Guillermo
Folguera, biólogo e investigador del Conicet, sobre el deterioro de
los suelos. Folguera analiza el modelo de agricultura industrial,
sostiene la imposibilidad de continuar con él y señala la
alternativa de la agroecología como un paradigma con nuevas pautas
de cuidado de la naturaleza y salud humana.
por
Pablo Esteban
Las
tierras campesinas pensadas como tierras del sacrificio. Exprimidas
hasta el hartazgo, saturadas de agrotóxicos que barren con la
riqueza de la naturaleza y obligan al desplazamiento de las
comunidades no urbanizadas. El avance de la frontera agrícola y un
extractivismo verde que no tiene reparos ni conoce de ética
ecológica. La agroecología como una propuesta que puede quebrar el
paradigma de la producción agrícola a escala industrial y
transformarse en una nueva forma de vida. Sobre todo ello ensaya una
reflexión Guillermo Folguera, que cultiva una perspectiva con raíces
en la filosofía de la biología.
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Esta semana se conoció la creación de un fertilizante 100 %
orgánico desarrollado por jóvenes tandilenses. Cada vez hay una
mayor conciencia por parte de diversos sectores de la sociedad…
- Lo que sucedió en Mendoza y Chubut describe, claramente, un cambio de escala en la participación en estos temas. Es posible rastrear desde hace algunas décadas una convicción creciente de parte de diferentes sectores -asambleas, movimientos sociales, pueblos originarios, colectivos de trabajadores y sindicatos- que apunta a proteger un poco más a nuestra naturaleza y a nosotros mismos. Al mismo tiempo, los síntomas locales se han vuelto mucho más visibles. Me refiero a cuerpos de aguas contaminadas, disminución de los glaciares, incendios, inundaciones y un marcado deterioro en las condiciones de la calidad de vida de las poblaciones. Signos de deterioro que vuelven muy difícil mirar para otro lado. En este marco, que cada vez más gente se preocupe por revertir una realidad con la que no está de acuerdo puede despertar cierto optimismo. Ahora mismo formo parte de la organización de la marcha del 22 de marzo y se ha generado un sincretismo, una mezcla fabulosa de grupos sociales que quieren lo mismo.
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La marcha en defensa del agua…
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Sí. Involucrará a sectores de diferentes lugares del país (con
grupos que llegarán, incluso, desde Uruguay y Paraguay) y confluirá
en Buenos Aires con un acampe previo. Se esperan movilizaciones y
actividades en diferentes puntos del territorio y será masiva. El
objetivo, por un lado, será lograr visibilidad en el espacio público
y la agenda mediática y, por el otro, conseguir que la lucha
ambiental deje de estar atomizada. Nos acostumbramos a pensar en la
megaminería, las represas, el agua, la pesca, la contaminación y
los agroquímicos como problemáticas sin ningún punto de conexión.
Planteamos, entonces, un cambio de enfoque a partir de la conjunción
de problemáticas que pueden ser abordadas desde una misma
perspectiva.
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El tema de la tierra requiere de una ocupación inmediata. Estamos
acostumbrados a pensarla a partir del abastecimiento químico, cuando
lo cierto es que previo a la década de 1950 se cultivaba sin ningún
producto.
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Sorprende la mirada histórica, genera escalofríos. La agroindustria
-pero también la megaminería- no puede pensarse a futuro. ¿Qué
pasará, en dos décadas, con las poblaciones que habitan en la zona
de Entre Ríos, el norte de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba?
Realmente no tenemos idea. ¿Qué le estamos dejando a nuestros hijos
e hijas cuando, en cualquier momento, un derrame de cianuro podría
generar una catástrofe? Hemos montado a lo largo y lo ancho del país
tecnologías y modos de producción que ante la menor crisis podrían
generar conflictos impensados. Hoy resulta imposible pensar en una
Argentina a 20 años.
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¿Puede existir una salida en la agroecología?
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Sí, en la medida en que se desmarca de una agricultura basada en
insumos de síntesis química. Fertilizantes, herbicidas e
insecticidas que, desde la Revolución Verde (1960) se ubicaron como
una pata fundamental de la producción agrícola. La sobreproducción
generó deterioro y también dependencia por parte de los
productores. A diferencia de lo que sucedía en el pasado, los
agricultores comenzaron a depender de estos insumos y resignaron
autonomía. Los campesinos que antes se autoabastecían a partir de
sus propias semillas y el intercambio con sus vecinos, debieron
seguir una lógica contraria que, evidentemente, tiene que ver con
una expansión del capitalismo. Elizabeth Jacobo, especialista en el
tema, distingue muy bien entre productos orgánicos y agroecológicos.
