Mendoza
y Chubut muestran que es un error que el nuevo gobierno insista en
promover una actividad que no cuenta con licencia social.
por
Maristella Svampa
A
un mes de comenzado el mandato de Alberto Fernández, sería
aventurado extraer conclusiones definitivas, aun si ya están
trazadas algunas de las líneas directrices del nuevo gobierno. Por
ejemplo, sabemos que la agenda de género jugará un rol importante e
innovador, pero también quedan a la vista ciertos puntos ciegos del
pasado. Es aquí donde entra a tallar la megaminería, que desde
diciembre volvió a estar presente en la agenda política.
Durante
la campaña electoral, el ahora presidente no solo habló en favor de
esta actividad extractiva, sino que apenas asumido, en una charla con
empresarios, dio por sentado que esta se extendería incluso en
aquellas provincias, como Mendoza y Chubut, donde existen leyes que
la prohíben.
Las
masivas movilizaciones en defensa del agua ocurridas en Mendoza por
la no modificación de la Ley 7.722, que prohíbe la megaminería con
sustancias tóxicas, mostraron que el camino originalmente trazado
por el Presidente era inviable. Lo vivió en carne propia el
gobernador Suárez, de Cambiemos, quien creyó que la población le
había otorgado un cheque en blanco y, en acuerdo con la bancada del
Frente de Todos, con una Legislatura vallada, modificó la ley para
habilitar la megaminería, cuando ya había cortes masivos de calles
y rutas en toda la provincia. En apenas una semana todo estalló por
los aires y Suárez tuvo que retroceder y llamar a sesiones
extraordinarias, para poner en pie nuevamente la Ley 7.722.
Esta
semana fue el turno de Chubut, donde también hubo movilizaciones
masivas y, pese al empecinamiento del gobernador Arcioni por imponer
la megaminería, importantes referentes del oficialismo, el
vicegobernador, varios legisladores provinciales e intendentes se
manifestaron en contra o salieron a fotografiarse con carteles
diciendo “No a la megaminería”.
Historia.
Es importante reconocer que las luchas contra la megaminería en
Argentina no son recientes, tienen casi veinte años. Existe una
acumulación, una experiencia, que para el caso de Mendoza data de
2005 (aunque la Ley 7.722 se sancionó en 2007); mientras que la Ley
5.001, en Chubut, la primera en el país, es de 2003.
Estas
luchas expresan con claridad que no hay licencia social para esta
actividad, tan contaminante e inherentemente insustentable, que
utiliza millones de litros de agua y solo deja a la población local
enormes pasivos ambientales. Actualmente, siete provincias prohíben
la megaminería en Argentina. Desde 2010 existe también una ley
nacional de protección de los glaciares que prohíbe la actividad
minera y petrolera en glaciares y área periglacial.
A
nivel nacional, Alberto Fernández bajó las retenciones al sector
minero y nombró a quien fue secretario de Minería en San Juan, Luis
Hensel, quien ya prometió más megaminería a lo largo de la
cordillera. Esta semana, el Presidente hizo declaraciones muy
controversiales, no solo porque buscó provincializar la
problemática, algo muy discutible, sino porque sostuvo también que,
a diferencia de Mendoza y de Chubut, en otras provincias donde hay
minería no hay conflicto y colocó a San Juan como “modelo”.
Nada
más equivocado. Lejos de cualquier modelo de “buen gobierno”, en
algunas provincias se consolidó un “mineralo-Estado”. Según el
investigador William Sacher, el mineralo-Estado define una matriz
estatal colonizada por la minería. En San Juan y Catamarca, esto se
tradujo en la conformación de espacios gubernamentales vinculados
con la minería y la participación de funcionarios de gobierno en
empresas de servicios ligadas al sector. La yuxtaposición entre lo
público y lo privado en un esquema de contubernio y corrupción
incluye también el aparato de difusión y propaganda, puesto al
servicio de la megaminería, así como la censura y la persecución
frente a cualquier disidencia respecto del “destino minero”. El
cierre de lo público y las alianzas non sanctas aplican también
para Santa Cruz, Jujuy y Salta.
Por
otro lado, nada más errado que colocar como “modelo de control de
la minería” a San Juan. Desde 2015, en dicha provincia hubo tres
derrames de solución cianurada en la mina Veladero -dos de ellos
bajo la gestión de Hensel– que, según informes de universidades
públicas, contaminaron cinco ríos. La compañía Barrick Gold
garantizó su impunidad gracias a la complicidad de la Justicia
provincial (y un oportuno fallo de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación) y solo pagó una multa, mientras sigue violando la ley de
glaciares. No es cierto tampoco que no haya conflicto. Pese al cierre
represivo del espacio público, en San Juan la Asamblea de Jáchal
mantiene un acampe local desde 2015 y junto con otras organizaciones
sociales viene realizando acciones por la vía legal. Por otro lado,
en Catamarca, la minera La Alumbrera consolidó una economía de
enclave, que nada tiene que ver con el “desarrollo provincial”.
Los datos no mienten. Después de 23 años de megaminería, Catamarca
sigue siendo una de las provincias más pobres, y hasta hace poco
tenía la mayor cantidad de empleados públicos y beneficiarios de la
AUH del país. Desde hace años también hay conflictos y
resistencias, como en Andalgalá.
Macri
intentó dar vía libre a la megaminería en territorios prohibidos,
pero no lo logró. Tuvo un secretario de Ambiente, el rabino Bergman,
quien devino virtual embajador de la minería. Sin agenda de
derechos, la gestión anterior solo estaba interesada en fomentar la
expansión del capital, de la mano de la criminalización de las
resistencias. Pero la crisis económica y el desgobierno le quitaron
el oxígeno que necesitaba para completar su embestida sobre los
territorios.
Luego
de lo ocurrido en Mendoza y Chubut, dentro del campo del nuevo
oficialismo hay quienes entendieron que las luchas ecoterritoriales o
contra el terricidio (como dice Moira Millán) no se pueden
subestimar, tienen historia y un lenguaje de derechos. En esa línea,
sería un error por parte del actual gobierno insistir en una
política en favor de la megaminería. En vez de repetir un punto
ciego que ilustra una figura extrema del extractivismo, sería mejor
que el Ministerio de Ambiente trabajara en una agenda de derechos en
estos grandes temas.
En
suma, las luchas en defensa del planeta tienen aquí su carnadura
local y territorial, y reflejan grandes cambios culturales que ya no
pueden ser ignorados. Llegó la hora de escuchar el mensaje ampliado
de la población mendocina y chubutense y también de los más
jóvenes, hoy protagonistas, que nos dicen que la búsqueda
desesperada de dólares no se puede hacer en detrimento del derecho
de los pueblos, del agua, de los territorios, de los bienes comunes.
Maristella Svampa es socióloga.
Fuente:
Maristella Svampa, Puntos ciegos del pasado, 18 enero 2020, Perfil. Consultado 18 enero 2020.
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