"Nunca
me voy a olvidar de su último apretón de manos".
por
Fernanda Paúl
Han
pasado 10 años desde el terremoto y tsunami que azotó gran parte
del territorio chileno y a Helen Fajardo aún se le quiebra la voz al
recordar esa fatídica noche.
La
mujer estaba durmiendo junto a sus dos hijos, Pablo y Joaquín, en
una cabaña a pocos metros de la playa en el archipiélago Juan
Fernández, cuando la fuerza del mar arrasó con todo lo que encontró
a su paso.
Su
hijo menor, conocido como "Puntito", nunca más apareció.
Se le soltó de sus manos mientras peleaba contra la intensa marea y
los escombros.
La
catástrofe ocurrida en el país sudamericano -que incluyó un
terremoto de 8,8 grados a las 3:34 de la madrugada del 27 de febrero
y posterior tsunami en la costa de varias regiones- dejó 525 muertos
y 23 desaparecidos, de los cuales 8 eran niños.
"Puntito"
es uno de ellos.
Su
historia es recordada por miles de personas en Chile pues él era un
ícono en la isla: con su extrovertida personalidad y su facilidad
para la pesca, era famoso entre los lugareños.
Desde
la ciudad de Viña del Mar donde hoy reside, Helen Fajardo (47 años)
recuerda para BBC Mundo los detalles de esa noche y de la eterna
búsqueda sin éxito de su hijo.
Para
ella, esta última década no ha sido fácil. El trauma la ha
obligado a recurrir a ayuda psiquiátrica, siendo diagnosticada con
"duelo patológico" pues aún no ha logrado superar la
muerte de "Puntito".
Aquí
su testimonio en primera persona.
Esa
noche estaba durmiendo en una de las cabañas de la hostería de mi
mamá, ubicada a unos 200 metros del mar, junto a mis hijos Pablo, de
13 años, y Joaquín, de 8.
De
repente, medio dormida, escuché a lo lejos a mi mamá que me
gritaba: "Helen, Helen, ven a ver el bote que hubo una salida de
mar".
Desperté
a Pablo y salimos a la terraza. Vi que el bote estaba a unos 25
metros de nosotros y me acordé de lo que decía mi abuelito: que
cuando viera un bote a la altura de la plaza, como este, tenía que
arrancar.
En
solo milésimas de segundos, mi mamá salió corriendo y yo agarré a
Pablo del brazo y le grité: "¡Pablo, tu hermano, hay que ir a
buscarlo!". Entramos a la cabaña, Joaquín seguía durmiendo,
siempre tuvo el sueño muy pesado.
Lo
desperté y entonces empezaron los gritos, las campanas y un ruido
que nunca olvidaré. Yo he estado en aluviones, tormentas, erupción
de volcanes y esto era distinto. Era un ruido ensordecedor,
endemoniado. Me imagino que es el mismo de una invasión, de un
bombardeo… algo se estaba tragando a la isla.
Salí
de la pieza en dirección hacia la puerta que da a la calle con mis
dos hijos agarrados de mis manos. Yo quería arrancar por una
escalera que daba hacia el cerro. Pero no me dio el tiempo porque
esto venía entrando, era como una rastrilladora gigante… y en solo
segundos estaba a no más de 20 metros de nosotros.
Entonces,
les dije: "¡A la pieza!". Mi plan, esta vez, era salir por
la ventana. Sin embargo, también se me hizo tarde. Esa muralla de
agua de más de 15 metros, de todos los colores, estaba ahí, frente
a nosotros. Era como un ente, tenía vida propia. No sabía qué
hacer y les grité que nos metiéramos debajo de la cama.
Y
ahí, los tres escondidos, nos dimos las manos. Cuando sentí el
golpe, los apreté fuerte y les dije: "Los quiero".
"Solo
sabía que tenía que mantenerme viva para encontrar a mis hijos"
Al
primero que perdí fue a Joaquín y después a Pablo. En solo
segundos, la ola nos llevó a los tres. Nos arrastró con los
escombros, con todo lo que había, primero hacia el cerro y después
mar adentro, hacia la bahía.
Era
una noche gris, fea, como nunca se había visto en la isla. Yo salí
nadando, medio ahogada. Recuerdo que no se escuchaba nada, ni un solo
grito. Entonces oí a Pablo que me decía "mamá". Yo le
respondí, con toda mi fuerza: "¡Acá!". Pero él no me
escuchó. Probablemente estábamos a no más de 10 metros de
distancia.
Luego,
sentí que Pablo le gritaba a su hermano. "¡Punto, afírmate de
algo!". Él dice que en algún momento escuchó a Joaquín.