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Conceptos que suelen intercambiarse.
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Lo orgánico suele pensarse a partir de su destino. Se pretende que
los productos de esta clase deben satisfacer a sectores sociales con
mucha plata. Alimentos premium sin químicos agregados y listos para
ser consumidos por las elites. La agroecología se despega de esta
definición. Prescindiendo también de los químicos deja de concebir
a la agricultura como bien de uso y escenario para la reproducción
del capital, para pasar a definirla como forma de vida. Comunidades
arraigadas en territorios que pueden volver a proyectarse a largo
plazo; los padres, sus hijos y sus nietos podrían cultivar una
mirada prospectiva. Emergen las interacciones con instituciones
claves como son las escuelas rurales. Lo agroecológico ofrece un
cambio de paradigma, una vuelta al rescate de la dimensión de lo
humano en el campo.
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Es que la producción agrícola fue planificada a partir de una
lógica extractivista. Hay que utilizar el suelo mientras deje plata
y luego habrá otros…
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Esa última parte es clave. El proyecto de la agricultura industrial
fue demográfico: en 30 años se vaciaron nuestros campos. Si uno
visita cualquier pueblito al interior de Argentina, en general, lo
que se escucha son historias de desarraigo. A veces involucran
criollos, otras a pueblos originarios; inmensas masas poblacionales
que dejaron sus campos y se asentaron en los cordones periurbanos (el
Gran Chaco, el Gran Buenos Aires, la Gran Córdoba, el Gran Rosario,
etc.) durante las últimas décadas. Así se maneja el sistema
financiero en el mundo: escoge un sitio, invierte y cuando el
rendimiento ya no cierra se marcha. Se conforman, de este modo, zonas
de sacrificio; asumimos que existen territorios, personas y cuerpos
que pueden sacrificarse.
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Y siempre se sacrifican los mismos. La ventaja de lo agroecológico
es que se presenta como sustentable. Un término mágico, muy
empleado por estos tiempos.
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Vuelve a la práctica agrícola una actividad susceptible de ser
pensada a pequeño, mediano y largo plazo, que no requiere
necesariamente de la utilización de insumos químicos y que no
destruye cuerpos ni territorios. Modifica la escala en la medida en
que ya no se necesita de proyectos faraónicos ni de satisfacer
mandatos del tipo: “Argentina debe ser el granero del mundo y tiene
la responsabilidad ética de alimentarlo”. La agroecología, en
este punto, es mucho más modesta. Que el campesinado y los pequeños
productores puedan recuperar su autonomía, rescatar su dignidad es
uno de los puntos centrales. El hecho de vivir como uno elige no me
parece menor: comunidades que escogen qué cultivar, cuando hacerlo,
qué comerciar y en qué términos.
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¿Qué rol deberían desempeñar la ciencia y la tecnología en todo
esto?
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En principio, no fueron ajenas a los cambios producidos por el
capitalismo en las últimas décadas. La Revolución Verde coincide
con la emergencia de la Big Science. Los investigadores dejaron de
producir sus avances desde la soledad de sus laboratorios para
comenzar a trabajar en equipos de muchas personas por objetivos
comunes trazados por el Estado. Se delinean, luego de la Segunda
Guerra Mundial, las primeras políticas gubernamentales en el área
CyT. Los decisores, funcionarios y políticos empiezan a solicitar el
auxilio de los investigadores para resolver problemáticas sociales,
vinculadas a la producción de alimentos y el mejoramiento de la
salud pública. No es casual, asimismo, que durante los 50’ y 60’
se expandan las farmacéuticas; el incremento exponencial de los
psicofármacos se produce en esta época. Los gobiernos domésticos
instaron a la creación de carreras que apuntaran a la formación de
técnicos para empresas. Las facultades de Agronomía fueron un
ejemplo del avance de los agronegocios en la región. Currículas
acotadas y desprovistas de cualquier ideología y discusión social.
En la actualidad pienso que hay lugar para la crítica pero también
para la esperanza; confío en que todo puede cambiar a partir del
diálogo.
Fuente:
Pablo Esteban poesteban@gmail.com, “Hoy resulta imposible pensar en una Argentina a 20 años”, 12 febrero 2020, Página/12. Consultado 15 febrero 2020.
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