miércoles, 26 de febrero de 2020

“Mi pesadilla, ahora, es la gente que niega la amenaza nuclear que vivimos”

La japonesa Setsuko Thurlow superviviente de Hiroshima, en Casa de América, en Madrid. Foto: Víctor Sáinz / El País.

Setsuko Thurlow, superviviente de la bomba atómica de Hiroshima, lucha por la abolición del arsenal y la toma de conciencia de sus devastadoras consecuencias.

por Ángeles Lucas

Apoyada en su bastón se asoma con parsimonia al ventanal y se detiene varios segundos tras los vidrios y en silencio. Un cielo azul brillante y un trasiego de viandantes que recorre el paseo de Recoletos de Madrid ponen fondo a su figura enmarcada entre largas y elaboradas cortinas burdeos, frisos de madera tallada, alfombras y centenares de libros. “En cada esquina veo belleza que se ha construido a lo largo de siglos, arte, música, maravillosa arquitectura... ¿Cómo podemos permitir la posibilidad de que todo se destroce junto a nuestras vidas? Las preciadas vidas de todos y cada uno de los seres humanos”, reflexiona a sus 88 años la japonesa Setsuko Thurlow, superviviente del ataque atómico que Estados Unidos perpetró contra la población de Hiroshima en agosto de 1945 y que junto a la bomba en Nagasaki mató a más de 200.000 civiles.

La escena de sol y aire que paladea en la biblioteca Roa Bastos de Casa América, donde se dispone a concienciar a los asistentes en un acto por el inmediato e imperioso desarme nuclear, contrasta con la que relata cuando cierra sus ojos y, tras la oscuridad de sus párpados, rememora el horror de la explosión que vivió a sus 13 años. Caos, procesiones de personas inocentes cubiertas de ceniza, con los ojos en las manos, con el pelo erizado, con la piel derretida… “La imagen más dura fue ver a mi hermana y mi sobrino pequeño de cuatro años totalmente desfigurados, irreconocibles, que no podían verme. Esto se quedó en mi mente. ¿Qué derecho tenemos de tratar así a los demás? No hay humanidad, ni dignidad. Los niños merecen un tratamiento más humano y eso también me da fuerza para seguir”, plantea como una verdad absoluta.

Cuenta que esta pavorosa pesadilla del recuerdo es su gran aliento para luchar desde hace más de 70 años para que nadie, nunca, vuelva a vivir su experiencia. Llega lejos en su activismo, pero ansía más resultados. En 2017, la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, de la que es miembro, recibió el premio Nobel de la Paz. Ella fue la encargada de leer el discurso de entrega del galardón por la concienciación colectiva sobre “las catastróficas consecuencias del uso de armas nucleares” y su liderazgo para conseguir su prohibición mediante un tratado internacional. “Fue un reconocimiento público, pero hay que seguir luchando”, señala.

El tratado, aprobado en la ONU en 2017, entrará en vigor cuando 50 países lo ratifiquen, pero de momento solo lo han refrendado 35, ninguno de ellos una potencia nuclear, ni ningún país de la OTAN, y por ende, España. “España puede jugar un papel importante si se posiciona. Podría desmarcarse de lo que hacen el resto de los Estados y ser independiente, un ejemplo y un referente”, sugiere Thurlow, que pregunta curiosa si este periódico lo leen muchos políticos. “Deberían de señalarse por estar en el lado bueno de la historia”, desafía.

Quiere de forma inquebrantable y hasta quedarse sin voz, literal, que se enteren. Que se enteren los políticos y la sociedad, de que el peligro existe, que es cercano, latente y criminal, y que no hay garantía de seguridad mientras haya armas atómicas. “Mi pesadilla, ahora, es la gente que niega la amenaza nuclear. Vivimos todos en ella, pero mucha gente solo lo niega y no se enfrenta a la realidad. Muchos ponen sus pensamientos fuera de su conciencia y de su mente", dice con la voz entrecortada. "Quiero que la gente despierte, que sea lo suficientemente realista para asumir esta situación desagradable. Lo que me pasó a mí, podría pasar otra vez”, indica.

Y cuando se imagina si pudiera hablar cara a cara con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o los líderes mundiales de Irán, Corea del Norte o los que defienden las armas nucleares, da un respingo del asiento. “Les diría que despierten a la realidad, que dejen de soñar con matar a millones de personas. Es lo peor que los seres humanos pueden hacer. Respetemos cada vida humana y volquemos nuestra energía en cambiar el mundo", exhorta soliviantada.

Unas 15.000 ojivas siguen en sus arsenales de las potencias nucleares en el mundo y solo un accidente ya podría ser devastador para la población que lo sufra o como detonante para un enfrentamiento mayor. “Yo he visto el horror de una bomba que era como un bebé, las de ahora son más destructivas. Me pregunto si la gente no sabe de lo que hablamos”, plantea esta hibakusha (superviviente de bombardeo) descreída total de la justificación de los países que defienden las armas nucleares como fuerza disuasoria de masacres aún peores.

La gente en las calles puede pensar que no le afectan las armas nucleares, pero afectan a todos. Porque las naciones que las tienen [Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, China, Rusia, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte] - podrían invertir más en educación, servicios sociales, infraestructuras... Pero el dinero lo malgastan para hacer más bombas para asesinatos masivos. La vida de muchas personas podría ser mejor y más feliz si el dinero se utilizara para las familias, pero desafortunadamente la gente no piensa en eso y permite a los Gobiernos gastarlo", concluye para apelar a la relación directa que hay entre los ciudadanos a los que en su vida cotidiana puede no preocuparles las armas nucleares.

Por eso no ceja en su activismo, y tras reunirse con Ada Colau y varias organizaciones en Barcelona, prosigue esta semana en Madrid con actos para pedir que España ratifique el acuerdo en la Universidad Complutense, el Congreso de los Diputados y la Fundación Telefónica. Con una cadencia tranquila en el habla, vislumbra esperanza en las personas. "Cuando estaba entre los escombros y apenas podía ver tras la explosión, escuché una voz que me decía: 'Estoy intentando liberarte'. Nunca vi la cara del hombre, pero sentí la humanidad. En el caos total había personas que lo habían perdido todo, pero no estaban rotas", recuerda con emoción. Incluso ella, cuando se incorporó, cuenta que lavó su blusa de sangre y cenizas y fue a mojarla al río para que las sedientas víctimas deshidratadas pudieran al menos chupar la prenda y sentirse mejor. "No había médicos, ni ayuda allí", protesta todavía.

Ha pasado el tiempo, y ve inaceptable e inmoral que catástrofes así, provocadas por las personas, puedan repetirse. “Esto no es solo una cuestión de ausencia de guerras, es también de dignidad, de tener unos mínimos estándares para un mundo justo, de cuidado de la vida”, señala. Y para las guerras que ahora existen propone elocuente: “Que cualquier conflicto se resuelva en una mesa de negociación, no con violencia”.

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