Pero
en ese instante se empezó a mover algo por debajo, era como una
centrífuga, como una juguera, como si varias manos te estuvieran
tirando hacia abajo. Yo nadé y buceé toda mi vida pero esto era muy
fuerte, era como si un gigante me hubiera puesto el pie encima.
Primero
me tiró para abajo, sentí que se me iba a salir el cuerpo, la
carne. Luego, de una forma brusca y violenta, me expulsó hacia
arriba. No sé de dónde salió pero vi caer un palo grande, un
tronco, cerca de mí. Me agarré de él. La corriente me volvió a
chupar pero después me tiró de nuevo hacia arriba.
Ya
no tenía fuerzas y entonces vi una lata grande. Solté el palo y me
tiré encima de esos escombros, con todo mi cuerpo. Ahí vi un yate
en el horizonte y empecé a gritar, a pedir ayuda. Pero nadie me
escuchó.
Yo
solo sabía que tenía que seguir luchando y mantenerme viva para
encontrar a mis hijos. La marea me paseó por la bahía, de un
extremo al otro, a una velocidad impresionante. Yo estaba vestida
solo con una camiseta y calzones. Mi pelo, congelado, volaba para acá
y para allá.
De
repente, sentí que me estaba tirando contra el muelle. Yo pensé:
'me voy a reventar, me voy a moler'. Pero frenó justo antes.
Al
final, me dejó en uno de los muros de la caleta. Entonces salí
corriendo, miraba para todos lados, intentando buscar ayuda. Pero no
podía hablar, estaba muy adolorida. Mi cuerpo estaba lleno de tajos,
mi espalda y mis piernas parecían acuchilladas. Me he tenido que
volver a amar.
Pero
en ese momento nada de eso me importaba.
Lo
que más me preocupaba era mirar para ver si la ola vendría de
nuevo. Caminé como seis metros, miré para al frente, hacia mi
cabaña y no había nada. 'Los niños', pensaba yo, 'dónde están'.
Estaba completamente sola.
"¿Dónde
están mis niños?"
Y
fue entonces cuando alguien me alumbró y preguntó: "¿Quién
está ahí?". "Yo, soy Helen", respondí. Era el mejor
amigo de mi hermano, que murió años atrás. Me desvanecí, él me
pegaba cachetadas para que yo reaccionara pero no procesaba. Me
arrastró por los escombros mientras pedía ayuda. Y ahí llegamos a
un lugar con más gente. Pero no estaban mis niños.
Otras
personas me tomaron. Volví a reaccionar cuando estaba en una casa
alta, en el cerro. La dueña de casa era evangélica. Entre dos
mujeres me ducharon y me limpiaron las heridas. Adentro cantaban, se
escuchaban canciones bíblicas… y yo no me cansaba de preguntar por
mis niños. "Tranquila hija, que los están buscando", me
decían.
Pasaban
las horas y yo no sabía de mis hijos. Bajaba a la cocina, salía al
patio y la gente me decía que tenía que acostarme. Después me
dijeron que yo gritaba como loca, que me tiraba al suelo. Se
escuchaba una radio peruana que les daba apoyo a los hermanos
chilenos. Hablaban de los sobrevivientes, pero nadie decía nada de
Pablo y Joaquín.
Llegó
mi hermano. Se sentó a mi lado y me dijo que la Valentina, mi hija
mayor, estaba bien. Que mi mamá también estaba bien. Pero no me
miraba a los ojos y yo le pregunté: "Y ¿mis niños?". Y
no me supo responder… nos miramos… y yo le dije: "tráemelos".
"Ya hermanita", me respondió y se cayó al suelo, del
impacto.
De
repente, alguien me dijo: "Tranquila Helen, ya encontraron a uno
de tus niños, al 'puntito', está arriba de un yate". Y al rato
me confirmaron que Pablo estaba en la posta, que lo estaban revisando
pero que estaba bien. Mi felicidad era total.
Unos
20 minutos después, cuando ya estaba amaneciendo, vi que mi hijo
Pablo venía corriendo hacia mí y me gritaba "¡mamá!".
Lo abracé fuerte, le toqué su carita, tenía la nariz golpeada,
estaba lleno de tajos. Pablo solo se salvó porque sabía mucho de
buceo y sabía aguantar la respiración. Le pregunté: "¿Dónde
está tu hermanito? ¿estaba contigo?". Y me dijo que no, que no
sabía, pero que no estaba en el yate. Que era otro niño.
La
gente se confundió en la isla. En el yate había un niño que era de
la edad de Joaquín, pero no era mi hijo. En ese momento por primera
vez pensé que ya no lo iba a encontrar con vida... La esperanza es
lo último que se pierde pero yo estuve ahí, sentí la fuerza del
agua y sabía que era muy poco probable que él estuviera vivo.
