotros planteamos la tierra propia, la transición hacia la
agroecología y distintos canales de comercialización”.
Según
Laura Rosano, podemos salir de esta situación con la agroecología.
"Es una forma también de que el consumidor pase a ser un
coproductor porque conoce quien produce ese alimento y cómo lo
hace”, propone. Pero sabe que no es fácil: “Los mensajes de las
empresas son muy fuertes y lo que tratan de hacer es desvincularte de
la realidad. Por eso es tan importante la educación e inculcar a los
chicos una relación más directa con la naturaleza y el ser críticos
de lo que les están vendiendo. Entonces si vos les enseñáis a
plantar una semilla y que de esa semilla va a nacer un choclo que en
vez de una semilla te va a dar 200 y las vas a poder repartir para
que los demás puedan plantar, tu cabeza va a poder analizar cuando
te quieran vender algo diciendo que es lo mejor porque vos ya vas a
haber probado mejores”.
Según
Nahuel de la UTT la solución sería garantizar tierra propia a las
familias productoras. “La propuesta alternativa es con tierra
propia, producir agroecológicamente y tener canales de distribución
que harían subir el precio para el productor, bajar el precio al
consumidor y no generar derroches que van quedando en los camiones,
en el mercado, en la verdulería y en los supermercados”, concluye
Nahuel. Sería más justa para consumidores y productores, pero sobre
todo con nuestra tierra. La propuesta de la UTT reduciría los
desperdicios, disminuiría la quema de combustibles y limitaría el
calentamiento de nuestro planeta.
Esta
nota fue producida y redactada por becarios y becarias de Chile,
Argentina y Perú de la organización Climate Tracker: Pablo
Bruetman, Andrea Gálvez, Miltón Lopez, Francisco Parra y Sabrina
Pozzi.
Fuente:
Sabrina Pozzi, Milton López Tarabochia, Andrea A. Gálvez, Pablo Bruetman, Francisco Parra, La ruta de la agroindustria en América Latina: ¿quién desperdicia los alimentos?, 16 marzo 2020, La Izquierda Diario. Consultado 19 marzo 2020.
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