Se
me vino el mundo abajo.
Le
pedí a varias personas que llamaran a La Armada para confirmar si es
que no era Joaquín el que estaba en el yate. Yo ya estaba con la
mente loca. La gente me miraba no más, me decía: "sí, sí".
Búsqueda
interminable
En
los días siguientes, continuó la pesadilla. Buscamos a mi niño
piedra por piedra, palo por palo, día y noche.
Quería
ir a bucear para buscarlo y un amigo me dijo: "tú estás loca,
mira cómo estás". Yo ni siquiera me percataba de cómo estaba.
Después llegaron las fragatas, los buzos tácticos, los perros.
Me
acuerdo que yo me acercaba a los barcos de la isla para pedirles
ayuda, les describía a mi hijo y les decía que tenía que estar por
ahí, que me ayudaran. Ellos me respondían: "Sí, te vamos a
ayudar". Pero no llegaban noticias. Era una espera horrorosa.
De
repente, una señora me dijo que fuera a su casa, que tenía sopita
de pollo. Me pasó unas botas porque mis zapatos, que no sé de quién
eran, estaban llenos de barro. Ella terminó de matar mi última
esperanza y me confirmó que mi niño no estaba en el yate.
"Y
¿dónde está entonces?", pregunté yo. Ahí me tiré al suelo,
lloré, no estaba preparada para recibir una noticia así.
En
total, lo busqué durante un mes y medio. Entremedio, aparecieron los
cuerpos de algunas personas pero también comenzaron a realizarse los
responsos de los desaparecidos.
El
responso de mi puntito fue el último. Lo hicimos cuatro días antes
de que yo abandonara la isla, la segunda semana de abril. Era un día
oscuro y llovía, pero vino todo el pueblo a despedirlo. La gente lo
quería mucho.
Desde
el muelle, tiramos flores y ahí pasó algo mágico: cientos de
jureles se juntaron debajo de este caminito de flores. Mi hijo era un
gran pescador y le encantaban los jureles.
La
recuperación
Después
de pasar por algo así, la vida no es fácil. No hay receta para
esto, para vivir sabiendo que tengo un hijo desaparecido. A mí me
faltaron cuatro segundos para salvar a mi hijo. No alcancé a tirarlo
por la ventana de la cabaña...
Dos
meses después de abandonar la isla, cuando estaba en el sur, los
medios publicaron una noticia diciendo que habían encontrado el
cuerpo de mi hijo. Pero no era Joaquín… fue espantoso.
Si
yo lo hubiese encontrado, si le hubiese dado una sepultura, la
historia sería completamente distinta. Mi recuperación y mi
continuar en la vida, sería otra. Porque la mente es endemoniada…
me ha pasado de ir caminando y tomar a niños por atrás, pensando
que es Joaquín.
También
me he quedado con regalos en la mano, comprándole sus autitos o sus
figuras de Toy Story que tanto le gustaban.
Es
una pena tan profunda que nadie puede dimensionar.
Si
Pablo no hubiese sobrevivido, yo me mato. Porque la Valentina tenía
la vida hecha, pero ellos dos dependían de mi y yo de ellos. Hoy
respeto a la gente que se suicida.
Me
costó cinco años recuperar el alma de mi Pablo. Psiquiátricamente
estuvo muerto en vida durante esos cinco años. No hablaba… quedó
muy mal. Es que Joaquín era todo para él, su amigo, su hermano, su
confidente. Nunca antes se habían separado.
Hoy
vivo con la esperanza de que algún día, cuando yo me vaya de este
mundo, volveré a ver a Joaquín, me reencontraré con él.
He
vuelto solo tres veces a la isla después de lo que pasó. Por
primera vez, el año pasado, pude sonreír, me sentí bien. Ahora
quiero volver a mi tierra.
Mi
puntito sabía que iba a partir.
El
día de antes del tsunami fuimos a pescar los dos a una zona que se
llama el palillo. Y ahí me dijo: "Tú me quieres, ¿cierto?".
Yo le respondí que sí, que lo quería. Pero no lo miré porque
estaba pescando. Y ahí me dice: "Pero mírame. Que nunca se te
olvide, yo te quiero mucho, mucho, mucho".
Fuente:
Fernanda Paúl, Terremoto y tsunami en Chile 2010 | "Me faltaron 4 segundos para salvar a mi hijo": el estremecedor relato de la madre de “Puntito”, uno de los niños desaparecidos en la tragedia, 27 febrero 2020, BBC Mundo. Consultado 28 febrero 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario